CASA MEDUSA
Bulle la colmena. La plaza del pueblo tiene un aire parroquial dado su tamaño, es humanamente chiquita. Se trata de presentar Casa Medusa, una novela, cuando suenan las campanadas de las doce y el día, en su vértice, concluye la primera parte y anuncia el comienzo de la que seguirá. Los tañidos son apostólicos y las cosas adquieren brevemente una sosegada dignidad. Virtud de los pequeños formatos.
Los presentadores no llegan: uno dijo que no le dijeron que le dirían que él al final no iba ---o sí iba, da igual--- a participar. El otro ---por razones ajenas a este asunto, pero más interesantes--- quizá decidió huir para escapar a una justificada cacería que comienza a organizarse en su contra. Y el tercero calculó, astuta y maleducadamente, que tres incluido el autor ya eran muchos a la mesa y decidió no llegar. Fatalidad trascendente: siempre van los que van, y los que no, no van.
El auditorio está compuesto de más de una treintena de alumnos de letras, un puñado de interesados en el autor, más los desocupados que matan el tiempo en las bancas de fierro en la plaza y los dos o tres boleros que trabajan por allí. El autor comienza a hablar con despreocupada ligereza: un flotamiento de las palabras, como si sólo el lenguaje guiara su decir.
Antes que hablar del libro, mejor cuenta la historia de una deuda que está pagando con esta novela luego de treinta y siete años. Para darse a entender entre el público asistente, lee la dedicatoria: “A Juan Rulfo, el inagotable”. El autor recuerda su relación con el maestro en el Centro Mexicano de Escritores. Dice que lo que ahora es una novela entonces fue un original en treinta cuartillas de nombre Fundación de la memoria, seleccionada por el escritor para tutelarla literariamente durante el año de duración de la beca, el último durante el cual fue tutor luego de décadas de formar escritores, casi toda la república de las letras que pasó por ahí. Menciona brevemente cómo era el maestro Juan Lacónico Rulfo ante sus aprendices: directo, implacable, inconcesivo.
Aludirá a otros autores mayores y a sus ideas: la novela es un yoga, un camino; sus retribuciones son de cariz casi religioso (religión: religar) y espiritual; a veces logra un cambio en la mente y el corazón de quien la escribe y, cuando los dioses de la literatura intervienen, también en la mente y el corazón de quien la lee. No lo dirá, pero lo pensará y esta vez lo dice, que la isla del presente en la que vive, la isla eterna de Alastair Reid, el país que habita, el de la escritura, es el reino del lenguaje.
Como no se contó en la presentación, ahora se transcribe la cuarta de forros del libro. Cuatro anillos narrativos componen Casa medusa, novela de tiempos múltiples: un narrador omnisciente que cuenta las peripecias en tercera persona; un hombre que emigra y tiene acceso a su destino contemplando todo aquello que después vivirá; el nieto de éste último, quien relatará la vida de su abuelo como si él mismo la hubiera vivido; y un cronista delirante dueño del espacio público que interviene en la historia común testificándola, a la manera de un amanuense fantástico que juega con ella.
El profuso escenario donde la obra transcurre es la ciudad de Oaxaca, que se vuelve un personaje al lado de tantos otros como el escritor D. H. Lawrence, imaginado durante su estadía ahí, entre una trama de luchas de poder maritales y políticas, de líderes carismáticos, amores truncos, herencias y primogenituras rotas, de idilios familiares evaporados y ambiciones incumplidas. La épica dramática y universal de la condición humana.
Escrita como un tejido hipnótico en capítulos breves, Casa Medusa consigue hacer del lenguaje aquel instrumento de supraverdad que el arte busca. En ello radican su revelación y su logro: literatura hecha de historias que se cuentan bien.
La última frase puede ser un hipérbaton elogioso del autor, al modo de los que Cervantes tuvo que hacer para sí mismo en sus libros solicitando el viático de la lectura, prometiendo a cambio literatura y artes antiguos, aquello de trazar una dimensión imaginada que duplica y modifica las cosas, les da profundidad.
Cuando el evento terminó, las serenantes campanas que tañeron al mediodía habían dejado lo que un poeta llamó el acorde, esas circunstancias bien acomodadas que suceden bien.
La novela fue publicada por la UdG/Campus Lagos y se consigue en Amazon. Los huérfanos de la Galaxia Gutenberg siguen escribiendo, editando, leyendo libros.
Fernando Solana Olivares
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