Friday, September 24, 2010

MINUTA DEL CAOS

Nadie le hace nada a nadie, reza un dicho budista. Intratable aseveración cuando los malos están henchidos de apasionada intensidad y los buenos encerrados bajo su propia incertidumbre. Son los dos modos de la realidad que se enfrentan: lo sustancial y lo efímero, lo inmediato y lo trascendente. No son modos opuestos pero así se perciben y la realidad colectiva es una percepción. No existen entonces los hechos sino las interpretaciones. Sigue siendo esa facultad nuestra más entrañable condición humana: el viático de interpretar los fenómenos que pasan, suceden, unos que surgen y otros que desaparecen.
Dicho lo cual, hablemos del desfile. Primero lo que es cierto: la ineficiencia gubernamental en los festejos, sus tontas obras inconclusas: una estela de luz, un parque, et al. El despilfarro inoportuno, irresponsable, provocador. La paradoja de una derecha allendista, iturbídica y maximiliánica en el gobierno, a la cual le corresponde celebrar un bicentenario cuyo discurso ideológico y montaje patrio ---no su realización--- es de izquierda radical: Hidalgo, Morelos, Zapata y Villa. El problema de los ritos que subsisten frente a las virtudes ya vaporizadas. La subordinación televisiva del evento a sabiendas de que la sociedad está teledirigida. La manirrota contratación de un australiano productor de espectáculos para la puesta en escena. Las frívolas declaraciones disneylandescas de una de las directoras nativas del show. Los sitios memorables ignorados, las promesas de conmemoraciones no cumplidas, las omisiones en la lista de huesos de los héroes patrios. Etcétera.
Pero hay otra semiótica posible, otra lectura de lo visto, alguna otra interpretación. Durante horas, un orden fantástico que sería efímero corrió gozoso y sorprendente por las calles de la ciudad. Imágenes significantes, múltiples, metáforas visuales y símbolos profundos del inconsciente colectivo mexicano, estéticas crepusculares a granel, como si el turbulento y vital imaginario histórico de la nación se hubiera manifestado en un gran teatro urbano. O para mejor explicación: la crítica política de lo real mexicano, del estado que guardan las cosas, efectuada por el teatro y las artes escénicas nacionales, por el talento de sus realizadores, por la entrega de sus participantes, por la creatividad de sus especialistas.
Aun con tanto kitsch pirotécnico ---ese incendio neronesco montado en la azotea del palacio nacional bien podría ser una premonición destructiva, surgida en el presente del futuro de estos días---, la circulación de un Kukulcán fantasmagórico, vibrátil, reptando por las avenidas como una arcaica serpiente originaria de nuestra noche indígena; la flotación de un globo de plata virreinal a la manera de una luna llena o de una esfera intacta, sosteniendo un ángel aéreo, guardián, testigo y mensajero, el ángel de la historia que se desliza hacia adelante; los espectros revolucionarios, marionetas del ejército de los muertos operadas mecánicamente por seres vivos que contrastan y rehabilitan la vigencia social de un pasado heroico pero al fin traicionado y trágico, todavía pendiente de llevarse a cabo; un foro arquitectónicamente metamorfósico donde se actúa, en pantomimas posmodernas, la ontología teatral del mexicano, sus modos culturales, sus modas populares, su sentimentalidad e insuficiencia, su dignidad rumiante e inmóvil, sus emblemas comunes, y un niño sobre esa construcción que se expande como un organismo es el espectador y director secreto de todo ello, pues quien observa influye en lo observado; una red invisible que sostiene ágiles cuerpos que suben y bajan, armónicos y coreográficos, efectuando una arácnida grafía adherida a la nada, para formar somáticamente el término gentilicio: México; bailarines folclóricos que son diablos, guerreros, venados, palomas, tigres, amantes, derviches y chamanes; un dragón que pulula por las centenarias paredes catedralicias; y luego una estatua colosal y grisácea, bizarra instalación polisémica pero visiblemente literal levantada mediante una grúa de precisión para juntar el torso con las piernas en medio de un casi total silencio del público desde el principio hasta el final del acto ilusionista, como si el clímax fuera un anticlímax y alguna conclusión oculta debiera de sacarse al contemplar a una muchedumbre muda.
---Claro que sí es Benjamín Argumedo. El representante perfecto de los políticos mexicanos: todos chaqueteros ---afirma Laura, divertida y pícara cuando platicamos del tema, del baboso escándalo mediático vacuamente oportunista, tan idiosincrático.
Los símbolos aluden a algo más de lo que muestran. Los signos del festejo carnavalesco no deberían ser referidos sólo a ellos mismos, sino a la aparición de lo que la teoría del caos llama un “atractor extraño”, aquello que normará los sistemas en conflicto llevándolos a otra forma de relación: la misma morfología estética atractiva y extraña puesta en escena, que trasfunde y emulsiona las imágenes icónicas de la narrativa histórica, del somos como somos porque nos decimos que así somos. Es un caldero en el que hierven los avisos y mensajes provenientes de aquel lugar donde la alta fantasía llueve. Un día, entonces, desfiló por las calles de la ciudad un pasado carnavalesco que visualmente contó a los espectadores el futuro siguiente. Por eso fue efímero tal suceso. Como toda anticipación, será comprendida cabalmente sólo cuando vayan llegando sus fechas ahora ignoradas. Tenemos arte, diría Nietzsche, para no morir de realidad.

Fernando Solana Olivares

Wednesday, September 22, 2010

LO QUE YA COMENZÓ / Y I I

Cuando un nuevo paradigma científico surge, la interpretación del mundo cambia. El conocimiento humano avanza por discontinuidades (paradigmas, anomalías, crisis, paradigmas), rupturas con las certezas anteriores y elaboración de nuevas síntesis. Cuando esto ocurre, sobrevienen cambios en todos los campos, todas las partes se transforman. El cambio tardomoderno —que también significa el final de la filosofía capitalista— es la transición entre una visión mecanicista y otra orgánica, entre una conciencia de la discriminación y otra de participación, entre un ego personal aislado en la cárcel de su particularidad y otro que puede ir y venir plásticamente desde ahí hacia afuera, de tal modo que la conciencia deje de ser un presidio subjetivo para convertirse en centro, en habitación de la interioridad.

Tal metamorfosis se da gradualmente y avanza con desigualdad. Aun si el modelo mecanicista —cuatro ejemplos: el contrato social entre individuos egoístas, el constructivismo socialista, el psicoanálisis freudiano y el darwinismo selectivo— está agotado ante tantas anomalías que sus supuestos básicos no pueden comprender, sus inercias todavía dominan los discursos, las interpretaciones y las costumbres de casi todos. Dicho cambio, entonces, apenas va germinando culturalmente (tal vez sería mejor decir: contraculturalmente). Y si tiene tiempo de establecerse socialmente, traerá consigo otra mentalidad, otro momento histórico mucho más prometedor y misterioso que el presente.

Hace siglos Nicolás de Cusa definió al mundo como un “misterio tremendo”. Hoy el biólogo Haldane escribe que “el universo no sólo es más extraño de lo que pensamos, sino que es más extraño de lo que podemos pensar”. La biología abandonó la idea de que los organismos vivos son maquinarias: los entiende y describe como sistemas que se regulan, se organizan, se nutren y se sanan ellos mismos, se propagan, se protegen y creativamente interactúan con otros sistemas. La tradición hindú habla de Shiva Nataraja, creador y destructor de los fenómenos del mundo, como de Nuestro Señor el Bailarín. Todos los sistemas vivos danzan entre sí.

Además de la muy reciente humildad de la ciencia ante los misterios que presentan las cosas (misterio: asunto secreto para la razón), y la aceptación de que esos misterios continuarán siéndolo, el lenguaje conceptual científico posmoderno tiene resonancias místicas o metafísicas, si se quiere. El físico David Bohm habla de orden implicado y de orden explicado para describir la realidad. El orden implicado es el vacío creador, la totalidad intacta del universo de donde surgen los fenómenos, totalidad invisible porque no pueden percibirla nuestros sentidos. De todos modos está ahí. Y el orden explicado se compone de la multiplicidad diversa de cosas y acontecimientos que surgen de aquel vacío creador y se nos presentan como experiencias.

Deben anotarse otros conocimientos de la nueva cosmovisión: un universo gigantesco que se expande a una velocidad fantástica, originado desde el punto más pequeño que quepa imaginar y fuera del cual no hay espacio ni tiempo, pues estas dos categorías se van creando conforme se despliega el universo contenedor. Las afirmaciones escépticas de científicos como Stephen Hawking, que al reconocer tal origen misterioso y extraordinario no encuentran en él una razón para hablar de la existencia de una entidad originadora, son retóricas. Se postula un origen, y al hacerlo está implicado un originador. A menos que se acepte la noción de una metafísica sin deidad, de un ateísmo religioso como el budismo postula.

Siguiendo las consecuencias de estos nuevos conocimientos humanos —una negativa ante el mundo lineal, geométrico y masculino, para afirmar la naturaleza reconocida de un universo multidimensional, morfológico, femenino y orgánico— puede arribarse a otros sitios: la globalización de la compasión, por ejemplo, o la práctica cotidiana de la interdependencia entre el sujeto humano y los fenómenos de lo real.

Todo lo anterior es menos abstracto de lo que parece y puede convertirse en conducta, en voluntad, para luego, con el tiempo y la buena fortuna, derivar en otra política humana, esa que se describe como hiperpolítica, dispuesta para los momentos actuales donde predominan los usuarios terminales de sí mismos, los tristes y desencantados. Parafraseando a Santa Teresa: bienaventurado sea el nuevo pensamiento, que nos libró de nosotros. Aunque la época siga degradándose a una velocidad imparable lo nuevo ya está en ella, visible para cualquiera que se esfuerce por mirarlo, quien logre ocupar su conciencia en ello.

Existe una masa crítica, un número suficiente de personas que conocen, comparten y viven esta nueva perspectiva: el universo es un todo interdependiente dentro del cual están todas las mentes, que no son cosas u objetos, sino procesos (“vivir y conocer son fenómenos inseparables”), la mente humana privilegiadamente incluida. Son ese grupo, convocado por el filósofo, que reconstruyen mundos o los derriban.

El universo significa un proceso que está más allá de lo pensado. Nuevas miradas circulan en una nueva trama conceptual. Sólo se sabe que nada se sabe a cabalidad. Entonces el orden de lo posible resulta potencial. Volviendo al punto: todo es mental. De tal manera que el tiempo está lleno de esperanza fundada. La conciencia humana es un proceso en desarrollo que va a depurarse dramáticamente para cambiar y continuar. Hubo, había, habrá.

Fernando Solana Olivares

Friday, September 10, 2010

LO QUE YA COMENZÓ / I

Un sorprendente y generoso lector me conmina, con un mensaje que considero conmovedor, a no perder la esperanza. El texto anterior de esta columna así le pareció. “Es triste”, me dijo mi mujer. Yo en cambio lo creía sereno, quizá frío pero real. Es cierto que afirmar el fin de la patria ---una reserva de signos rotos, un recipiente quebrado--- puede parecer tan dramático como líricamente exagerado. Pero desde otra perspectiva, no es más que prosa aplicada a la realidad. Es sólo una afirmación, sí, pero el mismo hecho de que pueda ser escribible y considerada por otros, aún leyéndose como sombría, la hace una hipótesis a considerar.
Las patrias son un estado histórico del pasado aunque todavía tengan vigencia formal. Salvo una suma de costumbres, memorias, recuerdos y símbolos, como una particularidad común a ciertos grupos biorregionales, las nacionalidades parecen categorías vaciadas de sentido, así se vivan tan acrítica y emocionalmente como suele hacerse en ocasiones, y el estado nacional lo mismo. Podría decirse que para bien, en el sentido de acelerar las cosas y abreviar esta etapa de incertidumbre ---y hasta para mal, si se da el paso---, la antigua propuesta kantiana de un gobierno mundial es indispensable para comenzar una nueva civilización donde políticamente se estructure, se legisle y se respete la interdependencia general de los seres vivos, la raza humana entre ellos ---interdependencia: una verdad objetiva que ahora descubre la ciencia, ya desde antaño conocida por todas las escuelas de la espiritualidad tradicional.
Lo anterior está ocurriendo en la globalización. Pero ha venido sucediendo equívoca y destructivamente, impuesto por el imperio neoliberal anglosajón mediante la fuerza militar y económica, mediante la manipulación mental y el control de los imaginarios colectivos bajo su concepción del mundo ---el fin de la historia, el fin de las ideologías, el egocentrismo, la deificación tecnológica, el principio del placer, la obsesión por el objeto, el mundo de la cantidad, el culto al yo, la sociedad del espectáculo, la democratización del deseo, el homo videns, el mundo superficial y plano, el consumidor en lugar del ciudadano, etcétera: ese autoritario pensamiento único envuelto a veces de manera brillante---, y en función de sus depredadores intereses nihilistas.
Algún proverbio de estrategia oriental afirma que el punto vital del enemigo es el propio punto vital. De tal modo que el territorio y el horizonte han cambiado de escala y ahora deben encontrarse nuevos conceptos generales, nuevos sentimientos colectivos y nuevas formas públicas para esas grandes superficies de la actualidad. Si la patria representa lo particular, tendrá entonces que ser integrada, desde luego no destruida, en el estado general siguiente. Al evolucionar de condición todo lo anterior queda absorbido en el estado que continúa, como la posibilidad va antes de la realización o la oruga precede a la mariposa.
No habrá prueba empírica personal para ilustrar dicha necesidad mutable salvo la mención del nuevo paradigma científico filosófico que surgió hace cien años, a la manera de un antídoto contra el veneno de la descripción mecanicista sobre la naturaleza de lo real. Paradigma es aquello que establece los supuestos teóricos, los principios, las leyes y las técnicas científicamente predominantes. Cuando un paradigma no puede explicar alguna situación experimental se produce una anomalía. Cuando ocurren muchas anomalías acontece una crisis y entonces emerge un nuevo paradigma que parte de supuestos básicos distintos al anterior, según diría Thomas Kunh.
Acaso el verdadero recipiente roto sea la visión mecanicista del universo y de los seres vivos, del cuerpo y de la mente humanos. Y con su quiebra, es posible entonces que la verdadera revolución del pensamiento ya haya sobrevenido: una superación experimental, es decir, demostrada y repetible, de los supuestos filosóficos que dictaron las interpretaciones durante cuatrocientos años de historia ---la patria es una de sus máquinas políticas construidas por los supuestos mecánicos de un contrato social hecho para ciudadanos egoístas, artefactos incapaces de transformarse en organismos, como macetas inmóviles que se quedarán en el corredor. Otro paradigma, pues.
En palabras del físico Bill Bryson, la energía y la materia son “dos formas de la misma cosa: la energía es materia liberada, la materia es energía que espera ser liberada”. El modelo mecanicista no puede conciliarse con este descubrimiento, ya que supone que la energía es una actividad, una onda, y la materia es una partícula de materia. ¿Cómo entonces una cosa puede convertirse en una onda, y un movimiento convertirse en una partícula? La sorpresa crece cuando se sabe que la luz no es ni una onda ni una partícula, y que la mente humana no puede comprenderla sino solamente tratarla como si fuera a veces una onda y a veces una partícula.
Un misterio es algo inaccesible a la razón. Y hoy la razón científica acepta que el universo no es una máquina a la manera del legendario reloj universal newtoniano al que Dios dio cuerda y dejó andando, sino un misterio donde la realidad más básica está hecha de modelos y relaciones pero sin nada visible que sea modelado o relacionado. Diría Brian Swimme que “las partículas elementales emergen del vacío mismo… éste es el sencillo e impresionante descubrimiento: en la base del universo hierve la creatividad.” Y se va haciendo en “un abismo que lo nutre todo”, un misterio que está en la base del ser.

Fernando Solana Olivares

Friday, September 03, 2010

ESTE DÉJÀ VU

Todo vuelve, todo regresa, así haya cambiado. Me sostengo en el barandal de mi vida y veo la historia de mi país. Como las fechas esenciales son tan púdicas como discretas, o tan sutiles que a veces pasan desapercibidas, mi mente, mi corazón y mi recuerdo han venido considerando sin ningún sistema la bidigital efeméride de hace un par de siglos, un par de ciclos: Independencia y Revolución.
Hace años leí que la reserva de signos y el depósito de sentido común donde está el concepto patria habían llegado a su fin: esa reserva y ese depósito eran un recipiente hecho pedazos, según me lo hizo reflexionar un profeta intelectual. Sin embargo todo vuelve y todo regresa, pues la historia nos ilusiona con un movimiento de mareas que vienen y van. Entonces la historia quizá está aconteciendo en cuentas más largas, aunque parezca suceder en cuentas cortas. Pero que conste: el signo patria y sus contenidos simbólicos, como solían entenderse, ya llegaron a su fin.
Tomo en consideración también las diferencias, pues hace doscientos años, lo mismo que hace cien, hubo una guerra interna en el país donde se disputó el poder: los criollos ilustrados lucharon contra el dominio de los españoles y después los revolucionarios contra el régimen porfirista y sus secuelas; ahora, en cambio, hay una guerra que es filosófica e históricamente muy distinta a las anteriores, pues la fuerza armada opositora, la que reta al poder legal, no quiere reemplazarlo sino sencillamente ponerlo a su servicio, subordinarlo. Esperar a los bárbaros es una idea, una experiencia o un miedo que recorre la historia conocida. Y en tales procesos siempre han ocurrido sincretismos, se han hecho civilizaciones, se han construido épocas y culturas. Alarico a las puertas de Roma cambiará su momento histórico, pues en él había aquello que está ausente de las fuerzas destructivas actuales: la visión de otro mundo, la voluntad de otro proyecto, la existencia de otra internalización.
Los criminales de esta época son los demonios actuales. Los otros bárbaros fueron crueles, despiadados, pero de las ruinas y del exterminio levantaron ciudades. Aun aquellas fuerzas genocidas y monstruosas de la historia ---Hitler, Mao, Stalin, Pol Pot, etcétera--- predicaban algo, así fuera falso y letal. Los ejércitos narcos irregulares de hoy son consustanciales al mundo capitalista, son los trasgos, los productos subhumanos y finales que el propio sistema ha creado mediante sus artificios: el fetiche del objeto, el principio del placer, la democratización del deseo, y empleando la magia negra de su tecnología. Por ello no se empeñan tanto en destruir, aunque al fin lo hagan, el mundo chato de la realidad plana, el mundo sensible de las envolturas brillantes, sino en dominarlo para servir a una diabólica y deificada abstracción materialista: el dinero.
La desmesura de la cantidad ---trailers cargados de dinero--- patentiza su total sinsentido, su pérdida de referencia con la realidad común. La paradoja es que este mal salió del interior del organismo, no es exógeno a la misma civilización. No solamente es parasitario, sino que resulta directamente fomentado por el sistema de valores e imágenes, por la narrativa mediática predominantes, como si fuera el guión previsto de una guerra metafísica o una caída inevitable dentro de la degradación capitalista, dentro de los subsuelos de la Internacional del Lucro. Me asomo al barandal de mi vida y vagabundeo por ella pensando que no creo más en la espontaneidad de la historia moderna, porque conforme envejezco y voy mirando las cosas, teniendo experiencias y a veces sus correspondientes conceptos, tal historia me parece una conspiración instrumental auxiliada por la brujería tecnológica y su uso enajenante y masificado.
Existen textos muy inquietantes que desde siglos atrás anticipan con algo más que informada exactitud lo que acabaría sucediendo ahora. Lo mismo hubo gestos prognóticos que invocaron todo esto, como el del arquitecto francés que propuso a los revolucionarios guillotinadores abrir en pleno centro de París una puerta del Infierno. Hay quienes afirman que nunca llegó a hacerse pero hay otros que aseguran lo contrario: la puerta sí se abrió. Algunos han creído que bastó con la intención.
El tiempo es el acompañante del movimiento, y aquella patria que cantó el poeta, alacena y pajarera, donde ocurrió la ruleta de mi vida, como fue la de él, hoy me parece perdida: su barro ya no suena a plata ni su sonora miseria es alcancía. En sus calles, López Velarde dixit, ya no se vacía el santo olor de la panadería. Pero algunas cosas, déjà vu, permanecen: las virtudes de su mujerío, sus hijas que la atraviesan como hadas o las niñas que se asoman por las rejas.
Y aun la posibilidad de hablar de ella: el espacio que publica estas líneas, la condición de quien las lee, las circunstancias del que las escribe, aquel pronombre personal: yo. Comienza otro septiembre, el tercero luego de doscientos años, y acaso convenga celebrar que había una patria, pues decir que la hubo es francamente mandarla al olvido. Un pasado en movimiento no es lo mismo que un pasado que el lenguaje inmoviliza.
De pie en el barandal de mi vida veo la patria que ya no es suave, ni impecable o diamantina. Ahora parece ser el patológico comienzo de una dimensión desconocida. La historia, que ayer tocó a la puerta desde afuera, hoy desde su propio interior la derriba.

Fernando Solana Olivares

REVIENTA ZAPATA

Después de su alianza con los indígenas morelenses, la cual deshonró como todas aquellas que hizo con tal de lograr convertirse en mandón supremo, por el arte de la traición, Porfirio Díaz envió agrimensores a Morelos encargados de medir geométricamente las extensiones comunitarias y campesinas de esa tierra tan favorecida cuanto desdichada. Emiliano Zapata exigió: “¡Nada de líneas rectas; los linderos van por los tecorrales, aunque trabajen seis meses midiéndoles sus entradas y salidas!” Ahí estuvo el punto: una visión morfológica de las cosas, rural, contra otra citadina, impuesta y lineal.
Ganó la geometría plana: hoy Morelos es uno más de los lineales basureros del país, otra zona de precariedad y desdicha y desasosiego y malgobierno, entre tantas que ahora hay, cuando el estado mexicano ha perdido uno de sus componentes y atributos: el dominio del espacio territorial, y maltrata y malejerce otros dos, población y gobierno. El cuarto atributo: el dominio simbólico, ha mucho que se evaporó. ¿Cuándo se jodió México y se convirtió en esto que no nos dimos cuenta? ¿Cómo? ¿Fuimos todos responsables, cada quien desde su lugar? ¿Por qué ocurrió? ¿Hasta dónde llegará? Acaso estas preguntas ya no serán necesarias o útiles para sobrevivir en la dimensión desconocida en la que ha entrado el país. Es como el tópico de la mujer del doctor Lot: la memoria emocional ya no sirve para el conocimiento de lo actual, siendo como es lo actual tan dramáticamente cabrón e inesperado.
Cien años antes de que llegaran los españoles a Tenochtitlán entró a ella el rey Nezahualcoyotl, descansó en el cerro del Tepeyac donde estaba el antiguo santuario de una deidad azteca, y siguió adentro hasta derrotar a su enemigo, Ixcoatl. Los códices confirman que el escudo del rey llevaba pintados unos genitales femeninos, a la manera de esa mandorla o avellana que se muestra en la imagen de la Virgen de Guadalupe. Su significado queda para la imaginación.
Antes preguntaba Alfonso Reyes: ¿qué han hecho de mi alto valle metafísico? Ahora (ahorita: mexicanismo crónico) que la historia nacional debe leerse y pensarse de nuevo, en medio de los onerosamente decadentes y derechosos festejos bicentenarios ---“para niños que no pueden ir a Disneylandia”, confesó feliz una de sus inocentes directoras escénicas---, nos enseña de nuevo lo que desdenantes ya sabíamos: en nuestro país, con envolturas que van cambiando, continúan enfrentándose dos órdenes, dos interpretaciones, dos agrimensuras: la visión colonial de líneas rectas, plazas cuadriculadas y encierro crítico, de autoritarismo moral, contra la ilustración liberal independentista y revolucionaria, orgánica, suprageométrica y aspirante utópica a vivir abierta y con derechos y garantías para cualquier individuo.
Esa corriente histórica lleva más de 200 años intentando establecer modificaciones sociales que una y otra vez han acabado desviándose de sus fines (esta es la vera historia mexicana: como diría el sublime Ibargüengoitia, y esto es de lo que se compone: “si hubiera parque no estarían ustedes aquí”, “se fue con el dinero de las municiones”, “en vez de levantarse en armas, como estaba convenido, se fue de viaje de estudios a Europa”, “se quedó esperando al general M., que prometió reforzarlo con 400 hombres a caballo”, etc.), mediatizadas por las oligarquías: las líneas rectas de la Internacional del Lucro en todas sus variantes versus los sinuosos y curvientos tecorrales de la realidad común a las mayorías.
La salvación de este país ---¡qué mamona frase, tan escatológica!--- deberá ocurrir mediante lo femenino precisamente cuando ---¡oh paradoja!--- es lo femenino lo que está siendo destruido: la calma hogareña, la tranquilidad pública, la posibilidad social. Sistémicamente contra las mujeres: crueles machos mexicanos que perpetramos feminicidios. Todo el tiempo pegándole a nuestras vírgenes, a nuestras madres, a nuestras novias, a nuestras hijas, a nuestras viejas. Y otros más extremos, más draculescos e infernales, ritualizando el sacrificio sangriento de jovencitas que son capturadas en cacerías hechas con esa intención.
Sin embargo lo femenino es indestructible, como los tecorrales, como todo aquello que cediendo se mantiene intacto. Si se acepta que lo visible está en lo invisible ---si ahí no está no está en parte alguna, ¿verdad?---, entonces la última satisfacción virtual del nosotros mediático, el reinado de belleza recién obtenido por una hermosa tapatía, así mañana se evapore, algo querrá significar. Es aquella diosa mexicana cuyas manifestaciones surgen aquí y allá. Los tecorrales son femeninos, las líneas rectas no. Por eso reventaron a Zapata y le pusieron una estatua. Dice García Cantú, en su chingona prosa histórica escrita entre cañas de azúcar desesperadas: una muerte, una estatua.
País de obesos, país de pobres, país desesperado. Las tramposas secretarías de estado desmienten al rector universitario Narro quien denuncia y recuenta los millones de jóvenes inmóviles, marginados de la educación y del trabajo en la patria bicentenaria. Está hirviendo el caldero y parece a punto de ebullición. A saber si esto es bueno o malo, si nos gusta o no nos gusta, o si suceda porque sí, porque no, que sí suceda pero no.
Vivir en épocas interesantes es una maldición ancestral. Yo me tranquilizo pensando en mandorlas, en las periferias convergentes de los círculos, en el escudo femenino del rey victorioso. O en esa elegante y linda joven que grácil flota por la pasarela. Un territorio que absorbe sinuoso, no un objeto que penetra linealmente. Pensando en Tecorrales.

Fernando Solana Olivares