LA DOBLE REALIDAD
La sabiduría popular afirma que las cosas dependen del cristal con el que se miran. La semiótica establece que una misma situación puede ser considerada de modo diferente según la construcción de la realidad que se utilice para ello. Podría decirse entonces que no hay hechos sino interpretaciones, es decir, estructuraciones de la realidad, que algunos especialistas en el tema como Henry Margenau y Lawrence LeShan (Einstein’s Space and Van Gogh’s Sky) dividen en cuatro variantes principales: el modo sensorial, el modo unitario, el modo transfísico y el modo mítico.
Aunque los cuatro modos concurren a menudo en la percepción de los sujetos, son el primero y el último de ellos, el modo sensorial y el modo mítico, los que ahora parecen polarizar la pesadillesca situación mexicana y su cada vez más dilatada y profunda separación entre la perspectiva de la gente común respecto al estado verdadero de las cosas nacionales y aquella que exhiben, ostentan y publicitan las oligarquías mediáticas, económicas y políticas, como si netamente se tratara de dos países distintos, dos escenarios equidistantes, dos construcciones adversas sobre la realidad.
El modo sensorial, que corresponde a una elaboración mental dictada por los sentidos y la experiencia directa o cotidiana que ellos proveen, resulta estructuralmente distinto al modo mítico, cuyo origen está dado por una percepción distorsionada de la realidad, pues quienes participan del mismo efectivamente viven en un mundo distinto al mundo común bien sea por razones ideológicas, de poder o económicas, donde se modifica hasta la percepción originada por los sentidos: no es lo mismo la vida en una residencia que en una vecindad. Los ejemplos de dicha dicotomía resultan desmesuradamente abundantes, pero quizá el más significativo de ellos sea la “guerra” declarada por el gobierno de Calderón contra el narcotráfico y el crimen organizado, una cruzada propia del modo mítico para definir la naturaleza de lo real.
Existen guerras míticas y guerras sensoriales. En las primeras deben participar todas las clases sociales (“No es sólo la lucha del Presidente, sino de todos los mexicanos”, dijo Felipe Calderón en su más reciente mensaje en cadena nacional al respecto); surgen héroes admirables (“…esos valientes policías, soldados y marinos, quienes se han sacrificado por el bienestar y la seguridad tuya y de todos”); la contienda produce excitación y energía (“Vamos a seguir adelante y vamos a ganar esta lucha”); se fomenta la creencia de que al ganarse la guerra comenzará un nuevo periodo de la historia (“Era urgente actuar con firmeza para defender la vida, la integridad, el patrimonio y la familia de los mexicanos”); se propone una visión maniquea donde se considera inaceptable la crítica al bando propio y se ignoran las causas que han llevado a la confrontación (cualquier declaración presidencial que se quiera).
Una máxima de H. L. Mencken define la reducción cognitiva que el modo de percepción mítico ejerce sobre la realidad: “Para todo problema complejo hay una respuesta simple. Y siempre es errónea.” Dicha simplificación alcanza desde los más recientes ensayos intelectuales sobre un futuro nacional acrítico pero posmodernamente “competitivo”, hasta los lamentables promocionales mediáticos a cargo del entrenador Javier Aguirre para pasar demagógicamente de “un México del sí se puede a un México del sí se pudo” (sic), amparándose en las dudosas vísperas del mediocre y tan manipulado desempeño mundialista de la selección nacional; alcanza los proyectos de “alcance nacional” como Iniciativa México “para seguir alentando liderazgos que han logrado cambios desde la sociedad”, así sus principales convocantes, el duopolio televisivo, sean responsables en gran medida de la inmovilidad y la enajenación colectivas que postran al país, hasta esa “aventura del pensamiento” tan previsible y limitada como cara y pretenciosa que no casualmente hasta en el nombre contiene una falla gramatical: Discutamos México.
Y sin embargo, es más o menos patente la preocupación de las oligarquías por un país que está yéndoseles de las manos. Y sin embargo, siguen siendo incapaces para pensar y actuar de otra manera pues las oligarquías mexicanas son una manifestación de la misma enfermedad pública que pretenden aliviar. Una vez que ocurre el desplazamiento a una forma mítica de percibir la realidad cesa la posibilidad de un conocimiento verdadero fundado en esa misma realidad.
Así como la orquesta siguió tocando mientras el Titanic se hundía, ahora la Suprema Corte de Justicia traiciona la ejemplar e histórica oportunidad jurídica que el caso de la guardería ABC le hubiera significado, el plutócrata Carlos Slim aporta millones de dólares para un fondo contra la pobreza en lugar de reducir sus monopólicas y empobrecedoras tarifas telefónicas, las televisoras continúan intoxicando a un país que sentimentalmente convocan a la transformación voluntarista, la clase política libra guerras fratricidas para defender sus intereses mientras presume servir a la nación, y la cifra de los muertos y el número de las atrocidades crecen en una guerra difusa donde la historia bicentenaria parece haber tomado a México por el cuello y amenaza con no soltarlo hasta que lo ahorque en medio de una doble realidad.
Dos modos, dos pensamientos, dos construcciones, una sola situación. En el reloj de este país el cuarto para las doce ya sonó.
Fernando Solana Olivares
Aunque los cuatro modos concurren a menudo en la percepción de los sujetos, son el primero y el último de ellos, el modo sensorial y el modo mítico, los que ahora parecen polarizar la pesadillesca situación mexicana y su cada vez más dilatada y profunda separación entre la perspectiva de la gente común respecto al estado verdadero de las cosas nacionales y aquella que exhiben, ostentan y publicitan las oligarquías mediáticas, económicas y políticas, como si netamente se tratara de dos países distintos, dos escenarios equidistantes, dos construcciones adversas sobre la realidad.
El modo sensorial, que corresponde a una elaboración mental dictada por los sentidos y la experiencia directa o cotidiana que ellos proveen, resulta estructuralmente distinto al modo mítico, cuyo origen está dado por una percepción distorsionada de la realidad, pues quienes participan del mismo efectivamente viven en un mundo distinto al mundo común bien sea por razones ideológicas, de poder o económicas, donde se modifica hasta la percepción originada por los sentidos: no es lo mismo la vida en una residencia que en una vecindad. Los ejemplos de dicha dicotomía resultan desmesuradamente abundantes, pero quizá el más significativo de ellos sea la “guerra” declarada por el gobierno de Calderón contra el narcotráfico y el crimen organizado, una cruzada propia del modo mítico para definir la naturaleza de lo real.
Existen guerras míticas y guerras sensoriales. En las primeras deben participar todas las clases sociales (“No es sólo la lucha del Presidente, sino de todos los mexicanos”, dijo Felipe Calderón en su más reciente mensaje en cadena nacional al respecto); surgen héroes admirables (“…esos valientes policías, soldados y marinos, quienes se han sacrificado por el bienestar y la seguridad tuya y de todos”); la contienda produce excitación y energía (“Vamos a seguir adelante y vamos a ganar esta lucha”); se fomenta la creencia de que al ganarse la guerra comenzará un nuevo periodo de la historia (“Era urgente actuar con firmeza para defender la vida, la integridad, el patrimonio y la familia de los mexicanos”); se propone una visión maniquea donde se considera inaceptable la crítica al bando propio y se ignoran las causas que han llevado a la confrontación (cualquier declaración presidencial que se quiera).
Una máxima de H. L. Mencken define la reducción cognitiva que el modo de percepción mítico ejerce sobre la realidad: “Para todo problema complejo hay una respuesta simple. Y siempre es errónea.” Dicha simplificación alcanza desde los más recientes ensayos intelectuales sobre un futuro nacional acrítico pero posmodernamente “competitivo”, hasta los lamentables promocionales mediáticos a cargo del entrenador Javier Aguirre para pasar demagógicamente de “un México del sí se puede a un México del sí se pudo” (sic), amparándose en las dudosas vísperas del mediocre y tan manipulado desempeño mundialista de la selección nacional; alcanza los proyectos de “alcance nacional” como Iniciativa México “para seguir alentando liderazgos que han logrado cambios desde la sociedad”, así sus principales convocantes, el duopolio televisivo, sean responsables en gran medida de la inmovilidad y la enajenación colectivas que postran al país, hasta esa “aventura del pensamiento” tan previsible y limitada como cara y pretenciosa que no casualmente hasta en el nombre contiene una falla gramatical: Discutamos México.
Y sin embargo, es más o menos patente la preocupación de las oligarquías por un país que está yéndoseles de las manos. Y sin embargo, siguen siendo incapaces para pensar y actuar de otra manera pues las oligarquías mexicanas son una manifestación de la misma enfermedad pública que pretenden aliviar. Una vez que ocurre el desplazamiento a una forma mítica de percibir la realidad cesa la posibilidad de un conocimiento verdadero fundado en esa misma realidad.
Así como la orquesta siguió tocando mientras el Titanic se hundía, ahora la Suprema Corte de Justicia traiciona la ejemplar e histórica oportunidad jurídica que el caso de la guardería ABC le hubiera significado, el plutócrata Carlos Slim aporta millones de dólares para un fondo contra la pobreza en lugar de reducir sus monopólicas y empobrecedoras tarifas telefónicas, las televisoras continúan intoxicando a un país que sentimentalmente convocan a la transformación voluntarista, la clase política libra guerras fratricidas para defender sus intereses mientras presume servir a la nación, y la cifra de los muertos y el número de las atrocidades crecen en una guerra difusa donde la historia bicentenaria parece haber tomado a México por el cuello y amenaza con no soltarlo hasta que lo ahorque en medio de una doble realidad.
Dos modos, dos pensamientos, dos construcciones, una sola situación. En el reloj de este país el cuarto para las doce ya sonó.
Fernando Solana Olivares
0 Comments:
Post a Comment
<< Home