HACIA LO QUE VIENE
¿Quién no está ansioso por lo que deparará el futuro? ¿Quién ha
podido dejar de pensar obsesivamente en el ayer y especular
nerviosamente sobre el mañana? ¿Quién logra vivir en tiempo
radicalmente presente y así lo asume, como hacían los filósofos
estoicos, esos que practicaban la fuerza moral de la premeditación:
“piensa en todo, espéralo”? ¿Quién puede practicar ahora tal juego
de franqueza sin hacerse desdichado antes de tiempo? ¿Quién ya
entendió que somos lo que pensamos?
El único cambio radical al alcance de la persona está en un lugar
de la conciencia. En el mismo proceso de pensar, el cual es posible
cambiar. No es magia, creencia o esoteria, sino pura psicofisiología,
conocida por casi todas las culturas y practicada desde tiempos sin
memoria por muchas civilizaciones, hasta llegar a la nuestra, la de la
inteligencia oscurecida, la cual no se pregunta por los mecanismos
mismos del pensamiento ni enseña técnicas que construyan
correctamente sus procesos y desautomaticen los pasos perceptivos
y sentimentales de nuestras conciencias.
De ahí la irritante sencillez del budismo: es la propia mente la
que se enseña a sí misma y aprende a deshacer sinapsis neuronales
equivocadas, a dejar atrás los irritantes síquicos, los drenes
anímicos, los angustiosos y resbaladizos autoconceptos, las ideas
adquiridas (miedo, éxito, consumo, reconocimiento, felicidad,
eternalismo). Es una práctica que se hace a diario. La psicología
perenne dice que la gente cuida de su cuerpo pero no de su mente.
Abandonar pensamientos tóxicos. En eso consiste meditar, en un
acto mental de desagregación. Así, de tanto dejarlos pasar, los
pensamientos acaban por abstenerse de surgir en el plano mental. El
budismo afirma que es entonces cuando ha sucedido el único
milagro personal posible: el cambio de actitud.
Pero los estoicos premeditaban, anticipaban, ponían en curso
aquello que se ha llamado profecía o doble mirar. Una de tales
prognosis fue transmitida por el jefe hopi Thomas Banyaca. Los
viejos de su tribu contaban que hubo dos hermanos a los que se les
entregó la mitad de un círculo. Uno de ellos era blanco, el mayor, y
el otro rojo. Aquel se fue a poblar partes lejanas de la tierra y el
menor se quedó. El augurio contendría una advertencia: cuando el
hermano blanco regresara debiera traer consigo la mitad del círculo
y no el signo de la cruz, pues este sería opuesto y de consecuencias
funestas para todos.
El jefe Banyaca recordó otro vaticinio ancestral, que al entrar el
hombre blanco en la zona hopi, conocida como las Cuatro Esquinas,
se iniciaría la fase final que llamaban la Gran Purificación. “Si
excavamos cosas preciosas de la tierra, pereceremos”, recordó que
habían dicho los más antiguos de los suyos, en lo que parecen ser las
primeras visiones proféticas de los nativos americanos.
Era un 10 de diciembre de 1992 cuando el jefe hopi hablaba
ante una casi vacía Asamblea General de la ONU durante la clausura
del Año Internacional de los Pueblos Indígenas. Banyaca era el
último orador de esa noche. Después, en la madrugada, caería una
violenta lluvia provocando una de las peores inundaciones vistas
hasta entonces en Nueva York.
Existen otras formas de solución profética. Un autor llamó
horóscopo secular al siguiente método: conocer los principales
hechos históricos sucedidos alrededor de la fecha de nacimiento para
imaginar causas, razones y posibilidades en la vida de cada quien.
Las profecías intelectuales también han estado presentes: Heidegger,
quien creyó que solamente un dios nos salvaría, o Camus, el cual
escribió sobre la necesidad de su generación por evitar que el mundo
se deshiciera. Las espirituales lo mismo: Guénon mostrando la
visión cíclica del tiempo y sus edades, u Osho describiendo a los
occidentales como los seres humanos más inquietos y neuróticos
conocidos jamás. El arte es otra forma de profetizar. Sin aludir a las
profecías terminales de cultos y religiones o la industria mediática
de la catástrofe.
Otras maneras de indagar sobre lo que está prohibido conocer,
el mañana, consisten en emplear algún instrumento oracular, y hacer
que se vuelva sapiencial ---o sea, sabiamente aplicable en la
experiencia cotidiana--- mediante una pregunta directa al llevar a
cabo la consulta: ¿qué debo hacer? El milenario I Ching o El Libro
de las Mutaciones, que ha fascinado desde Confucio hasta Borges o
Elizondo, es uno de ellos. Un reactor mental, como se ha llamado,
que permite ver de modo creativo toda situación y sus derivaciones
posibles. Pensar consiste en establecer relaciones y este libro las
multiplica.
Además, están las prognosis de la ciencia y de la reflexión
contemporánea: el avance del calentamiento global y la
consolidación de la inteligencia general artificial como fuerzas
determinantes del futuro inmediato, el cual puede ser catastrófico.
Una forma más de la profecía es la “corrección de las
denominaciones”. Llamarle correctamente a una circunstancia, a un
fenómeno, es anticiparse a desenlaces indeseables o destructivos.
Comienza la segunda década del milenio. Hace cien años fue
turbulenta y en ebullición. Esta lo será a su modo un siglo después.
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¿Por qué me llamabas “ardilla”?
¿Por qué me llamabas “ardilla”?
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