Friday, September 21, 2018

EL PATÉTICO SOGYAL

Era un hombre bajito y rechoncho que no paraba de sonreír en todas las escenas donde aparecía. Su imagen parecía gustarle a Bertolucci, el director de “El pequeño Buda”, porque impregnaba la pantalla de una simpática y profunda paz interior. Para entonces ya era una celebridad. Había publicado bajo su nombre El libro tibetano de la vida y de la muerte, el cual significaba para cientos de miles de lectores en Occidente una inesperada, bien escrita y fundada revelación acerca de vivir y morir digna y plenamente. Nació en Kham, en el este tibetano, entre una familia de comerciantes. Durante un tiempo se creyó que Sogyal Lakar era la reencarnación de un maestro del anterior Dalai Lama, afirmación cuyo origen y única autoridad era su propia madre. Al huir en 1954 con su familia de la invasión china al Tíbet, Sogyal se educó en una escuela católica y luego anglicana. En 1971 llegó al Trinity College de Cambridge y tomó cursos de teología y religión sin graduarse. Una joven estudiante de budismo a quien entonces conoció, Mary Finnigan, fue determinante para difundir sus pláticas y conferencias. Su pintoresca presencia y su fluido inglés (“parecía saber de qué estaba hablando”) le abrieron las puertas aquí y allá. Obtuvo una donación de un actor de comedia y con ella estableció un primer centro budista en Londres. Las crónicas cuentan que asumiendo (no recibiendo) el título honorífico de “Rimpoché”, un superlativo reverencial, se estableció como maestro budista de tradición Vajrayana o tántrica, vía esotérica del budismo tibetano. En su edulcorado prólogo al décimo aniversario de la publicación de El libro tibetano, Sogyal cuenta su atribuido linaje e insiste en la versión establecida. Pero según personas cercanas a él y a su proyecto, la obra que llevó a Sogyal a la celebridad habría sido hecha en su mayor parte por escritores fantasma como Patrick Gaffney o Andrew Harvey. Circulaban rumores en internet sobre su conducta sexual con discípulas ---un harem que él mismo describió como sus “dakinis”--- y había malestar por ello no manifiesto entre los círculos budistas tibetanos. Las denuncias comenzaron a aparecer una tras otra y mujeres abusadas sexualmente bajo pretextos espirituales denunciaron las prácticas de Sogyal, cuyos excesos también incluían violencia física contra alumnos y alumnas cercanos, inclusive en público. Si bien Sogyal no estaba obligado a la abstinencia sexual porque no era un monje, su comportamiento ---que además desviaba donativos para dedicarlos a satisfacer una vida hedonista y sibarítica--- pervertía toda la ética y la preceptiva budista, como lapidariamente lo dictará la sentencia emitida por el Comité Internacional de Ética Budista, la cual considera a la institución fundada por Sogyal como una cofradía criminal ajena a la comunidad budista, y a su fundador lo califica de falso maestro budista. Condena a la Secta Rigpa & Sogyal Rimpoché por ser responsable de torturas y esclavitud, fraude y crimen organizado, violación a los derechos de la mujer y al derecho budista. Mary Finnigan, aquella estudiante que lo lanzara al público en Cambridge, escribió un libro y contó la existencia de una secta dentro de Rigpa compuesta por esas jóvenes mujeres obligadas a complacerlo sexualmente donde el gurú fuera. Un documental canadiense recogió más acusaciones y fue hasta julio de 2017 cuando la carta de denuncia de ocho devotos y ex devotos hizo viral el escándalo. Sogyal anunció su intención de retirarse de la dirección de Rigpa, como al fin ya lo ha hecho, pero la tormenta para él parece apenas comenzar. Hay un budismo fascista y genocida en Myanmar que no es budismo, otro corrupto y materialista que tampoco lo es. Sogyal Rimpoché nunca leyó de verdad el libro que firmó con su nombre. Se perdió muy pronto y en cosas elementales que la doctrina budista enseña como vacuas, impermanentes, originadoras de dukha, el deseo siempre insatisfecho que lleva al dolor. ¿Qué fue lo que abdujo a Sogyal, aquel sonriente oriental, para desviarse de tal manera? Llamó a su método “sabiduría loca”, “no convencional”, y justificó los engaños y abusos como decisiones espirituales del gurú que los adeptos no pueden comprender más allá de su apariencia. El cobro de cuentas debe suprimir su nombre de El libro tibetano de la vida y la muerte para publicarse con el de Gaffney y Harvey, sus autores. Ese libro está más allá de su no autor. Fernando Solana Olivares

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