Friday, February 27, 2009

EL PODER DE LA INTENCIÓN / I

Al comienzo del Dhammapada ---que significa Camino de la Enseñanza o de la Verdad, considerado como el texto popular cumbre del budismo, el manual ético más perfecto que jamás se haya escrito, entre otros de los atributos que lo definen según sus estudiosos---, se establece lo siguiente en los “Versos Gemelos” del capítulo inicial: “1. La mente es la precursora de todos los estados. La mente es su fundamento y todos ellos son creados por la mente. Si uno habla o actúa con una mente impura, entonces el sufrimiento le sigue del mismo modo que la rueda sigue a la pezuña del buey. 2. La mente es la precursora de todos los estados. La mente es su fundamento y todos ellos son creados por la mente. Si uno habla o actúa con una mente pura, entonces la felicidad le sigue como una sombra que nunca le abandona”. (Versión de Narada Thera, traducción de Ramiro Calle, Edaf, Madrid, 1994.)
Una brillante, erudita y primera traducción directa del pali, la lengua de origen del Dhammapada, al español, hecha por Bhikkhu Nandisena (Dhammodaya Ediciones, México, 2008), propone una interpretación ligeramente distinta: “1. Los estados mentales están precedidos por la mente, liderados por la mente, creados por la mente. Si uno habla o actúa con mente impura, de aquí el sufrimiento lo sigue a uno como la rueda [sigue] la pata [del buey] que tira [el carro]. 2. Los estados mentales están precedidos por la mente, liderados por la mente. Si uno habla o actúa con mente pura, de aquí la felicidad lo sigue a uno como sombra que no se aparta”.
Otra lectura debida a Max Ladner (La enseñanza del Buda, traducción de Gilberto Lachassagne, Mandrágora, Buenos Aires, 1959), dice así: “1. Las condiciones en las cuales nos hallamos son el resultado de lo que hemos pensado, quedan fundadas en la mente, son forjadas por ella; si un hombre habla o actúa con una mente impura, el dolor le sigue como la rueda sigue a la pezuña del buey que tira del carro. 2. Las condiciones en las cuales nos hallamos son el resultado de lo que hemos pensado, quedan fundadas en la mente, son forjadas por ella; si un hombre habla o actúa con una mente pura, la felicidad le sigue como su inseparable sombra.”
Y una última exégesis, debidamente libre y bellamente lírica, del poeta mexicano Alberto Blanco (El camino de la verdad, Árbol Editorial, México, 1990), ofrece estas líneas, encabezadas como “Caminos Paralelos”, en lugar de los “Versos Gemelos” usuales: “Somos lo que pensamos. / Todo lo que somos surge con nuestros pensamientos. / Con nuestros pensamientos construimos el mundo. / Habla o actúa con mente impura / y los problemas te seguirán / como sigue la carreta al buey ensimismado. / Somos lo que pensamos. / Todo lo que somos surge con nuestros pensamientos. / Con nuestros pensamientos construimos el mundo. / Habla o actúa con una mente pura / y la felicidad te seguirá / como tu misma sombra, inseparable”.
La mente impura y las impurezas mentales se refieren a lo que el budismo llama “irritantes síquicos”, esos predominios negativos de la conciencia humana que pueden ser descritos sucintamente como el odio, la avidez y la ignorancia: obstáculos inmensos y afectaciones profundas que infiltran tóxicamente los procesos emocionales y cognitivos del sujeto. El budismo, que es una ciencia del espíritu antes que una filosofía o una religión, ofrece una terapéutica para el ser humano donde se describe la causa de su enfermedad existencial, se establece el diagnóstico, se instrumenta la curación y se aplica el tratamiento, a partir de una verdad objetiva que a la letra dice: “Si la mente es comprendida, todas las cosas son comprendidas”.
En esta terapéutica superior, accesible para cualquiera que esté dispuesto a explorarla, se enseñan tres cosas esenciales: a conocer la mente, que tan cerca está y que tanto se le desconoce; a formar la mente, que tan difícil de manejar es y tan manejable puede ser; a liberar la mente, que tan esclavizada está y que, sin embargo, puede obtener su libertad aquí y ahora. No hay intermediarios, revelaciones o dogmas requeridos para tales afanes pues son personales, empíricos y concretos. Implican una constatación que en nuestra cultura materialista, una cultura de la victimización constante, resulta inaceptable: el mundo, nuestro mundo, es meramente una construcción que depende solamente de uno mismo, de su propia mente, así se atribuya siempre a los otros, al exterior.
Uno de los teólogos católicos más renovadores de los últimos años, Miceal Ledwith, afirma que “creamos nuestra propia realidad cada día, aunque lo encontramos muy difícil de aceptar, pues no hay nada más exquisitamente placentero que culpar a otros por nuestra manera de ser: es la falta de él o de ella, es el sistema, es Dios, son mis padres. Cualquiera que sea la forma en que observemos el mundo a nuestro alrededor, justamente en eso se convierte. Y la razón por la que mi vida, por ejemplo, carece tanto de alegría y felicidad y realización, es que mi propia perspectiva carece precisamente de esas cosas”.
Somos lo que pensamos, y como pensamos vemos, sentimos, amamos, morimos. No es esoteria, fantasía New Age o receta de auto-ayuda. Ya decía George Bernard Shaw que la vida no tiene que ver con encontrarse a uno mismo sino con crearse a uno mismo. Y la mente propia es el único maestro para tal misión: salir de la niebla del sueño y estar completamente despierto. Ser lo que se piensa, pero haber aprendido a purificar la mente para pensar.

Fernando Solana Olivares

Thursday, February 19, 2009

ESTA AZUL MAÑANA

Nosotros no buscamos los libros, ellos nos salen al paso. Esos volúmenes inesperados, conmovedores, sorprendentes. O epifánicos: los encuentros casuales que entrañan citas largo tiempo postergadas. Eden Phillpots escribió alguna vez sobre la existencia de una hora que descubierta oportunamente bastaría para hacernos felices toda la vida. Es posible que el escritor inglés quisiera decir libro en lugar de hora, porque nosotros, los tardomodernos hijos de este momento viacrúcico, estamos impuestos (condenados, afirma con más precisión Mircea Eliade) a recibir la revelación mediante un libro.
Así sucedió aquel día que iba transcurriendo indiferente, mientras revisaba con cierta molicie los idénticos anaqueles metálicos de la biblioteca universitaria. De pronto, un pequeño volumen de lomo delgado y pastas azules me obligó a sacarlo del estrechamiento que lo ahogaba entre textos más voluminosos. Me obligó, digo, o me convenció de tal impulso irreflexivo y mecánico, pues nada había en él que llamara visiblemente la atención. Así, llamó mi atención de un modo invisible. Y lo abrí y comencé a leerlo y no lo cerré hasta terminarlo. El día, entonces, quedó transfigurado. Unas cuantas líneas que garabateé en mi libreta fueron el primer resumen que me dejó su poderosa embriaguez: “Necesidad revelativa: todo comienza ahora, cuando creo entender. Leo el ensayo de Ocupación y entiendo. Esto comienza, la puerta se abre y la puerta se cierra. (...) Vida loca, vida fuerte. Algo aparece, no sé qué es”.
Era ese libro que hasta entonces reposaba inerte esperando mi llegada, era ese autor, esa historia, esa publicación: Domme o el ensayo de Ocupación de Francois Augiéras (Sextopiso editorial, México, 2006, en impecable, bella traducción de Rodrigo Rey Rosa), acaso lo más incandescente, lo más luminoso que en meses o años me hubiera sido dado para leer, pues yo era el sujeto al cual estaban destinados sus símbolos y sus palabras ---como lo sería, asumo, cualquiera que abra sus páginas y salga de sí para sumergirse en ellas y obtener el notable viático de sus significados---.
Jean Chalon, albacea literario de la obra, en el prólogo del libro, “Francois Augierás, médium, sospechoso, precursor”, relata esta historia tan comprensible como inesperada: “Al publicarse Domme o el ensayo de Ocupación, Francois Augierás debió alcanzar la gloria póstuma que, de manera absurda, suponemos que es la recompensa reservada a los escritores poco conocidos, rechazados por su época. Como él mismo lo decía, Augierás se había adelantado a su tiempo. Y le costó caro: el rechazo de Domme por parte de varios editores (...). Y sufrió por ello. Un año antes de su muerte, en diciembre de 1971, en el hospicio donde se refugió después de una vida de aventuras, de catástrofes y exaltaciones múltiples, Augierás se preguntaba aún por qué Domme había sido un fracaso, y me escribía: ‘¿Ha caído en verdad una maldición sobre este libro? A mí me parece que es el más legible de mis textos, el más claro, el mejor construido...’. No se engañaba. En efecto, Domme es lo más legible, lo más claro, lo mejor construido de toda su obra. Es, según creo, su obra maestra, una obra maestra peligrosa, cuyo poder seductor, cuyas enseñanzas e ideas nos llevan más lejos de lo que pudimos atrevernos a esperar. (...) Para persuadir a cualquiera, bastaría con hacerle leer inmediatamente, en la presente edición, por fin completa, desde el ante penúltimo párrafo de la página 114 hasta la página 119. Después de leer, uno comprende, admira. No podría ser de otra manera. La llegada de la era de Acuario, esta mutación que vivimos ahora, no ha sido expresada nunca con tanta claridad como en esta vehemente profesión de fe en ‘el hombre verdadero del plan divino’. En las tinieblas de su cueva en Domme, Francois Augiéras había recibido su porción de luz, y pudo brillar a su vez como un faro subterráneo, como un sol secreto...”.
Doctrina de la aparición simultánea o vías cuánticas para curarnos de la enfermedad epocal: el sistema mundo se derrumba y simultáneamente surgen los nuevos discursos orgánicos, la nueva literatura de su transformación, cuya ideología ya no es tal pues no proviene de esta cultura terminal ni de sus credos materialistas decadentes o de sus religiones estériles. De ahí que, atribulado por esa invisibilización editorial y crítica a la que su obra fue sometida, por ese juicio tan unánime ---“no existe unanimidad más perfecta que la del silencio”, aseveraba Italo Svevo, otro gran autor ignorado por los mediocres mandarines literarios de su época---, Augiéras tenga que decir sobre sí mismo y su obra lo que debió escuchar de los demás: “Se trata de una contestación agresiva, que va más allá de la contestación; pues inventa otro mundo, otro arte, una música y una civilización desconocidas”. No es decir metafóricamente lo otro de lo mismo; es hacer literalmente lo otro de lo otro.
Su ensayo de ocupación territorial, sus técnicas arcaicas y por ello tan avanzadas para abrir paso a aquello diferenciado que va surgiendo entre la niebla y la desesperanza de esta época última, tales empeños propios del presente del futuro son sintetizados por Augiéras de un modo indeleble: “Llevo una vida divina. Veo a Krishna todos los días, y converso con él”.
¿Algo más debe argumentarse? Sólo leerlo, o reproducirlo aquí completo, porque glosarlo, ¿para qué? Esta azul mañana cuando en las líneas de un libro llega la revelación. Francois Augiéras, el adelantado, a quien nadie se acercó a preguntarle nada. “Qué me importa”, escribió él.

Fernando Solana Olivares

Thursday, February 12, 2009

FRAGMENTOS DE UN DIARIO

Lunes. Lo encontré por ahí, ahora lo reproduzco. Quizá es mío, pero tal vez no. ¿Cuánto es de cada quien, cuánto es de los otros? Porque si nada humano nos es ajeno (lo afirmó Terencio, a continuación Quevedo, luego Marx), entonces cualquier término resulta propio. Ya se sabe, aunque en estas épocas oscuras frecuentemente se nos olvida: la casa del ser es el lenguaje. Así está hecha cada conciencia, de palabras, que sólo muy pocas veces, y no por culpa del lenguaje sino de sus usuarios, se convierten en las marcas del espíritu. Me invade aquello que apenas hasta ahora ---después de que tantos inviernos han puesto sitio a mis sienes y a mi frente--- reconozco como una inevitable característica personal: este sagrado descontento. Pero con frecuencia dudo que tal sentimiento sea sagrado, en mi caso apesta a profanidad. Contemplo la realidad mexicana y me parece pavorosa, lo mismo extraordinaria que implacable, desconocida también. No entiendo por qué no entienden quienes deberían entenderlo que las cosas están a punto de reventar.
Los políticos me resultan intragables, los magistrados y los policías, los empresarios y los comentócratas (y yo que soy uno de ellos) asimismo. ¿Por qué vivimos en una época tan degradada, tan desgraciada, tan azarosamente infeliz? Sabe, dirían los lacónicos sabios que leo, sabe por qué. Aunque para redoblar la desdicha, a veces creo que yo sí sé. Y sin embargo, aún ignoro el para qué.
Martes. Hacía varias semanas que no la veía esperándome debajo del magro eucalipto donde la suelo recoger. Llegué a creer que mi amiga, doña María del Carmen, una humildísima anciana campesina, había muerto por fin para descansar. La idea me confortaba, pues los 75 años de edad de esta digna y refinada princesa ahora nacida como paria, de esta alma simple y preocupada por los suyos, tan desprotegidos y paupérrimos como ella, resultan una cruz difícil de sobrellevar. En mí lo sería, pero no parece serlo así para su corazón de oro, que nunca se queja del infortunio y sólo pide seguir teniendo fuerzas al caminar varios kilómetros desde su desvencijada casita hasta la carretera, encontrar ahí a alguien que la lleve a Lagos donde gente compasiva le facilitará unas cuantas bolsitas de nopal picado que venderá de casa en casa, y regresar con medicamentos comprados a precio de oro para el hijo epiléptico más unos cuantos alimentos para su prole hambrienta y marginal. Doña María del Carmen descansa en la Providencia, y como Dios, nunca llora, pero a diferencia de Lucifer, siempre reza. La llevo a Lagos, le doy dinero y al bajar del auto me bendice dulcemente. Ella se marcha alegre con sus torpes pasitos, luminosa y erguida, dueña de sí misma e incapaz de decepción, y yo me siento tan infeliz.
Miércoles. Conozco un antifilósofo que ha triunfado en la vida ---salvando aquello de que el éxito es la ideología más falsa en circulación---. Ese hombre lo ha obtenido todo: fama, dinero y poder. Alguna vez me obsequió con un áspero consejo: cuídate de aquellos a quienes haces favores. Y lo peor es que tuvo razón. Pretendí ingenuamente obtener por estos días ciertas retribuciones que se evidenciaron imposibles. Vaya, ni siquiera acuses de recibo de un libro enviado a muchos a quienes en el pasado ayudé, entre ellos el hombre exitoso de la cínica lección realista. Vuelve a apoderarse de mí esa cultura de la víctima: la autoconmiseración. Y me disgusto conmigo mismo, pues como diría el agudo albañil, un arquitecto que sin saber latín trabaja admirablemente en las modestas edificaciones de la abadía alteña donde vivo: mientras más viejo, más pendejo. Vuelvo entonces a caminar por la cintura cósmica de mis obsesiones y trato de pisar en la región más nítida de mi franqueza al decirme una vez más estas dos consideraciones: a) no te des por vencido ni aún vencido; b) no esperes nada.
Jueves. ¡Oh, nuestra izquierda buena onda e ilustrada! Acudo a la presentación de un libro sobre la reciente insurrección popular oaxaqueña y ahí escucho un panegírico acerca de la condición supuestamente “democrática” del magisterio oaxaqueño y la naturaleza supuestamente “ejemplar” de la APPO. Todavía no he aprendido a quedarme callado y seguramente ya no lo aprenderé. Así que antes de leer las líricas líneas que he compuesto sobre el asunto, declaro mi opinión contraria a tales juicios hiperbólicos que para mí son falsos. Es cierto que los malos son muy malos, pero no es cierto que los coyunturalmente buenos sean tan buenos, pues igual pecan de autoritarismo, de antidemocracia y de corrupción. No es tanto que no haya a quien irle sino que por razones obviamente mexicanas uno debe elegir el mal menor. Nuestra izquierda es parte estructural de la crisis: no es que sea lo preferible sino que es lo menos peor.
Viernes. Escucho al producto más acabado de la miseria mexicana, Carlos Slim, el plutócrata, justo la equidistancia de doña María del Carmen, advirtiendo sobre los malos tiempos económicos por venir ya. Su lenguaje pobre, su tropezada dicción: lo que natura non da, miles de millones non prestan. En el fondo, y sin ofender a nadie, ¡cuán estúpidos son los ricos! Y no hablemos de su amoralidad. Decía Michelet que quien comprende la pobreza lo comprende todo. Slim entiende muy poco aunque sea dueño ahíto de lo material. La anciana princesa, en cambio, sin tener nada lo tiene todo, pues la forma más alta de la inteligencia es la bondad: ese desapego se llama espíritu, y en él radica lo que es esencial...

Fernando Solana Olivares

Sunday, February 08, 2009

ESTA SUCIA DEVOCIÓN

Y caminan las muchedumbres de peregrinos emporcando todo a su paso. Llenándolo de mierda, de miasmas, de basura. Después vendrá el calcinante sol que secará las heces fecales depositadas a la mitad de los senderos, en las esquinas de los atrios, bajo los portales, sobre las aceras y alrededor de los precarios albergues de plástico que se levantan para un efímero descanso inmerecido. A continuación los vientos de febrero esparcirán las bacterias por todas partes, aun en aquellas zonas relativamente lejanas a donde hayan pasado. Seguirán entonces las enfermedades bronquiales y respiratorias, gastrointestinales, dermatológicas y conjuntivas que aquejarán a quienes viven en los campos, pueblos y ciudades asolados, que van desde el Bajío hasta Los Altos y su destino final, San Juan de los Lagos. Los zafios peregrinos ya habrán regresado a sus hogares cuando otros miles sufrirán las inmundas huellas de esa devoción suya que se proclama religiosa y sagrada aunque resulta patológica, antisanitaria, demoniacamente profana. Y en el fondo, anticristiana.
Pero no antieclesiástica, dado que es la misma Iglesia católica la que favorece tal marcha de la barbarie e hipócritamente ---tanto como siempre, mustia--- se desentiende de sus perjuicios y afectaciones, pues igual que ha sido en el pasado seguirá siendo en el presente: antes vendía indulgencias, ahora vende devociones; antes proclamó guerras santas interesadas, ahora protege encumbrados pederastas. Quién sabe de cuánto será el negocio que representa esta peregrinación multitudinaria, pero aun así, ganando fortunas, la Iglesia no está dispuesta a hacerse cargo social, y mucho menos cultural o teológico, de las consecuencias colectivas que sus efemérides provocan. ¿Estará la Virgen misma al tanto de ello? ¿O será un tema que no le incumbe a esa deidad ausente de los asuntos humanos?
Hay otra enfermedad que las turbas peregrinantes propagan, quizá más grave que las órganicas ya que ésta es simbólica y actúa en todos los planos del sujeto, a modo de un pre-texto, un sub-texto y un con-texto alterados, bizarros, todos producto de esas prácticas antireligiosas y depredadoras, egoístas e indiferentes, nihilistas y, como tales, anticristianas también. Los senderos, los caminos y la vida se transitan con el cuerpo, el corazón y la mente, cual lo hace una carreta, un caballo y su conductor, según establece alguno de los textos evangélicos desechado como apócrifo por la ortodoxia católica. Pre-texto: para estos peregrinos el cuerpo no es el templo del alma y el acudir a ver a una virgen que creen milagrosa no les exige un comportamiento piadoso, discreto, controlado. Sub-texto: para estos peregrinos la purificación no existe y su periplo devocional no la ofrece dado que es una mera acción mecánica, nunca un viaje sagrado. Con-texto: para estos peregrinos la basura y la mierda son la realidad misma, así supongan que la dejan detrás de ellos cuando se marchan a ensuciar otro sitio, que será el propio.
Como es adentro es afuera, como es arriba es abajo y el universo funciona bajo una ley objetiva de interdependencias, aunque todavía no lo sepan estos católicos enajenados, materialistas vulgares que poco tienen que ver con la moral o con el espíritu, tampoco con el interés de los otros o siquiera con los mandatos de su decálogo mosaico: ama a tu prójimo como a ti mismo. ¿Por qué deberían amar a los demás si ellos se odian a sí mismos y odian aquello que los rodea, a pesar de que hagan alardes fariseicos como estas barbáricas caminatas para postrarse ante una imagen con el único y mercantil interés de satisfacer sus deseos?
Se dirá que los humildes romeros que contaminan y propagan infecciones no son los responsables directos de tan odioso y perjudicial empeño, sino las élites panistas y clericales que gobiernan ---es un decir--- política e ideológicamente esa región central del país que al comienzo de cada año se va viendo cada vez más afectada. Considerando entonces la triple moral que caracteriza a tales grupos de poder en su vida pública, privada y secreta, resulta obvio que dicha responsabilidad les corresponde por entero. Y como están tan ocupados prohibiendo besos y escondiendo mendigos, erosionando la laicicidad constitucional e instalando un Estado caricaturescamente teocrático, enriqueciéndose inmoralmente y guanajuatizando México, acaso no se dan cuenta que la mierda en el aire flota para todos y enferma a cualquiera, aun a ellos, sepulcros blanqueados y tan decentes, pero no inmunes, que aseguran obrar guiados por la moral cristiana.
A pesar de que el Vaticano hasta hace muy poco dispuso considerar como pecado la destrucción del medio ambiente, el catolicismo leyó al revés durante siglos el verdadero mensaje de Jesús. Sólo teólogos expulsados de la Iglesia católica como Leonardo Boff hablan de una ecoteología propia de una visión sacramental de lo existente y verdaderamente religiosa, si se entiende ese término como un re-ligamiento con la sustancia de lo real. El ser humano, señala Boff, debe entender que sus relaciones con la naturaleza conforman una trama de vínculos multidireccionales que exigen tratos de sujeto a sujeto y no de sujeto a objeto conforme el materialismo católico suele creer. Por ello su más reciente obra lleva por título el de Virtudes para otro mundo posible, con capítulos sobre el respeto mutuo y la convivencia, sobre la tierra como única alternativa cuya solución no vendrá del cielo.
Aunque en el mundo panista-clerical al revés es el Diablo quien peregrina. Dios nos cuide de sus sucios devotos.

Fernando Solana Olivares