Friday, November 30, 2018

FRAGMENTARIA BIS

#MeToo regional. Lo urgente no es importante, lo importante nunca es urgente, dice un viejo saber. Aquí en cambio todo es urgente y por eso se vuelve no importante. La historia es amarga y breve. Un alumno lleva tiempo de acosar alumnas. Ha subido a la red un video con la novia haciéndole una felación y dícese que ha tenido conductas impropias y de cierta violencia con otras chicas en fiestas estudiantiles ---jaloneos, intentos de entrar al baño detrás de ellas, besos buscados a la fuerza---. Se habla también de que pidió favores sexuales a una estudiante a cambio de alterar en su favor las calificaciones de una materia o de que mediante mensajes invitó a una maestra a irse a la cama con él. Es un alumno inconstante pero brillante. Posee lecturas verdaderas, no las escolares, resulta un poeta muy bueno por momentos y su prosa puede llegar a entusiasmar. También hay droga en la ecuación de su desorden humano. Cristal, foco, crac, cualquier mierda química propia de los diabólicos pactos fáusticos actuales. Alta adicción. “Me junté con gente mala”, dirá después al único maestro que hablará con él para reclamarle su comportamiento. A su alrededor se ha instalado un sistema tipo la reina de corazones de Alicia: primero la sentencia, luego el juicio. No es muy claro ante quién se había presentado la denuncia de las agraviadas y cuán fundada está, tampoco si el presunto culpable conoce de las acusaciones en su contra, cuál es su alcance o cómo se debe proceder para configurar el debido proceso. Pero se palpa un clima de sanción pública concluyente: es culpable ya. Ese maestro no sabe lo que otros y otras sí saben pero callaron. Quizá por ello comete un desliz para él inadvertido pero que alimenta ampliamente la economía de la vindicta: invita al estudiante a presentar el libro de una afamada poeta. Lo hace muy bien, por cierto, pero eso no tiene ninguna importancia ante la urgencia de la hoguera feminista que de paso declara al docente protector del pequeño monstruo. Éste se pierde varios días luego de la ruda interpelación del maestro. Alguien chismea que anda en la playa y surge un cuadro de descomposición. Indebidamente tal vez, pero inevitablemente también, el maestro abre las variantes y hace algunas cosas a continuación. El semestre está a punto de terminar y la materia que lleva con él el alumno poeta-depredador-adicto-incontrolable es la última de su carrera. ¿Será posible que pueda acabar y echarlo de una vez, o sus desmanes son motivo de una drástica sanción académica que le negará ese final? La realidad es terca y ocurre por su cuenta. Primer acto: el maestro es abordado por una maestra casi airada que le dice que las alumnas dicen que protege al alumno delincuente. Segundo acto: decide hablar con una alumna que sabe está asesorando a las víctimas. La chica produce un malentendido intencional e inmediato que repetirá aquí y allá: él está metiendo las manos al fuego por el acosador. Tercer acto: una sensata autoridad del campus le explica que el expediente del caso será enviado al abogado general de la institución. En medio surgen fenómenos pintorescos. El maestro recibe una circular donde se le avisa que debido a “medidas cautelares” el alumno no puede entrar al campus y asistir a su materia, pero le solicitan que siga impartiéndole clases en otro sitio (sic) o en línea. Su subtexto parece ser: si aparece, usted lo saca, por favor, o bien porque ellos no se atreven, o bien para decirle sibilinamente que él es el protector. A saber. La circular es parte de una campaña de lemas que cuelgan en pendones de los edificios del campus, manifestándose contra el acoso y el hostigamiento. Se celebran foros catárticos y moralizantes que trasladan el problema a terceros y lo vuelven meramente anecdótico. Como siempre en estos tiempos foros atareados en denunciar efectos y señalar al género culpable, no en buscar las causas profundas, estructurales de una violencia global que lo alcanza todo. Después del áspero y desigual encuentro entre el maestro y el alumno: éste acobardado y negándolo todo, el otro escandalizado y reclamante, el alumno regresó dos veces más a clase. En la primera estuvo como ausente y en la segunda se escurrió por el salón. No tendrá calificación en la materia, pues el poeta-acosador-lascivo es inconstante y pocas veces llegó. La adicción es una constancia que impide cualquier otra cosa. No presentará examen ni entregará trabajo final. Quedará detenido en un limbo hostil del purgatorio académico, en el cual cargará el oprobio de su conducta, comprobada suficientemente o no. Dos o tres torpes y escandalosos intentos de meterse al baño con chicas en fiestas, un video pornográfico subido a la red y aun las ridículas propuestas sexuales a una maestra son parte de una enfermedad. Pedir un favor sexual a cambio de una calificación, en cambio, es un delito. Algo que ocurrió hace algún tiempo y se mantuvo en un extraño silencio. El alumno podría curarse si se retirara a un monasterio tres años, tres meses y tres días. No habrá quien se lo proponga. Las hogueras parecen haberse apagado por ahora. Pero volverán a prenderse, eso es seguro. Fernando Solana Olivares

Friday, November 23, 2018

ESTE LABERINTO DE CRISTAL

El poder representa, escribió Carl Schmitt, una magnitud objetiva con leyes propias. De tanto en tanto los hombres pueden apoderarse de ella y dirigirla. A continuación los devora. Sobre la noción de poder no hay un acuerdo teórico: es un fenómeno obvio y visible, pero esencialmente oscuro, secreto, mientras más poderoso es más sigiloso. Y fascinante también. Este laberinto de cristal. Aproximaciones al poder (Rayuela Diseño Editorial, 2018) intenta ser una suerte de constancia de ello escrita en un género híbrido construido con varios puntos de vista narrativos: una crónica, unas instantáneas, varios cuentos y estampas, un diario de marzo de 1994, dos piezas teatrales breves, un ensayo, unos apuntes reservados. La crónica se originó en la cobertura periodística de una gira presidencial del presidente Carlos Salinas de Gortari a Europa en septiembre de 1993, cuando estaba en el punto más alto y a la vez declinante de su poder semanas antes de decidir la sucesión presidencial. Tres meses después ocurriría la catástrofe y sobrevendría el estupor: un sorprendente alzamiento zapatista que abollaba irreparablemente la corona de la modernización neoliberal recién iniciada, y el magnicidio de Colosio, un crimen de Estado perpetrado desde el poder cuya sangre shakespeariana caería encima del presidente. “Mientras cena asado de reno acompañado de papas y verduras y un helado de chocolate con naranja agridulce en un edificio de la plaza sueca donde corre el río Melaren encajonado entre riberas de piedra ---se escribiría después, en “Instantáneas de un mal tipo”---, Salinas propone un brindis por el éxito de su gobierno. Más tarde se negará a explorar la pregunta de otro comensal: ¿cuáles han sido sus dudas centrales, las zonas más frágiles, no calculadas, de su régimen? No sabría decirle, contestará con una carcajada que todos los invitados harán suya. Detrás de él un hombre no se ríe. Nunca lo hace, nunca habla y siempre lo acompaña. La pregunta debió dirigírsele: es el torvo visir, el espejo oscuro, la sombra. Ha testificado el gesto imperceptible y la desnuda intimidad. El drama ya está en curso. Tres pescadores ciegos aguardan a la orilla del helado fiordo del Mar del Norte. El coro griego canta el sacrificio”. “Diario de marzo de 1994” consigna lo siguiente: “Viernes 25. Del espanto sigue la rabia. Una multitud airada acorrala e increpa al presidente Salinas durante el homenaje en el PRI al candidato asesinado. Echeverría, el expresidente, sale del sótano para clamar justicia. ¿Indignación o coartada? A saber, como de tantos otros: una clase política formada en el silencio y el engaño, recursos de su oficio. Hay otro muerto, es Camacho. Los dolientes del pueblo le arrojan en la cara el epíteto: asesino. ‘Crimen de la oligarquía, ejecución por mandato’, afirma Muñoz Ledo. Los deudos del sistema ponen su rostro más compungido, ¿a cuál le apena, a cuál le asusta, a cuál le complace? Unas líneas escritas por José Francisco Ruiz Massieu conmueven: ‘Pobre Donaldo, pobre de mí, pobres de nosotros’, pero no son para todos. ‘¿Quién fue?, ¿quién fue?’, vociferan enardecidos priistas ante Carlos Salinas, que esconde lo que sabe, lo que siente, en un rictus mudo e inexpresivo: lo intocable del poder. […]”. Salinas no tomó lecciones de abismo. Su paso repentino del arrogante control del poder y la tecnocrática estabilidad, de la seducción y cooptación de los otros al descontrol de lo inesperado (“El rey va desnudo. Albricias por la modernidad”), todo ello tiene un hálito de tragedia política en la cual él es el villano central, aún con los matices analíticos que se quiera. Otra anotación del libro afirma: “La muerte deja su estela mientras un vapor exacto cruza la bahía. El mar de ahogados no muestra ningún cadáver, pero una lancha fúnebre con su dolida carga pasa en dirección contraria a este barquito centenario. Salinas va a bordo y el capitán del fiordo escandinavo lleva el timón pleno de orgullo. ¿Cómo saber esa tarde que ya estaba en curso la gran novela posmoderna de las letras nacionales? Sólo que azules como acero y ligeras las ondas del mar lo dijeran”. El poder es un corruptor y sus ascetas son tan pocos que no existen. Allen Ginsberg vio mentes de su generación destruidas por la droga. En Este laberinto aparece una variante intertextual: mentes destruidas por el poder, por su fascinación y proximidad: “Fausto en la Condesa”, pequeña obra escénica sobre aquellos que Gramsci llamó intelectuales orgánicos y la prensa obrera del diecinueve sacerdotes comprados, una sujeción fomentada por Salinas y aceptada servil, interesadamente por quienes podrían haber cumplido un papel crítico resistente a su régimen. El poder embauca a cualquiera y la captura de inteligencias que racionalicen sus decisiones resulta parte de su misma acción. Veinticinco años después de tales momentos la larga y oscura sombra del salinismo parece estar llegando a su fin. Ciertas cuentas narrativas comienzan a surgir. Este laberinto de cristal se aproxima al poder y sus manifestaciones, materia de una historia inmediata que se vuelve literatura realista. O a eso intenta llegar. Fernando Solana Olivares

Friday, November 16, 2018

NUESTROS ÉXODOS

No nos quedan más comienzos, escribió George Steiner hace más de una década. La cultura como referencia común se desmorona y la civilización imaginada quinientos años atrás por el humanismo renacentista parece llegar sin remedio a su fin. Ahora es el periodo donde un orden se esfuma y el nuevo no surge aún (aunque a veces se muestre con señales ominosas, depresivas y preocupantes). En medio de ello, en este intervalo histórico dominado por la incertidumbre, suceden fenómenos atroces. Los éxodos planetarios de masas dolientes expulsadas de sus países de origen por guerras, por violencia del estado o de fuerzas opresivas como los grupos criminales, por el horror económico neoliberal contra las mayorías o por el calentamiento global, son uno de los dantescos y dramáticos escenarios del final de algo: una época, un ciclo, una ilusión. Hay muchas formas de hacer la cuenta humana del tiempo transcurrido. El período Juliano cumplirá 6, 732 años, la era judía 5,780 y la bizantina 7, 528. El pensamiento hindú habla de cuatro etapas de 6,000 años cada una que componen un ciclo entero de mundo que termina y en el último instante vuelve a empezar. Sus cálculos indican que hemos llegado al término de la última de ellas, kali yuga. Los recuentos lineales judeocristianos del tiempo también esperan la llegada de un mesías que clausurará la secuencia temporal. La libertad, la igualdad y la fraternidad han dejado de ser valores referenciales. Hoy se multiplican las fuerzas políticas, los medios de persuasión y las mentalidades colectivas de derecha que se pronuncian contra los derechos humanos enarbolados por la Revolución francesa, difundidos por la Galaxia Gutenberg y desarrollados por la Ilustración europea. Todos los que tienen que ver con la otredad, la alteridad, la relación con los otros, la pertenencia común. Octavio Paz se equivocó hermosamente al decir: “para poder ser he de ser otro, salir de mí, buscarme entre los otros, los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia”. Estos días extraños se trata radicalmente de lo contrario: cerrar el paso, rechazar, declararse ajeno, odiar a los otros, aquellos quienes imaginariamente comprometen nuestra existencia. El infierno son los otros, sentencia Sartre. También erró el filósofo Kant cuando en La paz perpetua opinó que nadie tiene “más derecho que otro a estar en un lugar de la Tierra”. Byung-Chul Han explica que esa paz perpetua alcanza su punto culminante con la exigencia de una “hospitalidad” sin condiciones, no como una noción utópica, inalcanzable e ideal, sino como una idea vinculante, obligatoria para la razón. Otra noción quizá llamada a equivocarse es aquella donde el pensador explica que el filósofo alemán que salía a dar un paseo cronométrico todas las tardes entendía la hospitalidad como la máxima expresión de una razón universal que ha tomado conciencia de sí misma. La hospitalidad significa ser afable y caritativo con los huéspedes. ¿Queda claro lo que se quiere decir? Estas ideas se proponían en clase hace unos días. El maestro enfatizaba la característica de la equivocación para provocar en los lectores y a la vez oyentes alguna respuesta. La materia se impartía en un semicírculo de participantes mientras se iban leyendo algunos capítulos de La expulsión de lo distinto del pensador coreano alemán. Se trataba de aplicar reglas de interpretación para el texto considerando tres niveles: lo que dice, lo que contiene como enigma, lo que simboliza. La caravana centroamericana migrante servía como un tema de referencia, penoso y contrario a lo que se leía, aunque poco y contradictoriamente registrado por las en su mayoría alumnas que componían aquel círculo hermenéutico, un círculo de comprensión en grupo. ---Me encantó aquella parte donde el autor escribe, en cursivas, que amabilidad significa libertad ---comentó una chica de vivaz mirada. ---A mí, que la hospitalidad promete reconciliación y que estéticamente se manifiesta como belleza. La política de lo bello es la política de la hospitalidad ---completó otra, rápida y nerviosa. ---Yo creo que está bien que vengan en caravana y protegiéndose entre ellos, eso es cambiar las reglas del juego ---opinó alguno de los escasos chicos del salón. ---La televisión informó que en esa muchedumbre se esconden criminales y tratantes de blancas. O sea, que son un engaño y un riesgo para nosotros. Deben regresar a su país ---afirmó tajante una jovencita. La clase agonizó con dos imágenes que el maestro llamó dramáticamente complementarias: a) Trump en la frontera con México cual un inspirado Nerón tocando la lira y clamando que el alambre de púas es un hermoso espectáculo de protección; b) un humilde habitante de Ciudad Isla en Veracruz que llega al albergue donde descansa la caravana con un montoncito de ropa para donar. “No importa”, declara al reportero que le pregunta si fue difícil desprenderse de sus escasos bienes, “de por sí ya somos pobres”. El maestro pensó que la oscura desbandada de los alumnos clausuraba una época terminal. Jaló el picaporte de la puerta y cerró el salón. Fernando Solana Olivares

Friday, November 09, 2018

6 MIL 420 MENTIRAS

Enseñan los diccionarios filosóficos que el concepto sobre la verdad más antiguo y difundido en nuestra civilización judeocristiana es el que la define como correspondencia o relación. La frase platónica al respecto es indubitable: “Verdadero es el discurso que dice las cosas como son, falso el que las dice como no son”. También lo es aquella sentencia aristotélica que se repetía en clase de lógica: “Negar lo que es y afirmar lo que no es, es lo falso; afirmar lo que es y negar lo que no es, es lo verdadero”. La verdad se entiende, además, como revelación, como conformidad a una regla o precepto, como coherencia y como utilidad. Nietzsche lo decía así: “Verdadero no significa en general sino lo apto para la conservación de la humanidad”. Su ser se colapsaba cuando establecía una relación arbitraria e ilegítima con las cosas externas. Una relación falsificada o mentirosa. El conteo del Washington Post ha registrado 6 mil 420 declaraciones falsas hechas por Donald Trump en 650 días. La prensa reporta que ha subido su promedio de cinco mentiras diarias a treinta en las recientes semanas de campaña electoral. A pesar de su bajo índice aprobatorio (41.9%), lo verdaderamente alarmante, como señala David Brooks (La Jornada), es que la oposición a Trump no sea mucho mayor a la que existe. Y que el escándalo por su orwellesca patología mentirosa ---la forma más atroz de gobierno---no provoque un clamor monumental. La realidad, que se reconoce a través de la verdad y no de la mentira, está hecha por elementos inagotables y complejos, compuestos de muchas cosas, de causas y efectos inabarcables para nosotros. No es azar entonces sino causalidad superior que el libro más vendido en Estados Unidos desde la llegada de Trump a la Casa Blanca sea 1984 de Georges Orwell porque esa es la función de la literatura: anticipar y reflejar los tiempos. Dicha distopía literaria ---una de las tres grandes del siglo veinte, junto con Nosotros de Yevgeni Zamiatin y Un mundo feliz de Aldous Huxley--- es una obra política sobre la corrupción del lenguaje por parte del poder autoritario, el descaro de la mentira y la demencia de su lógica sicótica: el doblepensar (doublethink) y la neolengua (newspeak) son los instrumentos, las palabras talismánicas de la poderosa e inquietante novela de anticipación escrita en medio del pesimismo histórico de 1947 y cabalmente sucedida ahora setenta años después. Orwell concibe un aterrador espacio, Oceanía, en el cual el poder político mantiene artificialmente las desigualdades y la pobreza para legitimarse y justificar la omnipotencia y la omnipresencia del Gran Hermano. Es un mundo paradójico gobernado por ministerios que hacen lo contrario a su denominación: de la Verdad (dedicado a la falsificación de registros históricos), de la Paz (dedicado a la guerra), del Amor (dedicado a la vigilancia policiaca) y de la Abundancia (dedicado a administrar la desigualdad). El doblepensar y la neolengua han pasado acríticamente al lenguaje común y a la aceptación colectiva de la realidad actual. Orwell es parte del entendimiento crítico que nuestra cultura tiene de sí misma, según los lingüistas Hodge y Fowler, quienes analizan las consecuencias del proceso de fingimiento y manipulación del régimen oceánico para controlar la realidad (reality control). La neolengua elimina los complejos de ideas y conceptos integrales del lenguaje y los reemplaza con una simplificación, una reducción de las palabras que describen los fenómenos, reduciendo así la capacidad de comprenderlos. Una de las 6 mil 420 mentiras de Trump más recientes ha sido describir al éxodo hondureño como una violenta invasión al imperio, cuyas piedras lanzadas contra su ejército serán asumidas como proyectiles. Estados Unidos es responsable directo de la violencia hondureña que expulsa a decenas de miles. Así se cumple el axioma del doblepensar de 1984: el engaño sistemático a la sociedad por los gobernantes, que a su vez exige el autoengaño de la gente, la voluntad de alimentar convicciones que se saben falsas. Una clase de esquizofrenia personal y social inducida por el sistema, solapada por todos y asimismo negada. Todo acto cognitivo ---el proceso por el cual se percibe el mundo y uno se relaciona con él--- es un acto de lenguaje. La mentira, la posverdad, las fake news son sus corrupciones. La degradación de lo real comienza ahí. Extraño y amargo momento político éste donde las evidencias, el pensamiento fundado del a posteriori, los actos de designación correcta que hace el lenguaje se han evaporado. El autoritarismo es un error gramatical mentiroso, radicalmente contrario a la gramática de la verdad que buscó Spinoza: definir rigurosamente las palabras y relacionarlas en proposiciones consecuentes. Hubo una semántica adánica, una coincidencia total entre palabra y objeto antes de la Caída y la maldición de Babel. Estuvimos buscándola hasta parecer perderla irremediablemente ahora a manos de siniestros e impúdicos payasos de neolengua corrompida, de doblepensar y mentiras contumaces. La cura siempre estará donde ha estado: en el mismo lenguaje. Enfermamos por él, nos curaremos por él.

Friday, November 02, 2018

LUNA ROJA

A cada quien suelen aquejarlo sus propias incapacidades. Entre tantas de las mías, yo no sé venderme o me vendo mal. Nunca comprendí la tonta frase de un escritor que ampulosamente hablaba de sí mismo como de una marca a explotar. No me imagino a un Balzac diciendo semejantes insensateces. Por eso me parece aberrante el “concepto” marca-país. A pesar de eso, romántico y anacrónico, los juegos del intercambio, o séase del comercio, marcan la pauta de toda la cruda realidad (hay otras realidades, son interiores y exteriores, aunque ello no venga ahora a colación). Y como el que no enseña no vende, debo enseñar. Elogio (promoción) en boca propia es vituperio ajeno, dice la vieja sabiduría, pero qué se le va a hacer. Apareció apenas Luna roja. Horizontes y ensayos, una hermosa y casi perfecta edición de El Tapiz del Unicornio, pequeña editorial de calidad que empieza a consolidarse en el mercado literario mexicano, cumpliendo una tarea heroica y culturalmente vital. Una misión anti barbarie, políticamente necesaria para sobrevivir. Mercado: mala palabra, hay que vender. En su primer catálogo, Balthus pidió que solamente pusieran en él su nombre y un dato curricular: pintor. Los escritores igual somos una especie extraña y desdichada. A mí, por ejemplo, me saca de quicio encontrarme en el texto comas y signos de puntuación que yo no puse. Los compulsivos correctores ansían meterse a la escritura ajena, así esté bien escrita. Si no lo hacen, no son. Y uno se perturba: irritantes síquicos del oficio de la escritura o una pasión desdichada que ella misma provoca. Todos estamos en lucha con el lenguaje. Luna roja. Horizontes y ensayos reúne diversos textos en un género que Alfonso Reyes llamó miscelánea y Salvador Elizondo bautizó como estanquillo. Es una suma de fragmentos que componen una visión de época, un panorama. La teoría dice que mirar es rodear un objeto desde diversos puntos de vista. Así que está dividido en cinco partes, cinco aproximaciones o perspectivas: Registro de resistencias; Museo de máscaras; Apuntes desde Rulfiana; Los libros, las palabras, las transfiguraciones; y Piezas sueltas. En la primera se agrupan reflexiones sobre la época, tentativas para nombrar lo que pasa, utilizando desde Rulfo hasta Tolstoi y pasando por la ecocrítica; en la segunda hay retratos en escorzo, trazos de personajes y sus circunstancias, contextos, anécdotas; la tercera parte concentra narraciones que alcanzan un tono de parodia, de cierta exageración o ironía como recurso que intenta lograr efectos literarios, textuales; la cuarta es un ensayo sobre la fascinación del lenguaje, de la lectura y las palabras, la materia que nos hace ser seres humanos; el quinto se compone de momentos y fragmentos: son los horizontes a los que alude el subtítulo. Es escritura, una reunión de la forma y el fondo, o eso pretende alcanzar. ¿Cómo definir Luna roja? No lo sé. En clase de literatura me da por debatir las teorías literarias ---se llaman ideologías de la sospecha--- como el marxismo y el psicoanálisis, que afirman conocer sobre las pulsiones y el sentido de la obra mucho más de lo que al respecto logra saber el mismo autor. Son los usuales desplazamientos del significado en esta época posmo: no la obra sino la crítica, no el cuadro sino el curador. No importa lo primero sino lo secundario: los intermediarios ancilares que sin el hecho estético no tendrían razón de ser. Karl Kraus, el ácido, advirtió que la época confundiría las urnas con los urinales. Los críticos utilizan categorías y métodos como herramientas para desmenuzar estructuras dentro de la obra, pero no logran entender la sustancia de lo que desmenuzan, el mágico misterio de las palabras encadenadas, del “había una vez” aun siendo ensayo, porque el ensayo es solamente otra manera de contar algo, de describirlo y decir. Los críticos aman sus herramientas más que a las obras de la literatura. El lector podrá definir este libro. O aún resolver no hacerlo, pues no es de necesidad forzosa ponerle nombre a todo. Acaso pensar en un género híbrido, de frontera, que mezcla contenidos y modos de enunciarlos. El contenido alcanza otros significados cuando cambia la forma de su expresión. “Para nosotros sólo cuenta el intento. Lo demás no es asunto nuestro”, escribió T. S. Eliot. El intento de Luna roja radica en alcanzar una literatura de la pronunciación clara que desata los nudos y representa lo opuesto del oscuro murmullo que anuda o aprisiona, de ese decir que no dice nada. Los escritores somos mendigos desdeñosos y tal soberbia (un mero mecanismo de protección) hizo promulgar a Ezra Pound la legendaria regla de que no debiera de hacerse caso de la opinión de quien no haya realizado algo cuando menos equivalente a lo que enjuicia. La opinión del lector será indescifrable porque el autor casi nunca la conocerá. Publicar un libro es como lanzar una botella al mar con un mensaje: que sea comprado. Y que las deidades de la rentabilidad capitalista en su obsesión por lo nuevo no saquen de circulación Luna roja a poco de aparecer en librerías. Que flote hasta llegar a las manos de quien deba llegar. Fernando Solana Olivares