Saturday, January 30, 2010

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EL OTRO BORGES, EL MISMO

Las ventajas de la edad también contienen libros. Así como hay experiencias que suceden cuando el tiempo transcurrido del sujeto es suficiente, o bien experiencias que se comprenden solamente al paso del tiempo, así ciertos libros llegan poco a poco a aquel lector que los ha buscado. La sentencia hermética parece adecuada: el adepto se hace a sí mismo, no se le convierte en tal.
Un rumor vuelto suspicacia rodea Borges a contraluz de Estela Canto (Espasa Calpe, 1989), libro esencial para conocer íntimamente y sin las complacencias del carismático prestigio a Jorge Luis Borges, pues nunca volvió a ser publicado y su primera edición no se encuentra en librerías desde hace años. “Hablo aquí del Borges vivo, del hombre que conocí ---escribe Estela Canto en la nota preliminar que abre el volumen---. Lo presento en una dimensión que se ignora, a través de las cartas que me escribió, aunque todo el tiempo indago la relación entre el hombre y su obra, explicando a ésta por aquél y a aquél por ésta”.
Borges, según cuenta Estela Canto, continuaba una poderosa tradición de la antigüedad tardía, cuya idea central, repetida en muchos de sus textos narrativos, ensayísticos y poéticos afirma que un hombre es todos los hombres. El hombre de letras encontró tal correspondencia en libros cabalísticos: el hombre es el microcosmos. Dicha idea tiene dos vertientes: “una débil (esotérica y aria), y otra fuerte (secreta, tradicional y judía)” seguida por Borges, escribe quien fuera primero su joven novia, luego su amada perdida y después su amiga devota hasta el final de su vida.
La exigencia de esa tradición impone tender un velo sobre las verdades últimas, ambigüedad que Borges cumplió de varias maneras en su vida y en su obra escritural. Estela Canto hace notar que uno de sus primeros ensayos va encabezado por una cita de Thomas de Quincey: “Un modo de verdad, no de verdad central y coherente, sino angular y fragmentada”. Modo que a continuación ella misma también practica mediante guiños, sugerencias, veladuras: “Nuestra amistad es el relato de un amor frustrado. Todos sus amores lo fueron hasta una tarde, en Nara, cuando al tocar un Buda descubrió su voz verdadera, esa voz que también eran sus ojos. El hecho de que lo entendiera creó sentido, trazó la forma perfecta que él estaba buscando y que Dios le tenía destinada”.
Estela Canto, a quien le será dedicado “El Aleph” --- “relato de una experiencia mística”, conforme ella misma lo definiera para satisfacción del autor---, describe a su enamorado como a un hombre no convencional prisionero de las convenciones, un hombre que amaba intensamente la vida y quería comprender a la manera hindú, donde la meta de la vida no es la felicidad sino el conocimiento, que eventualmente acaba llevando a la felicidad.
Tanto los juicios políticos como el mundo social de Borges fueron conservadores (“la única formación política que no inspira fanatismos”, se burló alguna vez). Del mismo modo que el monje, el renunciante o el místico aceptan el mundo externo como algo ya dado y cuyas formas obvias y verdades relativas no deben entretenerlos demasiado, igual que los masones cumplen cabalmente con las formas externas para preservar sus secretos o los hombres de conocimiento juntan la exoteria con la esoteria sin perder energía en aquella, Borges simplificó su vida cotidiana dando por aceptado que fuera así y que en ella reinara su madre, Leonor Acevedo, quien se empeñó profundamente en la carrera literaria del hijo y hasta llegó a dictarle el implacable y gauchesco final del cuento “La Intrusa”.
Junto con ese contentamiento cuasibudista y pequeño burgués profundamente ilustrado, otros ámbitos operaron activamente en la existencia de Borges: la revelación literaria (Estela Canto consigna una anécdota sobre un poema dictado por el venerable ciego en Israel: ¿Es bueno?, preguntó aquel a quien se lo había llevado. Debe serlo, contestó Borges haciendo un vago gesto al más allá, pues lo acabo de escuchar), la palabra como instrumento de la liberación interior, la búsqueda malograda y al cabo conseguida del amor. Y la felicidad, que “encontró finalmente en el conocimiento, en el amor sublimado y ---no más no menos--- en la admiración que suscitaba en todas partes”, recuerda la también escritora.
La trilogía borgeana de cuentos compuesta por “El Aleph”, El Zahír” y “La escritura del dios” guardan las claves de esos momentos trascendentes e iluminativos que el autor alcanzó. Acaso los tres contengan el método empleado por él para lograr ver (y escribir) aquella otra dimensión de lo real, de la cosa en sí de las cosas comunes, del velo descorrido de los sentidos habituales.
“No hay un solo día en que no tenga uno o dos momentos de felicidad perfecta”, le dijo Borges a Estela Canto una de las últimas veces que los dos se verían. Ella entendió entonces que el círculo de ese autor perfecto y canónico, un hombre que era todos los hombres, pronto se cerraría, que la espera había terminado y que seguía la liberación.
Ya había escrito años atrás lo que por entonces sentía: “Sólo me queda el goce de estar triste./ Esa vana costumbre que me inclina/ al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina”. Al final su propia vida, místicamente humilde en el fondo y profusamente favorecida en la superficie, lo desdijo: Borges conservó los recuerdos, fue dueño pleno de su prosa extraordinaria, usuario de su imaginación altísima, alcanzó el conocimiento que le estaba reservado y murió sintiéndose agradecido y feliz.

Fernando Solana Olivares.

Saturday, January 23, 2010

LA IRREMEDIABLE DERECHA

El paso del tiempo y los acontecimientos que van sucediendo, las experiencias que significan o las evidencias flagrantes que arrojan no han sido suficientes para atemperar o siquiera matizar la visión inmóvil del mundo de la derecha, del fundamentalismo conservador que hasta hoy ha confiscado el ámbito espiritual y monopoliza todo discurso sobre ese campo semántico inagotable llamado Dios.
No sólo falta a la lógica, sino también a lo divino mismo, decir que se habla en nombre de Dios. Quienes lo perciben por sus propios medios ---chamanes, magos, ascetas, místicos, meditadores o almas simples epifánicas--- nunca lo proclaman ni se llaman sus mensajeros, los santos son ocultos y no declarantes públicos. Lo afirma Panikar, teólogo católico: decir que Dios está de mi lado y contra los otros es una blasfemia.
La jerarquía católica es blasfema. Por eso Pío XII, el mustio pontífice que no condenó públicamente las atrocidades nazis contra los judíos, vio al demonio oficiando junto a él en el altar de San Pedro. Fue literal el espectáculo. Para explicar tantas desviaciones, tanta sangre derramada en su nombre, tanta doble moral, la Iglesia suele afirmar que está compuesta de seres humanos. Y además es relapsa, pues justificándose bajo el supuesto destino manifiesto que la divinidad le ha otorgado, viola y confronta regularmente la ley y al hacerlo se declara perseguida, una táctica histórica de victimización desde los púlpitos que ha repetido una y otra vez para enardecer y polarizar socialmente.
Hay una inmensa sobreactuación ideológica en el frontal embate que el clero católico mexicano, asociado a algunas iglesias evangélicas y ortodoxas, ha enderezado contra las bodas y adopciones de las parejas homosexuales. Si esto quiere interpretarse como una proyección institucional cabe hacerlo: hablan histéricamente de moral los inmorales, así estén togados y bendigan a los fieles, los malos jueces que no empiezan por su casa, quienes son incapaces de impedir y castigar la pederastia entre sus filas, de reconocer la homosexualidad en sus seminarios y conventos, de aceptar la inutilidad de su celibato sacerdotal. Los dipsómanos de la moral ajena, los que ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, los que contradicen el discurso de Jesús.
El 10 de enero, una vez terminada la misa en la Catedral Metropolitana, se leyó un documento a nombre del cardenal Norberto Rivera que inicia así: “Nosotros, pastores del pueblo de Dios, tampoco podemos obedecer primero a los hombres y sus leyes antes que a Dios; toda ley humana que se le contraponga será inmoral y perversa, pues el ir contra su voluntad termina por llevar a la sociedad a la degradación social y a la ruina”.
El problema sigue siendo el mismo de hace dos mil años, como aquel de la masacre católica contra los cátaros albigenses cuando un obispo mandó a su ejército: “Mátenlos a todos, Dios reconocerá a los suyos”. Hablar en nombre de Dios y subordinar lo humano ---el único plano social donde puede haber civilización y tolerancia--- a lo divino intangible, utilizando para ello una descripción cultural que resulta insatisfactoria para el cuerpo y la mente y para aquellos ámbitos del alma y el espíritu todavía no monopolizados por el discurso fundamentalista conservador, es la expresión de un autoritarismo reaccionario que atenta contra la función del Estado y los intereses concretos de la sociedad mexicana.
La modernidad y su consiguiente democracia, el desarrollo científico, intelectual y artístico logrados se basó en la separación crítica entre el conocimiento y la creencia. Las creencias de la Iglesia católica son tan respetables como las de cualquier otro credo, siempre y cuando no pretendan hacerse generales y coartar los derechos de ninguna persona por sus preferencias sexuales o de cualquier naturaleza que no violen el derecho de terceros, un espacio íntimo y privado en el que ni siquiera el dios de la jerarquía católica ---más cerca de Yahvé, el macho cabrío que guía violenta e insensatamente a su rebaño, que del caritativo, dulce y terapéutico Jesús--- debe meterse. Ya cobrará cuentas él mismo en todo caso si es tan cierta la teodicea que tal fe cuenta, pero mientras tanto sus intermediarios hacen política dura, provocadora y maquiavélica, sin duda dictada desde el Vaticano.
“Nos quieren prohibir hablar en nombre de Jesús, predicar su doctrina, cumplir con el mandato del Señor (...) Vemos con profunda preocupación cómo se ataca al matrimonio, cómo se burlan de los valores cristianos y de nuestras creencias más sagradas”, etcétera. Hay un tufo cristero cuando la Iglesia habla en sus templos de no replegarse “ante las persecuciones ideológicas”. Los persecutores se autocrucifican como si fueran perseguidos. Lo mismo hizo la jerarquía católica al cerrar los templos antes de la Cristiada y mentirle a los creyentes que había sido el presidente Calles.
Doble vínculo, doble mensaje, doble moral. Pero triple efecto, quizá, pues alguna intención calculada estos melifluos y encumbrados curas han de buscar. Un “posicionamiento”, como hoy se dice, una presión para lograr algo, un jaque para lo que venga a continuación. ¿Qué busca la jerarquía católica, otro de los poderes fácticos del segundo Estado, el verdadero, que se disputan los jirones del país? ¿Casual tensión política cristera o mera coincidencia cíclica bicentenaria? Los excomulgadores de Hidalgo se mueven para desacatar las leyes y desafiar a las instituciones republicanas. ¿Hasta dónde toparán sus órdenes divinas?

Fernando Solana Olivares.

Friday, January 15, 2010

LEYENDO A KEN WILBER / y III

La práctica integral de Ken Wilber, bosquejada en El ojo del espíritu (Kairós, Barcelona, 1998), consiste en un enfoque diseñado para ejercitar simultáneamente todos los niveles y dimensiones del cuerpomente de la persona, y al nivel físico ya mencionado sigue el trabajo en el nivel emocional.
Wilber cita diversas técnicas de respiración y movimiento (entre las cuales debe elegirse una y ser perseverante y sistémico en ella: fenomenal problema): t’ai chi, yoga, bioenergética, circulación de prana o energía-sensación (ejercicios de resensibilización corporal), así como el adiestramiento de una sexualidad encarnada en la totalidad del cuerpo y autotrascendente, que se puede aprender en las fuentes debidas.
En el nivel mental, el autor propone la incursión en alguna terapia psicoterapéutica o cognitiva, así como desarrollar el trabajo de contacto e incorporación de la sombra personal, la parte oscura de la psique. Sugiere además que la adopción de una filosofía consciente de la vida, el empleo de las visualizaciones mentales (que sirven al sujeto para cobrar conciencia de su conducta), y la construcción de afirmaciones vitales positivas, permiten el desarrollo humano en tal nivel.
En el nivel social, que llama interobjetivo, Wilber señala como indispensable el asumir la responsabilidad propia y personal con Gaia: “la naturaleza, la biósfera y las infraestructuras geopolíticas a todos los niveles”. Y en cuanto al terreno de las instituciones, indica que deben ejercerse “los deberes educativos, políticos y cívicos desde la familia hasta la ciudad, el estado, la nación y el mundo”.
En el nivel cultural (intersubjetivo, según lo designa) menciona el plano de las relaciones con la familia, los amigos y todos los seres sensibles, y el establecimiento de las mismas como parte del desarrollo propio, de la superación del egoísmo del yo. Asimismo, recomienda involucrarse en trabajos de voluntariado social y comprometerse “con el mundo intersubjetivo de la Bondad ejerciendo la compasión con todos los seres sensibles”.
Y por último, en el nivel espiritual, que estructura y explica como psíquico, sutil, causal y no dual, cuatro grados específicos y tangibles de dicha dimensión absolutamente verdadera y habitable, Wilber menciona diversas meditaciones y escuelas contemplativas pertinentes para cada uno de ellos, cuyos métodos psicofisiológicos de acceso a otros estados de conciencia están acreditados por la tradición y ahora, además, comprobados experimentalmente por la ciencia occidental.
La idea central de “cualquier abordaje auténticamente integral” (o sea, de un heroísmo, un malestar y una fuerza tales que lleven al sujeto a proponerse una transformación tan radical como vivir conscientemente en la multidimensionalidad) consiste en la elección de una práctica de cada categoría, de tantas categorías a la vez como se pueda, y de practicarlas sistemática y simultáneamente. Mientras más categorías se ensayen, más eficaz y redituable será la práctica personal, el despliegue de “los diversos potenciales del cuerpomente”, pues todos los niveles forman parte del ser humano, así éste lo sepa o no.
En la perspectiva de Wilber, una puesta al día de nociones provenientes de aquello que se llama Filosofía Perenne, la evolución integral supone que todo estado es absorbido, nunca destruido, por el nivel siguiente, y que los seis: el físico, el emocional, el mental, el social, el cultural y el espiritual, son indispensables para lograr que esos diversos potenciales del cuerpomente se obtengan aquí y ahora en la vida concreta del sujeto, en su acción cotidiana, en el momento histórico que le fue dado, cualquiera que éste sea.
“El cuerpismo (un rasgo distintivo del mundo moderno y postmoderno que nos mantiene atados al nivel corporal) es, de hecho ---escribe Wilber---, otro término para referirse al mundo chato, a la creencia de que las únicas realidades verdaderas son las sensoriales y empíricas, algo que afecta por igual a la cultura dominante y a la contracultura”. Este es uno de los obstáculos centrales para conseguir una práctica personal integral: el mundo de la superficie y sus envolturas brillantes que contienen nada pero embaucan a todos, el mundo chato. Y es el cuerpo físico el que nos coloca ahí.
En suma, Wilber, “el primero en haber desarrollado una teoría de campo unificado de la conciencia”, abre una vía distinta que permite comprender y poner en práctica otra forma cultural posible donde se incluye y se integra al cuerpo, a la mente, al alma y al espíritu. Su mera aparición y su notable consistencia, su reunión teórico y práctica, son sin duda parte de un proceso cognitivo, también integral, que viene sucediendo en estos tiempos culturalmente terminales: hay muchos mundos, están en éste, se deben integrar.
Así aceptamos que la casa del ser está hecha de varias habitaciones y que las mismas se deben visitar con frecuencia regular. Entonces, aunque suene lírico o aparentemente indemostrable, todo suceso vuelve a tener sentido, todo vivir se convierte en una aventura prodigiosa y todo sujeto sabe que está delante de su propio espectáculo personal, en ocasiones trágico, a veces feliz, a veces aburrido, donde cumple como actor y espectador de un guión ajeno. Pero si comprende cómo lograrlo y persevera en ello puede volverse codirector y escribirlo distinto, puede cambiar el guión. Ya es dueño de su espectáculo.

Fernando Solana Olivares

Friday, January 08, 2010

LEYENDO A KEN WILBER / II

La cultura predominante está compuesta, dice Ken Wilber, por el liberalismo ateo y por el conservadurismo fundamentalista. Una cultura así desdeña toda espiritualidad verdadera. Eso le falta al liberalismo: una perspectiva espiritual. Eso le sobra al conservadurismo fundamentalista: la robotización ideológica y el estéril y sangriento monopolio del espíritu durante siglos.
Quizá la diferencia esencial entre Ken Wilber y casi todos los pensadores anteriores a él sobre todo radica en lo siguiente: una práctica integral que se realiza con el cuerpo, la mente y el alma para primero atisbar, luego probar y después ocupar ese territorio espiritual que engloba a los otros tres, que los contiene de manera completa. El nombre de dicho alcance, potencialmente posible para la mayoría de los seres humanos, es llamado conciencia no-dual, y también, conciencia sin elección, pues en dicho estado mental se resuelve la percepción de separatividad entre el observador y lo observado.
Antes de reseñar lo que Wilber entiende por una práctica integral, es importante enfatizar además aquello que él menciona como obstáculos para lograr una orientación personal transformadora así: las “visiones exclusivamente traslativas” (es decir, que trasladan al sujeto mentalmente fuera de sí, dándole referentes morales y seudoespirituales externos), centradas en las nuevas ideas o paradigmas sobre la realidad. Y aunque no niega la importancia de algunas de esas ideas, y aun su acuerdo con ellas, Wilber señala que “aprender un nuevo concepto jamás nos permitirá acceder de manera constante a la conciencia no dual, porque para ello es necesaria una práctica intensa y prolongada”.
Eso que el autor llama “campo traslativo” ---cuestiones como la teoría sistémica, la ecopsicología, el ecofeminismo, los teóricos de la “red-de-la-vida”, el neopaganismo, la astrología, la neoastrología, la ecología profunda, el culto a la Diosa/Gaia---, queda atrapado en el mundo sensorial y motriz inmediato, “el mundo chato descendente”, donde el esfuerzo del conocimiento y la reflexión no se centra en transformar la conciencia sino en traducir el mundo, el mismo mundo que traduciéndolo y traduciéndolo se convierte para el sujeto en una prisión.
¿Hacia dónde va la conciencia cuando se ejercita en su transformación? A los dominios mentales que se llaman sutil, causal y no dual. Son estados que la conciencia alcanza mediante técnicas psicofisiológicas de atención y concentración. Desde hace dos décadas, cuando menos, las investigaciones científicas occidentales sobre neurología y estados meditativos han demostrado la verdad objetiva de lo que tales estados logran cerebralmente en el practicante, su funcionalidad superior. Hay un impedimento inmenso, sin embargo, para construir y sostener el hábito de la meditación y el silencio interior, para librar la guerra santa individual de repetir un día y al siguiente y al otro también esas prácticas psicofisiológicas tan fáciles que se vuelven tan difíciles. La acción cotidiana espiritual.
Y el que solamente un mínimo porcentaje de gente sostenga la repetición diaria, único medio de probar sus efectos, no cancela su verdad empírica, comprobable para quien se tome el duro, ascético trabajo, una dedicación inusual y escasa en una cultura como la nuestra dedicada al narcisismo y a la comodidad. La propuesta de Wilber afirma que cualquiera podría diseñar su propia práctica integral, un enfoque que ejercite “simultáneamente todos los niveles y dimensiones del cuerpomente humano: físico, emocional, mental, social, cultural y espiritual”. Territorios cartografiados por el penetrante ojo intelectual de Wilber, por su vasto conocimiento de tantos temas hecho en sus propias fuentes, por su pensamiento integrador profundamente original, culturalmente multiabarcante y sintético, con mucha mayor cantidad de verdad que otros, pues integra a la realidad perceptible el ámbito determinante y resolutivo para lo humano de una verdadera espiritualidad no dogmática ni confesional, hasta liberal, si se quiere, encontrable en todos los planos de la existencia. Un brillante pensamiento teórico dotado, además, de un método tangible para ser puesto en práctica. Elevadísima, superior autoayuda.
Una práctica integral debería componerse, según Wilber, de acciones dirigidas y conscientes en los ámbitos citados: físico, emocional, mental, social, cultural y espiritual. Las acciones físicas tienen que ver con la dieta apropiada y el ejercicio físico indispensable (“estructural”, le llama) para estar en forma y elevar el sistema inmunológico. No es solamente una metáfora creer que el cuerpo es un templo, como postula la tradición hindú. A Wilber le encanta el cuerpo pues es el asiento de la conciencia. Al suyo lo trata con especial cuidado. Y sin atorarse en hedonismos superficiales, en tonterías yoicas, su cuerpomente está fuerte y sano: ese es su soberano arbitrio, su voluntad de voluntad.
Aparición simultánea: la enfermedad, la curación. Y Wilber no sufre por el drama histórico, pues aunque lo conoce al dedillo está en él sin estar. Tampoco es apocalíptico ni terminalista. Si el horror obra en el tiempo y en el espacio, la obra de Ken Wilber muestra que estando aquí, en el momento histórico, sin irse a ninguna fuga mental o emocional traslativa, se puede vivir más allá de tal horror.
Tonta modernidad que cree que el ámbito espiritual es una cuestión de locos, escribe el autor, cuya propuesta es acabar con la autocomplacencia, abrir las puertas de la percepción.

Fernando Solana Olivares

Friday, January 01, 2010

LEYENDO A KEN WILBER / I

Nació el 31 de enero de 1949 en Oklahoma. A los veintitres años publicó un libro original y absorbente, El espectro de la conciencia, en el cual iniciaba una tarea intelectual analítica muy compleja pero suficientemente accesible para poder comprobarse: una nueva reflexión integral a partir de las grandes tradiciones filosóficas, psicológicas y espirituales de la humanidad.
“He elegido el término integral ---explicó Wilber--- para representar un enfoque envolvente, porque integral significa integrador, inclusivo, global y equilibrado, que no sólo resulta imprescindible para el campo de la política, sino que también modifica profundamente nuestra concepción de la psicología y de la mente humana, de la antropología y de la historia humana, de la literatura y del significado del ser humano, de la filosofía y de la búsqueda de la verdad, aspectos todos ellos que en mi opinión se ven profundamente afectados por un enfoque completo que trata de rescatar lo mejor de cada uno para entablar un diálogo mutuamente enriquecedor”.
En 1995 publicó otro libro, Sexo, ecología y espiritualidad, donde aplicó ese método integral. En su introducción proponía interrogantes básicas para lograr comprender y superar los graves problemas de este momento: ¿cómo llegar a ser plenamente humanos y a la vez liberarse del destino de ser solamente humanos?, ¿cómo encontrar el Espíritu en un mundo abandonado por el Dios y por la Diosa?, ¿cómo dejar de destruir Gaia al intentar mejorar las condiciones de vida de los seres humanos?, ¿cómo encajar en un Kósmos inmensamente más grande?, ¿cómo ser un individuo completo y a la vez integrado en algo mayor a uno mismo?
Consultando un glosario preparado por Miguel Grinberg sobre el sistema wilberiano, puede saberse que su concepto del Kosmos (como lo denomina) se distingue de la perspectiva científica habitual que asume al “cosmos” como una realidad física perceptible solamente por los sentidos o por las pruebas de laboratorio. Wilber incluye en dicho término, además de las realidades pesables y medibles del mundo material, las de la vida, la mente, el alma y el espíritu. Su visión kósmica explora el mundo interior, el mundo infinito y los estados intermedios entre uno y otro. Busca lo que llama “la esencia integrada” del universo, no sólo las realidades del mundo superficial, del mundo chato. Reformulando un antiguo concepto pitagórico, Wilber contempla todas las realidades de la existencia como situaciones dinámicas y evolutivas. El Kosmos incluye al universo material y a la vida multidimensional en todas sus expresiones, pues es un Todo interconectado que abarca lo que existe y lo que puede existir.
Diversas libertades o alcances concurren a la aparición de un pensamiento y un pensador distintos a los discursos anteriores, al surgimiento de una filosofía que “presenta más visos de credibilidad, como un abrazo genuino entre Oriente y Occidente, entre el Norte y el Sur”, según afirma su propio autor. Y una de ellas, primera y esencial, es el conocimiento, exploración y ejercicio del ámbito más asustante y perturbador, del más silenciado para el positivimo materialista y el liberalismo ateo: lo espiritual. En otra de sus obras centrales, El ojo del Espíritu, un prólogo firmado por Jack Crittenden resulta útil para comprender el método analítico del autor. Después de leerlo, mucha gente le ha escrito a Wilber para decirle que por fin entiende lo que él escribe. “Gracias a Dios que alguien ha podido explicarlo”, responde con humor.
Crittenden demuestra que la visión integral de Wilber está entretejida a partir de verdades procedentes de diversos campos: física, biología, ecociencias, ciencias sistémicas, medicina, neurofisiología, bioquímica, arte, poesía, estética, psicología evolutiva, así como de un amplio espectro de abordajes filosóficos, intelectuales y psicoterapéuticos, que va desde Platón a Nagarjuna, de Descartes a Habermas, de Heidegger a Gadamer, de Marx a Luhmann, e incluye también a las escuelas místicas y contemplativas de las tradiciones meditativas orientales y occidentales, y a las grandes tradiciones religiosas de todo el mundo.
El cómo lo hace, el método que Wilber utiliza para reflexionar consiste, primero, en descubrir el nivel de abstracción en el que las distintas visiones que estudia y compara coinciden entre sí. Al abordar prácticamente todos los campos del conocimiento humano, este autor centra su atención en generalizaciones orientadoras sólidas, confiables, irrefutables si cabe. Una síntesis posible de todas las verdades aportadas por los diferentes campos del conocimiento. No se trata de determinar que teoría está en lo cierto y cuál equivocada, sino sobre todo reconocer la verdad de la que participa cada una, preguntándose por el sistema que podría incorporar, de manera coherente, el mayor número posible de tales verdades.
Por ello Crittenden afirma que “la visión de Wilber reconoce, incorpora e integra más verdad que cualquier otro sistema de la historia”. Es decir, el mayor número de generalizaciones orientadoras procedentes del mayor número posible de campos del quehacer humano.
En una obra deslumbrante y extraordinaria que hasta ahora abarca 16 volúmenes, Ken Wilber ha intentado integrar métodos y campos distintos mostrando siempre el modo en que encajan entre sí. Proponiendo también, como parte de ese nuevo pensamiento, el desarrollo de una espiritualidad transformadora, auténtica y revolucionaria que “no se ocupa de satisfacer al yo sino de trascenderlo”. La vía del Espíritu en acción.

Fernando Solana Olivares