Friday, September 29, 2006

LA ROTURA DE LA FORMALIDAD / y II

Según las escrituras hindúes ancestrales, el proceso final de esta Edad Adánica se parece a una mesa que va perdiendo las patas una por una. En el primer momento, Sat Yuga, Era de la Verdad, la mesa de los seres humanos reposaba sólida y estable porque existía una conciencia común. Ahora, después de miles de años, en el cuarto y último periodo, el de Kali Yuga, la Edad Oscura, aquella mesa se sostiene en una única columna a punto de quebrarse. Nuestra época, racionalista y sentimental, cree que lo anterior son puras patrañas, que la visión cíclica del mundo es propia de una mentalidad primitiva y que nadie puede anticipar el futuro.
Así ha de ser, entonces. Concentrarse en el presente y leerlo correctamente, conforme propone el líder de la APPO oaxaqueña, Flavio Sosa, respecto al drama insurreccional popular que vive Oaxaca y que está a punto, mientras se escriben estas líneas, de tener un violento desenlace: los alzados del pueblo se atrincheran en el zócalo de la ciudad tomado por ellos hace casi cuatro meses, el gobierno federal anuncia su decisión de intervenir, la gente se encierra en sus casas, el comercio que todavía queda abierto baja sus cortinas viernes y sábado para dar lugar al desalojo que presuntamente entonces sucederá.
Pobre Oaxaca, tan lejos de Dios y tan cerca de su tragedia histórica: el mal gobierno, la corrupción, el resentimiento social, el racismo vertical y horizontal, la miseria, la explotación, los caciques, las podridas élites, la ignorancia, la descomposición. Y los usos y costumbres, esa informalidad oaxaqueña que los antropólogos justifican y las leyes consagran como forma de actuar. A eso se refiere Flavio Sosa cuando dice que es necesario leer correctamente lo que acontece en Oaxaca: los usos y costumbres del pueblo que está dispuesto a quitar a un gobernante aun forzando la legalidad.
Desde una opinión formalista, legal, la APPO y el magisterio democrático han violado la ley con sus acciones, algunas de ellas bárbaras, otras delictivas, y muchas que afectaron a miles de ciudadanos ajenos al conflicto: los costos económicos y sociales de este movimiento son más graves que los del sismo de 1931, cuando la ciudad de Oaxaca quedó devastada, expulsó a gran parte de su mejor gente y un año después inventó La Guelaguetza para llamar la atención y solicitar la ayuda del país.
Sin embargo, el asunto es mucho más complejo que meramente legal: se trata del hartazgo popular ante el mal gobierno de Ulises Ruiz, heredero de la satrapía gubernamental que llevó a cabo José Murat, un funcionario autócrata e incontrolable que hizo lo que quiso durante seis años ante la debilidad presidencial de Vicente Fox. La mala gestión de Ulises Ruiz está debidamente acreditada en un documento enviado al Senado hace meses por cientos de organizaciones oaxaqueñas, que ese organismo ignoró pues ya no representa los intereses políticos democráticos de los estados del país, sino de las finísimas personas, como Emilio Gamboa, que lo integran.
¿Quién gana en Oaxaca con el desalojo de los maestros y las organizaciones populares? La peor parte del conflicto: la mafia política del gobernador Ulises Ruiz, que ahora cobrará las cuentas pendientes y se dedicará en lo que reste de su ejercicio a perseguir a todos los enemigos que pueda y a beneficiarse económicamente. Eso si completa los cuatro años que le faltan, inescrutable futuro, porque aunque no se quiera creer en la existencia de ciclos mayores que gobiernan el tiempo, lo que sí es cíclico es el pueblo oaxaqueño, sus maestros que cada año se instalan en el centro histórico, las fiestas circulares de sus regiones, el tiempo agrícola al que están impuestos. Y el mal gobierno de Ulises Ruiz se hará todavía más palpable, la irritación seguirá creciendo y todas las energías sociales ahora liberadas tomarán otros cauces y continuarán activas.
Decir que es necesario leer algo deriva en creer que no hay hechos sino interpretaciones, que todo fenómeno es un texto para desentrañar. Y hay lecturas erróneas y otras correctas. Las practicadas por la clase política mexicana, por las élites económicas a las que están vinculadas, por los especialistas que conceptualizan y legitiman el estado de las cosas, son lecturas parciales derivadas de la formalidad. Ni Oaxaca ni el país van a arreglarse mediante la represión policiaca. De no sobrevenir con urgencia un amplio acuerdo político, una mesa nacional tan grande que permita sentar en ella a todos los actores formales e informales que deban estar para una refundación nacional pactada, será imposible evitar la guerra ideológica en curso, las batallas entre la formalidad y la informalidad que se han adueñado de estos días.
¿No está pasando algo cuando López Obrador vuelve a juntar cientos de miles en el Zócalo y ninguna cadena de televisión lo transmite? ¿No está pasando algo cuando el rostro de Calderón parece irse haciendo inevitable cargo del berenjenal al que se ha metido, del tigre que se sacó en la rifa? ¿No está pasando algo cuando cinco cabezas degolladas por el narco son arrojadas en una pista de baile? ¿No está pasando algo cuando Oaxaca es recuperada con violencia de las manos de los usos y costumbres del pueblo?
Está la tesis, la formalidad de la derecha. Está la antítesis, la informalidad de la izquierda. ¿Cómo será la síntesis luego de la confrontación? No puede saberse porque además hay quien duda si la habrá. Entonces: simplificar. Cuando la vida deja de ser propia y se convierte en historia.

Fernando Solana Olivares

Friday, September 22, 2006

LA ROTURA DE LA FORMALIDAD / I

Los odios son la cara contraria, jánica, dual y a la vez complementaria del amor. Quien odia ama, pero no se atreve a reconocerlo, y se odia tal vez por ello, aunque muchas veces la gente odiadora ni siquiera lo sepa. López Obrador levanta simpatías incondicionales a la vez que oposiciones mayúsculas. Leer la prensa adversa al lopezobradorismo y a su líder ---le llaman malo, mentiroso, corrupto, mesiánico, es viajar a través de un sentimiento, contrario, crítico, pero sobre todo, sentimental. Sentimiento convertido en moralidad: deber ser; en este caso, deber de odiar a López Obrador. Luego también existe su complemento: deber de amar al líder nacional y emergente que para bien o para mal no ha dejado de marcar la política mexicana y llevarla, más o menos, ha donde él ha querido.
Un término supuestamente descalificador, una palabra impensable, algo malo, verdaderamente malo, es el populismo. ¿Por qué? Pues porque eso dicen en la actualidad los “especialistas” de la realidad ---esos angustiados y angustiantes conferenciantes que discuten a bordo de una nave que surca el sombrío mar---, repitiendo así uno de los tantísimos diseños u operaciones de control mental sobre la opinión masiva que el ultraliberalismo suele echar a andar entre nosotros una y otra vez. (Ése es uno de los grandes misterios: quién echa a andar esa complejísima maquinaria de persuasión, que a veces parece ---sin exonerar a los responsables y usufructuarios conocidos--- puesta a andar por ella misma: la videoesfera.)
Ajá, entonces López Obrador es populista: interesante cuestión. Representa lo popular. O sea, la violenta irrupción mexicana, al plano que faltaba, de la informalidad. La informalidad en la política. ¡Ay, qué horror! Ahora existe un torneo de ingenios para denostar aquella frase ---una de las definiciones estratégicas de López Obrador--- bien inquietante tanto para los dueños de las cosas como para las masas que sueñan con ser alguna vez dueñas de las cosas: “Al diablo con sus instituciones”.
Puede comprenderse la buena fe de tantos ciudadanos horrorizados que todavía creen en la autorreparación o corrección del sistema. De otros que se sienten a gusto en él, y de otros que desesperadamente lo quieren sostener. Puede entenderse la conmoción de sentido que supone el surgimiento de un discurso como aquel: su versión organizada del contrato social no nos importa. ¿Por qué dice eso López Obrador? Sus denostadores, amantes al revés, dicen que lo hace por ambicioso, por intereses personales y hasta psicológicos, por traumas personales, etcétera.
Desde luego la ambición, esa búsqueda de fines, bastante cuenta: el hombre de poder se distingue porque en cualquier situación, en cualquiera, debe querer, ambicionar el poder. El silogismo, entonces, vincula ese factor de apego personal al poder con la falsedad demagógica de su discurso. López Obrador habla de los pobres pero le interesa el poder, dicen. Hoy, salvo los populistas, nadie habla, ve, organiza, representa y puede aglutinar a los pobres mexicanos: al México profundo, jodido, invisible. El México informal que manda al diablo las instituciones pues lleva mucho tiempo de vivir fuera de ellas, contra ellas y a pesar de ellas.
Un elemento en la satanización contra López Obrador es esta falsa hipótesis, transmitida profusamente en televisión por el consejo coordinador empresarial, es decir, por la plutocracia, y repetida también por diversos analistas, de que López Obrador encarna el pasado. No hay tal, cuando más, representa también el presente del pasado histórico aún pendiente de resolverse en este país (véase Oaxaca), pero a su alrededor hay grandes grupos de población joven, adulta y mayor que significan el presente del presente y el presente del futuro. Mejor todavía para su carisma: representa a grupos de todas las franjas generacionales.
En 1988 llevé a mi entonces pequeña hija al mítin de Cárdenas en el Zócalo. Después le dediqué una crónica periodística, “Estampas de una elección”, que convocaba un memorable cuento de Italo Calvino, aquella jornada de su escrutador electoral. El domingo pasado me habló después de ser parte de la masa en el Zócalo que dio el primer paso de la informalidad organizada para iniciar el largo, sinuoso camino de ese jaque al rey en el tablero político. Mi hija acudió a una convención a mano alzada de quienes están convencidos de haber sido electoralmente defraudados, es decir, derrotados informalmente mediante la utilización facciosa de la formalidad. Nos reímos un poco durante la llamada, intercambiamos ciertas ironías sobre el tema de esa elección popular, y concluyó: “Pues sí, papá. Ni modo”.
Ella y su generación entienden la informalidad. Aun nosotros sus padres, cincuentones, aceptamos que se trata de una realidad paralela que rodea a la otra, la realidad formal. Y entre su ética generacional está la visión objetiva de la piratería, pues crecieron con correo electrónico, comercio virtual y toda música para capturarse en el cyberespacio, así entienden que el intercambio de contenidos es un derecho de la vida privada, y que la propiedad de la creatividad y su recompensa por dinero son “una muy extraña utopía que nunca ha existido”, según dice el joven programador sueco Gottfrid Svartholm, uno de los responsables del sitio Pirate Bay y ahora del Partido Pirata recién surgido en la escena política (Marco Appel, Proceso, 1559). La informalidad: “su viejo modelo ya no funciona”. Formas suecas o mexicanas de enfatizarlo: “al diablo con sus instituciones”.

Fernando Solana Olivares

Friday, September 15, 2006

AQUELLA PATRIA DIAMANTINA

Yo siento con frecuencia (la frase fue de Lugones, luego la dijo Borges y ahora está retocada) el miedo de lo demasiado tarde. Entonces, cuando ello me ocurre, no quiero mirar el reloj. No hablo del tiempo circunscrito a un círculo aplanado que durante la vigilia llevo en mi muñeca, tampoco de la pequeña esfera horaria que descansa en la mesa de trabajo donde paso tantas horas durante el día, ni siquiera de los dígitos que crecen sin parar desde una esquina de la pantalla de la computadora. No hablo de las cuentas sumarias que me recuerdan la inevitable finitud de ese sujeto que suelo llamar “yo”, pues una vez al año cuando menos, cada Miércoles de Ceniza, queda para mí evidenciado que soy polvo y en polvo me convertiré. Y depende del talante con el cual despierto en la mañana si es que doy gracias a los dioses por otorgarme un nuevo día de vida o por restar otro a mi cálculo último. “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”: cuando hace años leí esa línea de Pavese supe que yo era mortal.
Siento el miedo de lo demasiado tarde cada vez que me asomo al reloj de la historia y me pregunto dónde quedó mi patria impecable y diamantina, aquella noción abstracta pero suficiente para llenarme de vibrante emoción todos los lunes escolares cuando se levantaba en el mástil mi bandera como un sol entre céfiros y trinos, muy adentro en el templo de mi corazón; cuando escuchaba conmovido que como renuevos cuyos aliños un viento helado marchita en flor, así cayeron los héroes niños ante las balas del invasor; cuando en clase de recitación se decía a López Velarde y en el salón flotaban los suaves dones de mi patria socorrida por las virtudes de su mujerío, la que vivía al día, de milagro, como la lotería, aquella que yo amaba por su pan bendito y por sus hijas atravesadas como hadas, a quienes yo también deseaba raptar en la cuaresma opaca.
Ahora acudo a la lírica patriótica de López Velarde menos que antes, pues luego de su prosodia y versificación perfectas, de sus metáforas irrepetibles y asombrosas ---“...el tren va por la vía como aguinaldo de juguetería”---, que literariamente no son poca cosa sino todo lo contrario, tan alta épica sordina cortante de la epopeya en gajos sólo me deja una sensación de fracaso: la patria antaño suave ahora es áspera y cariacontecida, su superficie ya no es el maíz sino el campo yermo abandonado, sus veneros de petróleo que le escrituró el diablo están muy cerca de ser privatizados, y la clave de su dicha no consiste más en ser fiel a su espejo diario, pues éste es atroz a veces, deforme otras y casi siempre deslustrado.
De ahí que las fiestas septembrinas para mí ya no contengan nada, salvo la certeza de que esa palabra: “patria”, forma parte de una reserva de signos (la frase es de Peter Sloterdijk, un desarraigado) cuya época de validez histórica ha terminado, así se lancen vivas etílicos y multitudinarios a los muertos heroicos e inolvidables que nos dieron el orgullo del término, así se recrudezcan en todas partes los nacionalismos y se exalte como si fuera un atributo ontológico, cual canto de cisne de una época que termina, la particularidad geográfica, una mera forma del azar: “Usted no es de aquí, ¿verdad?”, le espetan a uno en cualquier parte, no tanto para indagar la procedencia personal sino para señalar la exterioridad a la suma de recuerdos compartidos, a la imaginación reiterada, a la narrativa común característica de toda historia autóctona, regional.
Los pueblos sedentarios produjeron tres términos definitorios para sus miembros: “tierra”, “pueblo” y “madre patria”, un recipiente conceptual ahora hecho pedazos (otra vez Sloterdijk) que provenía del vocabulario de una sociedad agraria, de su política y de su metafísica. Sin embargo, toda ética superior siempre ha supuesto el abandono de la procedencia biológica y la superación del etnocentrismo cultural como condiciones indispensables para la transformación del sujeto. El idiota, ya lo establece la etimología griega, es quien vive encerrado en lo particular: razón por la cual el budismo propone la ascesis del abandono del lugar de origen, el estoicismo promueve un exilio global del alma, o el cristianismo y el Islam formulen una ética de la peregrinación.
Pero aquel temor de lo demasiado tarde acaso solamente signifique la ansiedad de lo muy temprano: la patria lopezvelardiana ya se fue, si alguna vez estuvo entre nosotros presente, mientras que la patria panista, ultraliberal, gerencial y autoritaria apenas aparece para durar seis largos años que serán eternos. No existe más el término pues está vaciado de sentido, pero aún persevera su atributo convencional. Hoy es viernes 15 de septiembre y desde el balcón de Palacio el presidente Fox gritará, por última vez, destemplados vítores al tiempo que hará tañir la campana insurgente y ondeará la bandera nacional: cuando se mueren las virtudes sólo quedan en pie los ritos. Ninguna televisora mostrará lo que mientras tanto ocurra en la plancha del Zócalo, a saber, que las masas convocadas por López Obrador le darán a Fox la espalda, pues atenderán el grito opositor de aquél y no el formal de éste. ¿Desacato, burla, desprecio? Catarsis, tal vez, o signo de lo que viene.
Entonces algunos sentirán la íntima tristeza reaccionaria de pensar que si hoy es peor que ayer, ¿cómo será mañana? Aunque yo me diré a mí mismo, antes de ir a la cama sobrio y no demasiado tarde, que no pasa nada, que ninguno tiene de verdad patria, que no somos de aquí, que todos nos vamos mañana.


Fernando Solana Olivares

Friday, September 08, 2006

RE(A)SIGNACIÓN

Alguien que ahora no recuerdo (Max Weber, tal vez, pero no lo sé de cierto) definió a la política como el ejercicio de una tenaz resistencia y la puesta en práctica de una prolongada penetración. En suma, como un oficio que sobre todo requiere hacer gala de paciencia, esa virtud augusta cuya escasez condujo a los hombres a ser expulsados del Paraíso y cuya falta es la razón de que no puedan regresar a él. Dicha cualidad resulta explícitamente despreciada por nuestra cultura de masas tardomoderna pues supone, según su etimología, “sufrir con calma, tolerar sin perturbación, esperar con tranquilidad”, actitudes todas ellas contrarias al modelo ideológico predominante que consagra como ideales a perseguir la satisfacción inmediata del deseo, la intolerancia ante la frustración, la intranquilidad al aguardar.
¿Quiénes entonces, de no ser los santos que viven realidades intangibles, los coleccionistas que son tácticos de sus adquisiciones, los escritores anacrónicos que están en lucha contra el lenguaje o la gente común de alma simple que no espera más que aquello que le ocurre, pueden en nuestros días justipreciar la tenaz resistencia y la prolongada penetración que se requieren para ejercer la paciencia? Solamente aquellos sujetos empeñados en vencer la adversidad y alcanzar sus objetivos a pesar de los impedimentos externos, por mayores que éstos sean; en otras palabras, los verdaderos políticos, bien lo sean de su propia vida o de la acción colectiva y común, seres públicos o privados con sentido del tiempo y la oportunidad.
La dudosa y discutible declaración de validez de las elecciones hecha por el Tribunal Electoral, con el consecuente reconocimiento de Felipe Calderón como presidente electo, a pesar de ser formalmente “inatacable” pues proviene de una instancia legal tan metafísica que detrás de ella no hay nada más ---salvo la realidad misma, pero ésta carece, todavía, de valor demostrativo alguno---, no solamente atenta contra la lógica cuando acepta que la indebida e ilegal intervención de Vicente Fox en el proceso electoral pudo poner en riesgo el proceso mismo y ser una causa activa de su resultado, para al mismo tiempo negar que dicha conducta antidemocrática y punible fuese un efecto determinante del mismo, como si las causas ya no condujeran a los efectos, sino que con su unanimidad evidencia un consenso inducido, artificialmente ajeno a la muy disputada y acremente discutida naturaleza de lo que electoralmente ocurrió.
¿Ninguno de los siete magistrados pudo ver indicios fundados en esa percepción compartida por millones de ciudadanos: que hubo una elección inequitativa y facciosa donde el Estado, el PAN y las oligarquías se conjuraron para evitar que un candidato opositor pudiera ganar la presidencia y así afectar sus intereses? ¿A ninguno de los siete letrados le pasó por la cabeza que cuando un sistema político se fractura, cuando una sociedad se divide y un país corre el riesgo de confrontarse, entonces precisamente es cuando la interpretación literal de la leyes y la mecanicidad en su aplicación son las actitudes sociales y aun jurídicas a evitar, pues tal severidad no significa una defensa de las instituciones sino la manifestación de una insensible ceguera propia de élites incapaces para reconocer lo que a su alrededor ocurre y lo que deben hacer para garantizar su propia viabilidad histórica? ¿Ni siquiera uno entre los siete ha pulsado los signos de la frustración, del encono y del hartazgo de tantos después del resultado electoral, y con ellos pudo hacer de la crisis política inédita y mayor la verdadera materia sustancial de la cuestión jurídica en disputa?
Al ver tanta ligereza, tanta “unanimidad” entre los inatacables jueces, se entiende el destemplado grito de López Obrador: “Al diablo con sus instituciones”, tan frígidas, tan rígidas, tan solemnemente irresponsables. Ya vendrá la historia futura y calibrará su comportamiento, pero mientras tanto la historia presente se descompone cada vez más: el ingreso popular no alcanza, los migrantes crecen, los empleos invocados son falsos, la educación es zona de desastre, el desgobierno avanza un día aquí y otro allá, el narcomenudeo está en todas las esquinas y muchos piensan que las cosas van a estallar. Toda sociedad persiste mientras sus miembros lo creen posible y en la nuestra esa certeza se erosiona sin cesar.
En suma: ¿qué debe hacer López Obrador? Tal vez una operación transformativa propia de la psicología de la mutabilidad, e introducir una letra más en una palabra tan vituperada como la paciencia: la resignación, esa aceptación fatal, para cambiarla y entonces reasignar, reinterpretar, reconsiderar su movimiento y conducirlo, con tiempo, tenacidad y perseverancia, hasta lograr la transformación pactada o forzada de un sistema político presidencial que llegó, por fin, a su momento terminal. Gramsci decía que cuando un orden social se derrumba y el nuevo aún no surge, en medio de todo ello acontecen fenómenos morbosos. Mantener el plantón de Reforma indefinidamente o atreverse el próximo dieciséis de septiembre a impedir la ruta tradicional del desfile militar pueden ser acciones morbosas, dados sus costos y sus riesgos. Cuando menos AMLO podrá cumplir parcialmente una de sus promesas: vivir si no en Palacio Nacional sí en el Zócalo, gran antesala popular, y desde ahí moverse para seguir haciendo política en todo el país. Las evidencias pronto serán incuestionables: la legalidad no otorga la legitimidad. Menos ahora, cuando en el reloj nacional ya sonaron las doce.

Fernando Solana Olivares

Fernando Solana Olivares

Fernando Solana, escritor y periodista mexicano, autor de varios libros, entre ellos Oaxaca, crónicas sonámbulas (1994), La rueca y el paraíso (1995), El peso de la esperanza (1996) y Parisgótica (Plaza & Janés 2002). Ha dirigido varios suplementos culturales, entre ellos el de El Nacional. Fue director del museo de Arte Contemporáneo de Oaxca y subdirector del Museo de Arte Moderno de la ciudad de México.

FICHA CURRICULAR

Fernando Solana Olivares. Nació en la ciudad de México en 1954. Editor, escritor y periodista, fue coordinador del suplemento La Jornada Semanal en su primera época. Dirigió el suplemento Dominical y la sección diaria de Cultura del periódico El Nacional, tareas por las cuales recibió el Premio Nacional de Periodismo en Divulgación Cultural el año de 1993. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores en el género de novela en 1982. Fue director de Política Cultural de Canal 22 y responsable del diseño de sus contenidos iniciales. Fue subdirector general del Museo de Arte Moderno de la ciudad de México y director del Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca en dos periodos. Ha escrito reportaje, crónica, narrativa, crítica cultural, ensayo literario y político para diversas publicaciones y periódicos. Ha impartido cursos, conferencias y talleres de Literatura, Pensamiento Contemporáneo y Proceso Creativo en varias instituciones educativas y universitarias como El Foro Teatro Contemporáneo de la ciudad de México, la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca y la Universidad de Guadalajara, campus Lagos de Moreno. Entre sus libros publicados se cuentan Oaxaca, crónicas sonámbulas (Dirección de Publicaciones del CNCA, México, 1994), premiado en marzo del 2000 con la Medalla Patricia Cox al Mérito Literario, La rueca y el paraíso (Dirección de Publicaciones del CNCA y El Equilibrista, México, 1995), El peso de la esperanza (Breve Fondo Editorial, México, 1996), El budismo (Dirección de Publicaciones del CNCA, México, 1997), Jardín Conzatti (Breve Fondo Editorial, México, 2001), Parisgótica (Editorial Debate, Madrid, 2003) y Buda y budismo (Editorial Grijalbo, México, 2004). Actualmente es articulista del periódico Milenio Diario, profesor-investigador del Departamento de Humanidades de la Universidad de Guadalajara en el campus de Lagos de Moreno, y miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte en la disciplina de Letras.

Presentación

En este blog encontraran articulos del escritor Fernando Solana Olivares cada viernes.