Saturday, December 28, 2019

HACIA LO QUE VIENE

¿Quién no está ansioso por lo que deparará el futuro? ¿Quién ha podido dejar de pensar obsesivamente en el ayer y especular nerviosamente sobre el mañana? ¿Quién logra vivir en tiempo radicalmente presente y así lo asume, como hacían los filósofos estoicos, esos que practicaban la fuerza moral de la premeditación: “piensa en todo, espéralo”? ¿Quién puede practicar ahora tal juego de franqueza sin hacerse desdichado antes de tiempo? ¿Quién ya entendió que somos lo que pensamos? El único cambio radical al alcance de la persona está en un lugar de la conciencia. En el mismo proceso de pensar, el cual es posible cambiar. No es magia, creencia o esoteria, sino pura psicofisiología, conocida por casi todas las culturas y practicada desde tiempos sin memoria por muchas civilizaciones, hasta llegar a la nuestra, la de la inteligencia oscurecida, la cual no se pregunta por los mecanismos mismos del pensamiento ni enseña técnicas que construyan correctamente sus procesos y desautomaticen los pasos perceptivos y sentimentales de nuestras conciencias. De ahí la irritante sencillez del budismo: es la propia mente la que se enseña a sí misma y aprende a deshacer sinapsis neuronales equivocadas, a dejar atrás los irritantes síquicos, los drenes anímicos, los angustiosos y resbaladizos autoconceptos, las ideas adquiridas (miedo, éxito, consumo, reconocimiento, felicidad, eternalismo). Es una práctica que se hace a diario. La psicología perenne dice que la gente cuida de su cuerpo pero no de su mente. Abandonar pensamientos tóxicos. En eso consiste meditar, en un acto mental de desagregación. Así, de tanto dejarlos pasar, los pensamientos acaban por abstenerse de surgir en el plano mental. El budismo afirma que es entonces cuando ha sucedido el único milagro personal posible: el cambio de actitud. Pero los estoicos premeditaban, anticipaban, ponían en curso aquello que se ha llamado profecía o doble mirar. Una de tales prognosis fue transmitida por el jefe hopi Thomas Banyaca. Los viejos de su tribu contaban que hubo dos hermanos a los que se les entregó la mitad de un círculo. Uno de ellos era blanco, el mayor, y el otro rojo. Aquel se fue a poblar partes lejanas de la tierra y el menor se quedó. El augurio contendría una advertencia: cuando el hermano blanco regresara debiera traer consigo la mitad del círculo y no el signo de la cruz, pues este sería opuesto y de consecuencias funestas para todos. El jefe Banyaca recordó otro vaticinio ancestral, que al entrar el hombre blanco en la zona hopi, conocida como las Cuatro Esquinas, se iniciaría la fase final que llamaban la Gran Purificación. “Si excavamos cosas preciosas de la tierra, pereceremos”, recordó que habían dicho los más antiguos de los suyos, en lo que parecen ser las primeras visiones proféticas de los nativos americanos. Era un 10 de diciembre de 1992 cuando el jefe hopi hablaba ante una casi vacía Asamblea General de la ONU durante la clausura del Año Internacional de los Pueblos Indígenas. Banyaca era el último orador de esa noche. Después, en la madrugada, caería una violenta lluvia provocando una de las peores inundaciones vistas hasta entonces en Nueva York. Existen otras formas de solución profética. Un autor llamó horóscopo secular al siguiente método: conocer los principales hechos históricos sucedidos alrededor de la fecha de nacimiento para imaginar causas, razones y posibilidades en la vida de cada quien. Las profecías intelectuales también han estado presentes: Heidegger, quien creyó que solamente un dios nos salvaría, o Camus, el cual escribió sobre la necesidad de su generación por evitar que el mundo se deshiciera. Las espirituales lo mismo: Guénon mostrando la visión cíclica del tiempo y sus edades, u Osho describiendo a los occidentales como los seres humanos más inquietos y neuróticos conocidos jamás. El arte es otra forma de profetizar. Sin aludir a las profecías terminales de cultos y religiones o la industria mediática de la catástrofe. Otras maneras de indagar sobre lo que está prohibido conocer, el mañana, consisten en emplear algún instrumento oracular, y hacer que se vuelva sapiencial ---o sea, sabiamente aplicable en la experiencia cotidiana--- mediante una pregunta directa al llevar a cabo la consulta: ¿qué debo hacer? El milenario I Ching o El Libro de las Mutaciones, que ha fascinado desde Confucio hasta Borges o Elizondo, es uno de ellos. Un reactor mental, como se ha llamado, que permite ver de modo creativo toda situación y sus derivaciones posibles. Pensar consiste en establecer relaciones y este libro las multiplica. Además, están las prognosis de la ciencia y de la reflexión contemporánea: el avance del calentamiento global y la consolidación de la inteligencia general artificial como fuerzas determinantes del futuro inmediato, el cual puede ser catastrófico. Una forma más de la profecía es la “corrección de las denominaciones”. Llamarle correctamente a una circunstancia, a un fenómeno, es anticiparse a desenlaces indeseables o destructivos. Comienza la segunda década del milenio. Hace cien años fue turbulenta y en ebullición. Esta lo será a su modo un siglo después.

3 Comments:

Blogger Unknown said...

¿Por qué me llamabas “ardilla”?

2:43 PM  
Blogger Unknown said...

¿Por qué me llamabas “ardilla”?

2:44 PM  
Blogger Unknown said...

¿Por qué me llamabas “ardilla”?

2:44 PM  

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