Friday, September 10, 2010

LO QUE YA COMENZÓ / I

Un sorprendente y generoso lector me conmina, con un mensaje que considero conmovedor, a no perder la esperanza. El texto anterior de esta columna así le pareció. “Es triste”, me dijo mi mujer. Yo en cambio lo creía sereno, quizá frío pero real. Es cierto que afirmar el fin de la patria ---una reserva de signos rotos, un recipiente quebrado--- puede parecer tan dramático como líricamente exagerado. Pero desde otra perspectiva, no es más que prosa aplicada a la realidad. Es sólo una afirmación, sí, pero el mismo hecho de que pueda ser escribible y considerada por otros, aún leyéndose como sombría, la hace una hipótesis a considerar.
Las patrias son un estado histórico del pasado aunque todavía tengan vigencia formal. Salvo una suma de costumbres, memorias, recuerdos y símbolos, como una particularidad común a ciertos grupos biorregionales, las nacionalidades parecen categorías vaciadas de sentido, así se vivan tan acrítica y emocionalmente como suele hacerse en ocasiones, y el estado nacional lo mismo. Podría decirse que para bien, en el sentido de acelerar las cosas y abreviar esta etapa de incertidumbre ---y hasta para mal, si se da el paso---, la antigua propuesta kantiana de un gobierno mundial es indispensable para comenzar una nueva civilización donde políticamente se estructure, se legisle y se respete la interdependencia general de los seres vivos, la raza humana entre ellos ---interdependencia: una verdad objetiva que ahora descubre la ciencia, ya desde antaño conocida por todas las escuelas de la espiritualidad tradicional.
Lo anterior está ocurriendo en la globalización. Pero ha venido sucediendo equívoca y destructivamente, impuesto por el imperio neoliberal anglosajón mediante la fuerza militar y económica, mediante la manipulación mental y el control de los imaginarios colectivos bajo su concepción del mundo ---el fin de la historia, el fin de las ideologías, el egocentrismo, la deificación tecnológica, el principio del placer, la obsesión por el objeto, el mundo de la cantidad, el culto al yo, la sociedad del espectáculo, la democratización del deseo, el homo videns, el mundo superficial y plano, el consumidor en lugar del ciudadano, etcétera: ese autoritario pensamiento único envuelto a veces de manera brillante---, y en función de sus depredadores intereses nihilistas.
Algún proverbio de estrategia oriental afirma que el punto vital del enemigo es el propio punto vital. De tal modo que el territorio y el horizonte han cambiado de escala y ahora deben encontrarse nuevos conceptos generales, nuevos sentimientos colectivos y nuevas formas públicas para esas grandes superficies de la actualidad. Si la patria representa lo particular, tendrá entonces que ser integrada, desde luego no destruida, en el estado general siguiente. Al evolucionar de condición todo lo anterior queda absorbido en el estado que continúa, como la posibilidad va antes de la realización o la oruga precede a la mariposa.
No habrá prueba empírica personal para ilustrar dicha necesidad mutable salvo la mención del nuevo paradigma científico filosófico que surgió hace cien años, a la manera de un antídoto contra el veneno de la descripción mecanicista sobre la naturaleza de lo real. Paradigma es aquello que establece los supuestos teóricos, los principios, las leyes y las técnicas científicamente predominantes. Cuando un paradigma no puede explicar alguna situación experimental se produce una anomalía. Cuando ocurren muchas anomalías acontece una crisis y entonces emerge un nuevo paradigma que parte de supuestos básicos distintos al anterior, según diría Thomas Kunh.
Acaso el verdadero recipiente roto sea la visión mecanicista del universo y de los seres vivos, del cuerpo y de la mente humanos. Y con su quiebra, es posible entonces que la verdadera revolución del pensamiento ya haya sobrevenido: una superación experimental, es decir, demostrada y repetible, de los supuestos filosóficos que dictaron las interpretaciones durante cuatrocientos años de historia ---la patria es una de sus máquinas políticas construidas por los supuestos mecánicos de un contrato social hecho para ciudadanos egoístas, artefactos incapaces de transformarse en organismos, como macetas inmóviles que se quedarán en el corredor. Otro paradigma, pues.
En palabras del físico Bill Bryson, la energía y la materia son “dos formas de la misma cosa: la energía es materia liberada, la materia es energía que espera ser liberada”. El modelo mecanicista no puede conciliarse con este descubrimiento, ya que supone que la energía es una actividad, una onda, y la materia es una partícula de materia. ¿Cómo entonces una cosa puede convertirse en una onda, y un movimiento convertirse en una partícula? La sorpresa crece cuando se sabe que la luz no es ni una onda ni una partícula, y que la mente humana no puede comprenderla sino solamente tratarla como si fuera a veces una onda y a veces una partícula.
Un misterio es algo inaccesible a la razón. Y hoy la razón científica acepta que el universo no es una máquina a la manera del legendario reloj universal newtoniano al que Dios dio cuerda y dejó andando, sino un misterio donde la realidad más básica está hecha de modelos y relaciones pero sin nada visible que sea modelado o relacionado. Diría Brian Swimme que “las partículas elementales emergen del vacío mismo… éste es el sencillo e impresionante descubrimiento: en la base del universo hierve la creatividad.” Y se va haciendo en “un abismo que lo nutre todo”, un misterio que está en la base del ser.

Fernando Solana Olivares

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