BERGASSE 19 / II
El surgimiento del psicoanálisis ---esa “ocupación de racionalistas lascivos que todo lo reducen en este mundo a causas sexuales, con la salvedad de su ocupación”, conforme ironiza uno de los aforismos de Karl Kraus--- no podría explicarse sin tomar en cuenta la naturaleza de aquella ciudad insólita e irrepetible en la historia del pensamiento moderno, Viena, capital entonces del imperio austrohúngaro donde Freud, el médico y psicoanalista austriaco nació y se desarrolló. Quien quiera buscar los orígenes concretos del momento actual, la eclosión positiva y negativa a la vez de los modos cognitivos, los usos sociales, los logros artísticos, arquitectónicos y literarios, las asignaturas ideológicas, las prácticas sexuales y hasta la morfología física de lo que vendría, deberá dirigir su atención a ese “laboratorio de pruebas para la destrucción de un mundo”, aquella Kakania, como llamó al imperio austrohúngaro otro más de sus rendidos amantes y furiosos execradores, Robert Musil. Un sitio geográfico, aunque antes mental y estético, donde se dieron cita una suma deslumbrante de talentos, de nombres con magia propia.
La crítica al psicoanálisis de otro vienés contemporáneo de Freud, el filósofo Ludwig Wittgenstein ---creador del atomismo lógico, teoría que plantea la relación biunívoca entre las palabras y las cosas y define a las proposiciones que encandenan las palabras como “imágenes” constituyentes de la realidad, creador también de lo que llamó “juego de lenguaje”, en el cual destacó el aspecto humano del habla, su imprecisión y variabilidad según las situaciones---, es de otra tesitura e intención. No hay humor vitriólico en ella sino el señalamiento de que la teoría psicoanalítica es la obra de un poderoso mitólogo, digno rival de Proust, Joyce o Kafka, y por ello perteneciente no a un orden científico sino a otro imaginario y estético, peligrosa o inútilmente convertido en psicología. Una consideración, en suma, que de cualquier modo parte de un reconocimiento al genio fabulador freudiano pero que recusa como erróneos su uso colectivo y su clasificación formal, que preferiría para arbitrio del arte o de la imaginación.
Dice Wittgenstein: “Si hay algo en la teoría freudiana de la interpretación de los sueños es que muestra en qué forma tan complicada construye el espíritu humano imágenes de los hechos. El arte de la reproducción es tan complicado, tan irregular, que apenas puede seguírsele llamando una reproducción”.
Más propio para él del arte del teatro ---una opinión que acaso no le desagradara al mismo Freud---, antes que de la exploración de la conciencia, Wittgenstein formula una crítica contra el psicoanálisis que no ha dejado de considerarse como una censura emitida por el elitismo de una inteligencia tan genial como la suya. “Freud ---escribió el filósofo--- ha hecho un mal servicio con sus seudo-explicaciones fantásticas (precisamente porque son ingeniosas). Cualquier asno tiene a la mano estas imágenes para ‘explicar’ con su ayuda los síntomas de la enfermedad”.
Si bien los conceptos pueden aliviar o agravar un abuso, favorecerlo o inhibirlo, para el autor del Tractatus “hacerse psicoanalizar es en cierta forma semejante a comer del árbol del conocimiento. El conocimiento que así se obtiene nos plantea nuevos problemas éticos; pero no aporta nada para su solución”. Trátase entonces de una crítica ya no del sentido sino de la utilidad.
¿Por qué? Porque según Wittgenstein, “no se puede decir la verdad cuando no nos hemos dominado a nosotros mismos. No se la puede decir ---pero no porque no se sea aún lo bastante sensato. Sólo puede decirla quien ya descansa en ella; no el que todavía descansa en la falsedad y sólo una vez sale de ésta para alcanzar la verdad”.
¿Tautología, contradicción, juego de palabras? El psicoanálisis sabrá. Pero para una de las mentes más soberanas del siglo pasado, el conocimiento de la verdad sólo podía darse a quien ya sabía o había entrevisto esa misma verdad buscada, al modo de una revelación que se mostraría nada más a aquel que la hubiera percibido cuando menos una primera y determinante ocasión.
Quizá como una reacción que en el propio sistema analítico tendrá su debida causa: resistencia, proyección, patología o simple no convencimiento, al reflexionar sobre el psicoanálisis ciertas preguntas sin respuesta regresan. Por ejemplo, si esto se debe a Freud, ¿quién lo invistió a él de la autoridad constituida, canónica, para iniciar una práctica donde todos sus miembros deben analizarse, o sea, repetir el rito de fundación? Ese origen unipersonal quizá pueda ayudar a entender por qué el psicoanálisis sólo conoce el subconsciente y no acepta la existencia de una condición correlativa, lógicamente complementaria, que otras formas de pensamiento, occidentales y contemporáneas, pero sobre todo orientales y tradicionales, aceptan como un nivel accesible a la conciencia humana: el supraconsciente (que no es lo mismo que el super yo). Una categoría que coloca al sujeto en otra consideración, ni romántica, devocional o irracionalista, pero tampoco determinada por una explicación unívoca que se da por concluyente en ella misma, como si fuera un círculo que se cierra sobre sí.
La estimación que se hizo en vida de Freud del psicoanálisis lo satirizó como una manifestación de la misma enfermedad que pretendía curar. Otros cuestionaron que hubiera abierto las esclusas psíquicas de los fondos humanos sin compensación alguna y que confundiera lo profundo de la conciencia con lo inferior.
Fernando Solana Olivares
La crítica al psicoanálisis de otro vienés contemporáneo de Freud, el filósofo Ludwig Wittgenstein ---creador del atomismo lógico, teoría que plantea la relación biunívoca entre las palabras y las cosas y define a las proposiciones que encandenan las palabras como “imágenes” constituyentes de la realidad, creador también de lo que llamó “juego de lenguaje”, en el cual destacó el aspecto humano del habla, su imprecisión y variabilidad según las situaciones---, es de otra tesitura e intención. No hay humor vitriólico en ella sino el señalamiento de que la teoría psicoanalítica es la obra de un poderoso mitólogo, digno rival de Proust, Joyce o Kafka, y por ello perteneciente no a un orden científico sino a otro imaginario y estético, peligrosa o inútilmente convertido en psicología. Una consideración, en suma, que de cualquier modo parte de un reconocimiento al genio fabulador freudiano pero que recusa como erróneos su uso colectivo y su clasificación formal, que preferiría para arbitrio del arte o de la imaginación.
Dice Wittgenstein: “Si hay algo en la teoría freudiana de la interpretación de los sueños es que muestra en qué forma tan complicada construye el espíritu humano imágenes de los hechos. El arte de la reproducción es tan complicado, tan irregular, que apenas puede seguírsele llamando una reproducción”.
Más propio para él del arte del teatro ---una opinión que acaso no le desagradara al mismo Freud---, antes que de la exploración de la conciencia, Wittgenstein formula una crítica contra el psicoanálisis que no ha dejado de considerarse como una censura emitida por el elitismo de una inteligencia tan genial como la suya. “Freud ---escribió el filósofo--- ha hecho un mal servicio con sus seudo-explicaciones fantásticas (precisamente porque son ingeniosas). Cualquier asno tiene a la mano estas imágenes para ‘explicar’ con su ayuda los síntomas de la enfermedad”.
Si bien los conceptos pueden aliviar o agravar un abuso, favorecerlo o inhibirlo, para el autor del Tractatus “hacerse psicoanalizar es en cierta forma semejante a comer del árbol del conocimiento. El conocimiento que así se obtiene nos plantea nuevos problemas éticos; pero no aporta nada para su solución”. Trátase entonces de una crítica ya no del sentido sino de la utilidad.
¿Por qué? Porque según Wittgenstein, “no se puede decir la verdad cuando no nos hemos dominado a nosotros mismos. No se la puede decir ---pero no porque no se sea aún lo bastante sensato. Sólo puede decirla quien ya descansa en ella; no el que todavía descansa en la falsedad y sólo una vez sale de ésta para alcanzar la verdad”.
¿Tautología, contradicción, juego de palabras? El psicoanálisis sabrá. Pero para una de las mentes más soberanas del siglo pasado, el conocimiento de la verdad sólo podía darse a quien ya sabía o había entrevisto esa misma verdad buscada, al modo de una revelación que se mostraría nada más a aquel que la hubiera percibido cuando menos una primera y determinante ocasión.
Quizá como una reacción que en el propio sistema analítico tendrá su debida causa: resistencia, proyección, patología o simple no convencimiento, al reflexionar sobre el psicoanálisis ciertas preguntas sin respuesta regresan. Por ejemplo, si esto se debe a Freud, ¿quién lo invistió a él de la autoridad constituida, canónica, para iniciar una práctica donde todos sus miembros deben analizarse, o sea, repetir el rito de fundación? Ese origen unipersonal quizá pueda ayudar a entender por qué el psicoanálisis sólo conoce el subconsciente y no acepta la existencia de una condición correlativa, lógicamente complementaria, que otras formas de pensamiento, occidentales y contemporáneas, pero sobre todo orientales y tradicionales, aceptan como un nivel accesible a la conciencia humana: el supraconsciente (que no es lo mismo que el super yo). Una categoría que coloca al sujeto en otra consideración, ni romántica, devocional o irracionalista, pero tampoco determinada por una explicación unívoca que se da por concluyente en ella misma, como si fuera un círculo que se cierra sobre sí.
La estimación que se hizo en vida de Freud del psicoanálisis lo satirizó como una manifestación de la misma enfermedad que pretendía curar. Otros cuestionaron que hubiera abierto las esclusas psíquicas de los fondos humanos sin compensación alguna y que confundiera lo profundo de la conciencia con lo inferior.
Fernando Solana Olivares
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