CUENTA MANUSCRITA
Vuelto a hacer. Puede parecer un preciosismo culto insistir, más allá del caso, en el enésimo dislate lingüístico de Peña Nieto cuando dijo “volvido”. Sin embargo, las cosas están vinculadas entre sí, y aun el pobre lenguaje instrumental de escasas palabras y malograda sintaxis que este hombre emplea ---o que a él lo emplea--- es capaz de revelar la naturaleza de sus límites. Uno de ellos, tal vez determinante, su condición desconectada con la amplia realidad de gobernar. O dicho de un modo más simple: su entrega impúdica y autoritaria a la manutención del pacto de impunidad nacional. En todas partes el capitalismo neoliberal se lava la cara y castiga la corrupción. Sólo en México eso no pasa. Aquí una y otra vez la clase política y sus alianzas oligárquicas lo han volvido a hacer. El estado mexicano es claramente un autoritarismo competitivo, como le llama a estos corruptos regímenes la politología europea: se celebran elecciones, pero con el aparato gubernamental, jurídico y mediático más el gasto público al servicio de quien detenta al poder. Va a necesitarse un verdadero estado de gracia electoral para derrotarlos.
Lo que no cambia. Nos perdemos en la incertidumbre y nos fatigamos por todo lo que ignoramos. Nos reconciliamos en nuestras certezas y descansamos entre lo poco que sabemos. A fin de cuentas, todo es lenguaje. Una fotografía de prensa hace pocos días mostraba a Elena Poniatowska y Jesusa Rodríguez en un acto de Morena exhibiendo una cartulina que decía “No al PES”. La digna imagen de las dos mujeres reclamaba la incongruente alianza electoral de López Obrador con el partido evangélico y ultraconservador Encuentro Social. Un episodio más de los mitos que teledirigen nuestros pasos: Antígonas señalando la desviación que no se comprende, salvo desde el pragmatismo amoral del fin que justifica los medios. Se trata de ganar a toda costa y entonces la pepena de aliados políticos que no tienen criba, límite, diferenciación.
El budismo fascista. Cuenta una crónica de Naiara Galarraga (El País, 5.11.17) que a quien llama “la Dama contra los militares” era el símbolo perfecto de la lucha no violenta contra los oprimidos, de la victoria de la democracia frente a una dictadura cruel. Pero ya no. Aung San Suu Kyi, líder histórica y moral de Maynmar, antes Birmania, no ha dicho una palabra sobre la “limpieza étnica de manual”, según definición de Naciones Unidas, llevada a cabo por el ejército birmano contra la minoría musulmana rohingya, habitante desde generaciones atrás en el país, y el éxodo al que más de seiscientos mil de ellos fueron forzados en unos cuantos días. Naciones Unidas constató un patrón consistente de asesinatos, tortura, violaciones e incendios intencionados por parte del ejército, y los sobrevivientes narraron actos bárbaros como arrojar bebés vivos a la hoguera antes de violar a sus madres y hermanas. Mucho más perturbador que el indiferente silencio de Aung San ha sido la participación determinante en dicha atrocidad del ultranacionalismo budista liderado por monjes. Aquella doctrina espiritual que en palabras de Borges nunca fue responsable de una guerra, ahora puede hacerse cargo de holocaustos de la posmodernidad. ¿No es esta puesta al revés del dharma budista un ejemplo más de que las cosas del mundo han entrado ya a otra etapa: la contraespiritualidad?
Dice la sibila. Si quiere saberse cómo será mañana, debe mirarse cómo es hoy. Toda profecía es el autocumplimiento de una acción. O sea: ya todo está, pero no todo aparece. Por ejemplo, las distopías, la fascinación popular por futuros más que de resistencia ahora, de sumisión y fatalidad. El pesimismo radical de lo que se ha llamado “distopismo incesante”, que puede ser de derechas o de izquierdas, contribuyó a desmantelar el Estado liberal y el pluralismo político. El estado de excepción descrito por Giorgio Agamben como paradigma de gobierno actual en medio de lo que llama “guerra civil mundial” ---mencionado por Javier Sicilia en un poderoso artículo reciente---, ha requerido convencimientos sociales distópicos para ser implantado como una mentalidad en vías de volverse irremediablemente común: no hay forma de hacerlo distinto, esto sólo es así. Habrá que introducir, como el contra canto de Orfeo para vencer a las sirenas, un contra tóxico ante ese discurso hegemónico del fin de la historia masificado por el capitalismo terminal. Uno ha de narrar las cosas cambiando el eje de significación, el punto de vista. Entonces cambiará el mañana.
Fernando Solana Olivares
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