Friday, April 29, 2011

OTRA DIRECCIÓN.

Una lectora amablemente me corrige: escribí Viernes de Dolores por Viernes Santo. Diré en mi descargo que hoy muchos de los viernes parecen ser de dolores. Otro lector generoso pregunta mi opinión sobre Javier Sicilia. Le cuento lo que me consta. Que lo conocí hace muchos años en la redacción de casadeltiempo, una revista universitaria. Se vivía entonces un conflicto laboral. El secretario de redacción y uno de los redactores de la revista acababan de ser despedidos por el director recién designado, quien había traído a Javier Sicilia para ocupar la secretaría vacante.
Le platiqué lo sucedido desde nuestra óptica, se enteró que reemplazaría a quien había sido despedido arbitrariamente y decidió no aceptar el cargo. Así se lo comunicó al director. Fue amable, justo y preciso. Una muy decente aparición. Desde entonces he venido leyendo sus ensayos periodísticos y su poesía. Su formación intelectual y su don poético, dirigido a explorar y revelar lingüísticamente su fe católica, sus compromisos públicos contra la insensatez y la injusticia depredadoras, con los índigenas y desposeídos, su exigencia conceptual inteligente y seria al escribir periodísticamente, su independencia y dignidad personales. Todo eso veo en el personaje, y no creo equivocarme.
Pero lo anterior, siendo esencial, no sería definitivo sino hasta sufrir la tragedia del asesinato del hijo. Tal dolor es inequívoco, legítimo, aunque no hay nombre, según hizo notar el mismo Sicilia, para llamarlo: la mujer enviuda, el hijo se queda huérfano pero el padre que pierde al hijo ¿qué? El surgimiento de la figura de este hombre corresponde a una acción moral colectiva que se proyecta en un carisma. Autores como Berman dirían que está en acción entonces el cuerpo espiritual común de una sociedad.
La ecuación se despeja cuando viene el mensaje de Sicilia, su respuesta trágica: anuncia su alejamiento de la poesía, pronuncia un mántrico “estamos hasta la madre”, exige un pacto con el narco, menciona la legalización de las drogas, reivindica el nombre personal de cada víctima, discute con el torpe presidente que desató el avispero, encabeza un ayuno colectivo donde se hace oración. O mejor plegarias.
Una parte embona con la otra, se dan fuerza entre sí y se sostienen. Sicilia es, con mucho, el primer líder moral ilustrado que surge en la sociedad posmoderna mexicana. Como si de pronto apareciera una corrección profunda, nutrida en el pensamiento anticipatorio de Iván Illich y gravemente crítica del nihilismo materialista imperante, determinada por un futuro primitivo posible donde las némesis actuales hayan dejado de azotar a la humanidad. Sicilia es católico, así sus vínculos estructurales con la milenaria Iglesia romana sean a la izquierda en teologías de la liberación y comunidades eclesiales de base.
La última oportunidad que René Guénon veía para Occidente consistía en la creación de una élite intelectual en el seno de la Iglesia, único aparato institucional sobreviviente en medio del devastado paisaje de la modernidad. Sin llegar a ello, o llegando de otro modo, los derechos humanos, una atemperante suavización de la intemperie social, fueron impulsados en las democracias occidentales por excristianos. Organizaciones italianas civiles de lucha contra la mafia son dirigidas por sacerdotes.
Evidentemente, es la otra comunidad cristiana, horizontal y cuasi fundacional, de la que aquí se habla. Sicilia, siguiendo a Illich, ha distinguido públicamente entre la esperanza y la expectativa. La primera está fundada en la experiencia humana históricamente arraigada, la segunda proviene de falsas certezas socialmente construidas. Todas ellas están en crisis pues su lenguaje sigue siendo la reiteración del vacío. Resulta humanamente estratégico cambiar de manera de hablar, asumiendo que toda representación es un lenguaje polisémico. Así ha sido la de Javier Sicilia, lanzado a la nueva pista de su vida con extraordinaria rapidez y violencia, el cual no lleva máscara o pasamontañas porque su transparencia existencial es el dolor mexicano de todos los días de la semana, nuestra horrenda y visible caja mortuoria de cristal. Es gente que nunca hará de su nombre un anagrama.
Lo nuevo ha surgido entre lo viejo. Es original porque se remonta al origen. Su dilema más serio estará en las acciones públicas que deberá encabezar, en las formas organizacionales que deberá forjar, y en su resistencia exitosa a ser absorbido por los hoyos negros de la formalidad, por la pereza activa del sistema, por su chata pendejez, su enajenación.
En el dolor nos hacemos, decía Benavente. Quizá entonces deba procederse momento a momento, sin perder de vista el cambio radical que se busca. Éste tiene un aire gandhiano pues supone, sobre todo, una liberación espiritual y mental, una liberación del miedo interior, una liberación de la conciencia pública. ¿Grandes palabras? ¿Utopías? ¿O apenas lo pensable?
Ojalá y el próximo 8 de mayo miles salgan a las calles mexicanas para manifestar, una vez más, el hartazgo de todos frente a la violencia, la generalizada protesta ante la descomposición nacional, ante la corrupción asfixiante, ante la impunidad sistemática, ante la inepcia política, ante la sangrienta brutalidad que castiga a toda la nación.
El secreto estoico de la serenidad es entregarse incondicionalmente a lo inevitable. Aunque pueda no parecerlo, esto lo es. Otra dirección posible se vislumbra cuando otros personajes inician una gramática de la pertenencia mutua: el valor de la vida frente a la muerte.

Fernando Solana Olivares.

Friday, April 22, 2011

HIPERPOLITICA/ y II.

Este texto se publicará en Viernes de Dolores, cuando el país vive su propia crucifixión. El horror nacional crece y se desborda. De pronto ninguna teoría es capaz de explicarlo por entero y las palabras lucen gastadas para narrar su atroz dimensión. Sólo se sabe que la degradación del lenguaje, su empobrecimiento, también proviene de una ausencia de sentido ante la deshumanización colectiva cada vez más patológica que aceleradamente viene sucediendo entre nosotros. ¿Cómo se explica el que un grupo criminal mate sistemáticamente a varios cientos de personas que pasan en tránsito por su exterminadora y cruel aduana, que esclavice a otras reclutándolas contra su voluntad y que secuestre a las restantes para pedir rescate por ellas como si fueran viles mercancías?
Lo concomitante en tal fenómeno es parte estructural en esta hipócrita guerra putrefacta desde su origen contra el crimen organizado: las complicidades federales, estatales y municipales, las connivencias policiacas con los mafiosos, el silencio oficial protector y la participación directa de servidores públicos en su desalmada encomienda, el maltrato y las amenazas a los parientes de los desaparecidos, cuestiones que revelándose llevarían a descubrir otras muchas fosas rebosantes de escarnecidos cadáveres y acaso campos de concentración llenos de quienes han sido detenidos por una maligna y facciosa voluntad.
¿Cómo se le llama a hechos así? ¿Genocidio sistémico? ¿Holocausto selectivo? ¿Tribulación generalizada? ¿Degradación multitudinaria? ¿Siega histórica? ¿Delincuencia idiosincrática? El lugar común diría: pérdida de valores, y tendrá razón parcial aunque no vaya más allá de un lamento mecánico y por ello ignorante de que la sociedad mexicana, debido a razones educativas, políticas y económicas, nunca ha superado en su desarrollo moral colectivo el intercambio instrumental, aquella orientación premio-castigo propia de la niñez y la adolescencia, inaplicable ahora por la venalidad generalizada del sistema, y no se ve cómo podría transitar colectivamente hacia la etapa de las convicciones morales autoasumidas, esa condición adulta de una sociedad.
Entretanto, el narcotráfico es sobre todo un problema de salud pública y de mercado, como ha señalado Javier Sicilia, este líder moral surgido repentinamente desde el fondo del dolor mexicano, legitimado no sólo por su pérdida filial sino por su obra reflexiva, por su vida misma se podría decir. ---Y además es poeta ---afirmó una de mis alumnas cuando en clase hablamos del tema de las formas con que lo real se manifiesta entre nosotros estos días viacrúcicos. El tema del fatalismo trascendente, cuando las cosas ocurren por una causa inevitable.
Es tan simple como estúpido: en toda guerra un bando vence al otro, o bien los contendientes quedan tan extenuados que deciden abandonar la disputa. La guerra calderonista contra las drogas, que hasta hoy se ha perdido, durará cuando menos siete años más según el maleante tartamudo que dirige la oscura e ineficaz secretaría de seguridad pública. Su intención obvia es hacerse imprescindible en el próximo sexenio y así obtener impunidad. Pero la cínica afirmación no se sostiene con evidencias: continúa sin sancionarse el capital económico del crimen organizado, el cual ingresa al sistema y nutre su adicción financiera; la corrupción y la impunidad ante la ley son casi absolutas; las policías están al servicio del narco. Los dos bandos resultan asimétricos y, a menos que la represión se convierta en una exterminación total, como es hoy (o peor) será mañana.
El punto vital de mi enemigo es mi propio punto vital, enseña uno de los proverbios del Go, juego oriental de estrategia. Si las drogas son el punto vital de esta malhadada guerra, que entre todas sus aberraciones hace culpables a las víctimas, a los adictos, deben ser legalizadas por los estados nacionales (o lo que queda de ellos) para lograr la derrota del enemigo. Ilegalizar es criminalizar, como lo demuestra la historia una y otra vez.
Mientras esto llega, si llega al fin, continuará la explosión de odio violento y resentimiento social que asola a nuestro crucificado país, pues tal es un mero efecto de diversas causas seculares sintetizadas en una principal: la desigualdad infame.
Hiperpolítica, en suma, es ir más allá de la política habitual, la que busca el poder formal y su reproducción constante, para restablecer el sentido de lo humano en medio de la barbarización general. Y comienza cuando una sociedad decide salir a las calles para manifestar su fuerza mayoritaria, organizarse horizontal y localmente con el objetivo de resistir ante el mal, pensar grupalmente para comprender la naturaleza verdadera y no sólo verosímil de los fenómenos perversos que la amenazan, hacerse a sí misma desde el dolor sufrido para prescindir de las mediaciones ideológicas que la han mantenido sujeta al miedo y a su semiótica feroz. Hiperpolítica es disponer que la opresión del horror se ha terminado y que debe lucharse contra él tanto desde la individualización como desde el compromiso social. Hiperpolítica es una cultura común del despertar que se constituye aceptando la deuda con lo mejor del pasado humano y la responsabilidad con el futuro. Nunca es un asunto privado sino público, aunque resuelva privadamente el dilema ontólogico “yo-tú”. Conduce a un estado que se denomina “disponibilidad”: salir de uno mismo para buscarse y reconocerse entre los otros. Hiperpolítica es la construcción inteligente de otra libertad posible. Es un sentido distinto del “como si” habitual.

Fernando Solana Olivares.

Friday, April 15, 2011

HIPERPOLÍTICA / I.

Este es el tiempo de los hombres y mujeres pequeños, los usuarios terminales de sí mismos, los buscadores insaciables y compulsivos de la satisfacción inmediata, los creyentes en la deidad omnipotente del dinero, los habitantes del mundo plano de las envolturas brillantes, los devotos del principio del placer egoísta, los obsesos de las apariencias y la simulación. Este es el tiempo de los seres vacíos, indiferentes y aislados, cuya vida en cuanto tal nada significa salvo que se obtenga o no el “éxito”, aquella ideología materialista del poder, la acumulación y los objetos, la más falsa en circulación. Este es el tiempo donde ya no hay tiempo: el Titanic civilizacional se hunde y la orquesta de la sociedad del espectáculo y del entretenimiento continúa tocando aunque el agua llega ya a las rodillas de los músicos y los bailarines, imperturbables todavía como en cualquier aquelarre decadente y crepuscular.
¿Pesimismo? No del todo: simple realismo, pues lo anterior es una mera descripción que el más radical pensamiento y el más expresivo arte occidentales han venido haciendo desde hace centurias, sin que la cultura de masas y sus sistemas políticos hayan prestado la menor atención a tantas advertencias y anticipaciones sobre el antaño ominoso futuro al fin vuelto asfixiante actualidad. Tal vez por un diseño intencional y destructivo propio de la modernidad ---la historia como conspiración de fuerzas ocultas---, o por una fatalidad inevitable originada en las mismas energías que dieron lugar a la época vigente ---la historia como derrota de los aprendices de brujo---.
Este es el tiempo de una cultura del olvido globalizada a sangre, televisión, materialismo, cine y fuego, en la cual, según diría George Steiner, no nos quedan más comienzos, es decir, nuevos discursos posibles originados en la propia cultura que llega a su conclusión. ¿Cuál? La cultura unidimensional del racionalismo extremo y del sentimentalismo tramposo, aquella que afirma que solamente existe lo que los sentidos ofrecen al sujeto como experiencia vivencial. Sin embargo, existe una paradoja de la proximidad en todo esto, que bien entendida indica lo mismo que el poeta querría decir: en el fin está el principio.
Escuchemos a René Guénon: “Todo lo que existe en cualquier forma, incluso el propio error, necesariamente posee una razón de ser, de modo que hasta el propio desorden debe encontrar finalmente su lugar entre los elementos del orden universal.”
Escuchemos a John Zerzan: “El narcisismo del consumidor y un ‘¿qué más da?’ universal señalan el fin de la filosofía como tal y el esbozo de un paisaje de ‘desintegración y decadencia sobre la irradiación de fondo de la parodia, el kitsch y el agotamiento’.”
Escuchemos a Richard Kearny: “La creciente convicción de que la cultura humana tal como la hemos conocido ha llegado a su fin.”
Escuchemos a Jean Baudrillard: “¿Por qué tendríamos que pensar que la gente desea repudiar su vida cotidiana para buscar una alternativa? Por el contrario, desean hacer de ello un destino, ratificar la monotonía mediante una monotonía mayor.”
Escuchemos a Gilles Deleuze: “Ellos quieren que consumamos. Muy bien, consumamos cada vez más y lo que sea, con cualquier propósito inútil y absurdo.”
Escuchemos a Peter Sloterdijk: “(…) Hablan de la pertenencia mutua tras la ruina de la forma política. Encarnan la lección decisiva de todas las ciencias antropológicas modernas: si los grandes órdenes se parten en dos, el arte de la pertenencia mutua sólo puede comenzarse de nuevo desde los órdenes pequeños. La regeneración de los hombres por obra de los hombres presupone un espacio en el que, por la convivencia, se inaugure un mundo.”
Escuchemos a Teilhard de Chardin: “Cuanto más avanzo en la vida más siento que el verdadero descanso consiste en ‘renunciarse’ a uno mismo, es decir, admitir resueltamente que carece de importancia el ser ‘feliz’ o ‘desgraciado’ (en el sentido usual de estas palabras).”
Y escuchándolos, a estos autores entre tantos otros que han advertido la inflexión irreparable de las cosas, el punto de no retorno alcanzado por un sistema mundo globalmente totalitario, ¿qué hacer con ello? ¿Vivir cínica y resignadamente en lo inmediato, protegiendo la razón instrumental y la racionalidad técnica como estrategias frágiles y vaporosas para sobrevivir solamente hoy sin preguntarse por el contiguo mañana, hasta que el fin del mundo (“Puede afirmarse con todo rigor que el ‘fin de un mundo’ no es nunca ni podrá ser jamás algo diferente del final de una ilusión”, escribió Guénon) nos pille bailando entretenidos, sin comprender nada de lo que está sucediendo, estúpidamente absortos en la pantalla del último juguete electrónico a nuestra disposición?
El resumen del sujeto posmoderno ---éramos individuos, ahora somos consumidores--- resulta desconsolador: una personalidad construida por y para el capital tecnológico, caracterizada a partir de una red cognitiva dispersa y descentrada que se estimula mediante vínculos libidinales, vacía de sustancia ética e interioridad psíquica, definida por las experiencias efímeras de tal o cual acto de consumo, tal o cual experiencia mediática, tal o cual relación sexual, tal o cual tendencia de moda.
De nuevo entonces: ¿qué hacer? Ya se ensayará en la siguiente entrega una hiperpolítica para un hiperdrama: las angustiadas reflexiones sobre el arte más antiguo, la repetición de lo humano por obra de lo humano.

Fernando Solana Olivares.

Friday, April 08, 2011

ÚLTIMA LLAMADA.

Nuestra ignorancia suele no saberlo, pero los poetas han sido y siguen siendo los legisladores ocultos de la humanidad. Se explica el por qué: emplean lenguaje cargado de sentido a su máxima capacidad; la casa del ser es el lenguaje; la casa del ser es la poesía.
Cuando los poetas se exilian en el silencio, cuando son abatidos por él, los tiempos que corren están profundamente trastornados. La estética del silencio aparece originada por dos situaciones: en el horror de la época, como surgió al conocerse el holocausto de los nazis, o cuando el encuentro con la divinidad, que enmudece al místico porque lo arroba, y entonces el lenguaje, aparato simbólico, ya no puede, ya no debe decir.
Hölderlin se preguntó para qué poesía en tiempos de penurias. Javier Sicilia escribió hace tres días su último poema ante el despiadado asesinato de su joven hijo: “El mundo ya no es digno de la palabra/ nos la ahogaron adentro/ como te asfixiaron/ como te desgarraron a ti los pulmones/ y el dolor no se me aparta/ sólo queda un mundo./ Por el silencio de los justos/ sólo por tu silencio y por mi silencio, Juanelo/ el mundo ya no es digno de la palabra, es mi último poema,/ no puedo escribir más poesía… la poesía ya no existe en mí.”
El dolor de un padre es sagrado. El silencio de un poeta también. Pero la estremecedora afirmación repetida dos veces: “el mundo ya no es digno de la palabra”, nos atañe a todos. Lo mismo un ácido texto escrito por Sicilia en carta abierta a los políticos y a los criminales recién publicado por Proceso: “Estamos hasta la madre”. También su franca propuesta de un pacto con los cárteles del narcotráfico, un armisticio, apelando a la conclusión histórica de todas las guerras, con excepción de aquellas donde uno de los enemigos derrota incondicionalmente al otro. Asimismo su exhorto a que los criminales recuperen un código mafioso de conducta, absteniéndose de secuestrar, torturar y matar gente inocente. Son asuntos de interés general.
El pacto con el narco seguramente no va a ocurrir por varios escollos: desde los impedimentos formales (leyes, racionalidad estatal, principios democráticos), hasta la razón misma de la cuestión, sintetizada así por Mónica Serrano, experta en la relación entre narcotráfico y conflicto, según un cable reciente de AFP: “una fuente del lucro global de las drogas se encuentra en la política usada para combatirlas”. Los mecanismos de represión se convierten en dispositivos que aumentan la rentabilidad. Por ello creció el beneficio económico de los narcotraficantes desde 2007 al aumentar 68 % el precio minorista de la cocaína.
Este aumento de las ganancias debidas a la guerra contra el narcotráfico y entre el narcotráfico, en la cual las policías y el ejército son un bando más interviniendo en la pugna, ha vuelto tan complejo como incontrolable el fenómeno depredador. Las evidencias surgen una y otra vez, componen un cuerpo de demostración objetiva: el narcotráfico ha penetrado la estructura del poder económico, de la representación política y de ciertas formas culturales, pues su capacidad monetaria en efectivo, la inagotable cantidad de recursos líquidos que requiere mover a través del sistema financiero, equivalentes a varias décimas del producto interno nacional, además de su avasallante política de plata o plomo, su semiótica del miedo indiscriminado, su culto a la muerte violenta, su materialismo sangriento e inmediato, todo ello es un reverso que corresponde al anverso, un segundo estado de mano izquierda aparentemente ignorado por la mano derecha del estado formal. Es decir, parte de lo mismo.
Los buenos, finísimas personas, están de acuerdo con los malos: sus bancos, sus empresas, sus aviones, su tecnología, sus campañas de represión, sus instituciones de combate y castigo. Comparten el culto al dios dinero. La única solución, si la hay, es la legalización de las drogas, pero los mismos estados nacionales están contra ella porque afecta sus intereses inconfesos. Por lo demás, el narcotráfico y el crimen organizado son un fenómeno patológico de este fin de época, un efecto depredante y perverso del capitalismo agónico, no una causa sino una excrecencia mayor de este sistema mundo que parece haber comenzado o una catástrofe o una transformación.
Más que nunca, entonces, requerimos la palabra. Tal vez no la de un poeta, su silencio es intocable, pero sí la de toda la gente decente e indignada, esa mayoría que aún no se ha decidido a actuar de un modo más determinado, más colectivo, más radical ante el horror que nos acecha y ataca. Determinado, colectivo, radical: palabras, pero su mero enunciado es una perspectiva, una posibilidad.
Javier Sicilia será consolado por su fe. No por ser un hombre justo, que lo es como muy pocos, tendrá aplacamiento bálsamo en su precariedad humana, sino porque el dolor interminable, el que rompe el corazón, se convierte en profundo y como si fuera una escuela del alma. El dolor y el espanto nos rodean pero no deben vencernos. No es inútil ser nietzscheanos en esta hora oscura, terminal: “Lo que no nos aniquila nos vuelve más fuertes”, y más valientes y más compasivos, porque el mal, así arrebate injustamente vidas en flor como lo ha hecho, así sea sirviente nihilista de la muerte y el sufrimiento, siempre es banal ante lo sagrado humano: la palabra, el amor, la solidaridad, el cuerpo espiritual de una sociedad que ante lo atroz debe organizarse.

Fernando Solana Olivares.

Friday, April 01, 2011

VISIBILIDADES.

El tema, en otros sitios, ha sido discutido mil veces. Aquí es la primera vez. Tolerancia y sexualidad: los varios modos de amar. Hablaron homosexuales, lesbianas y bisexuales, casi todos jóvenes, delante de un auditorio universitario también muy joven. Contaron sus experiencias, describieron su visión del mundo y tres de ellas y un homosexual fueron carismáticas, por momentos sabias y agudamente humanas. Una jovencita que habló de bisexualidad había dicho: se trata de amar a la persona, no el sexo de la persona.
Hubo chiflidos aislados cuando le advertí a una señora que la pequeña hija con quien había entrado no debía estar ahí. Salieron de inmediato. Bagatela intervino para hablar de salud ---“la enfermedad no tiene sexo”---, y después declaró su encanto por los hombres ---“a mí me gustan, sí”. Lo festejaron mucho. Hice una broma con lo que llamé su mal gusto: el lugar hervía con más de doscientos cincuenta asistentes, la mayoría heterosexuales que así seguirían, y muchas chicas guapas, como van ellas a esos eventos: metamorfoseadas.
Tatiana habló con Mayra, pasándose el micrófono una a la otra, sobre bisexualidad. Alta tersura: lo hicieron y dijeron muy bien. Toda asamblea es una representación política, otra forma del teatro, con ideas, fenómenos reales, abstracciones, temas, pero teatro. Al fin del acto, o casi, cuando ya había hablado Alena ---la fotógrafa y dibujante erótica, descubrimiento local reciente--- y afirmó que un homosexual debe educar a su familia, haciéndolo como si el escenario le fuera un espacio propio, algo que ya conociera desde antes, intervino una madre también joven y guapa para agradecer con elegancia el encuentro. Fue precisa y articuladamente femenina, habló de la información necesaria que ahí había escuchado y el auditorio también le aplaudió: el campo de fuerza era cálido, como una fragua colectiva.
El joven Vargas y Chava reclamaron la violencia intolerante de los grupos gay. Alguno de ellos, Jorge, un homosexual maduro que inteligentemente contó su difícil salida del closet en Lagos, tierra de machos/machas, y alguien más, quizá la abogada gay, abordaron el asunto y lo explicaron como técnica de evasión, de autodefensa. Se aceptó mi moción desde la mesa: que el joven Vargas presentara un proyecto de unificación de los grupos sexuales minoritarios. Hubo risas.
El tema era sexual pero nada menos sexual que lo que venía sucediendo. Una hora antes estaba a todo lo que daba un acto priista realizado en el patio de la Casa de la Cultura: alguna ceremonia de juramentación robótica para fundar un movimiento dentro del movimiento que llevara a su partido a la ventajosa condición de partirle la madre al actual. Algo así a todo volumen. Ocupaba la sillería gente que aparentaba creer real ese aburrido guiñol de polvosas pelucas pueblerinas ante sus ojos. Invisibilidad.
Arriba hervía y no faltó una guarrada: el asunto no era sexual porque era sexual aunque hubo polimorfia perversa: Víctor alzó la mano para preguntar, desde sus lentes negros subidos hasta la cabeza y su collar de cuentas africano alrededor del cuello, a qué horas iba a ser el performance, el teibol. Al terminar usted lo va a hacer y tendrá tres minutos, le dije. Quien quiera quedarse a ver el performance de Víctor, ya sabe. No se hizo, a nadie hubiera interesado.
Las caras del auditorio eran de sorpresa satisfecha. Los ojos de plato y los rostros arrebatados, entretenidos y atentos, las sonrisas admirativas, obedecían de modo literal al tema: la otra sexualidad. Pero además al tratamiento del tema, ese veloz contenido de sociedad abierta que venía ocurriendo ahí. La emoción de los asistentes resultó capturada cuando Jorge empleó un recurso espacio-temporal: aquí, dijo, en este exconvento, no hace mucho las monjas y las novicias ocultaban los hijos nonatos, criminalizaban su sexualidad. Hoy, en el mismo lugar, hablamos libremente de ella. Todo poder es municipal en su origen y siempre conviene una gota de identidad referencial: nosotros así estamos impuestos. Si el lenguaje nos enferma, el lenguaje nos cura. Lo que saques que esté dentro de ti te salvará, lo que no saques te destruirá. El acto iba siendo altamente curativo.
Como yo estoy a la búsqueda de un sistema que permita incluir ciertas materias: lo inconcebible más allá de las representaciones tradicionales, el enfoque de desafíos inesperados, una nueva inteligencia de los riesgos (Lagadec), las crisis en oposición radical con las ciencias sociales (Rosenthal), el vivir en lo irracional, lo no seguro, lo desestabilizado y hostil (otra vez Lagadec), la némesis posmoderna y la esperanza en lo humano históricamente arraigado (Illich), el amor fati (Nietzsche), los brotes epistémicos (Foucault), la época de los titanes (Jünger), en fin, como ando a la búsqueda de un método para esta última hora posindustrial, creo que puede denominarse como visibilidad.
En dos horas y media terminó el ejercicio Ta Megala (discutir lo importante) en Lagos. Otras sensibilidades del pensamiento, otra relación sentimental con la ambigüedad, otras percepciones cognitivas, otros instrumentos de reflexión. Mirar es rodear un objeto y así se vio: una masa crítica de gente joven cambiando las vías sin interrumpir el paso de los trenes. Gramática de la pertenencia mutua, escucharnos juntos. Los fantasmas saliendo de los roperos mentales o las sombras que se borran en la luz. Visibilización.
Para Javier Sicilia: tu fe te consolará.

Fernando Solana Olivares.