Tuesday, December 17, 2019

UN AÑO DESPUÉS

Lo pienso otra vez y concluyo lo mismo: si las opciones fueran las de aquel domingo de hace un año, volvería a votar por López Obrador. Como entonces, lo haría no por ser el mejor candidato sino por representar al menos malo. Un criterio electoral profiláctico y necesario ahora que a los gobiernos llega cualquiera, quien tarde o temprano resultará un fiasco e invariablemente dejará mucho que desear. Sus defectos son visibles: parece no escucharse más que a sí mismo, hace política desde la polarización táctica, la confrontación con sus tantos adversarios, y lleva años de utilizar una narrativa de la división nacional. Llegó tarde al poder, con una mentalidad que se antoja envejecida, y no entiende del todo el crucial momento pre apocalíptico que vive la humanidad. No es cosmopolita pues tiende a ser aldeano, su espectro cultural suele oscilar entre un cierto anti intelectualismo resentido y un uso nacionalista y folclórico de algo ajeno que no le interesa, salvo el constante referente de la historia patria en la que él mismo se ve actuar. Percibe el ejercicio del poder como una tarea trascendente a la que ha sido llamado por el destino. Propone no contestar a la violencia con violencia, ahora cuando la violencia es universal. Desdeña las cifras inconvenientes para su gobierno y habla sin parar. Dicta la agenda nacional todas las mañanas en un poco común y hasta hoy incansable ejercicio de comunicación retórica. Aplica una austeridad de tabla rasa que uniforma hacia abajo, no distingue lo bueno de lo malo y los bajos salarios excluyen a los mejores de la administración pública. Ha nombrado un gabinete que no está a la altura de su incesante actividad ni de su afán modificador. El partido que lo llevó al poder es disputado ahora en una batalla de navajeros políticos y turbios intereses que en cierta medida parece tolerar. La inseguridad pública imparable en todas partes. El crimen organizado hasta hoy doblegante del gobierno. La alianza con grupos evangélicos y confesionales. La terca insistencia en mezclar lo para muchos no mezclable: la moral y la cosa pública. Su menosprecio de la sociedad civil, su contradictorio afán por construir el futuro invocando superados ejemplos del pasado priista mexicano. La triste función de policía migratorio yanqui. Las matanzas que siguen sucediéndose y los desaparecidos y muertos que se multiplican. Y aún más: nombramientos, acciones, indiferencias, dichos. Mirar es rodear un objeto. Y si a lo anterior se le da la vuelta cambiando su eje de significación, si se le contextualiza sin maniqueísmos estadísticos ni simplificaciones interesadas, muchos de esos defectos se volverían virtudes según indican los altos índices de aceptación de que sigue gozando López Obrador. La política es el arte de lo posible y su única sabiduría es la incertidumbre. A pesar de la poderosa identidad negativa provocada por el presidente, y de los numerosos desencantados al cabo de doce meses de veleidosa conversión a la 4T, un sagaz y talentoso instinto político le ha permitido enfrentar hasta ahora sin grandes costos circunstancias nacionalmente desestabilizadoras, que pueden haber sido construidas para ello. Cumplida apenas la sexta parte del camino, prensa crítica al régimen junto con opinadores desplazados de las nóminas estatales, enemigos políticos de la derecha (así las definiciones “derecha e izquierda” sean ya tan imprecisas), clases altas y medias desafectas a un proyecto de gobierno que les parece demagógico y populista, grupos y sectores afectados por los nuevos hábitos públicos, calificadoras económicas y agencias mediáticas internacionales cuyos intereses son mantener las hegemonías políticas y económicas trasnacionales, todo ese poderoso conjunto da por fracasado al gobierno de López Obrador: aquí y allá se habla del peor presidente y del peor comienzo en la historia mexicana moderna, sin ningún matiz como el corto tiempo apenas transcurrido o la situación misma en que estaba el país al término del régimen. Corrientes de opinión construidas desde las redes repiten insensateces sin ningún rubor, como la última que oí pronunciar como si fuera una verdad inobjetable: “Según la teoría económica no hay nada peor que entregar el dinero directamente a los beneficiarios”. Cuando pregunté cuál desorbitada teoría era aquella no me lo supieron decir. El desencanto proviene del encantamiento, de haber creído ingenuamente que las promesas de campaña se volverían realidad. Mi juicio es otro: ha sido notable la capacidad de López Obrador, no para encarnar el lamentable inicio de un gobierno sino para afrontar las consecuencias, casi irreparables, del peor final de un régimen en la historia moderna de nuestro país. Nunca vi que la indignación de quienes hoy se rasgan las vestiduras por los yerros de López Obrador se hubiera dirigido a denunciar la destructiva, la cleptocrática anti política del esperpento prianista anterior. Ante el final de un ciclo civilizacional como el de esta época, gobernar ha de ser quemantemente difícil porque consiste en evitar que las realidades ya casi deshechas se deshagan. Hay lo que hay, de no haberlo sería peor.

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