Sunday, January 04, 2009

CIRCUNSTANCIALIDADES

De pronto, como empezó, el año termina y otro súbitamente se inicia. El tiempo corre sin pausa, cada vez más veloz, al modo de una corriente que va acercándose al despeñadero. Diría Ernst Jünger que nos encontramos en el final de una era de la historia y ante los umbrales de una nueva. Y que para entender lo que ocurre es necesario desplazar la mirada de la historia humana a la historia terrestre, salir del tiempo histórico e imaginarse el tiempo cósmico.

No es una operación simple, pues obliga a cambiar el lugar mental donde uno reside, el sitio emocional y psíquico donde se suele estar. Lo que este pensador propone es que el sujeto debe radicar únicamente en sí mismo: fenomenal tarea a realizar en el tiempo actual, que aun sin querer implicarse en visiones apocalípticas, parece estar a punto de acabarse, como si una forma de existencia hubiera entrado en una crisis definitiva, integral: “Para mí —escribe Jünger— lo importante sigue siendo el Individuo, el gran Solitario capaz de resistir en las situaciones difíciles para el espíritu, como la que está llegando y que será una nueva edad de hierro”.

La conclusión no es nueva, todas las tradiciones que conciben el tiempo desde una perspectiva cíclica acuerdan designar a esta cuarta edad oscura como la última de un lapso que duró milenios. Una imagen es utilizada por Jünger como “símbolo grandioso” del momento, el naufragio del Titanic, “el hundimiento de la idea misma de progreso: la perfección de la técnica se ve perturbada por el accidente; tras el arrogante optimismo viene el pánico, tras el mayor lujo la destrucción, tras el automatismo la catástrofe”.

A la angustia que domina la atmósfera colectiva de nuestra época —un estado de ánimo particular e indeterminado, sutil y tácito entre los hombres, esos seres extraños que “en su lucha contra la Nada han de hacer frente a dos pruebas inevitables: la de la duda y la del dolor”—, Jünger propone la acción de aquel a quien llama el Anarca (no anárquico, puesto que no está vinculado negativamente con la sociedad), el Rebelde, el cual se retira a su propio interior para enfrentar y derrotar la angustia, la duda y el dolor.

El autor explica que desde el punto de vista del Anarca el totalitarismo y la democracia de masas no son tan diferentes entre sí, y que este tipo de solitario vive en los intersticios de la sociedad, la realidad que lo rodea en el fondo le resulta indiferente y sólo cuando se retira a su interior encuentra su identidad verdadera, cuando se retira a su propio yo como último baluarte de resistencia. “El Anarca —escribe Jünger— no se deja implicar por la dimensión de la técnica: se vale de ella y la explota si ello le resulta útil, de lo contrario la ignora y se retira a su mundo interior. El Anarca tiene dominio sobre la técnica. (...) El Anarca sabe que la libertad tiene un precio, y sabe que quien quiere disfrutarla gratuitamente da muestra de no merecerla. (...) El Anarca no tiene sociedad. La suya es una existencia insular...”.

Una sociedad de asociales que saben que toda identificación significa a fin de cuentas una restricción. No se habla aquí de sujetos románticos que huyen de la realidad y con la fantasía o el sueño construyen un lugar mental subjetivo y cerrado. El Anarca es una gente que conoce y evalúa correctamente el mundo en que se encuentra y puede retirarse interiormente de él a voluntad. Como es adentro es afuera, así que dicho repliegue espiritual se da en el mundo como éste mismo es ahora: nihilista, perturbado, confuso, en proceso de impredecible transformación. Tal es la salida del tiempo histórico que algunos autores como el propio Jünger llaman “exilio interior”.

Esta idea de la resistencia interior es muy cercana a otra propuesta filosófica de la modernidad: la política existencial del como si. Tal doctrina, introducida por Schopenhauer al pensamiento occidental, proviene de la legendaria recomendación dada por Shiva, la deidad, a Arjuna, el hombre atribulado: “Combate como si el combate tuviera sentido, vive como si la vida tuviera sentido”. Y ese como si consiste, sobre todo, en una voluntad de distanciamiento frente a la acción, la cual se cumple lo mejor que se pueda a pesar de su tamaño e importancia, sin esperar nada más.

Se dirá que todo lo anterior es inaccesible para el hombre promedio, enajenado en la búsqueda de satisfactores externos a él. Su ánimo siempre depende de las circunstancias y, como éstas son cada vez más adversas, un profundo desasosiego externo le impide conocer las exquisitas y tan simples formas de la serenidad y el desprendimiento interiores. El programa de la espiritualidad del Anarca consiste en cuatro actitudes: no esperar nada, soportar la injusticia, adaptarse a las circunstancias y seguir el camino. De ahí aquella afirmación tan estimada por Jünger: “llega más lejos el que no sabe adónde va”.

Ahora comienza un año cuyos dígitos suman once, una cifra que la numerología pitagórica interpretaba como el uno de Dios sumado al diez del mundo, el inicio de una serie simbólica superior. Pero el tiempo acosa a los hombres. Y si la cifra cuadra con los sentidos que se le atribuyen, entonces, como escribiría Ernst Jünger, el tiempo de los titanes venideros se hace presente cada vez más. Será, acaso, una certeza mayor entre nosotros: el tiempo se acelera, corre a su conclusión. Los solitarios lo saben, son los que viven en el templado refugio de su interior.

Fernando Solana Olivares

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