Friday, February 22, 2013

LA PUERTA ABIERTA / I.

Una cavilación similar está en Peter Sloterdijk y su Crítica de la razón cínica: “Si fuera verdad que es el malestar en la cultura lo que provoca la crítica, no habría ninguna época tan dispuesta a la crítica como la nuestra. Sin embargo, nunca fue tan fuerte la inclinación del impulso crítico a dejarse dominar por sordos estados de desaliento”. Tal decepción analítica, una parálisis de las opciones posibles e incluso imaginadas para transformar el tiempo histórico predominante, es el resultado de una razón indolente fomentada por el mismo modelo del capitalismo ultraliberal, cuyo éxito planetario ha consistido sobre todo en “destruir la posibilidad de pensar la alternativa” ante él, según ha denunciado Joseph Stiglitz, fomentando mediáticamente un estado de desaliento social, de inmovilidad crítica y reflexiva, de resignación existencial. Sin embargo, no es que el pensamiento alternativo no exista actualmente, y aun desde el comienzo de la sociedad industrial o antes, sino que ha sido vuelto invisible por la ideología hegemónica global y sus mandarinatos políticos, informativos, académicos e intelectuales. Ese golpe de estado mental es lo que Viviane Forrester llama la “extraña dictadura” que ha logrado hacer de un sistema ideológico y de sus prácticas inducidas fenómenos naturales, “tan irreversibles e inflexibles como el Big Bang, tan imposibles de contrarrestar como las mareas, la alternancia del día y la noche o el hecho de que somos mortales”. Juan Carlos Monedero, científico social que presenta una de las obras esenciales para comprender que sí existen alternativas al destructivo modelo ultraliberal establecido: El milenio huérfano. Ensayos para una nueva cultura política de Boaventura de Sousa Santos (Trotta, Madrid, 2011), observa que “una abstracta y orwelliana política del pensamiento ha hecho grandes esfuerzos por ocultar parcelas de realidad de manera premeditada”. Dicho empeño de ocultamiento, hasta hoy tan eficaz, borra la acción social colectiva del ayer junto con sus lecciones y experiencias y así impide la posibilidad crítica para entender la miseria del presente, para “la construcción del espanto que produciría, con otra mirada, su horror”. Esa experiencia desperdiciada es calificada por Santos como recortes de realidad que también son recortes del pensamiento, indispensables en la aceptación acrítica del cortoplacismo económico, político, ecológico y social característicos de la lógica capitalista y su patología de la rentabilidad. Cierta perplejidad persigue desde hace años a Santos: la incapacidad de las ciencias sociales heredadas para dar cuenta adecuadamente de nuestro tiempo y orientarnos en los procesos sociales de transformación en curso. Una realidad social sobreteorizada se mezcla con otra realidad considerada irrelevante o ni siquiera percibida por el monólogo colonialista de la modernidad occidental, el cual está irremediablemente determinado por relaciones ideológicas de superioridad/inferioridad y por criterios monoculturales. Santos denuncia esa “racionalidad indolente, cuya indolencia se traduce en la ocultación o marginación de muchas de las experiencias y creatividades que se dan en nuestro mundo, y, por tanto, en su desperdicio”. En esta tarea de abrir puertas y mirar donde no se suele dirigir la mirada, Santos reconoce tres líneas maestras que guían su pensamiento crítico, una brillante manera de despensar, como diría Wallerstein, todo aquello que el pensamiento hegemónico da por incuestionable y establecido: 1) una nueva teoría de la historia que ensanche el presente para dar cabida a todas aquellas experiencias sociales silenciadas por no corresponder a las monoculturas del saber y de la práctica dominante, y que a la vez encoja el futuro y su falaz exaltación del progreso para sustituirlo con la búsqueda de alternativas tanto utópicas como realistas; 2) la superación de los preconceptos eurocéntricos y occidentalizados de las ciencias sociales, parte de la colonización de un seudosaber impuesto por intereses geopolíticos; 3) la reconstrucción teórica y práctica del Estado y de la democracia en el contexto de lo que hasta ahora se describe como globalización. Buenas noticias, en suma, para “pensar lo impensado, o sea, asumir la sorpresa como un acto constitutivo” de otra reflexión teórica que construya “una utopía intelectual que hará posible una utopía política”. Puede llamarse mera justicia cognitiva: pensar para transformar. Fernando Solana Olivares

Friday, February 15, 2013

ASESINATOS PSÍQUICOS / y II.

Aquella reproducción inconsciente del destino nunca hablado de sus padres llevó a la generación alemana posterior a conductas insanas descritas por Alice Miller: mujeres enfermas de anorexia orgullosas de pesar 30 kilos como sus madres y abuelas cuando estuvieron en campos de concentración; jóvenes heroinómanos desencantados por el desencanto absoluto de sus mayores, sobrevivientes o perpetradores del holocausto; nietos de combatientes antifascistas integrantes de violentas pandillas adoradoras de iconos nazis. Patologías propias de una generación educada para guardar silencio y padecer las consecuencias de ello. “La forma colectiva del comportamiento absurdo es la más peligrosa ---escribe la autora---, ya que su carácter absurdo no llama la atención de nadie y acaba siendo sancionado como ‘normalidad’. La inconveniencia o la impropiedad de hacer preguntas a los padres sobre el Tercer Reich fue algo evidente para la mayoría de los niños de la posguerra en Alemania”. El mutismo de ese período y la invisibilización del pasado de los padres en él eran parte de “las buenas costumbres”, una vida aparente que reposa en los secretos podridos por la negación. La influencia del silencio en las desviaciones sociopáticas contemporáneas sigue activo. La historia del Tercer Reich confirma que lo aberrante reside en lo ‘normal’, en aquello que las mayorías sienten (o se les induce a sentir) como evidente. El generalizado desprecio cultural por la vejez y los viejos, por ejemplo, el tan extendido culto mediático actual de “juvenilia” comenzó tiempo atrás: “Mi pedagogía es dura. Lo débil debe eliminarse a martillazos. […] Quiero una juventud violenta, dominante, impávida, cruel. La juventud ha de serlo todo. […] En ella no debe haber nada débil ni tierno. […] Quiero una juventud fuerte y hermosa… Así podré crear algo nuevo”. Este era el credo pedagógico de Hitler en Mi lucha. Educado por un padre bastardo, cuya descendencia judía siempre quedó en duda, profundamente autoritario y violento, solemne hasta la dureza y seguramente lector de Schreber ---quien sólo tematizó hábitos sociales observados durante siglos---, Hitler provenía de una familia prototípica del régimen totalitario, “cuyo amo, indiscutible y brutal, es el padre”. Miller subraya que en una atmósfera así los más oprimidos resultan ser los niños, jerarquía del horror que detalladamente corresponde a la impuesta por el nazismo en los campos de exterminio. Y que tanto Hitler, la autoridad incuestionable, como la mayoría del pueblo alemán, seguidora entusiasta del tirano, son un producto de las prácticas ancestrales del maltrato infantil y la obediencia ciega: “Hitler consiguió, gracias a su compulsión inconsciente a la repetición, transferir su trauma familiar a todo el pueblo alemán”. Helm Stierlin, un psicoanalista que ha estudiado a Hitler, parte de la premisa de que la madre impensadamente le encomendó la tarea de rescatarla. Según esta hipótesis la Alemania oprimida vendría a ser un símbolo de la madre torturada por el amo despiadado, el padre cruel. Y el encarnizamiento del dictador simbolizaría una lucha titánica para liberar a su propio yo “de los carriles de una humillación infinita”, trasladándola a los demás. Otra obra analítica ---Fantasmas masculinos de K. Theweleit--- constata que en los personajes que han encarnado históricamente la ideología fascista o totalitaria reaparece casi siempre la imagen de un padre severo y punitivo hasta llegar a la maldad. Para Alice Miller la enfermedad social se origina en la infancia de las persona. Sin embargo, la pedagogía negra que ella detalla mediante agresiones directas y castigos atroces a los niños hoy presenta manifestaciones acaso más difusas pero igual de perversas que componen un horizonte terminal de abandono, indiferencia, maltrato y descuido sistémicos. Un negro horizonte posmoderno de desamor y toxicidad mediática donde los niños videns preludian la extinción del casi arcaico homo sapiens. Una sociedad se define por el trato que da a sus niños. La condición de “molino satánico” atribuida por Polanyi al capitalismo terminará cuando la infancia sea el terreno privilegiado del desarrollo humano en una atmósfera de atención, no de consumo, de experiencias directas y no virtuales. Una utopía emocional que hará posible una utopía política: la aparición de una mente colectiva nueva. En la infancia nos enfermamos; en la infancia nos curaremos. Fernando Solana Olivares.

Friday, February 08, 2013

ASESINATOS PSÍQUICOS / I.

A mediados del siglo XIX el doctor Schreber, pedagogo alemán, escribió una serie de obras sobre educación infantil que se popularizaron rápidamente y fueron traducidas a varios idiomas. La recomendación repetida en ellas siempre era la misma: por su propio bien, y a más tardar a los cinco meses de vida de un niño, los padres debían empezar a vencer su terquedad natural y enseñarle que ellos eran sus amos. “A partir de entonces ---escribía Schreber---, bastará con una mirada, una palabra o un solo gesto amenazador para controlarlo. No olvidemos que con esto le estamos haciendo un gran beneficio al propio niño, ahorrándole muchas horas de inquietud y liberándolo de todos aquellos tormentos interiores que proliferarían con suma facilidad, convirtiéndose en enemigos vitales cada vez más serios y difíciles de superar”. La terrible metodología de la violencia convertida en sistema educativo volvió a mostrarse en un afamado caso terapéutico descrito por Freud, el del hijo del propio Schreber, un paranoico destruido mental y emocionalmente por la pedagogía negra del padre. Los maltratos hacia los niños han sido moneda corriente en un gran número de sociedades, y la visión idílica de la infancia como paraíso irrecuperable a menudo esconde el ciego horror de los infiernos domésticos donde el infante es golpeado y castigado para corregirlo, una norma cultural que lo obliga a agradecer la violencia que recibe. Según postulan algunos psicoanalistas de la infancia, la situación del niño agraviado resulta peor que la de un adulto en un campo de concentración: el niño está obligado a olvidar y perdonar el maltrato y no puede darle a su experiencia la auténtica dimensión trágica que le permitiría salvarse de los costos inmediatos y futuros de su dolor. En Por tu propio bien, un libro de la analista alemana Alice Miller (Tusquets Editores, Barcelona, 1986), la educación queda desenmascarada como un acoso irreductible a la vitalidad infantil en la cual no se aceptan ni el odio o la cólera de los pequeños agredidos hacia sus agresores ni la mecánica psíquica del duelo para elaborar lo que se sufre, comprenderlo, y superar la pulsión que inexorablemente los llevará a ejercer esa violencia con otros más al llegar a la edad adulta. La soledad interior del niño maltratado es absoluta. A diferencia del adulto torturado, que nunca aceptará que sus sufrimientos le fueron infligidos para su beneficio personal, el niño no es libre, ni siquiera al interior de su propio yo, para aborrecer a sus padres torturadores. El cuarto mandamiento mosaico, una castración emocional, recorre toda la cultura judeocristiana y hace de la indefensión infantil un imperativo anclado en los sustratos más íntimos de la moral colectiva. Ante el obligatorio “Amarás a tus padres” muy pocas libertades y rebeldías se han permitido: entre las tragedias griegas ---entendidas siempre como alegorías y símbolos--- y el viejo e inaceptado dicho de la Inglaterra isabelina: “Good mother is a death mother”, predomina la doble moral milenaria que justifica al padre o madre que maltratan y obliga al niño a perdonar. Las secuelas del agravio infantil, como afirma Alice Miller, están presentes en los grandes (y siendo así también en los pequeños) procesos de exterminio y destrucción colectivos. Queda por hacerse todavía la psicohistoria del totalitarismo a partir del binomio niño torturado-adulto torturador, niño dominado-adulto dominador, pero algunos ejemplos de la autora apuntan al levantamiento de un escenario donde las sociedades que exterminaron a otras, o a grupos sociales dentro de ellas, fueron casi siempre integradas por niños educados en la pedagogía negra de ese horror cotidiano aceptado como normalidad. Siguiendo una hipótesis conductual corroborada mediante abundantes pruebas: todo comportamiento aberrante tiene su prehistoria en la infancia temprana (equivalente al enunciado que años atrás anticipara el mexicano Santiago Ramírez: infancia es destino), Alice Miller demuestra que las secuelas tardías de la guerra y del régimen nazi en la generaciones alemanas siguientes obligaron a éstas a reproducir inconscientemente el destino de sus padres, con tanta mayor intensidad cuanto menos a fondo lo conocieron. Sumas cerradas o partes alícuotas. La brutal violencia civilizacional que se padece no es más que una reproducción cuyos efectos descansan en las causas que les dieron origen. Un hijo desdichado será un adulto que provocará desdichas. Fernando Solana Olivares.

Friday, February 01, 2013

FRATERNIDAD HORMIGA / y II

La reivindicación del hormiguero como forma ideal de organización humana hecha por Maurice Maeterlinck en 1930, concluía con una temible exaltación. Ante su crítica de la pérdida cultural del sentido de lo colectivo, el autor de La vida de las abejas oponía un anhelo que el tiempo demostraría ser atroz: “El socialismo y el comunismo, hacia los cuales avanzamos, constituyen un paso en esa dirección”. Henry McCook, formicólogo norteamericano, en 1909 encontró en las comunidades de hormigas un civismo natural, tentadora variante del comunismo colectivista y una suerte de socialismo práctico de la naturaleza. Años antes, un naturalista británico había afirmado que entre los hormigueros de Nicaragua existía uno que resultaba el modelo análogo a la descripción de Utopía hecha por Tomás Moro. Casi todos los modelos que el hombre ha construido contienen elementos que Melvin J. Lasky llama “insectistas”. La comparación nostálgica con el hormiguero como metáfora para organizar a las sociedades oculta un alto grado de pensamiento totalitario y, como toda utopía, proviene de la esperanza a la vez que de la desesperación. Arnold Toynbee señalaba que la estructura social de las sociedades humanas imaginarias está inspirada en el modelo de los insectos sociales (la hormiga, la abeja) y en “civilizaciones detenidas” como la de los espartanos, los esquimales y los nómadas. Y en los hormigueros (o en las colmenas) advertía los mismos rasgos de casta y especialización, de adaptación fatalmente perfecta de la sociedad a su ambiente, como los descritos en Un mundo feliz de Aldous Huxley, La república de Platón o las fantasías de H. G. Wells. Según el autor del Estudio de la historia las utopías aparecen cuando una sociedad se ha quebrantado e inicia una decadencia que concluirá en su caída: “Detener ese tipo de movimiento es lo máximo a que puede aspirar una utopía, ya que una sociedad rara vez comienza a escribirla antes de que sus integrantes hayan perdido la esperanza y la ambición de realizar mayores progresos, y hayan sido intimidados por la adversidad al grado de contentarse con poder conservar las circunstancias que sus padres habían ganado para ellos”. Las utopías provienen de una esperanza reglamentada, y en casi todas ellas hay una gran rigidez, son autoritarias y su perfeccionismo es paternalista. Siendo la vida tan variada y la imaginación humana tan rica, es paradójico que las fantasías de libertad resulten tan inflexibles (lo mismo, si se quiere, que todas las narrativas sobre los cielos después de la muerte, lugares tan monótonos, aburridos e iguales). Ante tal esterilidad creativa, Lewis Mumford se ha preguntado: “¿Cómo puede estar tan empobrecida la imaginación humana, supuestamente liberada de los apremios de la vida actual? ¿De dónde procede toda la compulsión y la reglamentación que marcan estas comunidades supuestamente ideales?” La trágica conclusión de las utopías modernas comprueba su admirable y costosa inutilidad. El fracaso proviene de que en ellas nunca se concibió a un hombre libre y diferenciado porque en el trasfondo moral de cada visión reformadora estaba la certeza de que la libertad no proporcionaría nunca un sentido de finalidad, dignidad y significado a la vida humana. La lengua de todos los utopistas, en cuya escala deben contarse los estadistas y los políticos, ha sido doble: una de ellas de encantador y otra de profeta. Ya advertía Filón de Alejandría en la antigüedad que todo estadista es un intérprete de los sueños de la sociedad, y que ante la confusión, el desorden y la oscuridad de la vida humana debe mostrarle al pueblo “que esto es hermoso, y aquello, lo contrario; esto es bueno, y malo aquello; esto es justo, e injusto lo de más allá”. De reflexiones así han derivado utopías y exaltaciones de la fraternidad de las hormigas, políticas mesiánicas y, sobre todo, abdicaciones de la libertad. Sin embargo, como entre los hombres “las cosas se convierten en su opuesto”, hoy ya no está en boga la utopía sino lo contrario: hormigueros urbanos enloquecidos donde cada integrante actúa disociado de los demás, profecías masivas de destrucción mediante catástrofes ambientales, plagas de muertos vivientes que asolan ciudades, terrores biológicos o alienígenas terminales. Si las sociedades tienen éxito en tanto sus simbolizaciones imaginarias así lo postulen, ¿qué significa este culto mediático a la distopía, a la destrucción inminente, al final que ya está aquí? Fernando Solana Olivares