Friday, August 03, 2018

ACCIDENTES EN ZEN

El zen es reacio a las formulaciones y no se deja encerrar entre las palabras. Quizá por ello el texto de la semana pasada en esta columna no se envió completo a Milenio Diario. Los freudianos dirían que por un lapsus del inconsciente, los budistas afirmarían que por una falta de atención. El zen no opinaría nada. Las cosas fluyen, nosotros en ellas, pero la mente las concibe como si fueran permanentes y fijas. Esa ilusión se debe a la memoria y a los patrones imaginarios que construye. Creer que el pasado es determinante, escribe Alan Watts, significa creer que lo que impulsa a un barco es la estela que deja detrás de sí. Los dos caminos del zen para destruir tal ilusión son la meditación sedente y el colapso de la mente lógica. Meditar es dejar de hablar con uno mismo, dejar de pensar en lo que se piensa. La inmovilidad física que requiere a través de una postura mantenida fijamente por ciertos periodos ---lo que se conoce como una psicofisiología de la atención--- permite abrir, hacer durar más los intervalos donde el pensamiento no llega a la mente. La meditación zen (y algunas otras) equilibra los hemisferios cerebrales, aumenta el volumen neuronal en el hipocampo y en áreas como el tálamo y la corteza orbifrontal, vinculadas al control de las emociones. Estudios neurocientíficos de centros de investigación universitarios iniciados décadas atrás confirman que la meditación estimula poderosamente la neurogénesis y la neuroplasticidad mentales. Las conexiones de las neuronas aumentan la vinculación dinámica entre sí y el cerebro crece, sin importar la edad de la persona que medita. Escribió el Dante que en la alta fantasía llueve. La meditación zen (sazen) conduce a zonas parecidas. Uno deja de aferrarse a imágenes personales, a tantas ideas preconcebidas sobre la propia persona, sobre los otros y lo demás, para comenzar a ver lo real episódico como se presenta. Por otra parte, el koan es una formulación paradójica de la verdad que puede hacer alcanzar el satori, ese repentino despertar de la conciencia que busca el zen a través de un cambio radical de comprensión. El koan fundador fue aquella legendaria flor que el Buda hizo girar entre los dedos. Solamente uno de los discípulos pudo resolver el enigma y alcanzar la iluminación. El zen es un desagregante que no pone objetos en la mente sino que los quita, y también un deconstructor que cambia el eje de la significación, el orden de los factores, como lo sugiere un antiguo texto japonés citado por Watts, El camino sencillo, el camino difícil: “Si alguien pregunta sobre asuntos sagrados, respondan siempre con términos profanos. Si se les pregunta sobre la realidad última, respondan en términos de la vida cotidiana. Si se les pregunta sobre la vida de cada día, respondan con términos de la realidad última”. La misma maniobra de inversión confesará siglos después el poeta romántico Novalis a partir de una tradición distinta: dar a las cosas comunes un sentido venerable, a la realidad habitual un sentido misterioso, a todo lo conocido la dignidad de lo desconocido, a lo finito la dignidad de lo infinito. Entonces surgirá una revelación trascendente, según el poeta: lo extraordinario en lo ordinario aquí mismo, en el lugar donde uno está. Porque si esa revelación no ocurre aquí, tampoco importará que suceda en cualquier otro sitio, llámese cielo o más allá. Para lograr la comprensión del zen, afirma Watts, pueden requerirse tres minutos o treinta años. Occidente se atormenta por conseguir esos tres minutos. Oriente considera tal compulsión como patología. Nuestro proceso intelectual se llama “aditivo”, explica el roshi. En cambio, el proceso que nos sacará de esa adquisición incesante de ideas, de pensamientos que no paran de surgir, se conoce como “sustractivo”. Quitar, desagregar, dejar pasar. “Cede, y permanecerás intacto”, sostiene el taoísmo, primo hermano del zen. El zen es enteramente personal y empírico: hay que probarlo somáticamente, con el cuerpo y la mente juntas por ciertos periodos, con constancia, para saber en qué consiste y dónde puede llevar a la conciencia. Explican los sutras que el zen es un vacío insondable, no sagrado, tres medidas de cáñamo, un agujero de letrina, algo noble o vulgar al antojo de cada quien. Religión atea, filosofía sin sistema, sabiduría al margen del sentido común, multiplicación del punto de vista: el denso y ligero zen. Fernando Solana Olivares

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