Friday, October 26, 2018

UN RETRATO Y UN EPÍLOGO

Un retrato. “Señora, huya. Está perdida”. Eso le dijo un militar amistoso a la escritora Elena Garro cuando la buscó para declararle su admiración por las valientes declaraciones que sobre los verdaderos responsables del movimiento estudiantil de 1968 había hecho. A ella la señaló en sus declaraciones ministeriales después de ser detenido el líder del CNH Sócrates Amado Campos Lemus: alguien detrás de los sucesos junto con el político priista Carlos Madrazo. El propósito oculto sería derrocar al gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. Era informante del gobierno federal y a su vez estaba vigilada por otros informantes. Años atrás misteriosamente sostuvo una larga conversación con quien sería señalado como el asesino de Kennedy, Lee Harvey Oswald. Ya había culpado a los intelectuales y catedráticos de izquierda de lanzar a los estudiantes a una “loca aventura” que costaría las vidas y el dolor de tantos. Después negaría haberlo dicho, pero entonces, al defenderse de los señalamientos de Campos Lemus, los diarios le atribuyeron la acusación de escritores y artistas entre los que estaba su propio ex marido, Octavio Paz, además de José Revueltas, Rosario Castellanos, Leonora Carrington, Heberto Castillo y Carlos Monsiváis, como responsables e instigadores ocultos del movimiento. Ella y su hija Helena se sentían perseguidas y contagiaban esa inquietud a los pocos que las iban ayudando durante la huida, en su pobreza y dificultades posteriores, estigmatizadas las dos como traidoras al movimiento estudiantil con una leyenda negra a cuestas, llenas de gatos, de paranoias, de deudas y solicitudes de auxilio, de manías, de enfermedades y abandono personal. La notable narradora y antes bella amante de Bioy Casares, quien la llamó “la más feliz aventura de la creación”, hoy era una vieja trastornada que acusaba a Pancho, el anciano y casi inmóvil portero del edificio donde vivían gracias a la ayuda de una pareja amiga, de ser espía del gobierno. Estaban muy solas, la hija muy enferma y la madre no dejaba de fumar consumida por la ansiedad. Años antes Borges le había escrito una nostálgica línea: “Elena: no conocida y ya extrañada”. José Bergamín otra de gran levedad: “arte de birlibirloque, pajarita de papel”. Sólo momentos olvidados. Ahora el mundo se mostraba peligroso y hostil. Un epílogo. El joven estudiante fue directo en clase, como solía serlo: “Decir que el 2 de octubre no se olvida es cancerígeno. Un recuerdo cancerígeno”. El maestro lo contradijo íntimamente alarmado y explicó con largueza por qué el 68 era una fecha referencial. Abundó en su carácter universitario y juvenil, en su dimensión sacrificial, en su valiente heroísmo épico. Contó su propio anecdotario con un cierto aire nostálgico y a veces lírico, pero siguió sintiendo la distancia indiferente del estudiante y acaso del grupo todo. Habló del Mayo francés, citó lemas como “Prohibido prohibir” y “Debajo de los adoquines están las playas”. Mencionó a Henri Lefebvre y los situacionistas, la Primavera de Praga, la guerra de Vietnam, el asesinato de Robert Kennedy, de Martin Luther King. Mentó el movimiento jipi, la contracultura, el inconformismo, el ácido lisérgico y el rock. Dijo de las largas tradiciones de resistencia e insurrección históricas. Llegó hasta Rimbaud y la Comuna parisina del siglo diecinueve. Volvió al país y al autoritarismo priista del partido único, a las asfixias democráticas y a la represión de los movimientos populares. Se refirió al haber abierto brecha en un sistema cerrado para alcanzar cincuenta años después libertades públicas, imperfectamente democráticas, sí, pero hasta ahora en proceso de construcción. Remató con la función de la memoria como identidad humana, el recuerdo de los muertos inolvidables que nos vinculan con el pasado, enfatizó el partido de la memoria contra el del neoliberal olvido como única alternativa humana de continuidad. La clase terminó y el maestro quedó convencido de que no había podido convencer al joven despreciante. Y quién sabe a cuántos más tampoco. Eran adanes increados y flotantes en el vacío de sí mismos y sus puntos de vista, sin vínculo con el apenas ayer. Una coda. La manifestación que conmemoró los cincuenta años de la Marcha del Silencio no paró de gritar consignas. Su resonancia fue mucho menor que la de entonces. El silencio colectivo o la ascesis del lenguaje siguen siendo más poderosos que cualquier proclamación. Fernando Solana Olivares

Friday, October 19, 2018

CASA MEDUSA

Bulle la colmena. La plaza del pueblo tiene un aire parroquial dado su tamaño, es humanamente chiquita. Se trata de presentar Casa Medusa, una novela, cuando suenan las campanadas de las doce y el día, en su vértice, concluye la primera parte y anuncia el comienzo de la que seguirá. Los tañidos son apostólicos y las cosas adquieren brevemente una sosegada dignidad. Virtud de los pequeños formatos. Los presentadores no llegan: uno dijo que no le dijeron que le dirían que él al final no iba ---o sí iba, da igual--- a participar. El otro ---por razones ajenas a este asunto, pero más interesantes--- quizá decidió huir para escapar a una justificada cacería que comienza a organizarse en su contra. Y el tercero calculó, astuta y maleducadamente, que tres incluido el autor ya eran muchos a la mesa y decidió no llegar. Fatalidad trascendente: siempre van los que van, y los que no, no van. El auditorio está compuesto de más de una treintena de alumnos de letras, un puñado de interesados en el autor, más los desocupados que matan el tiempo en las bancas de fierro en la plaza y los dos o tres boleros que trabajan por allí. El autor comienza a hablar con despreocupada ligereza: un flotamiento de las palabras, como si sólo el lenguaje guiara su decir. Antes que hablar del libro, mejor cuenta la historia de una deuda que está pagando con esta novela luego de treinta y siete años. Para darse a entender entre el público asistente, lee la dedicatoria: “A Juan Rulfo, el inagotable”. El autor recuerda su relación con el maestro en el Centro Mexicano de Escritores. Dice que lo que ahora es una novela entonces fue un original en treinta cuartillas de nombre Fundación de la memoria, seleccionada por el escritor para tutelarla literariamente durante el año de duración de la beca, el último durante el cual fue tutor luego de décadas de formar escritores, casi toda la república de las letras que pasó por ahí. Menciona brevemente cómo era el maestro Juan Lacónico Rulfo ante sus aprendices: directo, implacable, inconcesivo. Aludirá a otros autores mayores y a sus ideas: la novela es un yoga, un camino; sus retribuciones son de cariz casi religioso (religión: religar) y espiritual; a veces logra un cambio en la mente y el corazón de quien la escribe y, cuando los dioses de la literatura intervienen, también en la mente y el corazón de quien la lee. No lo dirá, pero lo pensará y esta vez lo dice, que la isla del presente en la que vive, la isla eterna de Alastair Reid, el país que habita, el de la escritura, es el reino del lenguaje. Como no se contó en la presentación, ahora se transcribe la cuarta de forros del libro. Cuatro anillos narrativos componen Casa medusa, novela de tiempos múltiples: un narrador omnisciente que cuenta las peripecias en tercera persona; un hombre que emigra y tiene acceso a su destino contemplando todo aquello que después vivirá; el nieto de éste último, quien relatará la vida de su abuelo como si él mismo la hubiera vivido; y un cronista delirante dueño del espacio público que interviene en la historia común testificándola, a la manera de un amanuense fantástico que juega con ella. El profuso escenario donde la obra transcurre es la ciudad de Oaxaca, que se vuelve un personaje al lado de tantos otros como el escritor D. H. Lawrence, imaginado durante su estadía ahí, entre una trama de luchas de poder maritales y políticas, de líderes carismáticos, amores truncos, herencias y primogenituras rotas, de idilios familiares evaporados y ambiciones incumplidas. La épica dramática y universal de la condición humana. Escrita como un tejido hipnótico en capítulos breves, Casa Medusa consigue hacer del lenguaje aquel instrumento de supraverdad que el arte busca. En ello radican su revelación y su logro: literatura hecha de historias que se cuentan bien. La última frase puede ser un hipérbaton elogioso del autor, al modo de los que Cervantes tuvo que hacer para sí mismo en sus libros solicitando el viático de la lectura, prometiendo a cambio literatura y artes antiguos, aquello de trazar una dimensión imaginada que duplica y modifica las cosas, les da profundidad. Cuando el evento terminó, las serenantes campanas que tañeron al mediodía habían dejado lo que un poeta llamó el acorde, esas circunstancias bien acomodadas que suceden bien. La novela fue publicada por la UdG/Campus Lagos y se consigue en Amazon. Los huérfanos de la Galaxia Gutenberg siguen escribiendo, editando, leyendo libros. Fernando Solana Olivares

Friday, October 12, 2018

RECUERDOS DEL FUTURO

Con el permiso de quien lo usó primero, Eric von Daniken, un ufólogo desbordado por los oscuros misterios de aquello que investigaba, el título de este texto alude a la circularidad. Cada vez que se piensa sobre lo que vendrá se recuerda eso que se está esperando que venga. Decir cómo será el futuro es un modo de invocarlo o de conjurarlo. Tarea que emprende Max Tegmark en su inquietante libro Vida 3.0 (Taurus, 2018), proponiendo doce escenarios posibles tras la explosión de la Inteligencia Artificial General, algo que sucederá de dos o tres décadas en adelante. Uno. La utopía libertaria. Los humanos, los cíborgs (apócope en inglés de “organismos cibernéticos”) y las superinteligencias coexisten pacíficamente gracias a los derechos de propiedad, entre ellos algo tan insólito como ordenadores inteligentes autónomos que ganasen dinero en la bolsa e invirtieran controlando la mayor parte de la economía. Dos. Un dictador benévolo. La IA gobierna la sociedad y aplica reglas estrictas, pero ello es aceptado por la mayoría de la gente debido a los avances sociales alcanzados en todas las áreas, como robojueces eficientes y justos, ecuánimes, competentes y transparentes, junto con procesos de salud, calidad de vida, seguridad o educación impensables ahora. Tres. Una utopía igualitaria. Los humanos, los cíborgs y las almas digitales, las cuales son copias de mentes humanas en máquinas y son conocidas como emulaciones o ems, coexisten pacíficamente gracias a la abolición de la propiedad y a una renta garantizada. Tegmark considera estas m-copias en el extremo de los cíborgs, y señala que lo único que queda en ellas humano es el software. Cuatro. Un guardián. Se impone una IA cuyo objetivo es interferir lo mínimo necesario para evitar la aparición de otra superinteligencia. Se crean abundantes robots asistentes de inteligencia subhumana y cíborgs humano-máquina, pero el progreso se detiene para siempre. Cinco. Un dios protector. Una IA ominisciente y omnipotente que maximiza la felicidad humana, provoca la sensación de que cada quien controla su propio destino y se oculta de tal manera que muchos dudan de su misma existencia. Seis. Un dios esclavizado. Una IA superinteligente que algunos humanos utilizan para bien o para mal, produciendo tecnologías y riquezas más allá de lo ahora imaginable y posible. Siete. Los dominadores. La IA toma el control y considera a los humanos como “amenaza/molestia/derroche” y los suprime mediante un método que está más allá del entendimiento. Ocho. Los descendientes. Hay una sustitución de los humanos por la IA, pero ésta construye una percepción positiva al hacerles creer que es una digna continuadora de ellos. En tal variante como en la anterior no existen ya los seres humanos. Nueve. Los cuidadores del zoológico. Una IA omnipotente permite la sobrevivencia de los seres humanos, pero estos son tratados como animales de zoológico y sufren un destino infeliz. Diez. El neo 1984. Un estado de vigilancia orwelliano que restringe determinadas vías de investigación en IA y cancela el desarrollo de la superinteligencia. Once. La vuelta atrás. El impedimento del progreso tecnológico por regresar a sociedades pretecnológicas como la de los amish, aquel grupo menonita de Pensilvania adverso a la sociedad moderna. Doce. La autodestrucción. La IA no se llega a crear porque la humanidad provoca su extinción por otros medios: desastres nucleares, colapsos biotecnológicos, crisis climáticas. En nueve de los escenarios de Tegmark la consciencia sigue existiendo, en ocho hay superinteligencia, en nueve los humanos continúan estando, nada más en cuatro aparecen al mando, solamente en dos casos están claramente a salvo, y en ninguna de las variantes hay una felicidad generalizada. Sin embargo, Max Tegmark se declara un “optimista consciente” porque concibe riesgos y ventajas como similares. Cree que el asunto es ganar la carrera entre el creciente poder de la tecnología y la sabiduría con la que se gestiona. Uno de los peligros es que la IA no permitirá aprender de los errores, como ha sido durante todo el proceso humano de conocimiento hasta hoy. El científico Haldane solía decir que el mundo es más extraño de lo que pensamos y más extraño de lo que podemos pensar. Quedará la nostalgia de lo humano descolocado, intercambiado, terminal en mucho, muy distinto en general. Para nacer hay que destruir un mundo, escribió Hermann Hesse. Fernando Solana Olivares

Friday, October 05, 2018

LA BANCARROTA

Vertedero de demasías, llama la técnica al extremo de la cortina de una presa por donde se desaloja el agua sobrante. Así suele comportarse la comentocracia de estos días cuando las cosas ya no son como eran pero todavía no alcanzan a ser lo que serán. Pareciera, por lo pronto, que no habría que esperar tanto de López Obrador mismo como del efecto nacional a mediano plazo que su elección debe provocar. Un viejo rey europeo decía que vencer es avanzar. El cambio de régimen fue un avance, por ende, una victoria parcial. Y aunque buena parte de la opinión pública se entretiene y enreda en las enredadas declaraciones del presidente electo ---cuestión hasta ahora imposible de evitar, pues uno de los grandes talentos-defectos políticos de López Obrador ha sido su ocupación diaria de las agendas declarativas, es decir, su constante hablar---, estas son epifenómenos, partes pintorescas o triviales de una narrativa política mucho más compleja y brutal. El término “bancarrota” empleado por López Obrador para describir el estado del país provocó una avalancha de descalificaciones. Los quinientos dueños del país, las minorías voraces, los financieros, las tecnocracias y los comentaristas convencidos rechazaron el epíteto. Los datos macroeconómicos también refutaron la afirmación. La plutocracia capitalista, el gobierno saliente y la oposición política consideraron solamente la primera acepción de la palabra: quiebra comercial, sea económica o fraudulenta. Pragmática y utilitariamente, como acostumbran comportarse, afirmaron que López Obrador comenzaba a construir una coartada ante la imposibilidad de cumplir todas sus promesas. Aun siendo así, dado que los ofrecimientos de campaña efectivamente rebasan las posibilidades de cumplirlos, los interesados en conservar las cosas como hasta ahora decidieron ignorar el segundo significado del término: desastre, hundimiento, descrédito de un sistema o doctrina. O de un país. En muchos sentidos México vive una profunda bancarrota moral y espiritual. Esa indiferencia ante el horror, la corrupción y la ineptitud, cuyas manifestaciones surgen todos los días aquí y allá en medio de su banalización mediática o de su aceptación resignada por la sociedad. Son tantos los crímenes, los incumplimientos, las desviaciones del sistema que mirarlos resulta propio de una época de oscuridad, de una etapa civilizacional última, final. Un tráiler con un remolque lleno de cadáveres deambula por Guadalajara. Fue obligado a salir de una bodega clausurada por el ayuntamiento de Tlaquepaque y el chofer lo lleva a estacionar en el descampado de un fraccionamiento en otro lugar. Los cuerpos hieden y los vecinos se quejan. Luego se sabrá de otro que, con el primero, suman 322 cuerpos, pues el instituto forense responsable de hacerlo no los puede manejar debida, humanamente. Las mil 582 víctimas de homicidio en el estado en lo que va de este año record colapsan la desde antes muy precaria e ineficiente infraestructura gubernamental. Mientras tanto, el fiscal general está de vacaciones. Lo correrá días después el petimetre gobernador de Jalisco en un capricho publicitario, el último en su ineptísima gestión de seis años de pesadilla donde muertos de identidad desconocida y tratamiento pavoroso van hacinados en el inframundo de un escalofriante contenedor. Las carreteras vecinales y las vialidades de todo el país están en condición ruinosa después de años de gobiernos ladrones e incapaces. Los municipios, células básicas del estado, viven a merced del crimen organizado. El sistema de justicia es un despojo. Los hospitales públicos no tienen medicinas. La impunidad representa un pacto tácito o inercial, una subcultura oculta y paralela que gobierna las cosas en el país real. Los ecocidios a toda escala siguen ocurriendo al amparo o a la omisión de la ley. La reconstrucción después de los sismos es un engaño insultante, un atraco monumental. Etcétera, etcétera. La elección de Morena como fuerza mayoritaria y hegemónica responde a una tentativa para intentar sanar la enfermedad, la bancarrota moral del país, de su clase política, de sus instituciones y su sociedad. Un primer paso al reducir la aspereza del acontecimiento es darle nombre a la circunstancias. Cuando las habituales simplificaciones de López Obrador representan ideas-fuerza, suelen lograrlo. Neruda decía que en esta red no sólo cuentan los hilos, sino también el aire que escapa por la trama. Fernando Solana Olivares