Friday, June 30, 2017

AQUELLA IMPROPIA CORBATA

Él se ve pequeño en la fotografía al lado del rey, a quien mira alzando la vista con una mezcla de curiosidad infantil, sorna picaresca y diversión intelectual. Lleva una corbata verde a rayas, la única que poseía, más propia para dar un paseo en la tarde y no para recibir el Premio Cervantes, del cual antes había malhablado y ahora le entregaban. Avatares del destino, necesidad con cara de hereje, nunca digas no. En su discurso de recepción del 23 de abril de 2015, Juan Goytisolo preguntó cuántos de sus lectores conocieron las penurias económicas de Cervantes, sus fracasos, su encarcelamiento por deudas, su vida dura en barrios de mala fama con esposa, hija, hermana y sobrina, en “los márgenes más promiscuos y bajos de la sociedad”. La mención de Goytisolo entonces quizá tendría tres sentidos: hacerle justicia a Cervantes reclamándolo como su legítimo predecesor, aludir de manera elegante e hiperbólica a las razones de necesidad para justificar su aceptación del premio, reiterar de nuevo que la literatura poderosa se hace en los márgenes, a contrapelo de las corrientes dominantes. De ahí proviene su atrevimiento literario mayor: aquel atrevido “salto al abismo”, como le llama Danubio Torres Fierro, donde Goytisolo dejó la narrativa convencional de su época, novelas más o menos realistas, sicológicas, de tesis, para incurrir en obras donde se trastocan todas las convenciones y preceptivas literarias, suceden cambios de tiempo y puntos de vista narrativos, situaciones abiertas que están en modificación constante, y las fronteras entre lo fantástico y lo real, lo racional y lo irracional se desvanecen. Esta transformación significa para Mario Vargas Llosa un contagio con las “disecantes” teorías literarias de Ronald Barthes y otros teóricos, enfermedad que lo llevó a ese cambio de forma y contenido donde produjo “una prosa rebuscada y litúrgica, de largas sentencias y estructuras gaseosas”. Vargas Llosa, maestro de la forma conocida y de la narración directa, reprueba aquella literatura de “libros imposibles” hecha por Goytisolo, explorador de la forma como otra variante literaria para apropiarse de la única dimensión permitida del escritor: el lenguaje. Él la considera un camino equivocado. El erizo, que sabe una cosa grande, versus la zorra, que sabe muchas pequeñas. El exitoso marqués cuenta en “Ese pertinaz don Juan” (El País, 18-5-17) que dichos libros de historias inciertas, pretextos según él para una retórica sin vida, quedarán en el recuerdo “de las imprecaciones contra España”. Salva, en cambio, los reportajes y libros de viaje y dos novelas del autor, a quien veía idéntico a sí mismo al paso de los años: belicoso, disonante y arbitrario. Se comprende que el notable y desigual (como todos, a excepción de Homero, Rulfo, Lampedusa) novelista peruano, ahíto de éxito políticamente correcto y frívolo ascenso social, no pueda comprender a alguien que practicó la literatura y vivió su vida como una subversión de categorías y una resistencia, como un empeño por comprender, no por tener. La vía del heterodoxo haciendo pequeñas concesiones necesarias para asegurar el futuro de lo que llamaba su tribu, su familia marroquí compuesta por su compañero, sus tres sobrinos a quienes dio carrera universitaria, sus cuñados, viviendo todos en el antiguo hostal comprado por el escritor en Marrakech años atrás. En un orden goytisoliano de concordancia con esto (“sólo relaciona”) llega un mail de Eduardo Subirats donde hace saber a sus amigos que hallándose absorto en la expresión pura e infinita del lago Titikaka se enteró de la muerte del escritor. El resultado es un texto de homenaje que envía porque no tiene donde publicarlo. En él escribe que el destino del intelectual ha sido y es el exilio. Un intelectual vinculado al esclarecimiento filosófico, poético, artístico y político, comprometido con la búsqueda de la verdad y la comunicación de los alcances de esa voluntad de verdad. Un exilio sin retorno, como fue el de Goytisolo, en estos “tiempos de silencio” impuestos globalmente. Más allá de ello, Subirats concluye que su obra sólo puede comprenderse desde la tradición de reforma de la memoria y de resistencia simbólica y política, núcleo espiritual de la gran literatura hispanoamericana del siglo veinte. “Tan sólo alumbra aquel que arde”, dice una línea poética de Goytisolo. Cervantes ardió. Goytisolo también. Obra cumplida, vida cumplida. No se puede hacer más. Fernando Solana Olivares

Friday, June 23, 2017

CRAKANIA/II

El ruido lo domina todo. Cioran lo pudo ver hace años: tárdese uno o diez siglos más, esta civilización está terminada. El tiempo histórico es un tiempo tan tenso que da la impresión de estar quebrándose a cada instante. El camión de dos pisos entra a la ciudad de los adjetivos de magnitud creciente, de las sumas descomunales, y en un milagro de apretada relojería, que todavía suceden en la cosmópolis mega concentrada, ingresa de la periferia al centro sin contratiempo alguno. Y el ruido es perenne, omnipresente. Un tópico que se trata en la ruidosa fiesta infantil donde se encuentran parientes y conocidos, rodeados de un vértigo incesante que va y viene en ráfagas de energía de más de treinta niños. El sitio de la fiesta dominical es un estudio de artista en la colonia Obrera. Un salón rectangular y grande de techos bajos en el cual los infantes retozan, brincan y sufren percances que los entretienen en un castillo inflable donde se hace la fiesta. Los encuentros entre gente que no se ha visto en cierto tiempo son extraños y adquieren distintos tonos de tensión. La misantropía no llega a tanto como para atender al griego: “¿Vas con hombres? Regresarás disminuido”, pero es difícil resolver el consabido dilema de los erizos que se presenta en las relaciones humanas: muy juntos nos pinchamos, apartados nos enfriamos. Una pequeña y divertida obra de teatro arrebata la tarde y se quiebra una piñata, siguiendo el ritual. Comienza la procesión salvaje un pequeño de tres o cuatro años que la zarandea con enjundia. Y alguien comenta en la reunión que las costumbres de la tribu no se cambian y que, aunque se hayan muerto nuestras virtudes, debemos de seguir cumpliendo con los ritos. Esto viene a cuento por una piñata fake, políticamente correcta, a la que hay que jalar un hilo para que entregue su tesoro, ahora de moda en el mercado pedagógico de la anti violencia farisea. No, las piñatas se tunden. Si no, no son piñatas. Cumplido el vínculo de las descendencias: abuelos presentes en las fiestas de los nietos, el camión despega para adentrarse en Rulfiana. Y en el centro de autobuses hacia cualquier parte uno de los pocos puestos de periódicos y revistas que aún sobrevive en la sociedad digital vende el libro Narcoperiodismo del recientemente asesinado Javier Valdez Cárdenas, una atroz lectura para el regreso. Tomó cuarenta años llegar a estos niveles de crucifixión mexicana, cuarenta años más tomará para salir de ellos, si es que lo logramos alguna vez. Seguirán contándose las víctimas y las visiones distópicas sucediéndose. Como se comentó en la fiesta infantil, sólo las catástrofes cambian las culturas. Cuán costosa se muestra ésta, acotó alguien, y ninguno lo pudo contradecir. Viaje de regreso con imágenes pertinaces que se condensan en esto: violencia. La violencia simbólica que rodea servicios, traslados, revisiones, productos, consumos, deseos. Algo como una irritación difusa entre la gente que vive en estado de alerta ante los otros. Quizá irremediablemente rota la idea del bien común. ¿Cómo se mide la decadencia? ¿Qué es peor: Sodoma y Gomorra o el universo orwelliano o las dos cosas a la vez? Con toda su proteica multiplicidad, la cosmópolis mexicana contiene vidas innumerables y en ella se tramita e intercambia a cada instante eso que llamamos realidad. Los escenarios se desdoblan sin pausa y con muchas prisas y la violencia es transversal, al modo de una atmósfera que todo lo gobierna. El ruido es parte principal de ella. La teoría de la novela propone la sabiduría de la incertidumbre como la ruta principal para entender y sobrevivir en nuestros días. “Nada nos enmienda de nada”, escribe Cioran. La ambición subsiste hasta el último aliento, “incluso si el orbe estuviese a punto de estallar en pedazos”. Como este ambicioso y nihilista capitalismo terminal. Todo fin de un mundo es el fin de una ilusión. Es posible que la edad proporcione distintos lentes para ver las cosas. Y es posible que toda percepción no sea otra cosa que una proyección dirigida: se ve en el mundo lo que se proyecta en él. La mitología sumeria afirma que el diluvio fue el castigo que los dioses infligieron al hombre a causa del ruido que hacía. ¿Cuál será el castigo por los aquelarres de ahora? Vivir el mundo sin posibilidad de amar sus miserias: el ruido, una principal. Por eso dirá el pensador rumano que el hombre es inaceptable. Cuando todo hace crack. Fernando Solana Olivares

Friday, June 16, 2017

CRAKANIA/I

Comedidos funcionarios electorales convocan a las fuerzas vivas de la región para dialogar en una mesa distrital. Todo es parte de la Estrategia Nacional de Cultura Cívica 2017-2023 del Instituto Nacional Electoral. Hoy que están de moda los conversatorios, se celebra uno más. La imagen sloterdjikiana flota sobre los asistentes sin que ellos lo sepan: angustiosas conferencias (aunque éstas no lo son todavía) a bordo de un barco que surca un mar de ahogados. Comienza la ronda de opiniones sobre la democracia el señor cura del pueblo, o ensanchando con su presencia la democracia o haciendo a un lado la laicidad juarista, pero así es aquí gracias a Dios: usos y costumbres. Falta liderazgo nacional, dice. Alguien que guíe a las masas. No queda claro si es una referencia sibilina a la falta de un caudillo aceptable para la antidemocrática Iglesia o bien un saltimbanqui modo de aludir a alguien como López Obrador, quien será mencionado respetuosamente tres veces sin falta por el representante de Morena las tres veces que vaya a tomar la palabra. Todos los participantes hablan desde una camisa de fuerza controlada por una inflexible moderadora y un inapelable cronómetro que vuelven el encuentro casi pura frivolidad. O pereza activa, como llama el budismo a la ocupación inútil. La forma se apodera de lo real y la sustancia del diálogo sólo tiene unos cuantos minutos para que los convocados intenten hablar sobre las cosas. De todos modos, lo que se diga no importa en sí, sino para que se informe que hubo una reunión estratégica para fomentar la cultura cívica y se cumplan metas ejecutivas para salvar al país. La abstracta y autoritaria democracia formal de los tecnócratas. Y con todo, algo se alcanza a decir: democracia difusa, incompleta, tramposa, parcial, derrochadora, ilegal, impúdica, que compra votos con dinero público robado de las arcas públicas para seguir robando las arcas públicas, secuestrado el árbitro electoral por la partidocracia y el gobierno, por las castas políticas, por los circunspectos consejeros electorales de corbata y muy feas combinaciones, tan mustios y acobardados para aplicar la ley, pero tan sentenciosos con la ciudadanía. Ya advirtió el consejero prefecto al público que ni se le ocurra pensar que haya habido fraude alguno o transgresión mayor en el Estado de México, porque eso es “descabellado”, o sea absurdo, ilógico, irracional, incoherente, desacertado, excesivo, y etcétera a quien no le quedó claro. Sería un crimen electoral. Y como todos saben, en este país hay crímenes de absolutamente todo menos crímenes electorales. ¿Por qué? Porque lo dice el señor, por eso, faltaba más. La epistemología distingue entre la autoridad de la demostración, de la prueba, y los meros huevos de la afirmación. Y en la reunión se siguió comentando: elección de estado, victoria pírrica, comienzo del fin del criminal y corrupto régimen priista. Alguien señaló la disfuncionalidad de la cultura mexicana que premia lo negativo, una simpática señorita aludió a la trinidad resplandeciente que decidió todo: dinero, dinero, dinero. Varios hablaron de la corrupción, la impunidad y la inseguridad como de las enfermedades terminales que postran al país. Se mencionó el horror económico de la intencionada desigualdad crónica y hubo quien pidió a la izquierda morenista la incorporación a su programa político de la propuesta urgente de una renta universal. Otro más enfatizó que el país estaba en guerra. Aquel dijo que la democracia debiera aprenderse desde la casa, en el más pequeño formato social. Que el ejemplo es una orden silenciosa. Reconstruir lo público y defender el bien común ante el neoliberalismo extremo y fragmentante que ha convertido al ciudadano en un enajenado consumidor. Una joven maestra sugirió las humanidades para resistir el fascismo civilizacional por el que transitamos. Un hombre mayor, quien desde la audiencia pidió un derecho a hablar que le fue negado sin piedad por la moderadora, repartió entre los asistentes copias fotostáticas de un escolar comunicado proponiendo el acuerdo urgente del gobierno con el narco para parar la sangrienta guerra que no cesa. Ya se había aludido a la urgente e incumplida legalización de la mariguana. Uno más pidió abandonar la moderna libertad de ser indiferente ante los otros, fustigó a los partidos y a los políticos e ironizó sobre uno de los ejes de la filistea estrategia propuesta en la cronometrada reunión: la verdad. Así. Fernando Solana Olivares

Saturday, June 10, 2017

FRAGMENTARIA

Felix culpa. Así le llama Mircea Eliade en el cuarto volumen de sus memorias, culpa feliz, a la “adoración” que sentía por Nae Ionescu, el famoso profesor rumano de lógica y metafísica de quien se convertiría en ayudante académico durante sus años universitarios, antes de viajar a India a fines de la segunda década del siglo pasado para escribir su célebre tesis doctoral sobre el yoga. La atenuante expresión proviene de una frase de san Agustín: “Oh, culpa feliz que mereció tal, tan grande redentor”. Esa adoración no sufrió ninguna mella ante la abierta propaganda que hacía Ionescu en favor del fascismo italiano y del nazismo alemán. Tampoco al convertirse en el ideólogo y valedor de la Legión o Guardia de Hierro, movimiento rumano ultranacionalista de extrema derecha responsable de bárbaras matanzas rituales de judíos, niños entre ellos, como la del 22 de enero de 1941 en el matadero de Bucarest, cuando los “místicos” asesinos cantaban himnos cristianos, “en un acto de ferocidad quizás único en la historia del Holocausto”, como observó un comentarista. Al filo de la navaja. En su cáustico y necesario libro de ensayos Payasos. El dictador y el artista (Tusquets, 2006), el escritor rumano Norman Manea explora aquello que llama la experiencia totalitaria: algo incomparable, escribe, una situación extrema cuyos límites siempre pueden extenderse y cuyo potencial maligno da lugar a una patología social cancerosa. Una sociedad no monolítica, aunque eso parezca, convertida en una prisión global construida por el Estado y por los mismos conciudadanos y caracterizada por la ambigüedad, la hipocresía, las máscaras y el artificio. Manea no olvida la tragedia totalitaria, así como tampoco la comedia totalitaria, pues considera que ambas son inseparables. Los saltimbanquis. Norman Manea nació en Bucovina ---una región de grandes escritores como Elías Canetti y Paul Celan--- y fue deportado a los cinco años de edad junto con su familia judía a un campo de concentración ucraniano. Regresó en la adolescencia a Rumania para vivir la utopía comunista de la cual muy pronto se decepcionó, y con ella el brutal esperpento de la dictadura de Ceausescu, hasta que pudo exiliarse en Alemania primero y después en Estados Unidos. El escritor, afirma Manea, es un caso extremo en una situación extrema como aquella de la experiencia totalitaria: se convierte “en el símbolo del callejón sin salida en el que se encuentra toda la sociedad”. De ahí que comparta la condición de saltimbanqui con la que Gustave Flaubert se veía a sí mismo: “la parodia del Gran Adversario es la revancha irónica que tiene el escritor”. El humor y la parodia: últimos recursos de la escritura. Las otras desviaciones. Manea subraya un apunte de Mircea Eliade hecho en 1936: “Me tiene completamente sin cuidado el que Mussolini sea o no un tirano (…). También me tiene completamente sin cuidado lo que le pase a Rumania cuando liquide la democracia”. Manea el ensayista practica un recurso ya promulgado por Karl Kraus: “ahorcadlos con sus propias citas”. Y las de Eliade en su periodo legionario podrían multiplicarse para ahorcarlo varias veces, por ridículas unas y repulsivas otras: “…esperamos nosotros una Rumania nacionalista, una Rumania delirante y chovinista, armada y vigorosa, implacable y vengadora”. Anótese entre ellas el grotesco ditirambo a la dictadura salazarista escrito en 1941 cuando Eliade fue nombrado agregado cultural de la legación rumana en Lisboa. El decir a tiempo. Norman Manea lamenta que el diario de Eliade carezca del dramatismo de la introspección para encarar un pasado controvertido que, a pesar de su contexto político e ideológico, lo había llevado a incurrir en equivocaciones ahora incomprensibles y entonces fatales. Quizá le pedimos demasiado a los muertos inolvidables de nuestra cultura. Sobre Eliade (y también sobre Cioran) flota, como señala un crítico rumano, la niebla negra de la derecha legionaria, sin que hubieran hecho nada para disiparla. Al rememorar su pasado y contarlo, el autor de Maitreyi no desmontó las acusaciones de fascista, de simpatizante nazi y antisemita que aún ahora se le hacen. ¿No podía hacerlo o no quería hacerlo? ¿Es la misma arrogancia silenciosa de Heidegger que nunca fue capaz de reconocer que la revolución nacionalsocialista lo “electrizó filosóficamente” porque la interpretó como una salida colectiva de la caverna platónica, y lo llevó a cometer, durante unos meses delirantes, errores inesperados en el gran filósofo? Decir o no decir, reconocer o no reconocer: he ahí el dilema póstumo de estos príncipes del pensamiento. Sobre el error. “¿Me contradigo? Está bien, me contradigo: contengo multitudes”, dice un verso de Whitman. Lo grande contiene lo pequeño y en la brillantez está la oscuridad. En esa proteica suma de opuestos reside la conciencia, aun aquella que por provenir de intelectuales consagrados se considera superior. Semivíctimas y semicómplices, como todo el mundo, los sabios se equivocan a menudo. Lo descorazonador radica en su negativa a reconocerlo. A pesar de ello, la obra de Eliade no ha perdido ninguno de sus méritos conceptuales, de su sabia erudición, de su civilizada indagación sincrética. Su historia es la misma de la democracia occidental y de sus rechazos: la tragedia de la modernidad. Manea acepta que Eliade difícilmente habría podido prever entonces las terribles consecuencias de sus opiniones. Aunque pudo hacerlo después y no lo hizo. El arrepentimiento (la metanoia) sólo tiene una ocasión. Fernando Solana Olivares