Friday, December 15, 2017

GUADALUPE

En una nota al sugerente libro Las claves ocultas de la Virgen de Guadalupe, Luis Lesur, su autor (Plaza & Janés, 2005), entre jungiano y astrólogo, hace una observación sobre las jóvenes mujeres sacrificadas en Ciudad Juárez: es al estar muertas ---dice--- que se les puede identificar permanentemente con estos símbolos: el intentar valerse por sí mismas en un mundo de hombres, el rebelarse contra una sociedad que las somete, el buscar un mínimo poder para transformar sus vidas. Palas Atenea fue la virgen guerrera que no tomaba amantes ni consortes, la diosa que presidía los saberes, las técnicas, las estrategias militares, la doma de caballos y la justicia, quien se valía por ella misma y era el rostro de lo femenino como principio civilizador. Lilith, la primera Eva citada por Isaías, aquella que desobedece y es castigada por negarse a yacer debajo de Adán. Y Plutón, cuyo simbolismo es “oscuramente femenino”: muerte, transformación, fertilidad, seducción y poder más allá de la conciencia que equivocadamente cree triunfar sobre el caos. En una asociación singular, Lesur observa que en el mundo novohispano surgió una figura que encarnó con excelencia la unión de Lilith, Plutón y Atenea: Sor Juana Inés de la Cruz, quien con su poderosa inteligencia asustó a la jerarquía eclesiástica y la hizo temer eso “que los astrólogos llamamos Lilith y Plutón”. Es inútil, por cierto, discutir la pertinencia de la astrología como algo más que una red conceptual imaginaria o una hermenéutica del pasado que según su inteligencia y lenguaje puede o no servir. Como sea, los mitos teledirigen nuestros pasos y la vida es un bosque de símbolos. ¿Por qué entonces no actuarían una y otra vez en la vida de la gente, animales simbólicos? Luis Lesur le da la vuelta (mirar es rodear un objeto) al exterminio sistemático y lo explora como una venganza arquetípica: la cara más oscura y patológica de un complejo de símbolos masculinos que van del asesinato al encierro femenino, desde una masculinidad “en perpetua huida” que comete sus crímenes, sin saberlo, a partir de una dimensión ritual. La profunda y conmovida respuesta emocional de la sociedad y los medios ante esos asesinatos proviene de su condición oscuramente arquetípica. Un autor novohispano llamó a la Virgen de Guadalupe “Eclipse de Sol Divino”. Los eclipses son umbrales y tienen una función femenina y materna. Así está representada la diosa Kali: un negro disco lunar ocultando el sol. Nuestra Virgen del Eclipse. Quizá todas estas masas que parecen moverse el doce de diciembre al santuario de Guadalupe dirigidas por una voluntad sobrenatural vengan a entregarse a una devoción purificadora, femenina, matríca, en nuestro país de machos y machas brutalizado. Antes de esta encarnación femenina en la que devota y sacrificadamente creen los fieles, con la cual establecen una relación personalísima, hubo otra, no divina sino humana. Fue la Malinche, mito fundacional, la luna que eclipsa al conquistador. Lesur la describe como Malitzin-Perséfone, consorte de Hernán Cortés-Hades, que “protege a sus hijos con una maniobra infalible: tiene los de él”. Una estrategia que se hunde en la noche de los tiempos y supone no ser poseída sino rodear, absorber, envolver. Ahí quedará originada también la sobreactuación inhumana del machismo, una reacción defensiva ante una feminidad que en los fondos de la psique masculina es activa, poderosa “hasta lo amenazante”. El lenguaje peyorativo contra lo femenino es un intento de exorcismo, su frecuencia y repetición, señala, denota urgencia. Dime lo que desprecias, te diré lo que temes. Por todo eso es bueno cobijarse bajo un signo femenino. Alguna tradición le llama aquietamiento a esta acción del ego. Un tranquilizamiento del yo. No es abandono ni claudicación. Se trata, diría una canción vernácula, de ver cualquier cosa con distancia ecuánime. Como la advertencia de El pez tuerto: “No dejes que tu percepción se vea nublada por el miedo o por la ira. Todo existe sencillamente a su manera”. Estos incontables peregrinos se hablan de tú con la Virgen. Su energía somática colectiva es lo que Morris Berman llama “cuerpo espiritual”, el quinto. Si la diosa existe o no existe da lo mismo, porque la diosa está en la mera creencia de creer que ahí está. La descomunal coreografía humana se ordena desde lo alto, entre las muchedumbres y lo que vayan ahí a adorar, alrededor de un centro magnético, como una masiva compensación. Fernando Solana Olivares

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