Friday, October 06, 2017

NI UNA MÁS / y II

Cuando se busca, se encuentra: siempre quedan pistas, señales, resonancias. En toda desfiguración surge la misma circunstancia que ocurre en el asesinato, donde la dificultad, como señala Freud, no reside en la perpetración del hecho, sino en la eliminación de sus huellas. Leyendo esta reflexión freudiana, Jacques Derrida ha propuesto una ciencia del acoso por el pasado no resuelto a la cual llamó fantología: detrás de la escena hay otra escena, en medio del suceso hay otra significación. Nuestro odio misógino oculta las huellas de un asesinato arcaico, de una desfiguración o dislocamiento cultural sucedido al final del periodo minoico y cuyas sangrientas resonancias siguen acosándonos hasta hoy, cuando alguna mujer podrá ser sacrificada en el demencial, demoniaco oficio del desafecto crónico al eterno femenino. La violenta sustitución de las instituciones matrilineales por las patriarcales y la falsificación de los mitos del origen para justificar los cambios sociales impuestos derivaron en los filósofos griegos y su nueva religión de la lógica y la racionalidad. La filosofía socrática desdeñó los mitos poéticos y dio la espalda a la diosa Luna, según documenta extensamente Robert Graves. El llamado amor platónico fue una mera evasión del poder de la diosa para entregarse a la “homosexualidad intelectual”, un aberrante afán del intelecto masculino para hacerse espiritualmente autosuficiente mutilando, y con el tiempo destruyendo, lo femenino. Ello condujo a la obsesión occidental por el ego y su dios, el monoteísmo, cuyo patrón de personalidad patológica proyectado en el ideal divino fundamenta el ego masculino: paranoico, posesivo y obseso del poder. De ahí, como observa Terence McKenna, que dicho modelo occidental sea la única formulación de la deidad que no tiene relación con las mujeres en ningún aspecto del mito teológico. Abónese al racionalismo socrático y a la misoginia hebrea esta supresión que el cristianismo eclesiástico convertiría en cultura y el capitalismo en sistema mundo global. Aquella “muy misteriosa matriz femenina” reverenciada por James Joyce abarca no nada más el modelo de las sociedades fraternas ancestrales, radicalmente distintas a las sociedades dominantes masculinas compuestas de guerra, discriminación y jerarquía, sino también un pacto esencial para la sobrevivencia humana con Gaia, la madre tierra, un organismo femenino que actúa como un sistema autorregulado y para el cual el pensamiento masculino dominante desde hace milenios ha resultado una insoportable y destructiva enfermedad. Todo tiene que ver con todo. Odiamos a las mujeres como odiamos a la naturaleza. La represión de lo femenino está asociada con el alcohol desde tiempos antiguos. No es circunstancial que la droga del ego, el alcohol, sea legal y esté fomentada en nuestras sociedades patrilineales, y no así las drogas vegetales, sustancias femeninas que expanden la conciencia, que disuelven o atemperan el neurótico y homicida sentido del yo. Hemos cosificado los biotopos, lo mismo que a nosotros mismos y a los demás. Y en este mundo de máquinas y cosas, nunca de organismos o de personas, las mujeres son consideradas así. El capitalismo ha normalizado la violencia ---su matriz conceptual contiene la violencia masculina de la acumulación nihilista, la explotación absoluta, la suicida rentabilidad. El capitalismo salvaje ha normalizado la violencia salvaje, y sus aparatos de hegemonización ideológica han colectivizado una didáctica de la violencia en la cual las mujeres y lo femenino llevan la peor parte. El Estado mexicano ha normalizado la violencia de género, entre aquellas que ejerce contra la sociedad como la represión, la corrupción y la impunidad. Protestar es siempre necesario, pero acaso se requieran transformaciones mayores para derrotar el infierno nacional de todos los días. Las culturas sólo cambian con las catástrofes, y la crisis de la conciencia masculina y sus miles de años de misoginia se asoman ya a su catastrófico final. Mientras tanto será necesario aprender qué y quien no es infierno, hacerlo durar y darle espacio. El voto electoral, entre ciertas tareas parcialmente indispensables, representa uno de esos espacios. El otro son los pequeños formatos que van desde el lenguaje hasta la memoria, desde la fraternidad hasta la tolerancia, desde la atención cognitiva hasta los vínculos con los demás. No se trata de empoderamientos, sino simple y llanamente de humanización. Fernando Solana Olivares

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