Friday, December 08, 2017

ESTAMPAS DE OTOÑO

La equivocación. La escritora coreana Yon Sunh-Hee ha dicho una y otra vez, a lo largo de su conferencia, la palabra “desconcentración”. Habla desde otra experiencia literaria y no quiere decir eso, sino “desconcertación”. No propone perder la concentración sino aceptar el desconcierto de la mente ante lo que ella va encontrándose en su camino. La eficaz traductora, otra coreana más joven de casi perfecto español, no distingue una cosa de otra, y así una doble perplejidad se instala en la charla. Sin quererlo se logra lo que la novelista aconseja: el desconcierto de todos. La muchedumbre. Vas con hombres, regresarás disminuido, advertían los clásicos. Las tumultuosas colas para entrar, para estar, para salir, hacen de la FIL un ahogamiento. Son tantos los libros, los asistentes, las presentaciones, los premios, los coloquios, los encuentros, que dejan de ser. Las estadísticas consisten en cifras de decenas de miles en insaciable aumento anual: la sociedad del espectáculo adicta a la magnitud. En cambio, las estadísticas sobre lo sustancial de la hidrocefálica feria de vanidades se desconocen: como la sustancia de las cosas no tiene costo, entonces no tiene valor. Pero el espíritu sopla donde quiere, aun aquí, en este tan abrumante lugar. La firma. Fuera de las instalaciones de la FIL, a los pies de la astabandera y muy cerca de diez pestilentes baños portátiles que rebosan mierda, está colocado el tianguis político de la temporada. Los independientes piden firmas. Dos atentas jovencitas atienden el stand de Marichuy Patricio, la vocera del Concejo Indígena de Gobierno. “En un mundo donde rige la idea del progreso y se ve la tierra como mercancía, resguardar la naturaleza y la vida implica tomar un camino espiritual”, dice uno de los carteles que con limpia caligrafía transcribe una frase de la vocera. El magnetismo de esa propaganda política inesperada y abarcante lleva a más gente a firmar en su apoyo que en el de los otros candidatos. Las razones de quienes lo hacen por el CIG son éticamente distintas, hiperpolíticas, o sea, políticas para las últimas horas. La amnistía. Podría parecer una estridencia secundaria de López Obrador proponer el perdón al crimen organizado, otra declaración más para seguir determinando las agendas políticas y echar a andar a sus adversarios, que hablarán de él obsesiva e histéricamente y seguirá alimentándose la poderosa identidad negativa que lo mantiene a la cabeza de la carrera presidencial. O lucir como un mensaje de táctica electoral a los maleantes, lo mismo que ese ofrecimiento de clemencia para la mafia en el poder, aquel oligárquico pacto de impunidad que durante doce años ha denunciado. López Obrador, sin embargo, señala algo que más temprano que tarde deberá considerarse. La guerra de las drogas está perdida, como se libra ahora por instrucciones del imperio nunca se ganará. El mismo sistema de pensamiento que la produjo no la puede resolver. El candidato. Hay un aire de rehén en José Antonio Meade, quien con su talante bonachón y anticarismático pidió al PRI, ridículamente, que lo hiciera suyo. Su candidatura recuerda la de Colosio, férreamente controlada, y después desprotegida, por Salinas. Los tecnócratas vencieron a los políticos porque contaban con alguien cuyo capital político es no pertenecer al partido y contaminarse de su corrupción, pero el peñanietismo dirigirá la campaña y un rancio PRI restaura liturgias y rituales como hachas de una guerra que irá subiendo en intensidad. El fragoroso teatro del esperpento político, nuestro antiguo género nacional. El poeta. Nunca lo esperó. Menos ahora cuando ya es un hombre mayor. Ha escrito y leído siempre, periférico a la república de las letras. El premio de poesía que obtuvo, un accésit, su alborozada alegría por ello y la acción de lo inesperado forman un cuadro extravagante. En la reunión pregunta si quieren escuchar alguno. Lee tres poemas muy buenos. Lleva horas apoderado de la noche, hablando alto porque escucha mal y riéndose como un Falstaff que se comporta como el Guasón a veces. Concentra en sí mismo la frase borgeana: a los hombres las cosas les llegan tarde. La poeta Emily Dickinson pedía probar alguna vez el reconocimiento literario. Nunca pudo hacerlo. Cervantes tampoco. Este hombre acudirá a Madrid y recibirá su premio. La poesía se premia objetivamente porque vende muy poco. Y él es feliz, un estado del ser que a menudo sucede. El entusiasmo lo lleva a hacer planes y lo rejuvenece. Eso demuestra que el tiempo no existe. Fernando Solana Olivares

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