DERROTAR EL MIEDO
El crimen del candidato priista a la gubernatura de Tamaulipas, Rodolfo Torre Cantú, representa un punto de torcimiento en el brutal y acelerado proceso de descomposición e ingobernabilidad nacionales. Ya se encargarán los tantos analistas con que contamos, y la valiente prensa independiente que aún nos queda, de precisar las causas concurrentes en el desolador magnicidio: si fueron Los Zetas o los sicarios del cártel del Golfo quienes perpetraron el atentado como parte de su sanguinaria guerra por dominar el estado; si la muerte del candidato es un mensaje al PRI nacional y a sus jeques como Peña Nieto y Beltrones con miras a la elección de 2012; si la emboscada al delfín del gobernador Hernández Flores es un cobro directo a un sexenio desbordadamente corrupto e interesadamente omiso que cedió con total impunidad sus funciones públicas y perdió (o vendió) el control del territorio ante el cártel del Golfo; si todas estas razones juntas, y otras más, explican tan ominoso asesinato.
Pero sea lo que fuere, ha venido imponiéndose en el país una política de la angustia y el miedo que hoy tiene expresiones más obvias y directas por descarnadas, aunque al fin casi iguales, a las que apenas ayer tuvo. Y el drama público de todo ello es que dicha política de la intimidación y el atemorizamiento es ejercida tanto por el crimen organizado como por quienes deberían encargarse precisamente de lo contrario: brindar confianza, garantizar seguridad.
La definición clásica establece que el miedo es una pena anticipada y una agitación presente producida por la perspectiva de un mal futuro que pueda producir muerte o dolor. Los fisiólogos contemporáneos distinguen la angustia del miedo porque la primera ocurre sin un objeto determinado, como una emoción difusa, y en cambio el segundo sucede siempre a partir de algo a lo cual el sujeto se opone, de lo que intenta desembarazarse o inclusive huir. El miedo, paradójicamente, es más tolerable que la angustia porque siendo un objeto nos permite examinar el modo de comportarnos ante él, de fijar la mirada sobre su causa, la cual aparece en el espacio y ante nosotros. La angustia es menos concreta, más abstracta, y obedece a un sentido de ruptura entre el sujeto y el mundo, a la pérdida de la posibilidad de dicha relación. De ahí que sea la aparición de la angustia lo que lleva al miedo, y que éste pueda entenderse y superarse partiendo de aquélla y no al revés.
Y si bien filosóficamente se afirma que la angustia es la emoción propia del ser humano porque le hace percibir su existencia y por lo tanto su condición en el mundo, su ser para la muerte (“Todo comprender es encontrarse, mas el encontrarse es la angustia”: Heidegger), entre nosotros prevalecen acontecimientos y sucesos que conducen a angustias quizá menos fatales pero sin duda más desdichadas, puesto que son rupturas sistemáticas y constantes entre los ciudadanos, los sujetos sociales, y el sentido lógico, admisible o positivo que debiera tener la realidad común. Angustias mexicanas pertinaces que desembocan en el extendido miedo nacional.
Es angustiante (y también encabronante, escandaloso, decepcionador, etcétera) que la Suprema Corte de Justicia se haya rendido a las presiones políticas en el caso de la guardería ABC y exonerara de toda responsabilidad a Molinar, Karam y Bours por la espantosa muerte de decenas de niños. En cualquier otro país un simple juez los hubiera indiciado o ellos habrían decorosa y humanamente renunciado. El miedo mexicano: la justicia máxima es cínicamente venal y los funcionarios absolutamente inmorales. Es angustiante que las campañas políticas sean torneos de frivolidad delictiva y enmierdamiento irreparable y toxicidad mediática mientras el país se va deshaciendo cada día. El miedo mexicano: ¿a quiénes, si todos son iguales, debe elegirse ya no para que compongan el desastre de la república sino para que no lo profundicen todavía más? Es angustiante que ni Salud ni Educación sean capaces de imponer su autoridad y el interés del país ante los fabricantes de comida chatarra que han llevado a nuestros niños y adolescentes al primer lugar mundial de sobrepeso y obesidad. El miedo mexicano: no hay poder formal que se oponga al poder real del dinero, así el futuro del país quede destruido mañana mismo entre refrescos, frituras y publicidad.
La angustia que deriva en temor puede producir una conducta meramente emotiva donde el sujeto responda a su situación con una reacción de fracaso o de desastre. La política del miedo está diseñada para eso: paralizar, decepcionar, aterrar. El coraje, el temple, el ánimo son el único camino, personal y colectivo, que permite salir de la angustia, encarar el miedo y alcanzar una actitud donde la situación particular se subordine a un conjunto mayor: las posibilidades aún no realizadas. ¿Cuáles? Aquellas que suponen la construcción de un país mejor, más justo, más coherente, más solidario, más seguro. Derrotar el miedo puede hacerse desde las acciones individuales, los pequeños actos íntimos que traen consigo la defensa del individuo al defender a la sociedad. Hoy uno de ellos parece central, así sea paradójico y hasta contradictorio: salir a votar el domingo 4 de julio, a pesar de que no haya por quién votar.
El principio estratégico de toda guerra reza: el punto vital de mi enemigo es mi propio punto vital. La precaria, contrahecha y amenazada democracia mexicana es lo poco que nos queda: ejercerla es una forma de superar la angustia y vencer el miedo, de doblegar al mal.
Fernando Solana Olivares
Pero sea lo que fuere, ha venido imponiéndose en el país una política de la angustia y el miedo que hoy tiene expresiones más obvias y directas por descarnadas, aunque al fin casi iguales, a las que apenas ayer tuvo. Y el drama público de todo ello es que dicha política de la intimidación y el atemorizamiento es ejercida tanto por el crimen organizado como por quienes deberían encargarse precisamente de lo contrario: brindar confianza, garantizar seguridad.
La definición clásica establece que el miedo es una pena anticipada y una agitación presente producida por la perspectiva de un mal futuro que pueda producir muerte o dolor. Los fisiólogos contemporáneos distinguen la angustia del miedo porque la primera ocurre sin un objeto determinado, como una emoción difusa, y en cambio el segundo sucede siempre a partir de algo a lo cual el sujeto se opone, de lo que intenta desembarazarse o inclusive huir. El miedo, paradójicamente, es más tolerable que la angustia porque siendo un objeto nos permite examinar el modo de comportarnos ante él, de fijar la mirada sobre su causa, la cual aparece en el espacio y ante nosotros. La angustia es menos concreta, más abstracta, y obedece a un sentido de ruptura entre el sujeto y el mundo, a la pérdida de la posibilidad de dicha relación. De ahí que sea la aparición de la angustia lo que lleva al miedo, y que éste pueda entenderse y superarse partiendo de aquélla y no al revés.
Y si bien filosóficamente se afirma que la angustia es la emoción propia del ser humano porque le hace percibir su existencia y por lo tanto su condición en el mundo, su ser para la muerte (“Todo comprender es encontrarse, mas el encontrarse es la angustia”: Heidegger), entre nosotros prevalecen acontecimientos y sucesos que conducen a angustias quizá menos fatales pero sin duda más desdichadas, puesto que son rupturas sistemáticas y constantes entre los ciudadanos, los sujetos sociales, y el sentido lógico, admisible o positivo que debiera tener la realidad común. Angustias mexicanas pertinaces que desembocan en el extendido miedo nacional.
Es angustiante (y también encabronante, escandaloso, decepcionador, etcétera) que la Suprema Corte de Justicia se haya rendido a las presiones políticas en el caso de la guardería ABC y exonerara de toda responsabilidad a Molinar, Karam y Bours por la espantosa muerte de decenas de niños. En cualquier otro país un simple juez los hubiera indiciado o ellos habrían decorosa y humanamente renunciado. El miedo mexicano: la justicia máxima es cínicamente venal y los funcionarios absolutamente inmorales. Es angustiante que las campañas políticas sean torneos de frivolidad delictiva y enmierdamiento irreparable y toxicidad mediática mientras el país se va deshaciendo cada día. El miedo mexicano: ¿a quiénes, si todos son iguales, debe elegirse ya no para que compongan el desastre de la república sino para que no lo profundicen todavía más? Es angustiante que ni Salud ni Educación sean capaces de imponer su autoridad y el interés del país ante los fabricantes de comida chatarra que han llevado a nuestros niños y adolescentes al primer lugar mundial de sobrepeso y obesidad. El miedo mexicano: no hay poder formal que se oponga al poder real del dinero, así el futuro del país quede destruido mañana mismo entre refrescos, frituras y publicidad.
La angustia que deriva en temor puede producir una conducta meramente emotiva donde el sujeto responda a su situación con una reacción de fracaso o de desastre. La política del miedo está diseñada para eso: paralizar, decepcionar, aterrar. El coraje, el temple, el ánimo son el único camino, personal y colectivo, que permite salir de la angustia, encarar el miedo y alcanzar una actitud donde la situación particular se subordine a un conjunto mayor: las posibilidades aún no realizadas. ¿Cuáles? Aquellas que suponen la construcción de un país mejor, más justo, más coherente, más solidario, más seguro. Derrotar el miedo puede hacerse desde las acciones individuales, los pequeños actos íntimos que traen consigo la defensa del individuo al defender a la sociedad. Hoy uno de ellos parece central, así sea paradójico y hasta contradictorio: salir a votar el domingo 4 de julio, a pesar de que no haya por quién votar.
El principio estratégico de toda guerra reza: el punto vital de mi enemigo es mi propio punto vital. La precaria, contrahecha y amenazada democracia mexicana es lo poco que nos queda: ejercerla es una forma de superar la angustia y vencer el miedo, de doblegar al mal.
Fernando Solana Olivares
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