Friday, September 15, 2006

AQUELLA PATRIA DIAMANTINA

Yo siento con frecuencia (la frase fue de Lugones, luego la dijo Borges y ahora está retocada) el miedo de lo demasiado tarde. Entonces, cuando ello me ocurre, no quiero mirar el reloj. No hablo del tiempo circunscrito a un círculo aplanado que durante la vigilia llevo en mi muñeca, tampoco de la pequeña esfera horaria que descansa en la mesa de trabajo donde paso tantas horas durante el día, ni siquiera de los dígitos que crecen sin parar desde una esquina de la pantalla de la computadora. No hablo de las cuentas sumarias que me recuerdan la inevitable finitud de ese sujeto que suelo llamar “yo”, pues una vez al año cuando menos, cada Miércoles de Ceniza, queda para mí evidenciado que soy polvo y en polvo me convertiré. Y depende del talante con el cual despierto en la mañana si es que doy gracias a los dioses por otorgarme un nuevo día de vida o por restar otro a mi cálculo último. “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”: cuando hace años leí esa línea de Pavese supe que yo era mortal.
Siento el miedo de lo demasiado tarde cada vez que me asomo al reloj de la historia y me pregunto dónde quedó mi patria impecable y diamantina, aquella noción abstracta pero suficiente para llenarme de vibrante emoción todos los lunes escolares cuando se levantaba en el mástil mi bandera como un sol entre céfiros y trinos, muy adentro en el templo de mi corazón; cuando escuchaba conmovido que como renuevos cuyos aliños un viento helado marchita en flor, así cayeron los héroes niños ante las balas del invasor; cuando en clase de recitación se decía a López Velarde y en el salón flotaban los suaves dones de mi patria socorrida por las virtudes de su mujerío, la que vivía al día, de milagro, como la lotería, aquella que yo amaba por su pan bendito y por sus hijas atravesadas como hadas, a quienes yo también deseaba raptar en la cuaresma opaca.
Ahora acudo a la lírica patriótica de López Velarde menos que antes, pues luego de su prosodia y versificación perfectas, de sus metáforas irrepetibles y asombrosas ---“...el tren va por la vía como aguinaldo de juguetería”---, que literariamente no son poca cosa sino todo lo contrario, tan alta épica sordina cortante de la epopeya en gajos sólo me deja una sensación de fracaso: la patria antaño suave ahora es áspera y cariacontecida, su superficie ya no es el maíz sino el campo yermo abandonado, sus veneros de petróleo que le escrituró el diablo están muy cerca de ser privatizados, y la clave de su dicha no consiste más en ser fiel a su espejo diario, pues éste es atroz a veces, deforme otras y casi siempre deslustrado.
De ahí que las fiestas septembrinas para mí ya no contengan nada, salvo la certeza de que esa palabra: “patria”, forma parte de una reserva de signos (la frase es de Peter Sloterdijk, un desarraigado) cuya época de validez histórica ha terminado, así se lancen vivas etílicos y multitudinarios a los muertos heroicos e inolvidables que nos dieron el orgullo del término, así se recrudezcan en todas partes los nacionalismos y se exalte como si fuera un atributo ontológico, cual canto de cisne de una época que termina, la particularidad geográfica, una mera forma del azar: “Usted no es de aquí, ¿verdad?”, le espetan a uno en cualquier parte, no tanto para indagar la procedencia personal sino para señalar la exterioridad a la suma de recuerdos compartidos, a la imaginación reiterada, a la narrativa común característica de toda historia autóctona, regional.
Los pueblos sedentarios produjeron tres términos definitorios para sus miembros: “tierra”, “pueblo” y “madre patria”, un recipiente conceptual ahora hecho pedazos (otra vez Sloterdijk) que provenía del vocabulario de una sociedad agraria, de su política y de su metafísica. Sin embargo, toda ética superior siempre ha supuesto el abandono de la procedencia biológica y la superación del etnocentrismo cultural como condiciones indispensables para la transformación del sujeto. El idiota, ya lo establece la etimología griega, es quien vive encerrado en lo particular: razón por la cual el budismo propone la ascesis del abandono del lugar de origen, el estoicismo promueve un exilio global del alma, o el cristianismo y el Islam formulen una ética de la peregrinación.
Pero aquel temor de lo demasiado tarde acaso solamente signifique la ansiedad de lo muy temprano: la patria lopezvelardiana ya se fue, si alguna vez estuvo entre nosotros presente, mientras que la patria panista, ultraliberal, gerencial y autoritaria apenas aparece para durar seis largos años que serán eternos. No existe más el término pues está vaciado de sentido, pero aún persevera su atributo convencional. Hoy es viernes 15 de septiembre y desde el balcón de Palacio el presidente Fox gritará, por última vez, destemplados vítores al tiempo que hará tañir la campana insurgente y ondeará la bandera nacional: cuando se mueren las virtudes sólo quedan en pie los ritos. Ninguna televisora mostrará lo que mientras tanto ocurra en la plancha del Zócalo, a saber, que las masas convocadas por López Obrador le darán a Fox la espalda, pues atenderán el grito opositor de aquél y no el formal de éste. ¿Desacato, burla, desprecio? Catarsis, tal vez, o signo de lo que viene.
Entonces algunos sentirán la íntima tristeza reaccionaria de pensar que si hoy es peor que ayer, ¿cómo será mañana? Aunque yo me diré a mí mismo, antes de ir a la cama sobrio y no demasiado tarde, que no pasa nada, que ninguno tiene de verdad patria, que no somos de aquí, que todos nos vamos mañana.


Fernando Solana Olivares

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