Friday, June 15, 2018

ACCIÓN EXPRESIONISMO ABSTRACTO

“El mal siempre es banal”, concluyó Hannah Arendt, cuando presenció el juicio de Adolf Eichmann en Israel y se dio cuenta de la mediocre frialdad burocrática con la cual el exterminador nazi había entendido y llevado a cabo su tarea criminal. El mal se expresa en todas partes: también es cultural, académico, intelectual y estético. Tiene agentes propios que actúan en su favor, y sin estar enterados de estarlo haciendo muchos de ellos. Es la oscura banalidad del mal. No se sabe el grado de conciencia que al respecto tuvo el crítico Alfred Barr, principal formador del gusto de la época durante los años cincuenta del siglo pasado, mientras el expresionismo abstracto en el arte se desplegaba como una poderosa arma norteamericana de la guerra fría que colonizaría el arte occidental, volviéndolo uniforme y carente de sentido. Desde su puesto de director fundador del Museo de Arte Moderno de Nueva York durante décadas y después director de sus colecciones, Barr era descrito como un hombre tímido, de frágil apariencia, voz débil y aspecto académico. Ese aire de profesor distraído ---como cuenta la investigadora Frances Stonor Saunders (La CIA y la guerra fría cultural, Debate 2001)--- escondía la “mano italiana” de un funcionario intrigante, cauteloso y reservado, descrito como jesuítico por quienes lo conocieron. Los documentados y cercanos vínculos entre la CIA y el MoMa provenían de una convicción táctica de la agencia de inteligencia --- convertida ahora en crítica de arte y desde años atrás en opulenta y versátil promotora cultural mundial para frenar el comunismo en Europa y América Latina---, que uno de sus miembros explicaría así: “Nos habíamos dado cuenta que el expresionismo abstracto era el tipo de arte que menos tenía que ver con el realismo socialista, y hacía parecer al realismo socialista aún más amanerado, rígido y limitado de lo que en realidad era”. El expresionismo abstracto era percibido por una élite cultural dedicada a las batallas de la guerra fría como la expresión de una ideología anticomunista, una ideología de la libertad y la libre empresa. Dado que era una pintura no figurativa no podía expresarse políticamente, ni presentar ante el espectador contenidos simbólicos, alegóricos, imágenes mitológicas o narraciones visuales. Era neutra, decorativa, una pura abstracción que no tenía vínculo con ningún referente y sólo existía por ella misma. Sus operadores y festejantes la consideraron una aportación estadounidense al arte contemporáneo. La Acción Expresionismo Abstracto echada a andar por la CIA, el MoMa de Barr y algunas galerías de arte neoyorquinas tuvo un mediático representante, el pintor Jackson Pollock, concentrador de las estereotipadas virtudes gringas: hombre viril, cowboy, pendenciero, de pocas palabras, solitario, intrépido, vigoroso, anti intelectual, macho e inculto, surgido de ese suelo y no de los pintores europeos, además practicante del “gran vicio” americano, el alcohol. Pollock desarrolló una técnica conocida como action painting: un gran lienzo de tela puesto en el suelo sobre la superficie del cual hacía gotear pintura durante un alcoholizado estado de posesión, una especie de delirium tremens, como lo llama Stonor Saunders, donde no intervenía la razón. Aunque la obra de este pintor vitalista y caótico fue considerada como la de un “Picasso derretido” por críticos serios y voces entendidas, el establecimiento académico y museográfico comandado por Barr lo recibió como un clamoroso “triunfo de la pintura estadounidense”. Había emergido así un patrón estético que representaría una involución histórica: la improvisación convertida en método, la deformación vuelta fórmula y la pintura como una diversión manipulada por decoradores y vendedores impacientes. El gran imperio tenía ya un arte vacuo a su capitalista medida. Un arte que según Barr era sinónimo de democracia, aun cuando impondría un nuevo colonialismo cultural que haría invisibles otros lenguajes estéticos, otras representaciones y memorias culturales. La conexión oficial del MoMa con el programa gubernamental de guerra cultural de la CIA fue una variante del mal en otro grado. Imposible saber si Alfred Barr hizo lo que hizo sabiéndolo. Si resultó un intermediario inconsciente o no de las consecuencias de un fenómeno estético masivo, secretamente manipulado por la comunidad de inteligencia y la élite cultural. Fue entonces cuando se promulgó el no arte. Fernando Solana Olivares

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