Saturday, January 31, 2009

BERGASSE 19 / y III

Hablar de la existencia de una dimensión superior o meramente distinta a las habituales en la conciencia humana es hablar de metafísica, y éste es un problema cognitivo, intelectual y hasta político insoluble desde una perspectiva materialista, porque tiene que ver con algo que no puede tocarse ni empíricamente demostrarse, sólo creerse o no. Sin embargo, el mismo impedimento de visibilidad puede argüirse para el primer modelo freudiano de la psique: inconsciente, preconsciente y consciente, y también para el segundo: el yo, el ello y el super yo. Hipótesis, las dos, intangibles, tácitas, que sólo pueden creerse o no.
Si los censores del psicoanálisis ya mencionados contemporizaron con Freud al establecer un litigio puramente de orden operativo y cultural, René Guénon, en cambio, un autor inclasificable nacido en Francia en 1886 y muerto en Egipto en 1950, fustiga al psicoanálisis como un movimiento surgido de la degradación y crisis del mundo moderno, como un signo de los tiempos que anuncia el inminente final de la civilización occidental, como el combate de un error con otro error. No es el momento de extenderse en la obra de quien ha sido llamado “el último metafísico de Occidente”, cuyo pensamiento influyó en muchos que nunca lo reconocieron y quien hasta hoy ha padecido una conspiración del silencio dada la gran incomodidad que generan sus postulados contra el materialismo del mundo contemporáneo.
Baste mencionar su texto “Los desmanes del psicoanálisis” (El reino de la cantidad..., Paidós Orientalia, 1997), en el cual escribe sobre “la extraña ilusión que obliga a los psicólogos a considerar una serie de estados tanto más ‘profundos’ cuanto en el fondo no son sino más inferiores: ¿no es éste ya un indicio de la tendencia a oponerse a la espiritualidad, que es la única que de verdad puede ser calificada como profunda precisamente por ser la única que se refiere al principio y al propio centro del ser? (...) Al no haberse expandido el ámbito de la psicología hacia arriba, el ‘superconsciente’ sigue siendo para ella tan ajeno como siempre; cuando encuentra algo que parece referirse a él, pretende anexionarlo sencillamente por asimilación con el ‘subconsciente’.”
Quédese hasta aquí la mención a la tajante reprobación guenoniana al psicoanálisis, porque el último de nuestros invitados impertinentes es Harold Bloom, el sabio crítico literario que considera al psicoanálisis como la última manifestación del chamanismo en Occidente (y con ello no es peyorativo sino descriptivo, pues el chamán, como el analista, toma sobre sí la enfermedad del paciente para curarlo), y quien denuncia a Freud como un deudor malagradecido de su predecesor más directo: William Shakespeare.
Bloom demuestra (o especula, si se quiere matizar) que el complejo de Edipo, la gran mitografía construida por Freud, es más bien el complejo de Hamlet, no solamente porque el héroe trágico de la tragedia de Sófocles mata a Layo, su padre, y desposa a Yocasta, su madre, sin saber todavía quiénes son ellos, sino sobre todo porque la obsesiva y documentada frecuentación que Freud hace de Shakespeare a lo largo de toda su vida concluye en una mal asumida angustia de las influencias, un concepto acuñado por Bloom para describir el vínculo entre el predecesor canónico y su descendiente literario, quien lo lee para reinterpretarlo y agregarse él mismo a la suma de autoridades representada por el predecesor.
Bloom habla de Freud el escritor y considera al psicoanálisis como literatura, por ello durante muchos años, como afirma en un hermoso ensayo al respecto, ha venido enseñando en su cátedra que Freud es esencialmente Shakespeare en prosa, y que la visión de la psicología del médico austriaco se deriva de su constantes lecturas del teatro del poeta isabelino. Para Bloom, entonces, William Shakespeare es el inventor del psicoanálisis y Sigmund Freud resulta solamente su codificador.
“Existe una antigua tradición ---escribe Bloom--- que afirma que Shakespeare interpretó el papel del fantasma del padre de Hamlet en la primera producción de la obra. El psicoanálisis, en muchos aspectos una parodia reductora de Shakespeare, continúa siendo perseguido por el fantasma de Shakespeare, pues a éste se le podría considerar un tipo trascendental de psicoanálisis. Cuando sus personajes cambian, o se obligan a cambiar a base de oírse casualmente, profetizan la situación psicoanalítica en la que los pacientes se ven obligados a oírse a sí mismos en el contexto del análisis”.
De tal manera que para este pensador contemporáneo las guerras civiles de la psique le fueron enseñadas a Freud mediante la apoteosis de la libertad y originalidad estéticas que hay en la obra del bardo inventor de lo humano y centro del canon occidental: William Shakespeare. De él aprendió la ambivalencia, el narcisismo y el cisma del yo, de él conoció la furia y la extrañeza que habitan la conciencia de las personas. Por esa razón superior de orden estético, Bloom propone no una crítica freudiana de Hamlet, de Macbeth, de Otelo o del rey Lear, en su opinión un mero empobrecimiento de esos caracteres paradigmáticos, sino una lectura shakesperiana del psicoanálisis de Freud.
Luego entonces, si todo inconsciente quiere ser un acontecimiento, según una de las tantas afirmaciones perentorias del habitante durante décadas de Bergasse 19, aquella sede del más importante diván de la historia moderna en la ciudad de Viena, todavía hoy, más de siglo y medio después de su nacimiento, seguimos debatiendo a Sigmund Freud.

Fernando Solana Olivares

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