LA NOCHE DE BENJAMIN
La leyenda cuenta que cuando Lao-Tsé estaba a punto de abandonar su país para perderse en las altas cumbres del Tíbet, el aduanero del paso de montaña fronterizo le pidió dejar un testimonio de sus enseñanzas. El sabio se encerró un par de días, escribió el Tao-te-king (o “Libro de la Vía y la Rectitud”) y se lo entregó al hombre.
Nada parecido ocurrió con Walter Benjamin, uno de los pensadores más lúcidos de la modernidad, cuando murió en Portbou, paso de montaña para alcanzar España, cruzarla hasta llegar a Portugal y de ahí embarcar hacia Estados Unidos, única ruta posible de escape ante el nazismo dominante en Francia. Había dejado París en mayo de 1940 huyendo a Marsella. Ahí se encontraría con Hannah Arendt, su marido y Arthur Koestler.
También ahí sabría de un sendero montañoso poco transitado que cruzaba la frontera desde Portbou. Un recorrido difícil y escarpado que la frágil salud de Benjamin y su dolencia cardiaca amenazaban no poder afrontar. Era la única salida posible. Lo otro significaba la deportación y su internamiento en un campo de concentración.
Acompañado de la guía Lisa Fittko ---miembro de la resistencia francesa que llevó por la montaña a decenas de exiliados y autora de Mi travesía de los Pirineos, el testimonio más directo del hecho---, de Henny Gurland y de su hijo Joseph, salieron todos la tarde del 24 de septiembre a reconocer el camino.
Walter Benjamin, mal vestido para el clima y el ascenso a la montaña, cargando una maleta donde Lisa Fittko siempre aseguró que custodiaba un muy apreciado manuscrito, se fatigó tanto que ya no pudo volver al hostal donde el grupo dormiría antes de intentar cruzar la frontera. Decidió pasar la noche solo a la intemperie en una zona de pinos. Al otro día muy temprano sus acompañantes vendrían por él.
Un recurso casi paródico sería invocar lo que Benjamin vio aquella noche. Su vida, la pureza y la belleza del fracaso, y algunas cosas más. Tembló de frío ante la pequeña fogata con la cabeza recostada sobre la maleta. Años atrás, en 1923, había escrito a Rang frases enigmáticas sobre una naturaleza “que no es escena de la historia ni del habitar del hombre: la noche salva”.
Pero ésta era inhóspita, lacerante y helada. Los altos y oscuros pinos simulaban ser columnas que forzaban al cielo a mirar hacia la tierra. El canto de un búho le sonó como un preludio siniestro y los ruidos a su alrededor le parecieron preparativos para un desenlace. Al día siguiente fue muy penosa la subida en un camino cuyo concepto, como la guía describió, se convertía, cada vez más, en una exageración, y debía andarse sobre una senda cubierta de piedras.
Luego del terrible esfuerzo, en el cual Benjamin calcula que debe descansar un minuto de cada diez, decisión que cumple escrupulosamente con reloj en mano, donde en los tramos finales ha de ser ayudado por sus compañeros, por fin llegan a la cima y descienden hasta Portbou. La pesadilla: si hubiesen llegado un día antes habrían obtenido permiso para entrar al territorio español. Pero hoy las órdenes cambiaron. Ahora serán entregados a las autoridades francesas.
Se alojan en el hotel Francia bajo vigilancia policiaca. Benjamin duerme en la habitación número 3. Escribe a Henny Gurland ese 26 de septiembre unas líneas antes de ingerir la sobredosis de morfina que lleva consigo desde Marsella: “En una situación sin salida, no tengo otra opción que terminar. En este pequeño pueblo de los Pirineos donde nadie me conoce mi vida acabará”. Le pide que le transmita sus pensamientos a su amigo Adorno, quien lo espera en Estados Unidos, y que le explique la situación.
La documentación del juez hizo constar que entre sus posesiones se encontró una maleta de piel, un reloj de oro, una pipa, un pasaporte y unos cuantos papeles de contenido desconocido. No hay ninguna mención acerca del legendario y nunca visto volumen que Benjamin llevaba: El libro de los pasajes. Una radiografía, gafas, diversas cartas, algo de dinero, pero la existencia del libro no se consignó.
Así quedará en la memoria humana un acto donde su registro desaparece. El Tao-te-king es una obra breve. El libro de los pasajes habrá tenido 200, 250 páginas. Uno existe y el otro no. El orden que asocia a ambos es que son mencionables. Que uno debe leerse y el otro escribirse. Quizá aquella noche Benjamin, aun temblando de frío, formó en su cabeza la versión final. Su muerte ayudó a que sus compañeros pudieran seguir camino.
Fernando Solana Olivares
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