LA ZOZOBRANTE INSUFICIENCIA / y II
Las condiciones caracterológicas que Emilio Uranga observa en la naturaleza óntica del mexicano: el sentimentalismo exagerado que raya en lo enfermizo, la inactividad o desgana ante una realidad que se reprueba con indignación pero que no se cambia con acciones (“Un desdén manso de las cosas”, según dice López Velarde en su poema La tejedora, citado por Uranga para ilustrar el punto), quedan complementadas a través de un ensimismamiento personal que el filósofo define como “la disposición a rumiar todos los acontecimientos de la vida.”
Esa “rumiación interior”, tercer elemento caracterológico del sentimental, representa para Uranga un mero substituto mental de la actividad y del encuentro transformante y transformador con el mundo externo: es una ensoñación, un repaso mórbido de todo lo vivido, de los recuerdos, las penas y las alegrías, “un caudal que todo mexicano acaricia y recuenta.” Por ello existe una melancolía profunda en la psique nacional, un ademán de amargura en los rostros y en las actitudes originado en ese “traer en los posos del alma una historia, un mundo que fue, y que por emotividad quedó grabado indeleblemente.”
José Gómez Robleda, otro autor referido por Uranga, afirma que el mexicano “es un hombre que revive constantemente las desventuras del pasado”. En tal desdicha memoriosa, un ingrato presente perpetuo de lo que temporalmente ya fue pero emocionalmente sigue siendo, suceden también las oscilaciones, “tan familiares en la vida mexicana”, entre un entusiasmo acrítico y esperanzado ante algo o alguien, para caer después en la depresión por el reconocimiento de su fatalidad e insuficiencia, en la subjetividad idiosincrática que no permite sostener y hacer durar ninguna convicción para cambiar las cosas como éstas se viven (“Siempre que inicio un vuelo por encima de todo, un demonio sarcástico maúlla y me devuelve al lodo”, escribe López Velarde en el poema Un lacónico grito, otra cita empleada por Uranga, quien considera a ese poeta como quien ha puesto en el centro del discurso estético la fragilidad y la zozobra, ese “vivir al día” característico de la psique nacional).
Siendo el mexicano, conforme lo percibe Uranga, una criatura melancólica, enfermedad propia de la imaginación (“El mexicano huye de la realidad y se refugia en el sueño y la fantasía”, según Gómez Robleda, citado de nuevo por el autor), es también un ser “de infundio”, es decir, que carece de fundamento real o racional. De ahí los matices de “disimulo, encubrimiento, fingimiento y doblez” implícitos en el término y propios de la conducta colectiva, así como la carencia de asidero, la melancolía ontológica, la precariedad constitutiva de los mexicanos, “seres de infundios, enfermos de la imaginación”. De ahí la consideración conductual del mundo como “amigo” o “enemigo”, como propio y familiar o ajeno y desconocido, en un maniqueísmo sin matices ni transiciones, sin curiosidad alguna incluso, de ahí el comportamiento común “huraño, retraído, pronto a saltar o a defenderse”. De ahí, en suma, aquel “sentimiento radical de inseguridad y mudanza que afecta todas nuestras cosas”.
La inferioridad es “el proyecto de ser salvado por los otros, de descargar en los demás la tarea de justificar nuestra existencia, de sacarnos de la zozobra, de dejar que los otros decidan por nosotros.” Y la inferioridad, argumenta Uranga, es una de las posibilidades de la insuficiencia, no la única pero sí la que parece haber sido elegida por el alma nacional, en una extraña operación de desplazamiento infantil donde no se quiere vivir la realidad esencial y solitaria del sujeto adulto que acepta la insuficiencia ---un hecho para ser resuelto---, la zozobra ---una situación oscilante propia del ser--- y el accidente ---una particularidad que debe encontrar su substancia---, como los elementos existenciales desde los que debe partirse, reconociéndolos, en busca de otras respuestas acerca del ser nacional, de otros sentidos respecto a su presencia en el mundo, de otra fundamentación sobre el futuro.
La historia mexicana en mucho ha sido una suma de proyectos de justificación inferior: Uranga menciona el indigenismo como uno de ellos ---“el ‘indigenista’ como el ‘malinchista’ son mestizos que […] echan en los hombros de otro la tarea de justificar su propia existencia”, escribe---, pero tanto la exaltación del mestizaje como una tersa y ya efectuada fusión de la compleja psique nacional, o la supresión tajante del pasado que hoy se propone al modo de una nueva terapéutica intelectual amnésica, o la incorporación sin más, por decreto voluntarista, al tramposo e irregular territorio de la “competitividad” económica tardomoderna, son episodios de esos proyectos de justificación inferior.
Emilio Uranga murió en 1988 sin tener tiempo cabal para mirar y pensar el siniestro derrotero que ha seguido en los últimos tiempos nuestro país. Pero sus análisis del alma nacional siguen siendo funcionales y verdaderos para intentar comprender las causas ontológicas que nos han traído hasta estos efectos públicos de descomposición actual. El mismo advirtió que el secreto de un proyecto fundamental es la repetición: reabrir, deshacer, raspar una cicatrización inconveniente para “dejar a la herida nuevamente en el libre juego de sus posibilidades”. Esa es la función del pensamiento: mostrarnos un espejo donde la imagen nos duplica, nos re-presenta, nos permite el diagnóstico que lleva a la transformación. Quien quiera descubrir lo invisible debe mirar lo visible. Repetir es volver a pedir.
Fernando Solana Olivares
Esa “rumiación interior”, tercer elemento caracterológico del sentimental, representa para Uranga un mero substituto mental de la actividad y del encuentro transformante y transformador con el mundo externo: es una ensoñación, un repaso mórbido de todo lo vivido, de los recuerdos, las penas y las alegrías, “un caudal que todo mexicano acaricia y recuenta.” Por ello existe una melancolía profunda en la psique nacional, un ademán de amargura en los rostros y en las actitudes originado en ese “traer en los posos del alma una historia, un mundo que fue, y que por emotividad quedó grabado indeleblemente.”
José Gómez Robleda, otro autor referido por Uranga, afirma que el mexicano “es un hombre que revive constantemente las desventuras del pasado”. En tal desdicha memoriosa, un ingrato presente perpetuo de lo que temporalmente ya fue pero emocionalmente sigue siendo, suceden también las oscilaciones, “tan familiares en la vida mexicana”, entre un entusiasmo acrítico y esperanzado ante algo o alguien, para caer después en la depresión por el reconocimiento de su fatalidad e insuficiencia, en la subjetividad idiosincrática que no permite sostener y hacer durar ninguna convicción para cambiar las cosas como éstas se viven (“Siempre que inicio un vuelo por encima de todo, un demonio sarcástico maúlla y me devuelve al lodo”, escribe López Velarde en el poema Un lacónico grito, otra cita empleada por Uranga, quien considera a ese poeta como quien ha puesto en el centro del discurso estético la fragilidad y la zozobra, ese “vivir al día” característico de la psique nacional).
Siendo el mexicano, conforme lo percibe Uranga, una criatura melancólica, enfermedad propia de la imaginación (“El mexicano huye de la realidad y se refugia en el sueño y la fantasía”, según Gómez Robleda, citado de nuevo por el autor), es también un ser “de infundio”, es decir, que carece de fundamento real o racional. De ahí los matices de “disimulo, encubrimiento, fingimiento y doblez” implícitos en el término y propios de la conducta colectiva, así como la carencia de asidero, la melancolía ontológica, la precariedad constitutiva de los mexicanos, “seres de infundios, enfermos de la imaginación”. De ahí la consideración conductual del mundo como “amigo” o “enemigo”, como propio y familiar o ajeno y desconocido, en un maniqueísmo sin matices ni transiciones, sin curiosidad alguna incluso, de ahí el comportamiento común “huraño, retraído, pronto a saltar o a defenderse”. De ahí, en suma, aquel “sentimiento radical de inseguridad y mudanza que afecta todas nuestras cosas”.
La inferioridad es “el proyecto de ser salvado por los otros, de descargar en los demás la tarea de justificar nuestra existencia, de sacarnos de la zozobra, de dejar que los otros decidan por nosotros.” Y la inferioridad, argumenta Uranga, es una de las posibilidades de la insuficiencia, no la única pero sí la que parece haber sido elegida por el alma nacional, en una extraña operación de desplazamiento infantil donde no se quiere vivir la realidad esencial y solitaria del sujeto adulto que acepta la insuficiencia ---un hecho para ser resuelto---, la zozobra ---una situación oscilante propia del ser--- y el accidente ---una particularidad que debe encontrar su substancia---, como los elementos existenciales desde los que debe partirse, reconociéndolos, en busca de otras respuestas acerca del ser nacional, de otros sentidos respecto a su presencia en el mundo, de otra fundamentación sobre el futuro.
La historia mexicana en mucho ha sido una suma de proyectos de justificación inferior: Uranga menciona el indigenismo como uno de ellos ---“el ‘indigenista’ como el ‘malinchista’ son mestizos que […] echan en los hombros de otro la tarea de justificar su propia existencia”, escribe---, pero tanto la exaltación del mestizaje como una tersa y ya efectuada fusión de la compleja psique nacional, o la supresión tajante del pasado que hoy se propone al modo de una nueva terapéutica intelectual amnésica, o la incorporación sin más, por decreto voluntarista, al tramposo e irregular territorio de la “competitividad” económica tardomoderna, son episodios de esos proyectos de justificación inferior.
Emilio Uranga murió en 1988 sin tener tiempo cabal para mirar y pensar el siniestro derrotero que ha seguido en los últimos tiempos nuestro país. Pero sus análisis del alma nacional siguen siendo funcionales y verdaderos para intentar comprender las causas ontológicas que nos han traído hasta estos efectos públicos de descomposición actual. El mismo advirtió que el secreto de un proyecto fundamental es la repetición: reabrir, deshacer, raspar una cicatrización inconveniente para “dejar a la herida nuevamente en el libre juego de sus posibilidades”. Esa es la función del pensamiento: mostrarnos un espejo donde la imagen nos duplica, nos re-presenta, nos permite el diagnóstico que lleva a la transformación. Quien quiera descubrir lo invisible debe mirar lo visible. Repetir es volver a pedir.
Fernando Solana Olivares
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