Friday, April 27, 2007

EL ENIGMA GRINBERG / II

Sobre Jacobo Grinberg no puede afirmarse aquello dicho por un autor en cuanto a su personaje: había resbalado entre los acontecimientos como un buen bailarín que no roza a las demás parejas en la sala atestada. O tal vez sí, depende de la perspectiva.
Testimonios de personas que estuvieron a su lado señalan cómo cierta ansiedad paranoica dominaba su estado de ánimo poco antes de desaparecer. Grinberg parecía querer forzar las pruebas de laboratorio en favor de la demostración de sus teorías, y a su alrededor eso generaba un campo de dudas, de escrúpulos éticos y de aspereza verbal. Se dice que en tales ocasiones la lengua de Grinberg era un látigo.
Y si bien su vida pública estaba compuesta de ese patrón dicotómico entre la consideración debida al genio según unos y la descalificación del charlatán según otros, su vida privada también albergaba tensiones, acaso graves, conforme lo sugiere el comportamiento posterior de su mujer. Su vida secreta, en cambio, se presenta tan misteriosa como la desaparición misma. Sin embargo, Grinberg practicaba técnicas meditativas de interiorización profunda, lo que espiritualmente se conoce como ciencia del ritmo o como camino “místico”, para simplificar. El proyectado y fallido viaje a Nepal con objeto de estudiar la sofisticada doctrina Dzogchen de meditación budista demostraría que el doctor era un sólido practicante espiritual.
Recapitulando alternativas sobre el caso, entonces. Uno: Grinberg fue muerto por su mujer con la colaboración de otros, los castanedianos posiblemente, de acuerdo a las escasas pistas hasta hoy obtenidas. Dos: Grinberg desapareció en el interior de la oscura y enigmática comuna de Carlos Castaneda. Tres: Grinberg llevó a cabo un exitoso suicidio sin cuerpo. Cuatro: Grinberg fue raptado por fuerzas que siguiendo las fábulas circulantes van desde la CIA hasta los alienígenas. Cinco: Grinberg pasó a otra dimensión espaciotemporal por propia voluntad.
La primera opción no cuenta con un móvil visible y de ser cierta podría significar tanto una tragedia conyugal como un crimen entre brujos debido a una lucha de poder en los meandros del esoterismo posmoderno, un mundo definido como extraño y raro por quienes lo han atisbado, donde al ingresar, siendo efectiva la segunda opción en el enigma Grinberg, se dejan atrás para siempre los vínculos personales. En dicha historia habría una novela. Y la cuarta opción conspirativa: el científico abducido y los candidatos a ser responsables de haberlo hecho que se mencionan en los circuitos cibernéticos afectos al tema, se antoja estar compuesta solamente por nuevos y paranoicos lugares comunes.
La tercera conclusión es compartida por alguna gente bien informada en el caso. Por razones que sólo le asisten a él mismo, Grinberg decidió suicidarse pero sin dejar un cuerpo tras de sí. Hay quien cree que ese gesto teatral provino de la megalomanía yoica, del cálculo hasta delirioso para alimentar una leyenda mencionada en la quinta variante: este hombre se marchó a vivir a otra manifestación del ser. Si uno suspende temporalmente la incredulidad lógica en su mente puede imaginar que le fuera posible a Grinberg hacerlo, pues existen referencias respecto a otros que lo han logrado.
Son de orden literario, por lo mismo resultan fantásticas en una primera impresión. Pero son ciertas pues están en el orden de lo posible y provienen de muy antiguos conocimientos yóguicos y chamánicos poseidos por su autor. “El secreto del doctor Honigberger”, un relato de Mircea Eliade publicado en 1956, cuenta el proceso de desaparición de un sabio que descubre, entre otros misterios capitales, la “existencia notoria de Shambala”, un país imperceptible a los ojos profanos debido no a accidentes geográficos sino al propio espacio del cual participa, no apto para ser visto por cualquiera pues es un reino “en el que no se puede entrar sin un entrenamiento espiritual tan complicado como enérgico.”
En alguna versión se menciona la existencia de una nota escrita por Grinberg donde anuncia su paso a otra dimensión de la conciencia. ¿Habría sido su entrenamiento espiritual tan complicado como enérgico según se requiere? Los testimonios sobre su conducta en los últimos tiempos no corresponden a un hombre que estuviera determinado a cumplir una tarea así. Pero concedamos: en la ficción o en la realidad Grinberg logró pasar, transportarse, penetrar a esa otra realidad. Autores serios dirían: a otro estado del ser.
¿A cuál? He ahí la cuestión. Quizá el esfumamiento de Grinberg no fuera provocado con ninguna otra intención que la de reforzar su hipótesis sobre la verdadera naturaleza de las cosas, externada en decenas de publicaciones, entre ellas en un pequeño artículo escrito hace casi veinte años ---hecho llegar a nuestras manos por el amigo que nos llevó (¿o indujo?) a este asunto---: “En torno al fenómeno del chamanismo”. En dicho texto Grinberg explica que “la estructura fundamental del espacio es una red o matriz energética hipercompleja de absoluta coherencia y total simetría. A esta red se le denomina lattice y en su estado fundamental contribuye al espacio mismo omniabarcante y penetrado de todo lo conocido.”
Aunque parezca abstracta, la afirmación anterior es tan concreta como aquella intuición poética que Grinberg, a través de sus polémicos experimentos en laboratorio, quiso probar de manera incuestionable y quizá precipitada: hay muchos mundos, están en éste y existen quienes pueden habitarlos a voluntad.


Fernando Solana Olivares

Saturday, April 21, 2007

EL ENIGMA GRINBERG / I

Primero, el misterio de la desaparición. Lo pintoresco, como diría Guénon. Su desvanecimiento.
Conforme a un artículo de Sam Quinones publicado en el número julio/agosto de 1997 del New Age Journal, el comandante policiaco Padilla, quien dirigía las investigaciones sobre la desaparición del doctor Jacobo Grinberg-Zylberbaum ocurrida en diciembre de 1994, reconoció no tener ni un cuerpo, ni un rastro, ni un móvil al respecto.
Según cuenta el articulista, el año de 1994 había sido muy favorable para Jacobo Grinberg. A pesar de las graves turbulencias políticas mexicanas de entonces, este neurocientífico había alcanzado un alto punto en su carrera profesional luego de casi veinte años de trabajos teóricos y experimentales. A pesar de la incredulidad y hasta la sorna que sus tesis provocaban entre sus mismos colegas, Grinberg obtenía un logro tras otro.
En su laboratorio de la facultad de Psicología de la UNAM, modernizado poco tiempo antes con poderosas computadoras gracias a un importante donativo gubernamental, registró el comportamiento cerebral en estado de trance de don Rodolfo, un chamán veracruzano. Uno de sus libros acerca de la influencia seminal en su proceso de conocimiento de la curandera Bárbara Guerrero, conocida como doña Pachita, por fin sería publicado en inglés. En agosto Grinberg viajó a Alemania para impartir una conferencia sobre su trabajo científico y regresó entusiasmado. Mientras las invitaciones a encuentros y seminarios internacionales se multiplicaban, en diversas partes del mundo crecía el interés por sus investigaciones, inclusive entre aquellos de sus pares mexicanos que en el pasado reciente lo demeritaran tildándolo de charlatán. Un grupo de devotos y dedicados estudiantes de posgrado trabajaba regularmente con él.
Sin embargo, el doctor Grinberg vivía problemas en casa. Su esposa Tere, de 38 años, quería desesperadamente tener un hijo. Él, de 47, no. Y repentinamente, durante el mes de diciembre, Grinberg faltó a algunas citas con sus estudiantes, inclusive a su propia fiesta de cumpleaños el día 14. Su mujer le explicaría a uno de los colaboradores del marido que éste había tenido que volar a Campeche, pero días después llamaría para encargarle de su parte el laboratorio mientras permaneciera en Nepal, a donde según ella ya había partido, un viaje que Grinberg llevaba meses de anunciar con excitación y en el que se encontraría con un maestro de la doctrina budista tibetana Dzogchen, una de las enseñanzas meditativas más secretas que posee esa tradición.
El recado transmitido por la esposa era extraño pues Grinberg siempre daba personalmente ese tipo de instrucciones. Al pasar algunas semanas desde la fecha del regreso del doctor, sus familiares y estudiantes creyeron que la estancia en Nepal se había prolongado. Unos meses después comprobaron que no existía registro de que el hombre hubiera salido del país. Tampoco de Tere, quien se esfumó dejando tras de sí algunos comportamientos muy intrigantes para los investigadores.
La mañana siguiente a la última vez que fue visto vivo su marido ella cobró un cheque de regalías editoriales de él por mil pesos. Un día después le ordenó al cuidador de su casa en Tepoztlán que no se presentara a trabajar porque el doctor había tenido que viajar hacia Guadalajara. El día 14, mientras faltaba en su mismo cumpleaños, Tere contó a la madrastra del doctor Grinberg que inmediatamente después de volver de Campeche él había volado a Nepal. La noche del 24 fue vista afuera de su casa morelense en compañía de una mujer rubia y extranjera. Después se fue abandonando todo, desde el perro y la ropa hasta los muebles y los enseres. Lo mismo hizo con el departamento de la pareja en la ciudad de México. Ni siquiera su madre supo a dónde había ido.
Cinco meses después, la esposa de Grinberg apareció en la casa de una tía situada en Rosarito Beach. Estuvo ahí dos semanas, llamó a su madre el diez de mayo para felicitarla y a continuación se esfumó otra vez, hasta el momento de escribir estas líneas y según lo que se sabe. Al comandante Padilla le llamó la atención que Tere no le hubiera dicho a ninguno de sus parientes acerca de su matrimonio y que la primera foto que vieran de su marido fuera la que de Grinberg les mostró la policía.
La nota de Sam Quinones afirmaba que la familia de Jacobo Grinberg quedó convencida de que Tere lo mató, y alguno de ellos razonó en sus declaraciones el hecho de que no pudo hacerlo sola. Pero otra línea de investigación del comandante Padilla consideraba el involucramiento de Carlos Castaneda y de su grupo en la evaporación del sabio, una línea que se vinculaba con Tere, otra vez. Conforme a los testimonios recogidos por el articulista, la relación entre Grinberg y Castaneda era complicada, “una turbulenta mixtura de extrañas mentes y poderosos egos.” Y aunque Grinberg hubiera escrito admirativamente sobre la influencia de Castaneda en sus propias investigaciones cognitivas. En declaraciones que se atribuyen a Marco Antonio Karam, presente en una reunión en Los Angeles en 1991, además de Tere, Castaneda le propuso a Grinberg que dejara su laboratorio universitario y fuera a vivir a su comunidad. Él rehusó. Dos años más tarde la relación se fracturó. Varios estudiantes escucharon a Grinberg decir que Castaneda era un egomaníaco más interesado en el poder que en la verdad. Los mismos que supieron de la fascinación que Castaneda y su gente provocaron en Tere, sobre todo una mujer rubia y extranjera, Florinda Donner, asociada de aquél.

Fernando Solana Olivares

Friday, April 13, 2007

EL DERECHO AL ABORTO

Acaso exista una secuencia comprensible entre las cosas que ocurren, pero es notable que una crispada discusión sobre la vida aparezca ahora cuando la vida en general corre riesgos cada vez mayores. La despenalización o no del aborto concentra dos posturas excluyentes: una que pretende prohibirlo y otra que intenta legislarlo. La primera argumenta razones morales generales al fundar su rechazo y la segunda defiende el derecho femenino específico a mandar sobre el propio cuerpo. Para simplificar, una es de derecha y otra de izquierda.
Estoy a favor de la segunda postura, de aquella que cree que el aborto debe despenalizarse hasta las 10 ó 12 semanas de gestación, cuando el producto todavía es un embrión humano primerizo, aún no un feto, según confirma la ciencia. Es cierto que en ese estado hay vida, pero su desarrollo no es completo todavía. Y siguiendo el razonamiento que dice que un mismo ser no puede estar en acto y en potencia al mismo tiempo y en el mismo aspecto, la condición del embrión no es la misma del feto en cuanto a “intensidad”, “valor” o “cantidad” de vida. La definición católica clerical afirma en cambio que hasta la píldora del día siguiente es un abortivo condenable pues impide la existencia de otro ser.
Además de que abortar una semilla es matar al árbol no en acto sino en potencia, y de que un contexto concreto, femenino y humano, en un contexto de vida individual, esos difíciles actos deban hacerse para no multiplicar el infortunio de otros seres humanos en este extenso valle de lágrimas (es decir: a ninguna mujer le place abortar), el incendiario discurso de la derecha católica encabezada por el Vaticano y el alto clero local contra la despenalización del aborto, contra las sociedades de convivencia, contra el uso del condón, reitera su incomprensión esencial del cuerpo y su pertinaz ceguera delante del tiempo actual. También su hipocresía, su doble rasero, su dudosa moral. Hasta su anticristianidad.
La crisis de la Iglesia católica se manifiesta no solamente en la declinación de vocaciones sino además en la creciente distancia entre los feligreses, las condiciones de su vida cotidiana y los discursos, preceptivas y sentencias de la inverosímil infalibilidad papal que prohibe atender las manifestaciones sexuales y reproductivas de la vida concreta. No existen textos bíblicos que fundamenten por qué la Iglesia católica condena con vehemencia el uso del condón e ignora la desenfrenada y constante sexualidad que sus miembros practican, por qué se pone histérica al reprobar los civilizados matrimonios homosexuales y deja pasar en cómplice secreto la pederastia sistémica de sus propios sacerdotes, por qué afirma defender la vida y no alza la voz contra las muertes masivas provocadas por el horror económico, sino que las finanzas vaticanas participan en él.
Con todos sus vicios, pues el diablo mismo ahí habita, la Iglesia católica ha de saber que hasta en un pueblito del mero corazón alteño, zona cristera, desde hace años se practican discretos pero peligrosos abortos, y a pesar de que el pueblo entero se santigua cuando el enérgico pastor en misa así lo indica, la vida privada y la vida secreta de la gente se rigen a través de un sentido común laico, personal o de familia, pero no confesional. ¿Por qué, entonces, la Iglesia persiste en su monocorde doctrina excomulgativa y sancionante, a todas luces retórica y falsa tanto adentro de los templos y seminarios como afuera de ellos?
Los convencidos dirán que por principio moral, los escépticos que por dividendos temporales. El mensaje cristiano dejó de estar en la Iglesia católica casi desde sus inicios y hasta hoy. No es concebible fundamento moral alguno para anatematizar el uso de preservativos por ejemplo en la región alteña, zona cristera, donde los contagios venéreos entre los migrantes y sus mujeres alcanzan cifras vertiginosas que atentan contra la vida y representan un problema de salud pública. ¿Qué razón teológica habrá para fomentar la propagación de la morbilidad? ¿Será Jehová, el vengativo, quien está castigando a ese pueblo fidelísimo por boca de sus melifluos clérigos?
Los dividendos temporales que el alto clero y sus aliados panistas pretenden lograr son de orden político autoritario: una involución del pacto social, un predominio de sus posturas intolerantes en la opinión pública, un avance en sus posiciones electorales. Por ello han tratado de reducir la ley discutida en la Asamblea Legislativa a un ardid perredista para recobrar presencia mediática. Es mucho más que eso, pues la despenalización del aborto, con la carga de dolor inevitable que supone, regresa al ámbito de lo íntimo y personal la decisión sobre el cuerpo, una propiedad ---o un encargo, si se quiere--- que toca a cada individuo por sí mismo, con libre albedrío, cuidar. Una sociedad abierta radica en el ejercicio de ese derecho.
Dado que Dios está en la defensa del aborto, en su condena, en la mujer que aborta, en el embrión abortado, en la mustia clerecía romana, o no está en ninguna parte, es que puede decirse que Dios queda fuera de la cuestión. Por desgracia, por fortuna, no hay otra cosa que una guerra de poder sublimada entre los defensores de la vida y los justificadores de la interrupción del embarazo, pues el cuerpo es el territorio oculto de la historia y el país está claramente dirigido hacia un enfrentamiento entre conservadores y liberales, si se quiere abreviar, donde tal territorio ha salido de nuevo a relucir.

Fernando Solana Olivares

Sunday, April 08, 2007

AMISTADES

Todo ocurrió en una esquina barriobajera, nauseabunda, de tufos y charcos de grasa: carne sensual que ensucia la ciudad. Escenario para ese encuentro ---las cosas ocurren donde deben ocurrir. Lo demás ayudaba al sentido mísero de tal puesto de lámina: edificios cerrados unos sobre otros, paródicos, chagalles hiperrealistas, hoteles de amores secos y mojados, furtivos, de usuras corporales. Y papel: rollos y rollos que cierran la calle en días de contraluz: sólo entran lanzas, nunca un baño entero.
Él venía balanceando a la distancia su cuerpo grande, contrahecho. Era un hombre avejentado y hosco a quien la gente daba el paso, lo que ahora era difícil porque el puesto de lámina reducía el espacio hasta volverlo un pasadizo. Él cabía completo y los demás se quitaban para dejarle sitio. Mejor así, pensaban, ante la disyuntiva de encontrarse a la mitad del puesto pegajoso. O encontrarse en otro lugar, donde fuera, donde un sobresalto lo asaltaba a uno cuando lo veía venir. Me ocurrió también. Siempre era igual.
---Mi golem ---dije con dulzura. Poca, no demasiada.
Resopló despacio, muy lento, gruñó. ---Mi hermano, hace tiempo que vivo por aquí.
Quise zafarme, simulé prisa y abrí las manos para decirle que el día caminaba detrás de mí.
---Hermano ---repitió con una mueca aceitosa. Sus ojillos grises se movieron---. Aquí no nos quieren ---continuó, utilizando un plural que nunca le pedí establecer---. Estamos perdiendo poder y respeto.
Su aliento era sofocante y me había arrinconado con su balanceo, un péndulo que capturaba la atención de mi cuerpo, indiferente a las razones de la razón. Miré su frente: trazos, no sombras, de una marca que los años habían oscurecido. “Como vamos siendo así va siendo nuestra vida: Benavente”, mascullé. No lo oyó. Sus ojos me inquirieron.
---¿Puedo hacer algo por ustedes? ---pregunté, deseoso de que se me dijera que no, que el poder se pierde porque nunca se consigue, que el respeto también, como la simpatía, sin merecerlo.
El golem y una mueca. ---Siempre he frecuentado el sol de la mañana. Pero somos pocos los atrevidos, los demás esperan la sombra para salir.
Quise irme ya, la calle rendía su tráfico a la perfección del movimiento involuntario, las lancetas diurnas se clavaban encendidas sobre los cristales y tendían alambres de lado a lado. Debí haberle dicho algo como que “el amor vuelve tonta a la gente, el odio la vuelve bestial, la amargura la vuelve loca”. No lo hice. El golem se puso en movimiento, desvió su aliento, recogió su cuerpo y salió del callejón. ---Debemos hablarnos ---y movió sus piernas como un compás oxidado.
El día transcurrió tan rápido como si no contuviera nada más que una obsesión y el poder extraordinario de anular cualquier cosa que no fuera esa obsesión. Recorrí la ciudad con mi muestrario variopinto. Logré algunas ventas, anoté algunas promesas y perdí algunos prospectos. Comí a la hora acostumbrada, mis ausencias mentales poco pudieron en esas horas de relojería y por la tarde regresé a donde en la mañana me había detenido. La calle del golem hervía en aceite negro.
El humo de las fritangas se arrastraba, la cantina de media cuadra daba de gritos y los hoteluchos permitían entrever siluetas deformes detrás de sus puertas rotas. Evité el puesto nómada y no recorrí su callejón. Preferí caminar por el arroyo entre cantos soeces, albures de carretoneros y medias voces.
Ni golem ni vírgenes prudentísimas. Si acaso la basura acumulada, un perro atontado por el hastío y las banderas de papel sobre el asfalto.
Desiertos o laderas desequilibradas, nubes cuya arquitectura era un caprichoso mensaje, rostros congelados, milagros dudosos. Abrí la puerta de mi cuarto con las sombras pisándome los talones y consulté al espejo sobre la cómoda estragada. Era el que era, el que había sido. El golem aguardaba por ahí: mañana o pasado. Alguna vez regresaría a cobrar el óbolo fraterno.
Todas las partes de mi confianza quedaban expuestas ante dicha amenaza. Continué observando mi cara en el espejo y por un instante contemplé el tropel de rostros que ahí se habían mirado. La única permanencia visible en ese hotel de paso. Doblé mi ropa con cuidado y me acosté. La bombilla desnuda laceraba mis ojos insomnes.
Pensé entonces en quien había encontrado horas atrás.
Tal vez en ese instante el golem iba por la calle al lado de sus pares. Temí que llegara hasta mi puerta para indagar por qué los había dejado. No lo sabría decir. Acaso la razón de ello solamente estuviera arrinconada entre mis confesiones. Acaso su aliento nauseabundo fuera causante de mi desapego. Acaso el tiempo estuviera desvanecido sin remedio y el presente del pasado no contara más entre la precaria suma de mi escueta biografía.
Después junté para mí mismo las ventajas de aquella vida solitaria, sin convenciones ni urgencias, sin peleas sobre la propiedad de alguna cosa ni preocupaciones acerca de la pertinencia de lo que fuera, sin disputas sobre el bien o el mal, sin amigos ni enemigos. Una punzada de nostalgia contrajo mi corazón pues supe que si antes temía todo porque no podía olvidar nada, ahora temía todo porque no podía recordar nada. Salvo que el golem, quizá, en alguna esquina me aguardaba.
“La amistad, esta sombra de una sombra.” Así fue como recordé al indiferente Esquilo.

Fernando Solana Olivares