FRAGMENTOS DE UN DIARIO
Lunes. Lo encontré por ahí, ahora lo reproduzco. Quizá es mío, pero tal vez no. ¿Cuánto es de cada quien, cuánto es de los otros? Porque si nada humano nos es ajeno (lo afirmó Terencio, a continuación Quevedo, luego Marx), entonces cualquier término resulta propio. Ya se sabe, aunque en estas épocas oscuras frecuentemente se nos olvida: la casa del ser es el lenguaje. Así está hecha cada conciencia, de palabras, que sólo muy pocas veces, y no por culpa del lenguaje sino de sus usuarios, se convierten en las marcas del espíritu. Me invade aquello que apenas hasta ahora ---después de que tantos inviernos han puesto sitio a mis sienes y a mi frente--- reconozco como una inevitable característica personal: este sagrado descontento. Pero con frecuencia dudo que tal sentimiento sea sagrado, en mi caso apesta a profanidad. Contemplo la realidad mexicana y me parece pavorosa, lo mismo extraordinaria que implacable, desconocida también. No entiendo por qué no entienden quienes deberían entenderlo que las cosas están a punto de reventar.
Los políticos me resultan intragables, los magistrados y los policías, los empresarios y los comentócratas (y yo que soy uno de ellos) asimismo. ¿Por qué vivimos en una época tan degradada, tan desgraciada, tan azarosamente infeliz? Sabe, dirían los lacónicos sabios que leo, sabe por qué. Aunque para redoblar la desdicha, a veces creo que yo sí sé. Y sin embargo, aún ignoro el para qué.
Martes. Hacía varias semanas que no la veía esperándome debajo del magro eucalipto donde la suelo recoger. Llegué a creer que mi amiga, doña María del Carmen, una humildísima anciana campesina, había muerto por fin para descansar. La idea me confortaba, pues los 75 años de edad de esta digna y refinada princesa ahora nacida como paria, de esta alma simple y preocupada por los suyos, tan desprotegidos y paupérrimos como ella, resultan una cruz difícil de sobrellevar. En mí lo sería, pero no parece serlo así para su corazón de oro, que nunca se queja del infortunio y sólo pide seguir teniendo fuerzas al caminar varios kilómetros desde su desvencijada casita hasta la carretera, encontrar ahí a alguien que la lleve a Lagos donde gente compasiva le facilitará unas cuantas bolsitas de nopal picado que venderá de casa en casa, y regresar con medicamentos comprados a precio de oro para el hijo epiléptico más unos cuantos alimentos para su prole hambrienta y marginal. Doña María del Carmen descansa en la Providencia, y como Dios, nunca llora, pero a diferencia de Lucifer, siempre reza. La llevo a Lagos, le doy dinero y al bajar del auto me bendice dulcemente. Ella se marcha alegre con sus torpes pasitos, luminosa y erguida, dueña de sí misma e incapaz de decepción, y yo me siento tan infeliz.
Miércoles. Conozco un antifilósofo que ha triunfado en la vida ---salvando aquello de que el éxito es la ideología más falsa en circulación---. Ese hombre lo ha obtenido todo: fama, dinero y poder. Alguna vez me obsequió con un áspero consejo: cuídate de aquellos a quienes haces favores. Y lo peor es que tuvo razón. Pretendí ingenuamente obtener por estos días ciertas retribuciones que se evidenciaron imposibles. Vaya, ni siquiera acuses de recibo de un libro enviado a muchos a quienes en el pasado ayudé, entre ellos el hombre exitoso de la cínica lección realista. Vuelve a apoderarse de mí esa cultura de la víctima: la autoconmiseración. Y me disgusto conmigo mismo, pues como diría el agudo albañil, un arquitecto que sin saber latín trabaja admirablemente en las modestas edificaciones de la abadía alteña donde vivo: mientras más viejo, más pendejo. Vuelvo entonces a caminar por la cintura cósmica de mis obsesiones y trato de pisar en la región más nítida de mi franqueza al decirme una vez más estas dos consideraciones: a) no te des por vencido ni aún vencido; b) no esperes nada.
Jueves. ¡Oh, nuestra izquierda buena onda e ilustrada! Acudo a la presentación de un libro sobre la reciente insurrección popular oaxaqueña y ahí escucho un panegírico acerca de la condición supuestamente “democrática” del magisterio oaxaqueño y la naturaleza supuestamente “ejemplar” de la APPO. Todavía no he aprendido a quedarme callado y seguramente ya no lo aprenderé. Así que antes de leer las líricas líneas que he compuesto sobre el asunto, declaro mi opinión contraria a tales juicios hiperbólicos que para mí son falsos. Es cierto que los malos son muy malos, pero no es cierto que los coyunturalmente buenos sean tan buenos, pues igual pecan de autoritarismo, de antidemocracia y de corrupción. No es tanto que no haya a quien irle sino que por razones obviamente mexicanas uno debe elegir el mal menor. Nuestra izquierda es parte estructural de la crisis: no es que sea lo preferible sino que es lo menos peor.
Viernes. Escucho al producto más acabado de la miseria mexicana, Carlos Slim, el plutócrata, justo la equidistancia de doña María del Carmen, advirtiendo sobre los malos tiempos económicos por venir ya. Su lenguaje pobre, su tropezada dicción: lo que natura non da, miles de millones non prestan. En el fondo, y sin ofender a nadie, ¡cuán estúpidos son los ricos! Y no hablemos de su amoralidad. Decía Michelet que quien comprende la pobreza lo comprende todo. Slim entiende muy poco aunque sea dueño ahíto de lo material. La anciana princesa, en cambio, sin tener nada lo tiene todo, pues la forma más alta de la inteligencia es la bondad: ese desapego se llama espíritu, y en él radica lo que es esencial...
Fernando Solana Olivares
Los políticos me resultan intragables, los magistrados y los policías, los empresarios y los comentócratas (y yo que soy uno de ellos) asimismo. ¿Por qué vivimos en una época tan degradada, tan desgraciada, tan azarosamente infeliz? Sabe, dirían los lacónicos sabios que leo, sabe por qué. Aunque para redoblar la desdicha, a veces creo que yo sí sé. Y sin embargo, aún ignoro el para qué.
Martes. Hacía varias semanas que no la veía esperándome debajo del magro eucalipto donde la suelo recoger. Llegué a creer que mi amiga, doña María del Carmen, una humildísima anciana campesina, había muerto por fin para descansar. La idea me confortaba, pues los 75 años de edad de esta digna y refinada princesa ahora nacida como paria, de esta alma simple y preocupada por los suyos, tan desprotegidos y paupérrimos como ella, resultan una cruz difícil de sobrellevar. En mí lo sería, pero no parece serlo así para su corazón de oro, que nunca se queja del infortunio y sólo pide seguir teniendo fuerzas al caminar varios kilómetros desde su desvencijada casita hasta la carretera, encontrar ahí a alguien que la lleve a Lagos donde gente compasiva le facilitará unas cuantas bolsitas de nopal picado que venderá de casa en casa, y regresar con medicamentos comprados a precio de oro para el hijo epiléptico más unos cuantos alimentos para su prole hambrienta y marginal. Doña María del Carmen descansa en la Providencia, y como Dios, nunca llora, pero a diferencia de Lucifer, siempre reza. La llevo a Lagos, le doy dinero y al bajar del auto me bendice dulcemente. Ella se marcha alegre con sus torpes pasitos, luminosa y erguida, dueña de sí misma e incapaz de decepción, y yo me siento tan infeliz.
Miércoles. Conozco un antifilósofo que ha triunfado en la vida ---salvando aquello de que el éxito es la ideología más falsa en circulación---. Ese hombre lo ha obtenido todo: fama, dinero y poder. Alguna vez me obsequió con un áspero consejo: cuídate de aquellos a quienes haces favores. Y lo peor es que tuvo razón. Pretendí ingenuamente obtener por estos días ciertas retribuciones que se evidenciaron imposibles. Vaya, ni siquiera acuses de recibo de un libro enviado a muchos a quienes en el pasado ayudé, entre ellos el hombre exitoso de la cínica lección realista. Vuelve a apoderarse de mí esa cultura de la víctima: la autoconmiseración. Y me disgusto conmigo mismo, pues como diría el agudo albañil, un arquitecto que sin saber latín trabaja admirablemente en las modestas edificaciones de la abadía alteña donde vivo: mientras más viejo, más pendejo. Vuelvo entonces a caminar por la cintura cósmica de mis obsesiones y trato de pisar en la región más nítida de mi franqueza al decirme una vez más estas dos consideraciones: a) no te des por vencido ni aún vencido; b) no esperes nada.
Jueves. ¡Oh, nuestra izquierda buena onda e ilustrada! Acudo a la presentación de un libro sobre la reciente insurrección popular oaxaqueña y ahí escucho un panegírico acerca de la condición supuestamente “democrática” del magisterio oaxaqueño y la naturaleza supuestamente “ejemplar” de la APPO. Todavía no he aprendido a quedarme callado y seguramente ya no lo aprenderé. Así que antes de leer las líricas líneas que he compuesto sobre el asunto, declaro mi opinión contraria a tales juicios hiperbólicos que para mí son falsos. Es cierto que los malos son muy malos, pero no es cierto que los coyunturalmente buenos sean tan buenos, pues igual pecan de autoritarismo, de antidemocracia y de corrupción. No es tanto que no haya a quien irle sino que por razones obviamente mexicanas uno debe elegir el mal menor. Nuestra izquierda es parte estructural de la crisis: no es que sea lo preferible sino que es lo menos peor.
Viernes. Escucho al producto más acabado de la miseria mexicana, Carlos Slim, el plutócrata, justo la equidistancia de doña María del Carmen, advirtiendo sobre los malos tiempos económicos por venir ya. Su lenguaje pobre, su tropezada dicción: lo que natura non da, miles de millones non prestan. En el fondo, y sin ofender a nadie, ¡cuán estúpidos son los ricos! Y no hablemos de su amoralidad. Decía Michelet que quien comprende la pobreza lo comprende todo. Slim entiende muy poco aunque sea dueño ahíto de lo material. La anciana princesa, en cambio, sin tener nada lo tiene todo, pues la forma más alta de la inteligencia es la bondad: ese desapego se llama espíritu, y en él radica lo que es esencial...
Fernando Solana Olivares
2 Comments:
gracias por tan buenos textos cada viernes. saludos
Ojala, nunca haber perdido una persona como usted!
Increible, simplemente sin palabras!
Adrian
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