Saturday, December 27, 2014

SALINGER Y NUEVE / Y II

La sexta condición propuesta por los biógrafos Shields y Salerno para intentar explicar lo inexplicable, el genio literario de Salinger, consiste en el cumplimiento de la segunda etapa entre las cuatro que predica el credo del vedanta al que se convirtió el escritor de El guardián entre el centeno: la vida familiar. Aun sin contar con un temperamento propicio para ser marido o padre, Salinger cumplió formalmente esa etapa, la cual describe en alguno de sus cuentos con una perfección literaria contradictoria con el imperfecto y ausente modo de vivirla que tuvo. Esa paradoja tan común en el drama humano del escritor: poder escribir sabiamente sobre lo que no se logrará vivir con satisfactoria normalidad. La séptima condición es un mero énfasis de la anterior: los hijos. Salinger tuvo dos que según los biógrafos representaron la mejor encarnación posible de partes distintas de sí mismo: Matthew y Margaret. El hijo reverente y agradecido, devoto del padre y ahora administrador del patrimonio de Salinger y del proceso de publicación de sus textos inéditos. La hija rebelde, crítica del padre y confrontadora, cuyo libro de memorias, Elguardián de los sueños, es descrito como una canción de amor desgarrada de la hija al padre en 450 páginas, la cual “no importaba: él estaba a millones de kilómetros de distancia, en su torre”. Y la octava circunstancia, la obsesión de Salinger, tanto en su obra como en su vida, por las jovencitas al borde de la sexualidad: “un mundo físico edénico, una sexualidad anterior al Pecado”, anterior al tiempo atroz de la guerra que convierte todos los cuerpos en cadáveres. Traumas, culpas por haber sobrevivido, inconsciencia deseada y no obtenida, concluyen Shields y Salerno, para casi saldar así el mapa emocional de Salinger. Son las últimas dos condiciones, la reclusión y el desapego, las que acabarán de construir el fenómeno de esta existencia tan singular. En palabras de Paul Alexander, Salinger era un ermitaño que coqueteaba de cuando en cuando con el público para recordarle que era un ermitaño. La retirada del mundo, etapa final del vedanta, también representa la estrategia publicitaria perfecta: si era invisible para la gente, podría estar en todos los lugares de la imaginación pública. Esta afirmación de los biógrafos, cínica y utilitaria, sugiere que Salinger instrumentó para su beneficio literario la religión a la que se convirtió. Shields y Salerno transcriben lo que señala Margaret, la hija, al exponer el desapego, la última condición de las diez mencionadas para explicar al autor de Nueve cuentos: “Siente desapego por tu dolor, pero Dios sabe que el suyo se lo toma con una seriedad mortal”. Margaret acabó dándose cuenta, según escribe en sus corrosivas y afligidas memorias, que Salinger, contra todas sus declaraciones y escritos, era un hombre sumamente necesitado de atención. Se trata una vez más de la frágil reputación de los muertos, además de una interpretación posmoderna desacralizante, signo de la época, que no atiende lo sustantivo, lo único verdaderamente sobreviviente: la obra del autor. El genio narrativo de Salinger consiste en un arte de la sustracción mediante el cual quien elabora una historia que conoce en todos sus detalles, aun aquellos pormenorizados y minúsculos, no la cuenta así sino habiéndola sintetizado. Todas las cargas ocultas y los sentidos implícitos de una narrativa que sólo muestra sus conclusiones, como si se tratara de un lienzo en el cual los fondos y las veladuras que se han ido untando en capas no aparecen delante de la mirada y sin embargo no dejan de ser parte definitiva de la obra. De tal manera, el volumen de Nueve cuentos comienza con una narración ejemplar e incomparable, “Un día perfecto para el pez plátano”, y cierra con la deslumbrante pieza “Teddy”, donde se muestra la capacidad estética de Salinger para integrar con inesperada naturalidad temas orientales y metafísicos en un horizonte ajeno hasta entonces a la irrupción de ese sincretismo, un poderoso signo cultural de la época. “Las mejores obras de Salinger no son buenas. No son muy buenas. Y no son magníficas. Son perfectas. ‘Perfectas’, sin embargo, no es necesariamente el mayor elogio que se les puede hacer”, escribe David Shields. Dicha perfección es una virtud inapelable: el lector está dentro del texto en cuanto inicia su lectura. La voz narrativa se dirige a él, como si hubiera estado esperándolo: él está en el cuento, él mismo es el cuento. Fernando Solana Olivares.

SALINGER Y NUEVE / I

Al final todo hace sentido. La vida y la obra de J. D. Salinger son mucho más asombrosas y mucho menos truculentas y anormales de lo que se afirma. Es asombrosa su renuncia tajante a la fama, su repentina desaparición de la escena pública y su disposición de no publicar más. En 1951 había aparecido El guardiánentre el centeno, una novela talismánica y profundamente influyente que hasta hoy ha vendido más de 65 millones de ejemplares, y en 1953 el libro Nueve cuentos, que agrupaba algunos de los publicados con gran éxito en The New Yorker. Luego siguió otra narración, Fanny y Zooey, y un cuento, “Hapworth 16, 1924”, publicado en junio de 1965 antes del inviolado silencio que guardaría hasta su muerte en 2010. Pero a la vez no es asombrosa su renuncia, su apartamiento, su negativa a publicar. Estas acciones fueron necesarias para dar lugar a su escritura misma, a lo que alcanza en ella. En la monumental aproximación a su vida y obra —que no se parece a una biografía y, sin embargo, lo es— de David Shields y Shane Salerno, Salinger (Seix Barral, 2014), ellos concluyen que diez condiciones determinaron la vida de tal genio literario, quien escribió: “Estoy en este mundo pero no formo parte de él”. Uno. Su anatomía, en la cual faltaba un testículo, circunstancia que lo avergonzaba mucho. Esa carencia está reflejada en su obra donde, como afirman los retratistas críticos, se sucede una y otra vez la obsesión de varones maduros por una sexualidad no genital. De ahí se infiere la intensa atracción que Salinger vivió por chicas muy jóvenes y sin experiencia sexual, con una de las cuales se casaría. Otras conclusiones a las que llegan Shields y Salerno son discutibles, como de que aquel testículo ectópico fue también causa de su reclusión y apartamiento del escrutinio público. Dos. Haber perdido a la bella y joven Oona O’Neill y vivir la vida entera “colgado” de una relación no consumada. Tres. La guerra, en la cual experimentó cuatro campañas atroces y un descubrimiento desquiciante para el cual no tenía ninguna preparación, aquel “capítulo final de purificación espiritual”, el más desesperanzador y destructor espiritualmente posible, como afirmó alguien: el encuentro inesperado con el campo de exterminio nazi de Kaufering IV. Salinger, según los autores, convirtió sus heridas de guerra en un arco de violín para tañer su arte, pues fue la guerra la que, al destruirlo, lo creó. El propio escritor le dirá después a A. E. Hotchner que “el arte de la escritura es la experiencia magnificada”. Cuatro. Su conversión al vedanta hindú y su “resuelto” cumplimiento de las cuatro etapas que pregona ese camino: el aprendizaje, la vida familiar, el apartamiento y la renuncia al mundo. Dos fronteras cruciales determinan la vida de Salinger: el antes y el después de la guerra, y el antes y el después de la religión, afirman Shields y Salerno: “La guerra lo destruyó como hombre pero lo convirtió en un gran artista; la religión le ofreció consuelo espiritual tras la guerra pero destruyó su arte”. Esta última afirmación es equivocada, pues el genio narrativo de Salinger consiste, además, en transmitir literariamente contenidos religiosos sin que ellos preponderen sobre el vehículo empleado, sobre la literatura como tal, sin degradarla estéticamente, y es de creerse que su arte nunca resultó destruido. Muestra de ello es Nueve cuentos, tema de esta nota. Y también las obras escritas por Salinger que serán publicadas de manera escalonada entre 2015 y 2020. Cinco. Después de interpretar unos años con cierta buena voluntad el papel de un hombre que había dejado atrás la pesadilla de la guerra y regresaba a su natal Nueva York, la atmósfera laica y materialista de la ciudad resultó insoportable tanto creativa como existencialmente para Salinger, quien se marchó a Cornish y allí pasó solitario las dos últimas décadas de su vida, dedicado a prácticas espirituales (que la distancia ignorante de los biógrafos con el tema reduce a un “preparándose para el otro mundo”) y escribiendo una obra que sería póstuma por decisión expresa —decisión que contiene la renuncia al fruto del acto: publicar, pero no al acto mismo: escribir—. Es el “como sí” que la deidad Krishna le requiere a Arjuna, el Hamlet indio, quien duda antes de entrar al combate: entregarse a la circunstancia por completo, con la máxima impecabilidad posible. Aquellos fueron sus “años de trabajo”. Propenso al retraimiento, ahora Salinger se retrajo más. Creció el mito. Fernando Solana Olivares.

UBICACIONES.

Cada quien entiende según puede hacerlo. El asunto de entender tiene que ver con el entendedor, con el lugar de observación desde el que se mira, se siente y se interpreta el fenómeno. Mirar es rodear un objeto, multiplicar el punto de vista en torno suyo, practicar con él una psicología de la mutabilidad. Asunto nada fácil porque hay que tener un sentido del yo poliédrico y mercurial, de poco o escaso autoconcepto personal atrofiante. Además somos (o eso creemos) nuestro punto de vista, nuestra sacrosanta opinión, nuestras convicciones —por eso el budismo define la iluminación como la evacuación de toda opinión. Por sus atrocidades ostensibles, la masacre de Ayotzinapa ha sido escenario de definiciones que a muchos lacera y agravia, a otros indigna, a aquellos irrita, a unos deja indiferentes, para algunos se convierte en peregrinación —como para los deudos de los desaparecidos—, y para otros se hace causa política contra un sistema corrupto e inepto que es visto como enemigo. La irritación que el anacronismo aparente de Ayotzinapa provoca en varios —exponiendo como principal el argumento secundario sobre la responsabilidad en la tragedia de quienes enviaron a los normalistas a botear ese día a Iguala, una práctica acostumbrada, antes que el sangriento e imprevisto desenlace mismo— proviene de una alteridad, de una diferencia que el pensamiento único no puede aceptar: un proyecto ideológico distinto, tan equivocado como el capitalismo, así éste sea hegemónico y esa condición le ofrezca una victoria temporal. La historia es como las olas de la marea que van y vienen, y al capitalismo y al marxismo, los dos sistemas ideológicos materialistas y modernos, tesis y antítesis complementarias a las cuales alguna vez seguirá una síntesis, otro estadio político que continúe el proceso humano y desmienta la falacia neoliberal del fin de la historia. La distopía marxista del normalismo rural no hacía daño alguno mientras se mantuviera en la escala testimonial en que había estado. Sin navajas de Occam a la mano para atenerse rigurosamente a las versiones reales, posibles, a las evidencias nacionales empíricas de corrupción, desigualdad, criminalización, sigue hablándose de conjuras en torno a Ayotzinapa mediante argumentaciones que no se atreven directamente a decirlo pero que parecieran justificar los acontecimientos. Es paradójico: la derecha no acepta la existencia de conjuras pero se las achaca a la izquierda sin cesar, o a poderes imperialistas estadunidenses como los que un lamentable e histerizado opinante adujo para explicar el por qué de los atroces fenómenos mexicanos recientes. Dice Monedero, un pensador social, que una abstracta y orwelliana política del pensamiento ha hecho grandes esfuerzos por ocultar parcelas de realidad de una manera premeditada. Es lo que Sousa Santos llama “recortes de realidad”, recortes del pensamiento y de la reflexión para facilitar la aceptación acrítica y pasiva del cortoplacismo económico, político, ecológico y social característicos de la lógica capitalista y de su destructiva patología de la rentabilidad. Las tres líneas maestras de la propuesta reconstructiva de este autor —una brillante manera de despensar lo que el pensamiento hegemónico, la dictadura de lo idéntico, da por incuestionable y establecido— son las siguientes: 1) una nueva teoría de la historia que ensanche el presente dando cabida a las experiencias sociales silenciadas por no corresponder a las monoculturas del saber y de la práctica dominante, que encoja el futuro y su falaz exaltación del progreso para sustituirlo con la búsqueda de alternativas tanto utópicas como realistas; 2) la superación de los preconceptos eurocéntricos y occidentalizados de las ciencias sociales, parte de la colonización de un seudosaber impuesto por intereses geopolíticos, y 3) la reconstrucción teórica y práctica del Estado y de la democracia en el contexto de la globalización. La historia no ha terminado. Las plagas son dominantes y que los oprimidos aún admiran aquello que los oprime, ese poderoso imaginario que esclaviza la mente común. Pero hay la posibilidad de pensar la alternativa, en cualquier variante y con cualquier soporte, y afrontar el desaliento político, la resignación social y un fenómeno emergente: los autoritarismos vandálicos en nombre de los desaparecidos. Todo depende del punto de vista al mirar. Fernando Solana Olivares

Friday, December 05, 2014

APUNTES DEL TIEMPO LÍQUIDO.

1. No, no entienden. Creen que gobernar es imponer una versión publicitaria de las cosas utilizando el método carrolliano: ya lo dijimos tres veces, entonces es verdad. No hay ninguna consideración analítica, ninguna profundidad reflexiva o un mínimo buen gusto autocrítico en el discurso presidencial. Sólo un retórico mecanismo compulsivo para aludir a acciones cuya importancia radica en el escénico énfasis de la mera alusión. 2. Deja de ser atendible, hasta para efectos críticos, la insuficiente y artificial respuesta del presidente Peña Nieto ---nadie da lo que no tiene--- ante la mayor crisis de su sexenio, el cual parece terminar o detenerse apenas al cumplir dos años de ejercicio, y así todavía transcurran los cuatro que penosamente le restan. Lo importante será el comportamiento de la sociedad mexicana en medio de estas vicisitudes del sistema y del régimen que ahora son acumulativas y estructurales y surgen las dos a la vez. 3. Una velocidad letárgica domina los tiempos mexicanos y va pautando, rutinaria y morosa, la marcha a contracorriente de nuestra historia patria. Mientras Latinoamérica elige gobiernos atemperantes del horror económico neoliberal que ejercen en lo posible su soberanía política y económica y elevan los indicadores sociales, nuestro país involuciona debido a una casta gubernamental y política que sistemáticamente se comporta como enemiga del interés mayoritario. Y a sus abusivas oligarquías mafiosas presentes en todos los oficios y estamentos ---una costumbre idiosincrática mexicana reconocida en el célebre tópico: el que no tranza no avanza, el que no corteja no obtiene, el que no adula no está, el que no se corrompe no pasa. El hundido país mediocre de las complicidades. 4. Esa distancia insalvable entre la gente y aquello que antaño era llamado la clase política, esa profunda carencia pública de representación partidista comienza a hacerse más patente cuando cambia la denominación. El degradado tránsito del término “clase” al epíteto “casta” acompaña la insurgencia de una formación política surgida en España sólo hace diez meses, el inesperado partido Podemos integrado por varios cientos de miles de simpatizantes adversos al bipartidismo tradicional y hastiados de la crisis recurrente, del mal gobierno cíclico, de la impúdica corrupción, del infierno de las recetas idénticas. Sobrevivientes del horror colectivo del capitalismo terminal. 5. Una versión popular de la navaja de Occam advierte que al escuchar un galope no debe pensarse en unicornios. Con todo su aire trágicamente renovador, la turbulencia política desencadenada por los normalistas muertos y desaparecidos de Ayotzinapa no garantiza derivar en una transformación democrática positiva. Las tentaciones autoritarias y la violencia son parte eficiente del complejo paisaje actual, y el priismo, tan diestro en las provocaciones represivas y en los bajos fondos de la política del miedo, hará con su mano izquierda lo que su mano derecha aparentará ignorar. En la ecuación cuenta asimismo la sociedad mexicana, hoy reunida en el rechazo al horror, en el hartazgo público ante la corrupción incesante y la inseguridad de un estado criminalizado, pero intervenida mental y anímicamente durante décadas por una ingeniería social televisiva que ha fomentado, sobresocializándolo, el paralizado individualismo egoísta ignorante del bien común. 6. ¿Cómo moverse por fuera de la estructura política partidaria para hacer otra política que termine transformando dicha estructura? No hay muchas recetas al respecto en la posmodernidad. Consejos como el de Sloterdijk provienen del mero sentido común: la hiperpolítica, una política que contenga el reconocimiento de una acción obligatoria, transmitir a nuestros descendientes lo que recibimos de nuestros ancestros. O la conservación multiplicada del arte más viejo que se conoce, el arte de hacer seres humanos. 7. Se dice modernidad líquida (un término de Zygmunt Bauman) para describir una sociedad que carece de un sentido de orientación claro, de una estabilidad proveniente de la tradición o de un conjunto de normas, y que vive un estado de contingencia permanente caracterizado por la velocidad, la fluidez y la fugacidad, un estado que representa, entre otras cosas, el colmo de la anticomunidad. Pero el agua acepta el calificativo de humilde porque toma la forma de aquello que lo contiene. Todo lo que se recibe es según el modo del receptor. Ahora surgen corrientes y caudales. No se ven aún las formas que los contendrán. Fernando Solana Olivares.

Monday, December 01, 2014

CAMARADA REVUELTAS.

En julio de 1950 La Voz de México, órgano del Partido Comunista, publicó un artículo que atacaba severamente dos obras recientes de José Revueltas: la novela Los días terrenales y la obra de teatro El cuadrante de la soledad. Se trataba, decía el texto, de dos “trabajos” decadentes apegados al existencialismo, la filosofía más reaccionaria de la burguesía según su estridente descalificación. La cual era ignorante, farisea y extra-literaria. Hoy ese anatema comunista debe leerse como un homenaje entonces inadvertido a la fuerza narrativa de Revueltas, a esa “imaginación justa” (la expresión es de Caillois) con que garantizó lo que escribía, fundado siempre en imágenes derivadas de un sistema de ecos lingüísticos, de referencias de su mundo concreto y de su empeño político en él: la voluntad de voluntad para transformarlo según la ideología marxista. En uno de sus reingresos al partido, Revueltas hizo una autocrítica en la que estaba la novela reprobada por los comunistas. Él mismo escribió que era desmoralizadora, desarmante del proletariado, calumniadora de los comunistas y predicadora de “la disolución y quiebra de todos los valores”. Otra manera de decir que era una gran novela. Cuando fue detenido en 1968 como uno de los líderes del movimiento estudiantil reivindicó en su declaración ante el fiscal sus ideas revolucionarias y sus convicciones políticas. Tanta dignidad ética, coherencia propia de grandes hombres y por eso tan inusual, correspondió a su profunda indiferencia y aun descuido para la recepción de su obra. Pocos autores como él ---quizá ninguno--- tan ajeno a la promoción circulante de la obra. Nunca fue el mendigo desdeñoso de Unamuno y por ello tuvo la mala suerte, el mal karma literario de aquellos autores que no saben o ni siquiera piensan en promoverse y publicar. Hay quien considera que esta conducta obedeció a la modestia. En primera instancia sí. Una indiferencia sapiencial en los frutos de la acción (salvando el imaginario universo utópico marxista) actúa en Revueltas, un santo laico no por arrobo sino por estar atento y concentrado en otros fines. Uno principal, su empleo de la literatura para retratar el drama trágico de los seres humanos en contextos de opresión, extrañeza, necesidad, desencuentro. Hasta su muerte, las dos pasiones intensas del escritor, sus dos servidumbres permanecieron: la escritura y la política. Ninguna anuló a la otra o la volvió estéril. En El luto humano escribió: “Fui parte y factor, y el vivir me otorgó una dignidad inmaculada, semejante a la que puede tener la estrella, el mar o la nebulosa. Si tarde lo entiendo, este minuto en que se me ha revelado es lo más solemne y lo más grande; inclino la cabeza sobre mi pecho: mi corazón es una bandera purísima”. ¿Qué diría ahora José Revueltas, ese austero, profundo y desolado gran escritor, sobre los veloces e inesperados escenarios críticos de estas horas en los que surgieron términos perentorios viralmente extendidos: crisis, renuncia, legitimidad, pues casi tres décadas de neoliberalismo corrupto e impunemente mexicano estallan ---así sea en el lenguaje--- catalizando el descontento, el hartazgo, el empobrecimiento y la inseguridad de la gente hasta entonces resignada y silenciosa que se encontró en el horror y la repulsa de Ayotzinapa? Dos países se confrontan cuando se sabe que en Bellas Artes hay una profusa y refinada exposición en homenaje a Octavio Paz por su centenario, pero que el de Revueltas se pensó festejarlo (a saber si se hizo) en la estación Bellas Artes del Metro capitalino ---no puede ignorarse que Paz también fue digno en 1968 y sin duda lo sería esta vez. Destinos dispares, se dirá. Tan dispares como los empolvados y retóricos representantes del gobierno discutiendo, en un incómodo formato impuesto, con los jóvenes alumnos del Politécnico que los arrinconan empleando otra lógica y otra forma de la enunciación. Las instituciones y las burocracias yéndose al diablo desde hace tiempo porque son parte del mismo problema que deben remediar. El asunto es tan crítico como complejo: cambiar las vías del sistema sin interrumpir el paso de los trenes. Una catarsis que inicie la entrada a un nuevo proceso nacional. Todo comienza en un punto y con una acción. Pero las oligarquías responsables, formales e informales, no entienden que no entienden. Ya se verá. Fernando Solana Olivares.