CONTRAESCRITURA
Importan menos sus temas que sus procedimientos e intenciones. Poetas tan esenciales como T. S. Eliot lo han dicho y su frase puede convertirse en un mantra a utilizar: “Para nosotros sólo cuenta el intento, lo demás no es asunto nuestro”.
No debe ignorarse la contradicción entre el intento como ocurrencia o el intento como idea, como sostenida decisión. El intento tiene que ver con el resultado, aunque tampoco exista en todo ello una relación lineal. A veces un intento sostenido y poderoso se realiza sin resonar más allá del haberse hecho.
Gerald Murnane, un escritor nacido en 1939, es visitado por el periodista José Luis de Juan (Babelia 14.04.18) donde vive, lo que fue el garaje de la casa de su hijo mayor en el “dormido” pueblo australiano de Goroke.
Al recibirlo, Murnane muestra al visitante que en ese lugar está toda su vida: “Millones de palabras”, miles de cuartillas, anotaciones y fichas sobre su pasión principal, las carreras de caballos y el absorbente mundo de ejemplares de pura sangre, jinetes y apuestas, sobre el idioma húngaro ---del que se enamoró al leer a un escritor en esa lengua--- y la religión de las llanuras australianas, o acerca de muchas otras cosas de las que escribe sin cesar.
Su vida externa es simple, transcurre en un triángulo que el escritor llama mágico y del cual nunca ha salido: Melbourne, Bendigo y un llano en Australia Meridional. Odia los viajes, el mar o las montañas y nunca ha incursionado más allá de un día de camino. Elabora su propia cerveza en su modesto cuarto redondo y explica a su entrevistador que no requiere visitar otros lugares físicos porque “el periplo de la mente” es infinito.
Y él, como si fuera un sabio taoísta, suele viajar desde su máquina de escribir Remington modelo 1965 con la que ha escrito siete novelas publicadas y aquel iceberg de su obra que el visitante contempló. Lo aburre el cine y prefiere leer o escuchar música para visualizar eso que más le gusta, lo que considera más importante y revelador, más que la literatura, más que Shakespeare: una carrera de caballos lanzados al límite y corriendo para siempre en su imaginación, algo cuyo sentido para él nunca se agota.
Una tarde de 1947 escuchó por la radio la trasmisión de la carrera de caballos más célebre de Australia, y de Juan cuenta que tuvo entonces una revelación. Surgiría ahí una literatura apartada de cualquier corriente y temática, escrita por alguien alejado de los círculos literarios y cenáculos intelectuales, por un barman durante las tardes en el club de hombres de Goroke, rodeado de gente que no sabe que es escritor.
Murnane le cuenta al entrevistador que a partir de 1995 decidió dedicarse a trabajar para su exclusivo placer sobre mundos imaginarios: “Tenía la ambición de traspasar el paisaje de la novela y entrar en otra dimensión ficticia, como lo hicieron las hermanas Brontë y Proust”.
Una de sus obras, Una vida en las carreras (Minúscula, Barcelona, 2018), comienza con una frase directa característica de su escritura: “Las máquinas y la tecnología siempre me han intimidado”. A partir de ello un narrador en primera persona enumerará sus desencuentros con una intimidante cortadora de césped, con un teléfono móvil puesto en la cajuela del coche y sacado de vez en cuando para hacer llamadas sin saberse guardar números de otros teléfonos, o bien con un reproductor de cintas de casete al fin aprendido a utilizarse. También su incapacidad para consultar una página web y conocer los detalles de todas las carreras de caballos en el país. Desde ahí tejerá una trama restringida pero cargada literariamente de imágenes en un gran fresco escrito.
Y detendrá al narrador para asegurarse que las palabras empleadas sean “realmente precisas”. En un mundo paralelo, distinto al de la memoria, el sentido que encuentra en su obra este escritor (quien desde su modestia suena desde hace años para recibir el Nobel pues sus novelas están traducidas al sueco) radica en lo que llama “la conexión” de las partes, el vínculo de las palabras entre sí. Va entendiendo el significado de su experiencia conectada a unos cuantos temas centrales.
La novela puede entenderse como un yoga o un camino lleno de rigores cuyas recompensas auténticas son espirituales. La humildad es un requisito para ello, pues lo que bien se siente, bien se escribe, diría el Quijote junto con Murnane. Actos gratuitos: escribir porque debe hacerse. ¿El resultado? En el fondo da igual.
Fernando Solana Olivares
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