UN SILENCIO RETUMBANTE
Aquel día fue viernes y ya atardecía. Desde un tiempo imprecisamente largo, una hora, tal vez dos, los estudiantes y sus aliados seguían caminando por Paseo de la Reforma hacia el Zócalo en absoluto silencio. Sólo se escuchaba el sordo rumor de sus pisadas y el estremecedor ritmo de su respiración por la nariz, una energía concentrada y nunca vista, como un fuelle descomunal de decenas de miles. Masa y poder, pero con la boca cerrada, doble poder.
Lo sabrá cincuenta años después un jovencito que en la esquina de Reforma y Niza presenciaba estupefacto e inmóvil la Manifestación del Silencio ese 13 de septiembre de 1968. El hecho tenía un carácter extraño, profundamente ejemplar por radical y directo, por escueto e inesperado.
Los estudiantes y las organizaciones populares llevaban a cabo un acto político básico que la teoría literaria llama deconstrucción. Esta consiste en cambiar el eje de los significados. Y esa marcha volteaba los términos habituales de la protesta siempre como un clamor vociferante de los manifestantes: ahora se afirmaba un no decir que iba más allá de la interpretación verbal.
El silencio sobreviene ante el estupor del místico cuando se encuentra con una realidad metafísica a la cual no puede referirse mediante palabras. El silencio estético llega cuando ya no se tiene nada más que decir. Pero en este caso era la sangrienta sordera del autoritario poder gubernamental lo que provocaba la poderosa dignidad silente de tantos. El silencio retumbante de la masa y su dignidad mayúscula. Como en Rulfo: ¿qué era ese avasallante ruido? El silencio.
Pasaban los ríos de gente y el pequeño no podía dejar la esquina. Era su tributo, su participación en un acto colectivo que lo conmovía. Estaba de vacaciones y trabajaba en la empresa de su tutor, una elegante inmobiliaria en la Zona Rosa de entonces, prometedora utopía urbana décadas atrás. Otros oficinistas a su lado contemplaban a los manifestantes con admiración.
Un par de ellos, siguiendo un impulso, decidieron unirse al contingente, y vio cómo se desataban la corbata guardándola en la bolsa del pantalón mientras iban siguiendo ese fluido ininterrumpido y silencioso en constante movimiento.
Quiso hacer lo mismo pero no se atrevió, como tampoco se había atrevido semanas antes con sus condiscípulos de la secundaria a participar directamente en las refriegas contra la policía. Las presenciaban a la distancia entre corretizas represivas y contrataques estudiantiles. Pero esta vez su asombro entusiasmado lo hacía sentirse parte de la extraordinaria situación.
La masa sin palabras era un organismo que contenía, como las capas de una cebolla, a todos aquellos junto a quienes pasaba sin parecer terminar. Un fenómeno así de singular responde a lo que en la teoría de los cinco cuerpos (físico, mental, mágico, sutil y espiritual) se denomina cuerpo espiritual: una mente colectiva que al surgir diluye en uno a todos los individuos que forman parte de ella.
El movimiento estudiantil del 68 alcanzaba en esa impresionante manifestación callada un punto de inflexión. La represión iba escalándose y trece días antes el presidente Díaz Ordaz había amenazado con sofocarlo. El nueve de septiembre el rector Barros Sierra hizo un polémico llamado a la comunidad universitaria para volver a la normalidad sin renunciar a sus fines, mientras la ocupación por el ejército de Ciudad Universitaria el 18 de septiembre era la brutal respuesta del gobierno ante las legítimas y fundadas demandas estudiantiles.
Después vendría la tragedia de Tlatelolco, y aquel jovencito anclado en la esquina de Reforma y Niza lloraría con amargura al enterarse de la cobarde y alevosa masacre. Una represión que sería parte de la extendida confrontación de estudiantes, grupos populares y sociedad civil contra las oligarquías antidemocráticas, contra las globalizaciones anglosajonas que iban imponiéndose para hegemonizar el planeta, y en general contra el rumbo neoliberal de la época, aquella extraña dictadura económica y política que comenzaría a extenderse por todas partes como una despiadada y patológica doctrina del lucro inhumano, la privatización y la rentabilidad.
Las fechas externas de la historia suelen enfatizar los desenlaces. Pero la sangrienta represión del movimiento estudiantil del 68 en México se compone también de lo que sin formularse en palabras fue dicho con el silencio de miles aquella tarde de revelación.
Fernando Solana Olivares
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