22 DE JULIO DE 1968
Ese día fue lunes y se jugó un partido de futbol en la Plaza de la Ciudadela entre la pandilla del mismo nombre, los ciudadelos, y alumnos de la preparatoria particular Isaac Ochoterena. Los contendientes acabaron a golpes y los de la prepa se llevaron la peor parte. Al día siguiente, martes, alumnos de la escuela derrotada fueron a apedrear la vocacional 2, haciéndola responsable del pleito porque algunos del equipo golpeador se decían alumnos de ella.
El miércoles 24 varios cientos de jóvenes de las vocacionales 2 y 5 rodearon la preparatoria para llevar a cabo su destructiva venganza. Cuando regresaban a sus escuelas por calles cercanas a La Ciudadela se encontraron con granaderos que aguardaban para emboscarlos. Los alumnos corrieron a las vocacionales y hasta sus aulas y salones fueron perseguidos por policías que iban golpeando alumnos y maestros a discreción.
“No se trataba de imponer el orden ---escribió Luis González de Alba, protagonista y testigo del movimiento del 68---, sino de romperlo, de golpear como si se tratara de una venganza personal”.
El viernes 26 hubo dos actos públicos: uno estudiantil en repudio de la brutal represión policiaca y su ingreso a las escuelas, otro convocado por agrupaciones de izquierda para conmemorar la Revolución Cubana. En ninguno de los dos hubo incidentes, salvo la negativa de la FNET (una organización porril que encabezaba la marcha) a salirse de la ruta marcada por la policía y avanzar por Avenida Juárez para llegar hasta al Zócalo y protestar ante Palacio Nacional por la represión policiaca.
El grueso de la manifestación caminó por Avenida Madero y en la esquina con Palma se topó con la policía ya desplegada y lista para entrar en acción. En los botes de basura de las esquinas había misteriosas piedras que los estudiantes emplearon para defenderse de la agresión, extendiéndose los enfrentamientos por las calles de todo el primer cuadro de la ciudad. Con alguna ingenuidad irónica, Elena Poniatowska se preguntó en su crónica de los hechos desde cuándo la gente acostumbraba tirar piedras en los basureros.
González de Alba también ironizó al hablar de la “eficiencia” policiaca en aquella tarde fatídica, donde terminaría de nacer el movimiento estudiantil de 1968: sus acciones represivas en una sola tarde, que habían ido desde la indiscriminada golpiza a los politécnicos y a los universitarios de las prepas que salían de clases sin haber estado en la manifestación hasta la violencia también gratuita contra diversos grupos de izquierda, lograrían una unión hasta entonces impensable entre el Poli, la UNAM y la izquierda mexicana.
Al día siguiente, sábado 27, los estudiantes tomaron las preparatorias 1, 2 y 3 de la UNAM en protesta por lo sucedido. Dos días después, el lunes 29, el ejército y la policía sitiaron varios planteles universitarios y politécnicos del centro histórico. Con un disparo de bazooka derribarían la centenaria puerta de madera labrada de la preparatoria de San Ildefonso, en un escenario insurrecto de barricadas y escaramuzas, camiones incendiados por los estudiantes como barreras infranqueables aunque efímeras para defender sus escuelas, corretizas entre gases lacrimógenos y ahogos, piedras defensivas casi simbólicas y sádicos golpes de macana dados en grupo contra estudiantes aislados o caídos que después serían arrojados a las julias policiacas para llevarlos presos.
Al día siguiente de la violenta e inesperada agresión policial, un lluvioso martes 30, el rector Barros Sierra izaría a media asta en Ciudad Universitaria la bandera nacional como símbolo de repudio y duelo. El jueves 1 de agosto encabezaría con otros funcionarios una manifestación de protesta inédita en el país. El domingo 4 de agosto, catorce días después, quedaría integrado el Consejo Nacional de Huelga (CNH) y su modesto pliego petitorio: 1. Libertad a los presos políticos. 2. Derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal que instituían el delito de disolución social invocado contra los estudiantes para justificar la represión. 3. Desaparición del cuerpo de granaderos y destitución de los jefes policiacos. 4. Indemnización a familiares de los muertos y a los heridos. 5. Deslindamiento de responsabilidades oficiales en los hechos de violencia.
Así habría de comenzar este sangriento sacrificio paranoico mandado por el poder, un lunes como cualquier otro durante un juego callejero de futbol.
Fernando Solana Olivares
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