Friday, September 29, 2017

CARTA DESDE UNO MISMO

Debes decirte lo que estás viendo. Usar los pocos recursos que la comprensión te ofrece. Nombrar las cosas: ¿final, tránsito, ajuste? Disputaste con los tuyos para que esos pequeños no vinieran al mundo, pero ya están aquí y no tienes nada con lo que confortarlos de verdad para que el consuelo llegue a ellos. No puedes advertirles desde ahora que el mundo es un lugar desconsolado. Llévalos a ver entonces, desde sus siete años, en sus términos, todo lo que pasa alrededor. Cuéntales la épica pública de la irrupción de Nosotros, de la gente anónima que, de nuevo, en una escala mucho mayor a la de hace 32 años, ahora armada de redes sociales y de compasión directa, también de desconfianza estructural y de irreversible hartazgo con los políticos y sus instituciones, con el indiferente actuar egoísta de todos los días, toma en sus manos la ayuda a las víctimas y se cura de su propio espanto ayudando a los demás. Ellos no se ven a sí mismos mientras lo están haciendo, pues no es la razón la que los llevó a dejar todo después del brutal estremecimiento. No calcularon, no midieron, no pensaron. Él se lanzó a la calle a buscar unos amigos del Plaza, edificio del que un vecino asustado dijo que había caído. Estaba de pie, pero en la esquina de Laredo y Ámsterdam se encontró uno aplastado. Hasta la madrugada se dedicó a levantar piedra sobre piedra, buscando sobrevivientes y acompañado de muchísimos más. Durmió un par de horas y siguió removiendo escombros con las manos desnudas. Pronto llegarían guantes, picos y palas, y se extendería el puño en alto como signo de la tarea de búsqueda, delicadamente silenciosa e inmóvil en medio de la atrocidad. Esta es una estampa más y las historias son incontables. La pareja de viejos octogenarios que perdieron la casa con todas sus cosas adentro y quizá pronto morirán de tristeza, sintiéndose aligerados. El soldado que lloró en Jojutla como un héroe homérico cuando vio muerta a la mujer que rescató de las ruinas. La despedida del Cuervo a sus clientes asumiendo que acaso mañana no los vuelva a ver. La untuosa, repetitiva y moralizante cobertura mediática tan farisea que de pronto ofrece dos notas impecables: la cámara se mueve para captar imágenes, la situación se describe, nada más. El secretario de Gobernación al que corre a gritos la gente ocupada en el rescate. Fuenteovejuna, escueta, le dice: lárgate, déjanos trabajar. El tiempo alterado donde el lenguaje también es un látigo de precisión. Y los cadáveres de los políticos sin saber cómo actuar ante los medios, su tarea primaria antes y ahora ni qué decir. La invención de víctimas atrapadas que fabrican los buenos deseos y los malos reportajes. Una perrita en un balcón del tercer piso que es salvada por la presión en las redes. La solidaridad humana como nuestra principal lección. General, decidida, múltiple, cibernética, loca. La desgracia hermana a la mayoría en un ahínco febril y espontáneo. El cuerpo espiritual entra en acción para hacerse cargo del desastre. Surgen una masa y un poder multitudinarios, un frenesí de ayuda protagonizado sobre todo por jóvenes de entre 17 y 30 años, por muchos adultos y niños también. Cuéntales de la existencia de Nosotros, el último obosom que proviene de lo humano profundo, sólo se reúne para realizar tareas extraordinarias, sus miembros se identifican entre sí precisamente en ellas y al terminarlas se vuelven a dispersar. Puede entonces haber catarsis, purificación colectiva de la aflicción y del temor. Diles que ese todos que ahora vuelve a aparecer contiene una respuesta necesaria en este paso repentino de la felicidad a la infelicidad. Una acción frente al acontecimiento inesperado-esperado que en segundos destruyó la normalidad. Aclárales que todo esto es lenguaje, pero que son las palabras las únicas perspectivas que la gente tiene ante lo inhóspito de lo real. Y las acciones con el prójimo, con el de junto antes inadvertido, con el otro que ahora se volvió yo. Deben saber que su mundo se deshace y que les tocará sobrevivir y reconstruirlo. Acerca de lo primero, el pesimismo de la inteligencia afirmará que no hay garantía. Sobre lo segundo, el optimismo de la voluntad asegurará que sí. Pero tú confórtalos, asegúrales que el mundo es un lugar debido porque estamos aquí. No olvides, suavemente, hablarles de las placas tectónicas y de tantas otras cosas. Lo que nos destruye no es lo inesperado, sino lo que no se supo nombrar. Debes decir lo que estás viendo. Fernado Solana Olivares

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