EL PODER DE LA INTENCIÓN / I
Al comienzo del Dhammapada ---que significa Camino de la Enseñanza o de la Verdad, considerado como el texto popular cumbre del budismo, el manual ético más perfecto que jamás se haya escrito, entre otros de los atributos que lo definen según sus estudiosos---, se establece lo siguiente en los “Versos Gemelos” del capítulo inicial: “1. La mente es la precursora de todos los estados. La mente es su fundamento y todos ellos son creados por la mente. Si uno habla o actúa con una mente impura, entonces el sufrimiento le sigue del mismo modo que la rueda sigue a la pezuña del buey. 2. La mente es la precursora de todos los estados. La mente es su fundamento y todos ellos son creados por la mente. Si uno habla o actúa con una mente pura, entonces la felicidad le sigue como una sombra que nunca le abandona”. (Versión de Narada Thera, traducción de Ramiro Calle, Edaf, Madrid, 1994.)
Una brillante, erudita y primera traducción directa del pali, la lengua de origen del Dhammapada, al español, hecha por Bhikkhu Nandisena (Dhammodaya Ediciones, México, 2008), propone una interpretación ligeramente distinta: “1. Los estados mentales están precedidos por la mente, liderados por la mente, creados por la mente. Si uno habla o actúa con mente impura, de aquí el sufrimiento lo sigue a uno como la rueda [sigue] la pata [del buey] que tira [el carro]. 2. Los estados mentales están precedidos por la mente, liderados por la mente. Si uno habla o actúa con mente pura, de aquí la felicidad lo sigue a uno como sombra que no se aparta”.
Otra lectura debida a Max Ladner (La enseñanza del Buda, traducción de Gilberto Lachassagne, Mandrágora, Buenos Aires, 1959), dice así: “1. Las condiciones en las cuales nos hallamos son el resultado de lo que hemos pensado, quedan fundadas en la mente, son forjadas por ella; si un hombre habla o actúa con una mente impura, el dolor le sigue como la rueda sigue a la pezuña del buey que tira del carro. 2. Las condiciones en las cuales nos hallamos son el resultado de lo que hemos pensado, quedan fundadas en la mente, son forjadas por ella; si un hombre habla o actúa con una mente pura, la felicidad le sigue como su inseparable sombra.”
Y una última exégesis, debidamente libre y bellamente lírica, del poeta mexicano Alberto Blanco (El camino de la verdad, Árbol Editorial, México, 1990), ofrece estas líneas, encabezadas como “Caminos Paralelos”, en lugar de los “Versos Gemelos” usuales: “Somos lo que pensamos. / Todo lo que somos surge con nuestros pensamientos. / Con nuestros pensamientos construimos el mundo. / Habla o actúa con mente impura / y los problemas te seguirán / como sigue la carreta al buey ensimismado. / Somos lo que pensamos. / Todo lo que somos surge con nuestros pensamientos. / Con nuestros pensamientos construimos el mundo. / Habla o actúa con una mente pura / y la felicidad te seguirá / como tu misma sombra, inseparable”.
La mente impura y las impurezas mentales se refieren a lo que el budismo llama “irritantes síquicos”, esos predominios negativos de la conciencia humana que pueden ser descritos sucintamente como el odio, la avidez y la ignorancia: obstáculos inmensos y afectaciones profundas que infiltran tóxicamente los procesos emocionales y cognitivos del sujeto. El budismo, que es una ciencia del espíritu antes que una filosofía o una religión, ofrece una terapéutica para el ser humano donde se describe la causa de su enfermedad existencial, se establece el diagnóstico, se instrumenta la curación y se aplica el tratamiento, a partir de una verdad objetiva que a la letra dice: “Si la mente es comprendida, todas las cosas son comprendidas”.
En esta terapéutica superior, accesible para cualquiera que esté dispuesto a explorarla, se enseñan tres cosas esenciales: a conocer la mente, que tan cerca está y que tanto se le desconoce; a formar la mente, que tan difícil de manejar es y tan manejable puede ser; a liberar la mente, que tan esclavizada está y que, sin embargo, puede obtener su libertad aquí y ahora. No hay intermediarios, revelaciones o dogmas requeridos para tales afanes pues son personales, empíricos y concretos. Implican una constatación que en nuestra cultura materialista, una cultura de la victimización constante, resulta inaceptable: el mundo, nuestro mundo, es meramente una construcción que depende solamente de uno mismo, de su propia mente, así se atribuya siempre a los otros, al exterior.
Uno de los teólogos católicos más renovadores de los últimos años, Miceal Ledwith, afirma que “creamos nuestra propia realidad cada día, aunque lo encontramos muy difícil de aceptar, pues no hay nada más exquisitamente placentero que culpar a otros por nuestra manera de ser: es la falta de él o de ella, es el sistema, es Dios, son mis padres. Cualquiera que sea la forma en que observemos el mundo a nuestro alrededor, justamente en eso se convierte. Y la razón por la que mi vida, por ejemplo, carece tanto de alegría y felicidad y realización, es que mi propia perspectiva carece precisamente de esas cosas”.
Somos lo que pensamos, y como pensamos vemos, sentimos, amamos, morimos. No es esoteria, fantasía New Age o receta de auto-ayuda. Ya decía George Bernard Shaw que la vida no tiene que ver con encontrarse a uno mismo sino con crearse a uno mismo. Y la mente propia es el único maestro para tal misión: salir de la niebla del sueño y estar completamente despierto. Ser lo que se piensa, pero haber aprendido a purificar la mente para pensar.
Fernando Solana Olivares
Una brillante, erudita y primera traducción directa del pali, la lengua de origen del Dhammapada, al español, hecha por Bhikkhu Nandisena (Dhammodaya Ediciones, México, 2008), propone una interpretación ligeramente distinta: “1. Los estados mentales están precedidos por la mente, liderados por la mente, creados por la mente. Si uno habla o actúa con mente impura, de aquí el sufrimiento lo sigue a uno como la rueda [sigue] la pata [del buey] que tira [el carro]. 2. Los estados mentales están precedidos por la mente, liderados por la mente. Si uno habla o actúa con mente pura, de aquí la felicidad lo sigue a uno como sombra que no se aparta”.
Otra lectura debida a Max Ladner (La enseñanza del Buda, traducción de Gilberto Lachassagne, Mandrágora, Buenos Aires, 1959), dice así: “1. Las condiciones en las cuales nos hallamos son el resultado de lo que hemos pensado, quedan fundadas en la mente, son forjadas por ella; si un hombre habla o actúa con una mente impura, el dolor le sigue como la rueda sigue a la pezuña del buey que tira del carro. 2. Las condiciones en las cuales nos hallamos son el resultado de lo que hemos pensado, quedan fundadas en la mente, son forjadas por ella; si un hombre habla o actúa con una mente pura, la felicidad le sigue como su inseparable sombra.”
Y una última exégesis, debidamente libre y bellamente lírica, del poeta mexicano Alberto Blanco (El camino de la verdad, Árbol Editorial, México, 1990), ofrece estas líneas, encabezadas como “Caminos Paralelos”, en lugar de los “Versos Gemelos” usuales: “Somos lo que pensamos. / Todo lo que somos surge con nuestros pensamientos. / Con nuestros pensamientos construimos el mundo. / Habla o actúa con mente impura / y los problemas te seguirán / como sigue la carreta al buey ensimismado. / Somos lo que pensamos. / Todo lo que somos surge con nuestros pensamientos. / Con nuestros pensamientos construimos el mundo. / Habla o actúa con una mente pura / y la felicidad te seguirá / como tu misma sombra, inseparable”.
La mente impura y las impurezas mentales se refieren a lo que el budismo llama “irritantes síquicos”, esos predominios negativos de la conciencia humana que pueden ser descritos sucintamente como el odio, la avidez y la ignorancia: obstáculos inmensos y afectaciones profundas que infiltran tóxicamente los procesos emocionales y cognitivos del sujeto. El budismo, que es una ciencia del espíritu antes que una filosofía o una religión, ofrece una terapéutica para el ser humano donde se describe la causa de su enfermedad existencial, se establece el diagnóstico, se instrumenta la curación y se aplica el tratamiento, a partir de una verdad objetiva que a la letra dice: “Si la mente es comprendida, todas las cosas son comprendidas”.
En esta terapéutica superior, accesible para cualquiera que esté dispuesto a explorarla, se enseñan tres cosas esenciales: a conocer la mente, que tan cerca está y que tanto se le desconoce; a formar la mente, que tan difícil de manejar es y tan manejable puede ser; a liberar la mente, que tan esclavizada está y que, sin embargo, puede obtener su libertad aquí y ahora. No hay intermediarios, revelaciones o dogmas requeridos para tales afanes pues son personales, empíricos y concretos. Implican una constatación que en nuestra cultura materialista, una cultura de la victimización constante, resulta inaceptable: el mundo, nuestro mundo, es meramente una construcción que depende solamente de uno mismo, de su propia mente, así se atribuya siempre a los otros, al exterior.
Uno de los teólogos católicos más renovadores de los últimos años, Miceal Ledwith, afirma que “creamos nuestra propia realidad cada día, aunque lo encontramos muy difícil de aceptar, pues no hay nada más exquisitamente placentero que culpar a otros por nuestra manera de ser: es la falta de él o de ella, es el sistema, es Dios, son mis padres. Cualquiera que sea la forma en que observemos el mundo a nuestro alrededor, justamente en eso se convierte. Y la razón por la que mi vida, por ejemplo, carece tanto de alegría y felicidad y realización, es que mi propia perspectiva carece precisamente de esas cosas”.
Somos lo que pensamos, y como pensamos vemos, sentimos, amamos, morimos. No es esoteria, fantasía New Age o receta de auto-ayuda. Ya decía George Bernard Shaw que la vida no tiene que ver con encontrarse a uno mismo sino con crearse a uno mismo. Y la mente propia es el único maestro para tal misión: salir de la niebla del sueño y estar completamente despierto. Ser lo que se piensa, pero haber aprendido a purificar la mente para pensar.
Fernando Solana Olivares
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