Friday, September 03, 2010

REVIENTA ZAPATA

Después de su alianza con los indígenas morelenses, la cual deshonró como todas aquellas que hizo con tal de lograr convertirse en mandón supremo, por el arte de la traición, Porfirio Díaz envió agrimensores a Morelos encargados de medir geométricamente las extensiones comunitarias y campesinas de esa tierra tan favorecida cuanto desdichada. Emiliano Zapata exigió: “¡Nada de líneas rectas; los linderos van por los tecorrales, aunque trabajen seis meses midiéndoles sus entradas y salidas!” Ahí estuvo el punto: una visión morfológica de las cosas, rural, contra otra citadina, impuesta y lineal.
Ganó la geometría plana: hoy Morelos es uno más de los lineales basureros del país, otra zona de precariedad y desdicha y desasosiego y malgobierno, entre tantas que ahora hay, cuando el estado mexicano ha perdido uno de sus componentes y atributos: el dominio del espacio territorial, y maltrata y malejerce otros dos, población y gobierno. El cuarto atributo: el dominio simbólico, ha mucho que se evaporó. ¿Cuándo se jodió México y se convirtió en esto que no nos dimos cuenta? ¿Cómo? ¿Fuimos todos responsables, cada quien desde su lugar? ¿Por qué ocurrió? ¿Hasta dónde llegará? Acaso estas preguntas ya no serán necesarias o útiles para sobrevivir en la dimensión desconocida en la que ha entrado el país. Es como el tópico de la mujer del doctor Lot: la memoria emocional ya no sirve para el conocimiento de lo actual, siendo como es lo actual tan dramáticamente cabrón e inesperado.
Cien años antes de que llegaran los españoles a Tenochtitlán entró a ella el rey Nezahualcoyotl, descansó en el cerro del Tepeyac donde estaba el antiguo santuario de una deidad azteca, y siguió adentro hasta derrotar a su enemigo, Ixcoatl. Los códices confirman que el escudo del rey llevaba pintados unos genitales femeninos, a la manera de esa mandorla o avellana que se muestra en la imagen de la Virgen de Guadalupe. Su significado queda para la imaginación.
Antes preguntaba Alfonso Reyes: ¿qué han hecho de mi alto valle metafísico? Ahora (ahorita: mexicanismo crónico) que la historia nacional debe leerse y pensarse de nuevo, en medio de los onerosamente decadentes y derechosos festejos bicentenarios ---“para niños que no pueden ir a Disneylandia”, confesó feliz una de sus inocentes directoras escénicas---, nos enseña de nuevo lo que desdenantes ya sabíamos: en nuestro país, con envolturas que van cambiando, continúan enfrentándose dos órdenes, dos interpretaciones, dos agrimensuras: la visión colonial de líneas rectas, plazas cuadriculadas y encierro crítico, de autoritarismo moral, contra la ilustración liberal independentista y revolucionaria, orgánica, suprageométrica y aspirante utópica a vivir abierta y con derechos y garantías para cualquier individuo.
Esa corriente histórica lleva más de 200 años intentando establecer modificaciones sociales que una y otra vez han acabado desviándose de sus fines (esta es la vera historia mexicana: como diría el sublime Ibargüengoitia, y esto es de lo que se compone: “si hubiera parque no estarían ustedes aquí”, “se fue con el dinero de las municiones”, “en vez de levantarse en armas, como estaba convenido, se fue de viaje de estudios a Europa”, “se quedó esperando al general M., que prometió reforzarlo con 400 hombres a caballo”, etc.), mediatizadas por las oligarquías: las líneas rectas de la Internacional del Lucro en todas sus variantes versus los sinuosos y curvientos tecorrales de la realidad común a las mayorías.
La salvación de este país ---¡qué mamona frase, tan escatológica!--- deberá ocurrir mediante lo femenino precisamente cuando ---¡oh paradoja!--- es lo femenino lo que está siendo destruido: la calma hogareña, la tranquilidad pública, la posibilidad social. Sistémicamente contra las mujeres: crueles machos mexicanos que perpetramos feminicidios. Todo el tiempo pegándole a nuestras vírgenes, a nuestras madres, a nuestras novias, a nuestras hijas, a nuestras viejas. Y otros más extremos, más draculescos e infernales, ritualizando el sacrificio sangriento de jovencitas que son capturadas en cacerías hechas con esa intención.
Sin embargo lo femenino es indestructible, como los tecorrales, como todo aquello que cediendo se mantiene intacto. Si se acepta que lo visible está en lo invisible ---si ahí no está no está en parte alguna, ¿verdad?---, entonces la última satisfacción virtual del nosotros mediático, el reinado de belleza recién obtenido por una hermosa tapatía, así mañana se evapore, algo querrá significar. Es aquella diosa mexicana cuyas manifestaciones surgen aquí y allá. Los tecorrales son femeninos, las líneas rectas no. Por eso reventaron a Zapata y le pusieron una estatua. Dice García Cantú, en su chingona prosa histórica escrita entre cañas de azúcar desesperadas: una muerte, una estatua.
País de obesos, país de pobres, país desesperado. Las tramposas secretarías de estado desmienten al rector universitario Narro quien denuncia y recuenta los millones de jóvenes inmóviles, marginados de la educación y del trabajo en la patria bicentenaria. Está hirviendo el caldero y parece a punto de ebullición. A saber si esto es bueno o malo, si nos gusta o no nos gusta, o si suceda porque sí, porque no, que sí suceda pero no.
Vivir en épocas interesantes es una maldición ancestral. Yo me tranquilizo pensando en mandorlas, en las periferias convergentes de los círculos, en el escudo femenino del rey victorioso. O en esa elegante y linda joven que grácil flota por la pasarela. Un territorio que absorbe sinuoso, no un objeto que penetra linealmente. Pensando en Tecorrales.

Fernando Solana Olivares

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