Friday, November 10, 2017

FELIZ CUMPLEAÑOS, CAMUS / I

El 7 de noviembre de 1913, en una modesta casa del pueblo de Moldovi, provincia argelina, nació Albert Camus. Su padre, Lucien, era un obrero francés que trabajaba en las bodegas de una empresa vinícola. Murió un año después del nacimiento del hijo a consecuencia de las heridas sufridas en la batalla del Marne durante la Primera Guerra Mundial. Su madre, Catalina, era de origen español y nunca aprendió a leer y escribir. Al enviudar mantuvo a la familia trabajando como mujer de la limpieza. La inteligencia del joven Camus llamó rápidamente la atención de sus maestros en el liceo, un sistema escolar de oportunidades para todos heredado de la Revolución francesa y animado por un principio: la carrera abierta a los talentos. Se vuelve un lector voraz, enferma de tuberculosis y debe abandonar su sobrepoblado hogar. Trabaja intermitentemente de vendedor de accesorios automotrices y como oficinista para sostener sus estudios de filosofía en Argel. Se afilia al Partido Comunista, del que después se alejará, hace periodismo, se dedica al teatro y se marcha a París. En 1941, a los veintiocho años, Camus ha escrito ya tres de sus obras principales, las que le darán súbita celebridad, en tres géneros distintos: Calígula (obra de teatro), El mito de Sísifo (ensayo filosófico) y El extranjero (novela): “A los treinta años, casi de un día para otro ---consignará en sus carnets---, he conocido la fama. No lo lamento. Más tarde hubiera podido causarme pesadillas. Ahora sé lo que es. Muy poca cosa”. En El extranjero, Meursault, el antihéroe protagonista, comienza con aquellas líneas legendarias: “Hoy ha muerto mamá. O quizá murió ayer, no lo sé”. Las primeras páginas cuentan, como se sabe, el viaje de Meursault al asilo en el que su madre ha muerto, con múltiples detalles narrativos, todos rápidos y precisos, en frases directas y descripciones de gran belleza. Sus sentimientos no están indicados con claridad, son contradictorios, en ellos hay silencios y vacíos. El guardián del depósito queda sorprendido al negarse aquél a mirar por última vez el cuerpo de su madre. Al relatar el día del entierro, Meursault se lamenta del buen día que hace y del agradable paseo de no haber sucedido la muerte de su madre. El día siguiente, sábado, va a nadar a la playa y encuentra a una conocida con la que hace el amor. La joven se marcha por la mañana y Meursault, quien odia los domingos, pasa el día observando a la gente desde su balcón. Una escena ---entre tantas--- de la novela será inolvidable: el encuentro de Meursault con el viejo Salamo y su perro, al que golpea muy a menudo a lo largo de la calle de Lyon. El perro tira del hombre hasta casi tirarlo, el hombre lo golpea. Caminan un poco, el perro vuelve a jalarlo y el otro a golpearlo e insultarlo. “Entonces permanecen los dos quietos en la acera y se miran, el perro con terror y el hombre con odio. Así todos los días”. Después, en medio de lo que parece ser una indiferencia crónica, se niega a casarse con Marie aunque le dice que le daría igual hacerlo. Va a la playa con un amigo a nadar y beber. Éste tiene una pelea con un árabe en la playa. Le da a Meursault la pistola que lleva consigo. El volverá a caminar solo por la playa para encontrarse de nuevo con el árabe, que sacará un cuchillo. “Fue entonces cuando todo se tambaleó”, dice. Destruye el equilibrio del día, el silencio de una playa donde fue feliz, y los cuatro disparos se presentan como “cuatro golpes secos que daba a la puerta de la desgracia”. El fiscal se ceba en su manifiesta insensibilidad (durante el juicio el tribunal se indigna al saber que ha fumado, dormido y bebido café con leche en presencia del cadáver de su madre, el cual se negó a ver) y es condenado a muerte. Rehúsa la visita de un sacerdote y muere. Según Camus escribirá después, Meursault es condenado por negarse a entrar al juego, por negarse a mentir. Esto no es tan cierto pues miente dos veces en la novela. Sin embargo, Camus insistirá en que su condena obedece a negarse a decir más de lo que es verdadero y más de lo que uno siente. Lo hacen todos para simplificarse la vida, pero Meursault no quiere simplificársela. Siente más fastidio que arrepentimiento ante su crimen. Tal indiferencia lo perderá. El autor dice que la historia es sobre un hombre que acepta morir por la verdad y el único Cristo que hoy merecemos. Y esta apreciación ha cundido: un héroe casi convertido en santo. Habrá que ver. Fernando Solana Olivares

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