Friday, November 21, 2014

CENTRO Y CIRCUNFERENCIA.

1) El gesto es muy breve: un alzarse de hombros y una mueca en la que los de pronto amargados labios se curvan hacia abajo. Lo hace dos veces entre las imágenes televisivas de una conferencia de prensa donde dice estar proponiendo el diálogo como énfasis principal. El breve tic es un punto de indeterminación o una brecha inesperada y revela, si no lo que va a pasar, sí lo que él podría querer que pase. La gestualidad de Peña Nieto al regresar de su proconsular viaje al extranjero tiene que ver con la debilidad y parálisis hasta ahora mostradas ante el aristotélico suceso: la tragedia política, el paso repentino de la felicidad a la infelicidad. Su indeterminación obedece a que son gestos incontrolados, impulsos. Como descargas eléctricas que se reprimen pero cuya causa sigue estando ahí. 2) La teoría del iceberg no solamente funciona para narradores como Salinger o Monterroso, sino en general para casi cualquier fenómeno complejo, siempre tejido de más cosas. La violencia que azota al país es una metástasis que lo toca todo: siete partes causantes bajo el agua y una sola parte de efectos visibles en la superficie. Un principio antropológico afirma que cuando los órdenes públicos mayores se desploman son los pequeños formatos los que proveen de sentido, de protección. Otro señala que las sociedades tienen viabilidad y éxito mientras sus miembros así lo crean. ¿A dónde llega una sociedad disfuncional en la cual lo contrario, el fracaso y la no viabilidad, se vuelve una afirmación constante? 3) La versión de la PGR sobre la inmolación de los normalistas de Ayotzinapa y su cremación es contradicha por los diversos datos que afirman que esa noche hubo fuertes lluvias en la zona. La metáfora de aquello donde el centro estaba en todas partes y la circunferencia en ninguna es aplicable al caso de esta desaparición de 43 normalistas cuyos cuerpos no existen y las versiones al respecto de su paradero pueden unas a otras ponerse en duda. La atrocidad no es nueva, por nacional desgracia, pero esta vez resulta acumulativa y su efecto se expande de diversos modos: algunos violentos y con intención de protesta desestabilizante, como los grupos magisteriales radicales que utilizan Ayotzinapa de coartada, otros cuya condición doliente y conmovida quizá preparará alguna vez otra mentalidad humana. Utopías sobre algo que no hay. Lo que sí hay es una duda determinante entre tantas contradicciones: huesos que se calcinan cuando llueve. Y después, tan insensatamente como la misma cremación, tomándose los asesinos un incomprensible cuidado en borrar evidencias, huesos que son triturados y dispersos. 4) Así se crea que es una mera cuestión ideológica ---un punto de vista o un sesgo--- cuyos efectos serán mexicanamente los de siempre (no pasa nada, o si pasa no nos afecta) el realismo pragmático vuelve a relativizar cualquier argumento: ¿el avión?, inevitable, así cuestan ahora las cosas; ¿la casa?, ay, por favor, en la colonia donde se ubica hay mansiones mucho más caras. En estos días de simplificaciones se dice que el descrédito alcanzado por el régimen es una operación intencional de grupos como el “frente Aristegui-Jornada-Proceso-Legión de Cubiculeros, que ahora ha decidido emprenderla, con sospechoso timing, habida cuenta de los 43, contra Peña Nieto”, según consigna un agudo corresponsal, ácido y penetrantemente conservador, que suele intercambiar de tanto en tanto opiniones políticas encontradas con este articulista, al cual reclama ser parte también de esa formación anti peñaniética y colaborar así a la erosión del momento. 5) Me temo que es mucho más que la acción concertada de un frente tan hipotético lo que está ocurriendo en el tablero político actual. Lo mismo la paranoica idea de que López Obrador protagoniza la escena (mi prima de Las Lomas me pregunta, con miedo deliciosamente imaginario: “Pero no van a poner a López, ¿verdad?” Aunque estamos hablando de un presidente que dejaría de serlo, no puedo evitar reír: me fascina el fenómeno del ogro tropical que viejo y cansado sigue asustando buenas conciencias rutinarias: un peligro para México). La provocación y el peligro no están tanto en los pequeños y focalizados grupos violentos, sino en el propio sistema y sus sótanos, que comienzan a actuar por su cuenta cuando la impericia de la cabeza genera vacíos. Sólo un ejemplo: la insensata balacera en la UNAM. Las varias agendas que surgen. 6) La aclaración de ella es una actuación sentimental. El trabajo de la linda consorte telegénica. Fernando Solana Olivares.

Monday, November 17, 2014

CASA TOMADA.

La vida es tan trágica, dice Woody Allen, que sólo negando la realidad se sobrevive. Hacer esto ahora no es posible, o siéndolo, resulta considerablemente más difícil. La historia se agudiza cuando no puede obviarse lo que sucede. Elíjase un día: el lunes pasado, por ejemplo. El país hierve de una indignación que condensa y cifra los agravios nacionales, súbitamente emblematizados por la brutal masacre de Ayotzinapa. El arrinconado presidente Peña Nieto debe defender su inoportuno viaje al extranjero a la manera de un dilema hamletiano: ¿a quién responder? Decide hacerlo proconsularmente, o sea al extranjero, porque es una obligación del país, argumenta, no de él como persona. Ese complejo mexicano de ignorar el candente compromiso con lo propio pero atenderlo con lo exterior (candil de la calle, oscuridad de la casa). Una conducta tecnocrática y globalizadamente neoliberal que también obedece (todo tiene que ver con todo) a la usual operación mexicana de postergar, dilatar, flotar en el acontecimiento para que éste se desgaste por sí mismo. El doble vínculo o doble mensaje que ha modelado los intercambios y los procesos nacionales: a) No hagas; b) La regla a no existe; c) Nunca hables de la existencia o la inexistencia de las reglas a, b y c. Surge una casa cuya propiedad puede serle atribuida pero que la presidencia niega y adjudica a la esposa, esa linda y costosa y frívola señora que lo acompaña en el diseño semiótico con el que la pareja alcanzó el poder. Dicen ellos, quienes aseguran saber al respecto, que en la política no hay casualidades. Si la fina relojería periodística utilizada por Aristegui Noticias para investigar la delirante propiedad de estética narco kitsch coincidió circunstancialmente con estos días aciagos, lo que está en curso entonces es un orden simbólico: se desfonda el régimen. La circunspección y morosidad del procurador al ofrecer un entre falsamente pormenorizado y moralmente divagante e impreciso informe sobre el destino sacrificial de los jóvenes normalistas de Ayotzinapa, momento crucial en el control de daños intentado por el gobierno, quien abrumado por los hechos cometerá un lapsus por el que será exhibido: decir que está cansado. Literalidades que se impelen a sí mismas pues los controles lógicos sobre el asunto se han resquebrajado (eso me dijo mi lúcido y conmovido sobrino al contarme de la marcha nocturna en la que participó apenas: “me vi impelido”). Y sí: una realidad tan cabrona y cruel como ésta cansa a cualquiera, hasta al enredante procurador en el incendio que lo rodea. Desde Alaska (otro toque incoherente aunque cosmopolita para la mediática construcción de la imagen pública con la cual cree gobernar) el lenguaje presidencial se enfatiza en el gesto y se hace más hueco: palabras ajenas que transmiten una retórica que no siente ni comprende el emitente. Un tropiezo más propio de la distancia de las crisis políticas que también lo son del lenguaje: ellos pueden repetir más o menos un guión pero muy poco improvisar. El origen de todo esto comenzó con Moctezuma, el emperador azteca paralizado y dubitante, ebrio de hongos alucinógenos disueltos en chocolate que no supo dar lo que al comienzo sólo hubiera sido un manotazo para quitarse de encima al puñado de aventureros españoles. Fue entonces cuando una fatalidad imaginaria se aceptó como profecía cumplida, un grillete mental que provocaría ese auto desprecio compensatorio y disminuyente, la mentalidad paralela nacional donde se explica la limitación mecánica de este hombre, cuyo ámbito existencial, de haberlo, no participa en el diseño del funcionario y su relación con los demás. Cuentan mucho las fotografías de la desmesurada casa presidencial y la multimillonaria compra de un avión en la fenomenología política de estos tiempos vertiginosos y dolientes, donde las últimas certezas parecen estar en riesgo de evaporarse. Hay quienes lo dicen en la intimidad: bienvenido lo que venga, pues es cada vez más difícil asistir a una progresiva degradación que retrasa sus ominosas consecuencias. Como es arriba es abajo. El país es un cuerpo colectivo postrado por la enfermedad. La casa está tomada y otro momento se sucede. ¿Será como siempre mediatizado a la mexicana, más mierda acumulada en nuestra historia nacional de la infamia, o las atrocidades de Guerrero cumplirán por fin como una catarsis trágica que contenga la peripecia, la atrocidad, y a continuación el reconocimiento, el uso socialmente transformativo de esa atrocidad? Fernando Solana Olivares.

Monday, November 10, 2014

INTERPUESTO.

¿Hasta dónde llegará el alud de desaprobaciones y señalamientos, una de cuyas frases síntesis elegida al azar entre tantas como hay es ésta: las escaleras se barren desde arriba y sólo ahí debemos comenzar a luchar contra la impunidad? ¿Cómo se mide este hartazgo público ante la miseria venal y la profunda ineficacia de la casta política mexicana? ¿Cuánto hay de ello para asignarle porcentajes y calcular sociológicamente sus consecuencias? ¿Ayotzinapa fue la gota que derramó el vaso, o eso es equivalente a pensar que se derrama apenas lo que tiempo atrás ya estaba derramándose? ¿Por fin la indignación idiosincrática mexicana, esa denuncia del otro como coartada moral y pretexto para no hacer nada, se convertirá en una fuerza política mayoritaria transformadora, en un tumulto cultural de corrección y adecentamiento? ¿O eso no ocurrirá pues podrá haber ocurrido en cualquier parte del planeta y sus regímenes autoritarios o corruptos menos en México, el único lugar al cual una fatalidad histórica condenó a permanecer sometido a lo largo de los siglos por sus oligarquías políticas, económicas y criminales? Quien esté trabajando en las matrices lingüísticas de estas horas, en las palabras-guía reiteradas, en los tópicos que construyen las opiniones colectivas, encontrará climas anímicos oscuros y entristecidos, desánimos generales y una irritación opaca propia de un momento donde se percibe que han ocurrido sucesos cuya grave significación va más allá de ellos mismos. Son doblemente inquietantes porque sus consecuencias concretas se desconocen pero no se ignora que las habrá. La sombra nacional colectiva ha salido al exterior y una vez más resultó monstruosa. Tal vez por eso el campus universitario de Lagos de Moreno, como todos los campus universitarios nacionales, está crispado, viviendo en un estado de suspensión que subraya el carácter excepcional de estos días. En esa vivencia no hay obviedad sino sutilezas: el tiempo largo histórico que tocó el tiempo corto, produciéndose así un nudo visible y palpable, un nudo referencial en la red de fenómenos que ocurren. Sus causas eficientes pueden buscarse entre todas las hipótesis circulantes: una de ellas, Iguala como el concentrador (el “escurridero”, le llaman) de la goma de opio que abastece el mercado norteamericano, un negocio que en 2009 tuvo un “valor potencial” de 17 mil millones de dólares, desmesurada cifra que explicaría la violencia brutal en esa región productora de amapola e infestada de fosas clandestinas. Causa parcial, a fin de cuentas, pues el momento histórico mexicano está definido por la complejidad, la cual es un tejido compuesto de eventos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones y azares que se antojan incontrolables. Como dirían los especialistas, la complejidad se presenta con los rasgos perturbadores de lo enredado, de lo inextricable, del desorden, de la ambigüedad y la incertidumbre. Más la violencia crónica y la corrupción impune y la injusticia orgánica, aportaciones mexicanas al delirante lienzo de lo actual. La lucha por la percepción y el efecto público de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa ---cuya multiplicación en las redes sociales hizo surgir una poderosa corriente de solidaridad y condena, un fenómeno político posmoderno debido a la tecnología---, la lucha por la percepción del desenlace final de este acto de barbarie, asumiendo en ella la culpabilidad del gobierno por considerarlo un crimen de estado y afirmando así el consecuente descrédito (una forma de la inoperatividad) de su proyecto reformista, puesto entonces en segundo término, asumiendo el consecuente y justiciero descrédito de la casta política y la institucionalidad oficial, o bien llevando a cabo la enésima aplicación de la amnesia colectiva, esa vergonzosa patología del miedo y el disimulo a la mexicana que nos ha conducido a donde estamos hoy: a nuestra aterrorizada, obediente, fragmentada sociedad. Concluye otro movimiento con la detención de Abarca y su mujer, la pareja criminal de Iguala, tierra donde los alrededores son secos y desérticos, como crece la adormidera. El clima es extraño, cual si se preparara un asalto cargado de lo interpuesto, para citar el título de este texto. La docta ignorancia es el método recomendable para tiempos en los que del escándalo sigue el escándalo. Fernando Solana Olivares.

Sunday, November 02, 2014

EL PASO DISOLVENTE,

De pronto el lenguaje cambia, se vuelve áspero, alcanza otras significaciones y quienes ayer eran neutrales, parcos, comedidos, hoy emplean términos bastante más ácidos. Cae una tormenta sentimental-político-desprestigiante contra el padre Solalinde ---“protagónico”, espetan sus críticos--- por afirmar que un testimonio le confió que los estudiantes de Ayotzinapa están muertos. Mero y terrible sentido común, dicho ante un país que suele no escuchar lo que no quiere. Y que tan necesitado está de mantener la esperanza, así ésta sea sentimental. Las sociedades tienen éxito mientras sus miembros creen que ello es posible. ¿Quién puede creer ahora en México que nuestra sociedad disfuncional y su casta político-criminal derivarán en un estado civilizado y democrático donde prive la ley? Habiendo escalado la barbarie nacional hasta aquí, y sin perspectiva alguna de que termine o cuando menos aminore, es deseable esperar que más temprano que tarde concluya en cualquiera de dos posibilidades: el enfermo muere, el enfermo cura. El estado de tolerancia resignada ante el proceso de la larga enfermedad mexicana entró ya en crisis, y con toda su dureza, puede ser preferible vivirlo de una vez. ¿Cuándo se chingó el país? Sin duda fue progresivo y sistémico su deterioro, pero hubo fechas púdicas y secretas que marcaron el itinerario subterráneo de ese descenso al abismo nacional, al México profundo de Tezcatlipoca, señor desollador, y el brutal dios cristiano materialista, donde se cultivó la sombra nacional que ahora emerge dejando fosas por todas partes: la venta de cargos públicos, la encomienda de seres humanos tratados como ganado, la negativa a otorgarles alma, su condición de naturaleza explotable, la profunda cicatriz caracterológica del origen, la impunidad y la retórica como normas invariables desde el doble discurso fundacional: una cosa se hace, otra se dice. Una de las últimas fracturas de la biografía nacional ocurrió durante el salinismo, la etapa de privatización de lo público que antecede a la actual. Sus magnicidios, sus crímenes políticos, el alzamiento zapatista ante el tratado de globalización económica y la impunidad de todas sus desviaciones megacorruptas, hasta su duración e influyente vigencia al día de hoy, cuentan su efeméride negativa en el calendario histórico. Tan parecida aquella etapa y ésta en sus reformas neoliberales, las dos parte de un solo proyecto ideológico, económico y político impuesto en el país. Desde entonces la disfuncionalidad avanzó como una subcultura nacional. Hoy es mayoritaria, y los clamores de denuncia no bastan para corregirla. Disfuncionalidad como dos realidades, a la manera de una acción paralela. Ejemplos: la desatención de Peña Nieto a la crisis de estado vivida en Guerrero hoy escandalosamente, pero también en amplias partes del territorio nacional desde su toma de posesión; la meliflua creencia de que es un asunto de percepción mediática antes que un escenario de crucial importancia hasta para la propia sobrevivencia política. O la más habitual y extrema disfuncionalidad: premiar la transgresión, lo delictivo. Se acude a la construcción del consenso ---una manifestación mexicana de la filosofía de la victoria: si ganó, haya sido como haya sido, la razón moral está de su lado--- para legitimar una y otra vez aquello que se sobresocializa como verdad. Ayotzinapa es parte del México profundo e indígena que estorba, justo por ser históricamente equidistante y simbólicamente contrario, los designios de un proyecto hegemónico en el cual existen poblaciones y capas sociales prescindibles. Esta cadena causal no excluye la orden criminal del alcalde fascineroso de Iguala y su delictiva mujer cómplice, hermana de maleantes ---dos personajes de la más cruda novela negra---, para romperles la madre a los estudiantes de la normal rural por pretender sabotear el informe de labores de la fina dama convenientemente encaminada como sucesora del marido. La suma de circunstancias que dan lugar a cualquier instante de lo real y sus manifestaciones son infinitas. Sin embargo algunos de ellos concentran consecuencias mayores, dan lugar a un paso disolvente del momento anterior. Por ello se vuelve más áspero el lenguaje: un símil de la realidad. En el dolor nos hacemos, dijo Benavente. Por supuesto, todo necesita comenzar como una hipótesis. La de ahora es ésta: las cosas sucedidas son un preludio, una apertura a algo más, a un fluido en movimiento. Fernando Solana Olivares.

LO OTRO MUERTO.

Los adjetivos de magnitud, advierte Basho, poeta budista, conducen a la infelicidad porque son inexactos. Sin embargo (y esta es una de las tribulaciones modernas) el lenguaje queda por debajo de los horrores que nombra, que define. Los adjetivos de magnitud entonces son indispensables. Se presentan cuando se requieren y de eso se encarga la lógica del lenguaje. Y tampoco bastan. ¿Cómo decirle al último horror mexicano de la crucifixión nacional en el caso Ayotzinapa, para que al decirle así se defina su verdadero origen y se conjure para siempre una situación igual? ¿Barbarie, matanza, terror? El caso de Iguala y sus muertos y desaparecidos, los crímenes de estado cometidos por el edil y su policía municipal que les dispara, mata a seis de ellos y entrega a los demás estudiantes normalistas de Ayotzinapa al grupo delictivo Guerreros Unidos, dueño del ayuntamiento, ello muestra la putrefacción extrema de un gobierno criminalizado y de una casta política en donde radica el corazón mismo de la ilegalidad, ese segundo estado fáctico que ahora subordina al estado formal y ejerce el terror público para atemorizar a la sociedad atacando a sus jóvenes, enviando así un sangriento mensaje contra su existencia libre y su viabilidad democrática. Un deterioro de tal magnitud involucra a todos los órdenes del gobierno y a toda la casta política y mandos militares y policiacos que han intervenido u omitido durante décadas en Guerrero, tierra de violencia ancestral y fosas clandestinas y cacicazgos brutales y políticos propios del esperpento nacional, como el cara dura del inepto e impune gobernador Ángel Aguirre que hace política discursiva con la tragedia para salvar el pellejo, lo único que le importa hacer, tiene respuesta para todo, inventa consultas sobre su permanencia, hace del amago de renuncia un arma en su beneficio, obtiene los inmorales apoyos del congreso local y del corrupto PRD y así sobrevive un poco más porque él mismo va marcando la agenda retórica en cuyo guión está la administración de la tragedia y el engaño abusivo de que acaso los desaparecidos volverán con vida. Esto es México. Surge un súbito paralelo con 1968 dada la inesperada, violenta y a fin de cuentas innecesaria represión, la solidaridad estudiantil coincidente con la movilización politécnica ---una institución históricamente hermana de las normales rurales---, y además el escándalo internacional luego de la admirativa operación publicitaria por las atrevidas reformas neoliberales peñanietistas. La sincronía se entiende como una puesta a punto de posibilidades verdaderas. Y hay simetría entre la erupción del México profundo justo cuando el dirigente y su régimen festinan la modernización alcanzada sin atender, como siempre se ha desatendido, la desigualdad orgánica mexicana, el sistemático estado de no derecho, la vieja patología social: nuestra duradera enfermedad que ahora se agrava. Del México coludido provino la demorada reacción que algunos columnistas observaron en Los Pinos. Varios días de distancia declarativa considerándolo un acto meramente regional hasta decir que se trataba de un acto “prácticamente” de barbarie. Varios días para asumir la primera y quizá definitiva crisis política que Peña Nieto vive, con otra sincronicidad más: con gran éxito de público se estrena la vitriólica y devastadora película del genio satírico de Luis Estrada sobre un candidato vuelto presidente por una cadena televisora. Nada que ver con la rectificación de los nombres, aquella primera acción de buen gobierno propuesta por Confucio: cuando se nombra una cosa, ese nombre debe emplearse en forma segura; cuando se dice algo, eso que se dice debe ser practicable. Nada que ver, además, por la gran dificultad de decidir cuál sería la primera acción en un largo proceso de refundación nacional, en esa revertebración del estado de derecho indicada por algunos. ---¿Qué sigue? ---pregunta ella. Volvemos de Lagos de Moreno, donde la comunidad estudiantil de la Universidad de Guadalajara salió a la calle a protestar por la detención policiaca y posterior asesinato del alumno Ricardo de Jesús Esparza Villegas durante el Festival Cervantino de Guanajuato. Es un día sombrío, de caras largas y apesadumbradas, de rostros llenos de desasosiego. Estado fallido. Estado fallecido. Su cadáver es un zombi: una institución muerta-viva. Se trata de una acción que inicie el lento camino del cambio o precipite la aceleración del fin. ¿Cuál? Fernando Solana Olivares.

SALINGER.

El comunicado que la familia del escritor J. D. Salinger distribuyó después de su muerte fue lacónico: “Hay dos fronteras cruciales en la vida de Salinger: el antes y el después de la guerra, y el antes y el después de la religión. La guerra lo destruyó como hombre, pero lo convirtió en un gran artista; la religión le ofreció consuelo espiritual tras la guerra, pero destruyó su arte”. Ese extraño éxito obtenido por su novela cúltica El guardián entre el centeno, que muy rápidamente rebasó la condición literaria para convertirse en un libro de revelaciones cuya arbitraria interpretación metatextual se multiplicó entre mucha gente a partir de 1951 cuando fue publicado, gente que consideró a su autor un gurú o un instrumento de entidades inefables que se manifestaban en la magistral historia atormentada del inconforme y desavenido adolescente Holden Caulfield, recientemente expulsado de la escuela y quien antes de volver a casa se dedica a vagar por Nueva York, en medio de un desencantado, ansioso y hormónico sinsentido existencial escrito como un crudo monólogo de lenguaje común, de diálogo interior en primera persona. A Salinger le pareció aberrante esa condición atribuida, la cual alcanzó su clímax cuando John Hinckley Jr. intentó asesinar al presidente Ronald Reagan en marzo de 1981 y se declaró después obsesionado por El guardián, con una copia del mismo entre sus pertenencias encontradas en el hotel por la policía. Meses atrás, el 8 de diciembre de 1980, Mark David Chapman había matado de cuatro tiros a John Lennon afuera del edificio Dakota para luego sentarse en la escena del crimen a leer el ejemplar de la novela que llevaba consigo. La había comprado esa misma mañana y en ella había escrito: “Esta es mi declaración”, firmando como Holden Caulfield. La leyenda oficial menciona la existencia de otro ejemplar sobre la mesilla de noche de Lee Harvey Oswald, el supuesto asesino de Kennedy. El tormentoso éxito de la novela, que la llevó de ser prohibida por inmoral a formar parte canónica de las bibliotecas escolares, sobre la que Salinger sólo dio una entrevista y mandó quitar su fotografía desde la tercera edición, reforzó su deseo de recluirse con su mujer y su hija en su apartamento neoyorkino, no como un ermitaño sino como un hombre privado y muy discreto que acudiría a los mismos lugares y frecuentaría a la misma gente, manteniendo toda su vida un mismo y estrecho círculo de amistades alejado por completo de cualquier medio literario o intelectual. La descripción de Shane Salerno, uno de los biógrafos de Salinger (Seix Barral, 2014), sobre la vida cotidiana del escritor al lado de su esposa Claire enfatiza la sencillez y espiritualidad de cualquiera de sus íntimas y solitarias tardes dedicadas a la meditación y el yoga y a la lectura de textos sagrados del Vedanta hindú. En tal atmósfera devota no puede haber literatura porque ésta proviene del desasosiego y no de la fe. Aún la fe del escritor en el lenguaje, por más grande que sea, no resulta comparable a aquello tan integral y monolítico como ofrece el creer. La literatura se origina en el impulso contrario. Nada de religar con la existencia, que debe mirarse y contarse con la distancia de una voz crítica que pone en duda el valor de su propia existencia: “Si realmente les interesa lo que voy a contarles, probablemente lo primero que querrán saber es dónde nací, y lo asquerosa que fue mi infancia, y qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y todas esas mamadas estilo David Copperfield, pero si quieren saber la verdad no tengo ganas de hablar de eso”. El comienzo de El guardián corresponde a su capítulo veintiséis, breve y último, que concreta un empeño restrictivo: “Esto es todo lo que voy a decirles”. La primera persona en singular, Holden Caulfield, una voz narrativa que se dirige a la segunda persona en plural, los lectores, a quienes les ha venido contado la historia y a los que paradójicamente advierte en las últimas dos líneas de la novela: “No cuenten nunca nada a nadie. Si lo hacen, empezarán a echar de menos a todo el mundo”, adquiere así una dimensión adicional que bien podría explicar las duras fantasías extratextuales que ha provocado. Se dice que Salinger escribió quince novelas más pero en un código secreto indescifrable. Se entiende entonces: la escritura y Dios. O el sacrificio de la escritura, al fin un medio, en el altar de un fin, del encuentro con el campo semántico inagotable que bajo tantas representaciones llamamos Dios. Ferando Solana Olivares