Friday, December 29, 2017

CUENTA MANUSCRITA

Vuelto a hacer. Puede parecer un preciosismo culto insistir, más allá del caso, en el enésimo dislate lingüístico de Peña Nieto cuando dijo “volvido”. Sin embargo, las cosas están vinculadas entre sí, y aun el pobre lenguaje instrumental de escasas palabras y malograda sintaxis que este hombre emplea ---o que a él lo emplea--- es capaz de revelar la naturaleza de sus límites. Uno de ellos, tal vez determinante, su condición desconectada con la amplia realidad de gobernar. O dicho de un modo más simple: su entrega impúdica y autoritaria a la manutención del pacto de impunidad nacional. En todas partes el capitalismo neoliberal se lava la cara y castiga la corrupción. Sólo en México eso no pasa. Aquí una y otra vez la clase política y sus alianzas oligárquicas lo han volvido a hacer. El estado mexicano es claramente un autoritarismo competitivo, como le llama a estos corruptos regímenes la politología europea: se celebran elecciones, pero con el aparato gubernamental, jurídico y mediático más el gasto público al servicio de quien detenta al poder. Va a necesitarse un verdadero estado de gracia electoral para derrotarlos. Lo que no cambia. Nos perdemos en la incertidumbre y nos fatigamos por todo lo que ignoramos. Nos reconciliamos en nuestras certezas y descansamos entre lo poco que sabemos. A fin de cuentas, todo es lenguaje. Una fotografía de prensa hace pocos días mostraba a Elena Poniatowska y Jesusa Rodríguez en un acto de Morena exhibiendo una cartulina que decía “No al PES”. La digna imagen de las dos mujeres reclamaba la incongruente alianza electoral de López Obrador con el partido evangélico y ultraconservador Encuentro Social. Un episodio más de los mitos que teledirigen nuestros pasos: Antígonas señalando la desviación que no se comprende, salvo desde el pragmatismo amoral del fin que justifica los medios. Se trata de ganar a toda costa y entonces la pepena de aliados políticos que no tienen criba, límite, diferenciación. El budismo fascista. Cuenta una crónica de Naiara Galarraga (El País, 5.11.17) que a quien llama “la Dama contra los militares” era el símbolo perfecto de la lucha no violenta contra los oprimidos, de la victoria de la democracia frente a una dictadura cruel. Pero ya no. Aung San Suu Kyi, líder histórica y moral de Maynmar, antes Birmania, no ha dicho una palabra sobre la “limpieza étnica de manual”, según definición de Naciones Unidas, llevada a cabo por el ejército birmano contra la minoría musulmana rohingya, habitante desde generaciones atrás en el país, y el éxodo al que más de seiscientos mil de ellos fueron forzados en unos cuantos días. Naciones Unidas constató un patrón consistente de asesinatos, tortura, violaciones e incendios intencionados por parte del ejército, y los sobrevivientes narraron actos bárbaros como arrojar bebés vivos a la hoguera antes de violar a sus madres y hermanas. Mucho más perturbador que el indiferente silencio de Aung San ha sido la participación determinante en dicha atrocidad del ultranacionalismo budista liderado por monjes. Aquella doctrina espiritual que en palabras de Borges nunca fue responsable de una guerra, ahora puede hacerse cargo de holocaustos de la posmodernidad. ¿No es esta puesta al revés del dharma budista un ejemplo más de que las cosas del mundo han entrado ya a otra etapa: la contraespiritualidad? Dice la sibila. Si quiere saberse cómo será mañana, debe mirarse cómo es hoy. Toda profecía es el autocumplimiento de una acción. O sea: ya todo está, pero no todo aparece. Por ejemplo, las distopías, la fascinación popular por futuros más que de resistencia ahora, de sumisión y fatalidad. El pesimismo radical de lo que se ha llamado “distopismo incesante”, que puede ser de derechas o de izquierdas, contribuyó a desmantelar el Estado liberal y el pluralismo político. El estado de excepción descrito por Giorgio Agamben como paradigma de gobierno actual en medio de lo que llama “guerra civil mundial” ---mencionado por Javier Sicilia en un poderoso artículo reciente---, ha requerido convencimientos sociales distópicos para ser implantado como una mentalidad en vías de volverse irremediablemente común: no hay forma de hacerlo distinto, esto sólo es así. Habrá que introducir, como el contra canto de Orfeo para vencer a las sirenas, un contra tóxico ante ese discurso hegemónico del fin de la historia masificado por el capitalismo terminal. Uno ha de narrar las cosas cambiando el eje de significación, el punto de vista. Entonces cambiará el mañana. Fernando Solana Olivares

Friday, December 22, 2017

VARIANTES NAVIDEÑAS

A) La historia la relata el príncipe Lampedusa, también autor de dos libros como Homero y Rulfo, en el cuento “La alegría y la ley”. Algún crítico la ha llamado una lección operativa sobre el arte de narrar lo cotidiano, que versa sobre el viaje de un modesto contable hacia su casa después del trabajo en vísperas de Navidad. Sube al autobús cargado de cosas: una cartera llena de papeles ajenos, un enorme paquete que contiene el panettone de siete kilos que le han dado de premio por designación unánime de sus compañeros de oficina como el mejor empleado del año, y un paraguas a punto de abrirse. Molesta a todos los pasajeros del autobús de extremo a extremo como lo haría una monja vestida con siete enaguas. Después de remontar las tantas escaleras de su humilde morada e ir enumerando mentalmente a los pretensiosos y acomodados vecinos habitantes de cada piso, llega a casa con su mujer e hijos. La alegría del premio, que alrededor de la mesa los niños ven con ávido interés sin atreverse a tocarlo, se disuelve en la ley de la obligación. El pan será entregado como regalo de agradecimiento a un hombre poderoso, acreedor de algunos favores, que seguramente lo recibirá con indiferencia. Los compañeros de oficina decidieron el premio como un acto de consideración. Sin embargo, un pequeño panettone de un kilo adornará por unos instantes, antes de ser devorado, la mesa de la hambrienta familia. Nadie sabe para quién trabaja. B) Enoch Soames murió, literalmente, “por falta de éxito”. Y por la misma razón vendió su alma al diablo. Era un poeta fracasado que entre la gente dejaba una sensación “imprecisa”, un bohemio triste y bebedor de ajenjo, autor de dos obras poéticas absolutamente olvidables ---la última de título atroz: Fungoides---, que en su necesidad de reconocimiento ahora, y no después de muerto, a cambio de su alma pacta con el diablo, el cual en un restaurante lo escucha quejarse sobre su suerte literaria con quien escribirá esta misma historia años después, Max Beerbohm. La frase de Soames, murmurada como en un trance, es: “De aquí cien años”. El diablo entonces se sienta a su mesa y le hace un ofrecimiento: visitar esa misma tarde dentro de cien años la sala de lectura del Museo Británico, dejarlo ahí hasta la hora del cierre a las siete de la noche y después traerlo de vuelta a esa mesa para llevárselo. Cuando es materializado de nuevo en el restaurante, su desencajado rostro muestra que la opinión unánime sobre su obra ha acertado: ni ella ni él existen en memorias, anales o antologías. Algunos hombres son póstumos, pero Enoch Soames, como casi todos, no. Buscaba en el reconocimiento de los otros lo que sólo debió haber esperado encontrar en el acto de escribir. Su viático, su compensación. C) Kafka dejó escritas cuatro reflexiones enigmáticas: los leopardos que irrumpen en el templo, beben de los cálices del sacrificio y acaban siendo parte del ritual; los cuervos que afirman que uno solo de ellos podría destruir los cielos, sin considerar que los cielos son esencialmente la imposibilidad de los cuervos; los perros de caza que juegan en el patio pero no dejan escapar a la veloz liebre; la elección entre ser reyes o correos de los reyes, que infantilmente se decide por ser correos todos, la desaparición de los reyes y el aburrimiento al hacer algo que no tiene sentido, insensato y anticuado. Las cuatro son enigmáticas por dos razones: su nombre mismo, reflexiones, y sus abstractos temas. Pareciera que para Kafka pensar es el acto de narrar con imágenes. D) Los ritos reiteran que el tiempo es circular, y las celebraciones vuelven a significar una promesa de duración para la gente. Pero no será así en Al-Quds, alrededor del cual en 1974 la cumbre de países islámicos acordó una resolución que a la letra dice: “La retirada de Israel de Jerusalén es la condición inicial más importante e insustituible para restablecer la paz en el Cercano Oriente”. La Asamblea General de la ONU resolvió que Palestina se dividiría en un Estado árabe y en otro judío, y que Jerusalén sería un corpus separatum bajo un régimen especial administrado por la ONU. El sionismo no ha respetado estos acuerdos y mediante las armas ocupó Jerusalén Oeste en 1948 y su sector oriental en 1967. Ahora, con el provocador reconocimiento de Trump como “capital eterna e indivisible de Israel”, las puertas del caos parecen haberse abierto aún más. Armagedón, escenario apocalíptico final, está en Palestina. ¿Feliz Navidad? Fernando Solana Olivares

Friday, December 15, 2017

GUADALUPE

En una nota al sugerente libro Las claves ocultas de la Virgen de Guadalupe, Luis Lesur, su autor (Plaza & Janés, 2005), entre jungiano y astrólogo, hace una observación sobre las jóvenes mujeres sacrificadas en Ciudad Juárez: es al estar muertas ---dice--- que se les puede identificar permanentemente con estos símbolos: el intentar valerse por sí mismas en un mundo de hombres, el rebelarse contra una sociedad que las somete, el buscar un mínimo poder para transformar sus vidas. Palas Atenea fue la virgen guerrera que no tomaba amantes ni consortes, la diosa que presidía los saberes, las técnicas, las estrategias militares, la doma de caballos y la justicia, quien se valía por ella misma y era el rostro de lo femenino como principio civilizador. Lilith, la primera Eva citada por Isaías, aquella que desobedece y es castigada por negarse a yacer debajo de Adán. Y Plutón, cuyo simbolismo es “oscuramente femenino”: muerte, transformación, fertilidad, seducción y poder más allá de la conciencia que equivocadamente cree triunfar sobre el caos. En una asociación singular, Lesur observa que en el mundo novohispano surgió una figura que encarnó con excelencia la unión de Lilith, Plutón y Atenea: Sor Juana Inés de la Cruz, quien con su poderosa inteligencia asustó a la jerarquía eclesiástica y la hizo temer eso “que los astrólogos llamamos Lilith y Plutón”. Es inútil, por cierto, discutir la pertinencia de la astrología como algo más que una red conceptual imaginaria o una hermenéutica del pasado que según su inteligencia y lenguaje puede o no servir. Como sea, los mitos teledirigen nuestros pasos y la vida es un bosque de símbolos. ¿Por qué entonces no actuarían una y otra vez en la vida de la gente, animales simbólicos? Luis Lesur le da la vuelta (mirar es rodear un objeto) al exterminio sistemático y lo explora como una venganza arquetípica: la cara más oscura y patológica de un complejo de símbolos masculinos que van del asesinato al encierro femenino, desde una masculinidad “en perpetua huida” que comete sus crímenes, sin saberlo, a partir de una dimensión ritual. La profunda y conmovida respuesta emocional de la sociedad y los medios ante esos asesinatos proviene de su condición oscuramente arquetípica. Un autor novohispano llamó a la Virgen de Guadalupe “Eclipse de Sol Divino”. Los eclipses son umbrales y tienen una función femenina y materna. Así está representada la diosa Kali: un negro disco lunar ocultando el sol. Nuestra Virgen del Eclipse. Quizá todas estas masas que parecen moverse el doce de diciembre al santuario de Guadalupe dirigidas por una voluntad sobrenatural vengan a entregarse a una devoción purificadora, femenina, matríca, en nuestro país de machos y machas brutalizado. Antes de esta encarnación femenina en la que devota y sacrificadamente creen los fieles, con la cual establecen una relación personalísima, hubo otra, no divina sino humana. Fue la Malinche, mito fundacional, la luna que eclipsa al conquistador. Lesur la describe como Malitzin-Perséfone, consorte de Hernán Cortés-Hades, que “protege a sus hijos con una maniobra infalible: tiene los de él”. Una estrategia que se hunde en la noche de los tiempos y supone no ser poseída sino rodear, absorber, envolver. Ahí quedará originada también la sobreactuación inhumana del machismo, una reacción defensiva ante una feminidad que en los fondos de la psique masculina es activa, poderosa “hasta lo amenazante”. El lenguaje peyorativo contra lo femenino es un intento de exorcismo, su frecuencia y repetición, señala, denota urgencia. Dime lo que desprecias, te diré lo que temes. Por todo eso es bueno cobijarse bajo un signo femenino. Alguna tradición le llama aquietamiento a esta acción del ego. Un tranquilizamiento del yo. No es abandono ni claudicación. Se trata, diría una canción vernácula, de ver cualquier cosa con distancia ecuánime. Como la advertencia de El pez tuerto: “No dejes que tu percepción se vea nublada por el miedo o por la ira. Todo existe sencillamente a su manera”. Estos incontables peregrinos se hablan de tú con la Virgen. Su energía somática colectiva es lo que Morris Berman llama “cuerpo espiritual”, el quinto. Si la diosa existe o no existe da lo mismo, porque la diosa está en la mera creencia de creer que ahí está. La descomunal coreografía humana se ordena desde lo alto, entre las muchedumbres y lo que vayan ahí a adorar, alrededor de un centro magnético, como una masiva compensación. Fernando Solana Olivares

Friday, December 08, 2017

ESTAMPAS DE OTOÑO

La equivocación. La escritora coreana Yon Sunh-Hee ha dicho una y otra vez, a lo largo de su conferencia, la palabra “desconcentración”. Habla desde otra experiencia literaria y no quiere decir eso, sino “desconcertación”. No propone perder la concentración sino aceptar el desconcierto de la mente ante lo que ella va encontrándose en su camino. La eficaz traductora, otra coreana más joven de casi perfecto español, no distingue una cosa de otra, y así una doble perplejidad se instala en la charla. Sin quererlo se logra lo que la novelista aconseja: el desconcierto de todos. La muchedumbre. Vas con hombres, regresarás disminuido, advertían los clásicos. Las tumultuosas colas para entrar, para estar, para salir, hacen de la FIL un ahogamiento. Son tantos los libros, los asistentes, las presentaciones, los premios, los coloquios, los encuentros, que dejan de ser. Las estadísticas consisten en cifras de decenas de miles en insaciable aumento anual: la sociedad del espectáculo adicta a la magnitud. En cambio, las estadísticas sobre lo sustancial de la hidrocefálica feria de vanidades se desconocen: como la sustancia de las cosas no tiene costo, entonces no tiene valor. Pero el espíritu sopla donde quiere, aun aquí, en este tan abrumante lugar. La firma. Fuera de las instalaciones de la FIL, a los pies de la astabandera y muy cerca de diez pestilentes baños portátiles que rebosan mierda, está colocado el tianguis político de la temporada. Los independientes piden firmas. Dos atentas jovencitas atienden el stand de Marichuy Patricio, la vocera del Concejo Indígena de Gobierno. “En un mundo donde rige la idea del progreso y se ve la tierra como mercancía, resguardar la naturaleza y la vida implica tomar un camino espiritual”, dice uno de los carteles que con limpia caligrafía transcribe una frase de la vocera. El magnetismo de esa propaganda política inesperada y abarcante lleva a más gente a firmar en su apoyo que en el de los otros candidatos. Las razones de quienes lo hacen por el CIG son éticamente distintas, hiperpolíticas, o sea, políticas para las últimas horas. La amnistía. Podría parecer una estridencia secundaria de López Obrador proponer el perdón al crimen organizado, otra declaración más para seguir determinando las agendas políticas y echar a andar a sus adversarios, que hablarán de él obsesiva e histéricamente y seguirá alimentándose la poderosa identidad negativa que lo mantiene a la cabeza de la carrera presidencial. O lucir como un mensaje de táctica electoral a los maleantes, lo mismo que ese ofrecimiento de clemencia para la mafia en el poder, aquel oligárquico pacto de impunidad que durante doce años ha denunciado. López Obrador, sin embargo, señala algo que más temprano que tarde deberá considerarse. La guerra de las drogas está perdida, como se libra ahora por instrucciones del imperio nunca se ganará. El mismo sistema de pensamiento que la produjo no la puede resolver. El candidato. Hay un aire de rehén en José Antonio Meade, quien con su talante bonachón y anticarismático pidió al PRI, ridículamente, que lo hiciera suyo. Su candidatura recuerda la de Colosio, férreamente controlada, y después desprotegida, por Salinas. Los tecnócratas vencieron a los políticos porque contaban con alguien cuyo capital político es no pertenecer al partido y contaminarse de su corrupción, pero el peñanietismo dirigirá la campaña y un rancio PRI restaura liturgias y rituales como hachas de una guerra que irá subiendo en intensidad. El fragoroso teatro del esperpento político, nuestro antiguo género nacional. El poeta. Nunca lo esperó. Menos ahora cuando ya es un hombre mayor. Ha escrito y leído siempre, periférico a la república de las letras. El premio de poesía que obtuvo, un accésit, su alborozada alegría por ello y la acción de lo inesperado forman un cuadro extravagante. En la reunión pregunta si quieren escuchar alguno. Lee tres poemas muy buenos. Lleva horas apoderado de la noche, hablando alto porque escucha mal y riéndose como un Falstaff que se comporta como el Guasón a veces. Concentra en sí mismo la frase borgeana: a los hombres las cosas les llegan tarde. La poeta Emily Dickinson pedía probar alguna vez el reconocimiento literario. Nunca pudo hacerlo. Cervantes tampoco. Este hombre acudirá a Madrid y recibirá su premio. La poesía se premia objetivamente porque vende muy poco. Y él es feliz, un estado del ser que a menudo sucede. El entusiasmo lo lleva a hacer planes y lo rejuvenece. Eso demuestra que el tiempo no existe. Fernando Solana Olivares

Friday, December 01, 2017

LA ÚLTIMA FRONTERA

La primera regla de la salud mental según Federico Nietzsche es curarse del resentimiento. Quizá esto lo pensó al comentar el conflicto entre Voltaire y Rouseau. Uno elitista y otro plebeyo, uno arrogantemente sereno ---aun siendo capaz de cóleras literarias y furias jupiterinas--- y el otro envidioso, revolucionario y resentido. Uno rico y el otro pobre. De este conflicto entre dos visiones que tiempo después se harán vida concreta en nuestra sociedad planetaria de oprimidos y opresores, un brillante ensayista hindú, Panjak Mishra, escribe La edad de la ira. Una historia del presente (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2017). Las líneas de fuerza del libro son las tendencias “intelectuales y emocionales” de la época: los orígenes del resentimiento, la destrucción y el miedo vigentes por estos días, contados a la manera de un fresco que abarca desde los francotiradores norteamericanos hasta el Estado Islámico y Donald Trump, y proviene de los jóvenes airados del siglo diecinueve que dieron lugar al nacionalismo alemán, lo mismo que de los revolucionarios mesiánicos rusos, los chovinistas italianos y los anarquistas europeos. Mishra cita a Hannah Arendt para precisarlo, y recuerda aquella advertencia de la pensadora: que surgiría un “tremendo incremento del odio mutuo y una irritabilidad en cierto modo universal de todos contra todos los demás”. Un resentimiento que supone un rencor generalizado contra los otros, cuyo origen es una densa mezcla de envidia, humillación e impotencia. Tal emoción, que envenena a la sociedad civil y afecta la libertad política, ha sido causa de “un giro global hacia el autoritarismo y sus formas tóxicas de chauvinismo”, que apenas comienza a mostrar su inesperada proliferación. La crudeza de La edad de la ira cuenta la historia de masas condenadas al éxodo y estafadas brutalmente por las élites, que responden contra ellas a escala planetaria mediante arranques populistas y brutalidad rencorosa. Una rabia (“una guerra civil global”) que ahora, como afirma Mishra, las élites contemplan con abrumada perplejidad. No es posible ya, con la victoria de Donald Trump, “negar o disimular el enorme abismo, que Rousseau fue el primero en explorar, entre una élite que se apropia de los frutos más selectos de la modernidad y desdeña las viejas verdades”. Las masas, desarraigadas y al margen de estos frutos selectos, “se entregan al supremacismo cultural, al populismo y a una brutalidad rencorosa”, retrocesos históricos todos ellos que ejemplifican la irreparable fractura posmoderna con los postulados racionales de la Ilustración y sus paradigmas revolucionarios, e incluso liberales, de libertad, igualdad y fraternidad como ideales comunes y principios guía de las sociedades modernas. La democratización del deseo y en consecuencia de la frustración, el principio del placer como razón dominante, la sustitución del ciudadano por el consumidor, la insaciabilidad de la producción en serie, la realidad mediáticamente construida con mentiras y engaños masivos, las aspiraciones miméticas de los oprimidos con el modo de vida de sus opresores, el feroz individualismo anglosajón exacerbado por las tecnologías digitales, son algunas razones de lo antes impensable que ahora sucede con crónica ansiedad: un nihilismo rampante, atmosférico y hegemonizado. En una entrevista posterior a la aparición de su lúcido e indispensable ensayo, Mishra ha señalado que el sistema político, económico y social instaurado después de la II Guerra Mundial ha saltado por los aires: “Hemos ingresado en una época de tremenda inestabilidad. ¡Pero si tenemos un troll de Twitter en la Casa Blanca, que además tiene acceso a las armas nucleares y carece de escrúpulos morales! Cualquier cosa puede pasar”. Ante ello, la única sabiduría posible es la de la incertidumbre. Para este pensador hindú, que escribe desde una perspectiva “no occidental”, profundamente erudita y determinada por fuentes y alusiones literarias, es necesario asumir el pensamiento apocalíptico y cobrar conciencia de que las circunstancias predominantes nos conducen “inexorablemente al final”. De ahí que no proponga soluciones que no tiene, salvo beber la amarga y ácida copa del reconocimiento sobre el estado de las cosas para dar lugar a un pensamiento transformador. Ya advirtió René Guénon que todo fin de un mundo es el fin de una ilusión. Será indispensable no ilusionarse en demasía para no desilusionarse más. Fernando Solana Olivares