Wednesday, January 29, 2020

DEL SÍ AL NO

Hace tiempo, con motivo del grave estado de las cosas, en esta columna se recordó el legendario final del Ulises de Joyce: el sí reiterado de Molly Bloom: “… y sí dije sí que sí” (otra versión traduce: “… y sí yo dije quiero sí”). Ese doble sí reiterado fue el mantra de una época. Molly Bloom afirmaba así en 1906, cuando todo era un canto positivo, el imaginario confiaba en el futuro, pero de escribirse hoy sería en términos contrarios: “… y yo dije no quiero no”. En 1900, pocos años antes de aquel remate de la genial novela, en 1900 Freud no sólo abrió las coladeras del inconsciente y cerró los contactos con la supra-conciencia, también predicó el principio del placer. Teorizó sobre el impulso de la gente, según él determinante, para obtener satisfacción como fin de la vida. Todavía antes, en el siglo diecinueve, Nietzsche escribió sobre el amor fati, el amor a la vida, y en esa voluntad de afirmación cifró su hermosa pero escalofriante idea del eterno retorno: volveremos una y otra vez. A continuación, Camus ilustró sobre Sísifo, “el más hábil de los mortales”, castigado por los dioses por toda la eternidad a subir con penosos trabajos un bloque de mármol hasta la cima de una colina, el cual llegando volvía a caer. Camus se planteaba el problema de vencer ese destino fatal. Y lo resolvió proponiendo una aceptación radicalísima: amar la piedra, el único recurso al alcance de Sísifo para soportar la condena. Pero esta resignación del castigado es secundaria ahora en la urgencia del decir no. Hay todo un glosario en la cultura contemporánea que versa sobre esa pequeña palabra definitiva que significa dar la espalda a algo. Acción contraria a la de la mujer de Lot. Por ejemplo, la tercera inteligencia de las cinco propuestas por Howard Gardner, a la cual él llama Creativa, consiste en des-aprender, en desmontar hábitos, costumbres, opiniones, rutinas. A eso Italo Calvino lo consideró levedad: quitarle peso, lastre, inexactitud, quitarle impedimentos al lenguaje. No volverlo superfluo sino directo, un instrumento que llame a la cosa por su nombre antes de que se exprese sobre la cosa. Otras reflexiones proponen variantes de lo mismo. La pedagogía de la mutabilidad que Merlín utiliza en la educación de Arturo al convertirlo en pez, pájaro o ardilla. Siglos antes de que un teórico afirmara que mirar es un rodear a los objetos, el mago sabía que la sabiduría es ver cuántas facetas tienen los fenómenos, cuántos puntos de vista. Los sistemas de pensamiento que provocan una situación son incapaces de remediarla. De ahí que la filosofía última construya un principio distinto al de Freud: el principio de la comprensión, donde el deseo por adquirir la felicidad a través del objeto se desmonta, se deconstruye, se cambia el eje de su significación. Los estoicos fueron practicantes del no. Creyeron que el sabio es superior a los dioses porque vence el deseo, se coloca más allá de él. Los mixes fueron maestros del no: dijeron que la riqueza es la reducción drástica de la necesidad. (Tuve un amigo pintor, Phil Kelly, al que le encantaba el sonido de esa palabra: “drástica”, repetía, para reírse con placer.) El no es una desagregación. Meditar también, porque es hacer lo contrario a la costumbre mental de tener siempre un objeto en la cabeza o inventarlo: se trata de ver el pensamiento y dejarlo pasar, igual que la percepción y las sensaciones. Aligeramientos psicofisiológicos de la mente que la tranquilizan y abren otros espacios de la conciencia. Julius Evola pensaba que ese era el único medio para cabalgar el tigre de la época antes de que nos devorara: no poner cosas en la mente sino quitarlas de ella. Hermann Hesse, el escritor que cultivaba plantas y flores, contó sobre lo mismo. También la tranquilidad es un no, negarse a la perturbación imaginaria: la serenidad en medio de la multitud. Byung-Chul Han, filósofo fragmentario de esta última hora, argumenta la necesidad de recuperar el tiempo interior y suspender la febrilidad compulsiva del 24/7. Parar el tiempo de afuera y el de adentro para sobrevivir, sugiere, mientras trabaja todos los días en una hortaliza comunal de Berlín. El ensayista Murena asimismo propondrá: hacerse anacrónico, salir del tiempo que corre alrededor. El no hacer del taoísmo es hacer bien lo que se hace sin calcular el resultado, sólo el empeño, la intención del acto, o sea, la acción. Los actos gratuitos reposan moralmente en el no. Decir no es rechazar el error epistemológico de separación entre los seres humanos y la naturaleza provocado por la teología cristiana patriarcal y violenta, la de su dios colérico, aquel monarca oriental que entrega la creación a los seres humanos como propiedad antes que encargo, pidiendo a cambio ser adorado. Decir no es hacer una pausa y salir de la ensoñación, raíz del mal en las personas, de acuerdo a Simone Weil, otra filósofa del no. James Lovelock, el ecólogo, narra una variante de la negativa. Se trata del mesero que atiende el restaurante Tierra y debe decir a los que van llegando: ya no hay nada para ustedes, la cocina se vació. Decir no es resistencia, reconstrucción.

Saturday, January 18, 2020

CASANDRA SE DESVANECE

El mito significa una forma de la memoria y el sentido de la vida. Es circular, como el rito, para ofrecer la continuidad entre la persona y la existencia. Se compone de situaciones-tipo, de una tensión entre los héroes, los dioses, los seres intermedios y los humanos. En él actúan fuerzas básicas, suceden historias que atañen a todos sin excepción. Una de ellas es lo que antes se llamaba destino. Los modernos, atontados por las especializaciones del conocimiento fatuo y por la incredulidad materialista, creyeron que tales relatos eran cuentos fantásticos y sin coherencia, provenientes de la infancia de la civilización. Pero los mitos, a pesar de dicho racionalismo restrictivo e ignorante, teledirigen los pasos de la gente y alimentan sus pulsiones mayores. Son misteriosos y actúan en una zona profunda de la psique. Además parecen surgir humilde, inopinadamente. Por eso Walter Benjamin escribió que mientras hubiera mendigos habría mito, subrayando así que los desposeídos también son mensajeros de su manifestación. Una de tales narraciones cuenta que el dios Apolo se enamoró de Casandra y para hacerla ceder prometió enseñarle el arte de la adivinación. Casandra aceptó las lecciones, pero al sentirse suficientemente instruida rehusó entregarse al dios. Apolo la maldijo: ya no podía quitarle su ciencia pero le retiró el poder de hacerse creer por quienes la escucharan. Le escupió en la boca, condenándola a que su don fuera una fuente de dolor, pues ella no podría evitar las tragedias que anticipadamente se le mostraban: la destrucción de Troya, la muerte de Agamenón o su propia desgracia. El motivo de Casandra para no cumplir con el compromiso puede obedecer a una restitución simbólica. Desde luego ella engaña al dios porque no lo ama, pero lo hace para recuperar aquel arte adivinatorio que el mismo Apolo había quitado tiempo atrás a las ninfas valiéndose de otras artimañas. Profetizar fue en la antigüedad un conocimiento mántrico propio de lo femenino, robado por la mente masculina del dios para dominarlo. El mito narra, en otras versiones, que siendo niña Casandra pasó la noche junto con su hermano gemelo en un templo consagrado a Apolo y las serpientes que ahí vivían limpiaron sus orejas con sus lenguas bífidas, otorgándole entonces el don de oír el futuro. ¿Cómo puede oírse lo que no ha sonado todavía? La facultad de Casandra es ver (u oír) aquello presente pero que aún no es percibido por los normales, lo que está en potencia aunque no aparece todavía ante la mirada común. El fin del mundo, según un conocido aforismo de Soren Kierkegaard, consistirá en una estampa casándrica y turbiamente cómica en la cual un payaso sale a escena interrumpiendo la representación para informar al público que un incendio se ha declarado tras bastidores. Los espectadores ríen entre aplausos. El payaso lo advertirá de nuevo, ahora gritando con aspavientos. El público se mostrará todavía más contento y alborozado. “Así creo que se irá a pique el mundo ---escribió el filósofo en el siglo diecinueve---, en medio del júbilo generalizado de las sabias cabezas que creen que se trata de un chiste”. Casandra era aquel payaso. A la derrota de Troya y su saqueo, Casandra se refugió bajo un altar dedicado a Atenea, diosa (no dios) de la razón. Luego sería entregada como concubina a uno de los vencedores de la guerra de Troya, el rey Agamenón, y más tarde asesinada a su lado. Al cabo del tiempo, su condición simbólica sería comprendida de otra manera. Se hablaría del síndrome de Casandra para aludir a quienes creen mirar el futuro y no poder hacer nada por evitarlo. Esa Casandra ahora se desvanece. O quizá cambia y atiende otras tareas. Una metamorfosis así está representada en la película Melancolía de Lars von Trier, donde un planeta que lleva ese nombre de tanto significado está próximo a chocar con la tierra. Ante el hecho terminal se suceden diversas actitudes: el hombre racionalista que apela al optimismo de lo aparentemente objetivo, lo niega y acaba suicidándose para no vivir el inminente final; una de las dos hermanas que se paraliza de miedo; un niño asustado y su tía, quien, habiendo sufrido antes una depresión (tal vez provocada por intuir, sin saberlo, lo que vendría), ahora entrará al acontecimiento último con los ojos abiertos y el corazón sereno. Claire levanta un pequeño tipi con delgadas varas que recoge entre los árboles, y junto con los suyos, el mínimo grupo de dos mujeres y un niño, se cobija bajo esta etérea estructura que es solamente virtual. La importancia de la acción simbólica está en la acción a pesar de que parezca inútil, en hacer algo. Con lo que sabe, la Casandra transformada hará. ¿Conclusión? Siempre hay una alternativa, una posibilidad. Greta Thunberg, nuestra sorprendente Casandra, actúa entre otros tantos que se salvarán por hacer conciencia en esta hora tan sin síntesis en la que estamos. Hoy a las niñas les ponen Casandra como nombre, acaso invocando a aquella dueña infortunada de un don (hoy dirían de una competencia) que con urgencia se necesita: oír el presente del futuro.