Wednesday, September 21, 2016

UNA PÁLIDA IDEA

Echando mano de los relatos de los amigos y discípulos del filósofo de Königsberg, Thomas de Quincey escribió Los últimos días de Kant. En él cuenta las costumbres del pensador, algunas adoptadas en sus años finales como invitar amigos a comer en casa siguiendo siempre la regla de lord Chesterfield: tres comensales como mínimo y nueve como máximo, un número de invitados que nunca debería ser menor al de las Gracias ni exceder al de las Musas. Afirman los testimonios que todas aquellas comidas estaban sazonadas con la facundia, la abundancia de palabras y facilidad verbal que lo caracterizaba, lo mismo que por su vivaz y atenta compañía. Una impaciente pero muy cortés hospitalidad que no toleraba ni silencios ni pausas en la conversación porque sin falta encontraba la manera de lograr con mucho tacto que los invitados platicaran de sus propios intereses. Y se hablaba de los sucesos periodísticos, de química, filosofía natural, historia, meteorología y sobre todo de política. La agudeza analítica del filósofo era legendaria: mostraba un conocimiento más autorizado y profundo que el de los políticos profesionales en temas de gobierno y sus causas determinantes. Después de comer, Kant salía a dar una larga caminata solitaria. Un ejercicio hecho todos los días con tal regularidad que los vecinos de la ciudad confirmaban la hora cuando el viejo profesor pasaba a la distancia saludando con una inclinación de cabeza. La soledad se debía a una necesaria catarsis mental del animado encuentro tenido instantes atrás y obedecía también a un motivo específico: Kant deseaba respirar durante esas caminatas exclusivamente por la nariz. Aunque daba una razón fisiológica para hacerlo, el verse libre de afecciones pulmonares, su práctica correspondía a la tradición reflexiva filosófica llamada peripatética, aquella en la cual sus miembros pensaban caminando. Y además, acaso sin saberlo o acaso sabiéndolo, Kant meditaba al realizar esa práctica, de ahí el requisito operativo de la respiración, para lograr atención y concentración al mismo tiempo e ir del pensador al pensamiento, del caminante a la caminata, del meditante a la meditación. Al llegar a su casa después del paseo se instalaba en su mesa de trabajo junto a la estufa hasta el crepúsculo. Tanto en invierno como en verano, mirando por la ventana la vieja torre de Loebnicht. No tenía una vista plena, pero la torre “descansaba en su mirada” como una presencia distante y sólo a medias revelada a la conciencia. Era suficiente para el bienestar del filósofo. Pero sucedió que en el jardín vecino crecieron unos álamos y taparon por completo la vista de la torre. Kant se tornó inquieto y desasosegado y acabó por ser incapaz de proseguir lo que los testimonios llaman sus meditaciones vespertinas. El dueño del jardín, admirador de Kant, podó los árboles en cuanto se enteró de la situación, la cual no le sería comunicada por el comedido y cortés filósofo sino por alguno cercano a él. Una ópera que nunca se hizo iba a basarse en dicho episodio: La torre de Kant y los álamos. Su autor se desconoce, pero se sabe que versaría alrededor de la vita activa del autor de la Crítica de la razón pura ---la caminata misma, sin duda, y en sentido general la abundante vida mental del profesor---, y la vita contemplativa ---la que psicosomáticamente tenía lugar durante la silenciosa caminata de respiración concentrada, con la interrupción voluntaria del diálogo interior. La tensión creativa entre las dos vías, acción y contemplación, es la que daría lugar al genio, a sus reflexiones escritas, a sus sistemáticos ejemplos vivenciales, a su percepción de los imperativos categóricos, expuesto todo esto musicalmente en la representación. Unos días antes de su muerte, viviendo la agonía preparatoria para el final, inesperadamente definió en latín su situación: “Listo para la batalla y equipado”. No volvió a dejar el lecho y murió diciendo dos palabras: “Basta ya”. Gente de toda condición, desde la más elevada hasta la más humilde, acudió a ver su cadáver. De Quincey dice que eso duró varias noches. Su funeral fue solemne y magnífico. Alguna vez un alcalde de Königsberg tuvo la pálida idea de poner a un doble del profesor a caminar a la hora que él acostumbraba. Tan atento y concentrado como entonces al ir pisando y repitiendo un mantra desagregante del diálogo interior: “arriba, adelante, abajo”, cada vez que avanzaba un pie. Parece haber sido un buen momento. Fernando Solana Olivares

ERROR DE CONCORDANCIA

Septiembre no es un mes risueño. Concentra muertes y pérdidas dolorosas. Su recuerdo es ingrato y la memoria cumple con aquella inveterada costumbre de volverse a acordar. Septiembre es un mes incómodo. Cada vez que se recuerda, lo recordado cuenta de nuevo en una estratificación que después se llamará biografía. La gran mayoría de ellas se evaporan mediante una oscura desbandada, otras muy pocas forman el panteón de los muertos inolvidables y quedan por micho tiempo en la memoria común. Aunque cada quien es actor de la suya, no cualquiera habita su propia biografía. Erick Satie parece haberlo hecho en varios momentos, un modo de decir que lo hizo en todos. Durante su arrebatado, tórrido y triste amor por la pintora Suzanne Valandon, quien lo dejó por un rico banquero; durante su expiación del intenso duelo amoroso al escribir la extraña obra para piano Vexations, la cual fue interpretada a lo largo de 18 horas y 40 minutos, su duración, en un concierto organizado por John Cage; durante los veinte años de soledad (se cuenta que en ellos no recibió ninguna visita), reclusión, silencio y pobreza en Arcueil, suburbio no muy lejano a la ciudad. Un exilio interior radical y excluyente. El Montmartre parisino de las últimas décadas del siglo XIX era un hervidero creativo, emparentado con otros laboratorios de pruebas culturales y estéticas de la modernidad en ciudades europeas como Berlín o Viena, y Satie participaba de manera intensa en la vida bohemia y vanguardista de la época. La primera acción catártica, purificadora de las pasiones de la aflicción (eleos) y del temor (phobos), llevada a acabo por el músico minimalista después de sufrir el abandono de la interesada infiel, consistió en expresar su profundo dolor como una vejación a través de una pieza para ansiosa. La segunda acción de Satie fue retirarse por los senderos interiores al silencio y la soledad, una preferencia anormal que podría ser vista como consecuencia de su despecho: un castigo. Esos años en el aislamiento están representados en uno de sus míticos retratos. El pintos está sentado al lado de una chimenea apagada, mirando hacia abajo con absorta expresión de tristeza y enfrente de una modesta habitación donde a unos cuantos pasos se ve una cama. Un espejo refleja el vacío del espacio. Y toda la atmósfera trasmite un sentimiento de añorante aunque resignada soledad. Los misterios de la vía inmóvil se concentran en un ascético espacio. Menos es más: el silencio, la soledad, el monólogo, la reducción drástica del adorno –reducción drástica de la necesidad-, el irse temprano de la cama todas noches. El entrar al flujo del tiempo como expiación y cambio y transcurrir en él. Todo renunciante es una anomalía y aun la renuncia por motivos de amor lo es. Pero acéptese que tal decisión es otra plataforma donde sucede otro proceso de purificación. No se sabe cuándo después de la hermética y disolvente pieza, del marcharse y no mirar atrás durante veinte años, Satie olvidó a Suzanne. “Ustedes fueron para mí peldaños, y los he sobrepasado a todos”. Pudo haber dicho repitiendo a Nietzche, su contemporáneo. Este redactor asimismo ignora si el autor de Las, creador de un estilo definido como claro, conciso y también humorístico, precursor de las vanguardias dadaístas y surrealistas, compuso música durante su reclusión. El don creativo de la normalidad y su lógica afirmarían que sí. Pero siendo el reitero y la reclusión un movimiento alterado podría pensarse que tal vez no, que la música cesó ante un voto de silencio. Los renunciantes simplifican. Veinte años de estar voluntariamente confinado y mirar lo mismo y hacer lo mismo llevan a otro estado de conciencia. Y tanto tiempo, a otra escala, está previsto en la misma duración exasperante de Vejaciones. “Quien quiera saberlo, que se quede veinte años con nosotros”, dijo el abad del monasterio al principiante. Satie se quedó ese tiempo consigo mismo, su monasterio en él. Siempre hay variables en cualquier cuestión. Fernando Solana Olivares

Friday, September 09, 2016

EL CÁLCULO IDIOTA

El miércoles negro se iniciaron los días del estupor y los adjetivos. Traición, ineptitud, error histórico, estupidez, humillación, debilidad, enfermedad mental, pusilanimidad, pequeñez, y tanto más. Esa abundancia adjetival da la dimensión del incomprensible dislate de un presidente que causa pena y provoca vergüenza, sentimientos que no cambian la severa reprobación por sus acciones. Una vez más el drama histórico de la dificultad, la exigencia del cargo y la ineptitud de la persona. Los griegos definieron la etimología de la palabra idiota como aquello encerrado en lo particular. Sólo mediante un razonamiento idiota, encerrado en su propia esfera de interpretación e intereses, en su particularidad misma, es posible considerar y luego decidir la visita cuasi de Estado de Donald Trump a México. Era delirante pensarlo, tan delirante como fue hacerlo. La prensa señala una preocupación económica como causa del sorpresivo acto, luego de la posible calificación a la baja de la economía mexicana por las agencias calificadoras, ese tramposo instrumento del horror económico neoliberal. La subordinación de los tecnócratas locales siempre ha sido hacia los centros imperiales donde se formaron. En un sentido estricto son sus subordinados. Y aún así la propuesta de invitar a Trump para hacer un guiño (sic) a los mercados no tiene lógica alguna en apariencia. Una columna periodística de Roberto Zamarripa (Reforma 5/IX/16) condensa los elementos del esperpento político en una imagen teatral: Luis Videgaray, a quien llama el villano, impulsor de la visita y luego interlocutor del visitante, retrasa su descenso del helicóptero que aterriza en Los Pinos para no ser fotografiado junto a Trump. En alguna parte de la literatura hay visires como éste que conducen a sus superiores a la pira sacrificial. Como éste, también se retrasan a propósito. Así que dentro del cálculo idiota mayor existe otro menor: la egoísta cautela, el cobarde eclipsamiento de la eminencia gris. Un corresponsal frecuente escribe: “La restauración priista terminó en un derrumbe. Si el juego de palabras no fuera tan obvio, podría decirse que terminó en un despeñadero. Aún estoy bajo los efectos del estupor que me produjo la reunión de Peña Nieto con Donald Trump. Otro balazo en el pie que se da el presidente, tal vez el definitivo si el riesgo de que se dispare otros más no fuera tan recurrente y posible.” Uno más dice: “¿En qué cabeza cabe haber hecho una cosa así? Sin duda por un atrevido cálculo tal vez correcto aunque muy arriesgado para un presidente capaz de ello, pero imposible para un Peña Nieto, para sus argumentos aprendidos, su lengua de madera, su mediocre, opaca e inconvincente actuación. Quizá al imaginar el encuentro se pensó que Peña Nieto reivindicaría el interés mexicano, que defendería la dignidad nacional ante un bárbaro ofensor, y que recuperaría una imagen presidencial positiva. Instrumentalismo fallido.” Un tercero concluye: “Marcado por la mala suerte, una mala suerte debida a la impropiedad de las invitaciones cursadas precisamente ahora, pero también por la impericia, la falta de sagacidad para retrasar la visita del arrogante y obcecado Trump. Arrogancia y obcecación ante la cual palideció (una forma de aludir a su rictus mecánico) el presidente Peña, empequeñecido ante el desorbitado candidato republicano. Aunque hay otra hipótesis: todo fue intencional. Y el resultado lo confirma: la barrabasada benefició a Trump y hundirá a Peña Nieto.” Seguir una política contraria al propio interés es una tendencia en la historia. Esa insensata marcha de la locura, como la llama Barbara W. Tuchman, determina las ocurrencias de este régimen anormal y en ello radican sus peligros. Érase una vez un presidente que fue diseñado televisivamente para llegar a esa posición y al cual el puesto le quedó muy grande: la causa es lo causado y todo origen es destino. Tuvo un torvo visir económico que ejerció el poder detrás del trono. Primero contó con un momento de suerte deslumbrante, pero los dioses ciegan a quienes quieren perder y a partir de Ayotzinapa el cuento mediático se volvió una pesadilla. Ahora está cansado, carga un fardo difícil de llevar. Que él mismo lo haya provocado no aligera la cuestión. El drama, pariente consanguíneo de la tragedia, no se caracteriza por su larga duración, tampoco por sus intensidades pero sí por sus escándalos. Como quiera que sea, el régimen ya se terminó. Fernando Solana Olivares

Wednesday, September 07, 2016

LOS TULIPANES INCONSTANTES

Un cinco de febrero de 1637 algunos ciudadanos holandeses asistieron en Alkmaar a una subasta organizada en beneficio de los huérfanos de Bartholomeusz Winckel. En ella se disputaron setenta bulbos de distintas y muy valiosas variedades de tulipán. La repleta sala iluminada en claroscuro asistió entonces a una delirante comedia capitalista que se representaba en los orígenes de dicha doctrina y por eso sería fundacional. J. Volpi (Memorial del engaño, Debate) cuenta que el señor van Halmael, comerciante y coleccionista de pintura, hizo su oferta con una risita socarrona. Era un tic que utilizaba para ganar en las pujas y en los tratos: la provocación desestabilizadora del adversario. El panadero Olfert Roelofz, un burgués acomodado, duplicó la oferta del otro y recibió de la asistencia aplausos que lo dejaron confortado. Luego el boticario Jan Sybantz la triplicó ---por recelo y simple envidia, como creyeron algunos de los presentes, y durante unos instantes pareció que todo sería suyo. El martillo del subastador estaba a punto de caer para sancionar la compra cuando un hombre pelirrojo y barbado de nombre desconocido, un menonita posiblemente, ofreció la cantidad final. Meses atrás de la subasta el comercio de tulipanes, denunciado por predicadores calvinistas y satirizado en las canciones populares, había comenzado a alcanzar precios nuca vistos, “capaces de volver rico a un vendedor en una sola tarde”. Esas flores exóticas habían llegado a las cortes europeas sesenta años antes arrancadas de los jardines del Gran Turco, y la fascinación que produjeron sus pétalos entintados púrpuras o escarlatas entre la alta burguesía holandesa no tenía que ver con simbolizar la imagen de las virtudes del alma, ni con su carácter edénico y ni siquiera con el placer estético que proveían. Su interés radicaba en ser uno de los bienes más perseguidos y mejor cotizados del siglo XVIII. El efímero fulgor de los tulipanes, escribe Volpi, era necesario para iluminar los tenebrosos salones de los Países Bajos. Su comercio era caprichoso porque lo definía el ciclo de vida de las plantas, que florecen en abril, mayo o junio según la variedad, y su esplendor dura unas pocas semanas. Al marchitarse los pétalos de la flor deben arrancarse los tallos de la tierra, secar los bulbos y envolverlos en un paño, para volverlos a sembrar a principios de septiembre y rogarle a los dioses que renazcan en primavera. Los compradores ni siquiera verán sus plantas pues los brotes se venderán a otros bloemisten como ellos antes de florecer. La subasta del cinco de febrero alcanzó precios exorbitantes con un total de 90 mil florines. Un delicado tulipán Viceroy se vendió en 4,203 florines y otro, imponente según Volpi, un Admirael van Enchysten, alcanzó los 5, 200, cuando el sueldo anual de un burgomaestre era diez veces menor. Se desató un frenesí por obtener las más exóticas variedades y los precios aumentaron vertiginosamente. En sus reuniones privadas o en subastas formales, los bloemisten desembolsaban fortunas o más bien las prometían. Conforme narra una reseña de la época, un bulbo podía venderse cientos de veces en un día. Era un riesgo de locos, escribe el autor, porque el clima del norte de Europa y la fragilidad de los bulbos no aseguraba su floración. El comercio de tulipanes se conoció como Windhandel: negociar con viento. Una tarde, por causas que aún se debaten, un importante grupo de bloemisten no acudió a una subasta. Tal hecho originó un pánico que se extendió por toda la ciudad. Como la noticia de los exorbitantes precios alcanzados en las pujas del cinco de febrero, ésta también escapó de Alkmaar para regarse por toda la provincia, pasó por Haarlem, llegó hasta Amsterdam y alcanzó toda Europa: la burbuja de los tulipanes había estallado. Y vino el caos, pues vendedores y compradores acudieron a las autoridades y ésta falló a favor de los primeros. Cuatrocientos años después ocurriría lo mismo con un producto tan evanescente por impagable como lo fueron los inconstantes tulipanes: los bienes inmuebles que entre 1997 y 2005 aumentaron sus precios más de ochenta por ciento. La venta especulativa de hipotecas y luego la reventa de ellas y de nuevo otra vez hasta explotar. Las autoridades políticas hicieron lo mismo que la otra vez: salvar la economía financiera de casino. Ayudarla a continuar. ¿Cuál será la semiótica de un sistema que negocia con viento y de ello produce sus riquezas? Fernando Solana Olivares

BITÁCORA PARALELA

Viernes, 11 a.m. El avión a Oaxaca sale del aeropuerto de Guadalajara con una hora de retraso. El retraso crónico de costumbre. Al desplegar la mesita del respaldo se le desprende un tornillo ¿Así pasará en todo el avión? 17 hrs. Algunas calles del centro de la ciudad están tomadas por el campamento de plástico, precarismo, basura, lazos, mecates y meados de los maestros de la sección 22. El zócalo está cedido o alquilado por ellos a los vendedores ambulantes, instalados de forma que parece permanente. El gran zoco de Oaxaca. Como el agua, cuando vuelve a sus cauces naturales, el centro fundacional de la ciudad regresa a su origen: un sucio e intenso mercado. Mientras tanto los negocios establecidos cierran, malviven, se angustian y ven acercarse a los fantasmas lánguidos de la quiebra. La plaga turística, esa némesis de Oacaca, Xashaca, Oaxaca, devora los productos varios que se ofrecen en ese zoco, desde tacos hasta mierda china. Y hoteles también sin huéspedes, menos por el efecto imitativo predominante ahí. Se cuentan historias de calles oaxaqueñas donde uno puso una tienda y compró una camioneta y todos los vecinos hicieron lo mismo. Entonces aquí hay un hotel y junto otro y otro más allá. Y allá una galería y otra y otra y muchos museos e instalaciones que levantan el parque temático de diversiones culturales fundado en una retórica arquitectónica de persuasión y filantropía mostrada a través del rescate de muy opulentos y hermosos edificios coloniales. De mecenazgos plutocráticos y fundaciones que alguna vez habrán de someterse al escrutinio público. 20 hrs. An exquisite taste de Francisco Toledo y su gran genio, influencia principal pero no única en la transformación moderna de la ciudad, generó una impronta visual y máterica que abrumadoramente viene repitiéndose hasta convertirse en este manierismo cada vez más kitsch, ornamental y hueco. Un neobarroco, un horror vacui. De la negada Escuela Oaxaqueña de Pintura se pasó a la actual tendencia múltiple de pintores yoicos y narcisos, pocos buenos, la mayoría estereotipados entre sí. Hacemos arte para no morir de realidad. El estilito Oaxaca. 23 hrs. Dos pintas en los muros que protegen las nauseabundas tiendas del plantón: “La calle arde cada tanto, la memoria no ha dejado de hervir.” Otra más abajo completa: “La sangre no ha dejado de correr para revivir a los muertos.” ¿Cuáles son las pintas apócrifas, invisibles sobre la piel de la ciudad? Camino por la noche, como el poeta, y al llegar a mi cuarto no hay espejos. Sábado 20. 12 a.m. El destino de la gente, ¿quién lo decide? Encuentro por la calle un escritor que vende su obra en fotocopias editadas por él. Es la perfección del fracaso: su belleza, su pureza, su dificultad. Destruye y purifica. Una cierta locura y marginalidad, estrategia ante una situación insoportable. Acepta venderme uno de los ejemplares. Le doy cien pesos. Los agradece, hace cuentas mentales y dice: tenía treinta y siete pesos de presupuesto hasta el lunes, para sonreír iluminado. 18 hrs. Se presenta una meritoria novela de Jorge Martínez Gracida, escritor local. El ciclópeo ex convento restaurado que alberga el acto y su asistencia, la clase patricia vallista de Oaxaca, confirman la drástica división entre este sector y los maestros de la 22. Además de esta gente blanca y decente, prácticamente todos los sectores de la sociedad oaxaqueña han pedido a los maestros que vuelvan a clases y levanten el funesto plantón. Su negativa hace crecer un rechazo cada vez más irritado y harto, un repudio general. Oaxaca hierve, desencantada y expectante, desigual y nerviosa. Pero también veloz y múltiple, como una colmena de última hora en sus juegos del intercambio. Siempre ha habido muchas cosas en esta tierra, ahora más, así algunas sean estereotipadas. Ya avisaba Robert Valerio del atardecer en su maquiladora de utopías. Lunes 22, 18:25 hrs. El vuelo de regreso sale adelantado. Otra irregularidad regular: a destiempo. Todo crece bárbaramente y el número incontrolado lo derrota. Lo que fue no vuelve a ser. ¿A dónde va Oaxaca? La imagen de Lawrence escrita hace noventa años sobre la ciudad sigue vigente: las clases sociales se pudren una sobre otra. Una sensibilidad dominante es como una profecía autocumplida y nadie quiere apostar por el curso que tomarán las cosas. “Oaxaca: tierra de la resistencia donde Dios nunca muere”, dice una pinta hiperbólica. Como si fuera un dios hostil. El avión toca tierra. Ajustó su adelanto de tiempo durante el vuelo. Fernando Solana Olivares

LIBRETA DE APUNTES

A) Mi mujer sueña ir subiendo en un elevador que de pronto se para y comienza a bajar. Las puertas del elevador se abren a una obra de teatro. Un actor alto, barbado y blanco le dice: “En la escena del tren se sale.” Tantas cosas hay en las cosas como misterios en la vida: ¿por qué soñamos, por qué soñamos lo que soñamos? Borges, siguiendo libros ancestrales, fabuló la inquietante hipótesis de que nosotros somos soñados por otro, por otros, o sencillamente que somos soñados. De ahí se desprende la extraña configuración del mundo y las recurrentes metáforas sobre el sueño y la vida, el sueño y la muerte, el sueño y la irrealidad. B) Se cuenta una historia en la mesa: el santo y seña “¿Pa’qué?” Un maestro lleva a su grupo universitario de Biología Marina al mar. Es el viaje de graduación. Contrata a un lanchero y éste le pregunta si puede acompañarlo un amigo. El maestro acepta. Al día siguiente por la mañana el maestro, un pequeño grupo de alumnos, el lanchero y su amigo zarpan hacia mar abierto. Después de unos minutos de travesía, siempre hacia adelante, divisan un grupo de orcas a lo lejos. Sus grandes aletas surcan como navajas plateadas el mar a esas horas. El maestro ordena adelantarse a ellas y encontrarlas más arriba. “¿Pa’qué? Dile que no haga eso”, pide al lanchero su amigo, asustado. También lo está él, pero la orden debe cumplirse. Adelantan al grupo de grandes peces en movimiento forzando casi al máximo el motor. El piloto vislumbra lo peor y su acompañante lo ve venir. Al fin la lancha queda enfilada de frente al veloz y poderoso cardumen, esas creaturas de Poseidón. El maestro ordena apagar el motor. El piloto se desguanza y el amigo se rebela: “¿Pa’qué? Dile que no. ¿Pa’qué?” Seis alumnos con esnorkel se echan al agua y muy pronto se encuentran con el grupo de orcas que con toda facilidad pasa en medio de ellos. Siguen su camino por debajo de la barca, las hembras más pequeñas con aletas de media luna, los machos con la suya ligeramente doblada en la punta dado su gran tamaño, y se van. La belleza, el milagro y el sinsentido. ¿Pa’qué? C) Los rizos hasídicos, esos bucles que nacen desde las sienes, se llaman peyas. La tradición que los acostumbra dice que se originan en una diferenciación: los gentiles se afeitaban esa parte de la cabeza, así que ellos no lo hacían. No es tanto la costumbre misma sino cuándo comenzó. Porque la naturaleza no hace nada en vano, pero los hábitos culturales sí. D) Un hombre le envió un telegrama a su mujer: “Empieza a preocuparte. Los detalles después.” Ella se vio en un predicamento. ¿Debiera pensar que el mensaje era un equívoco, una paradoja o un juego de palabras? Él hombre nunca volvió. Lo rastrearon durante meses sin resultado y durante años no apareció. Hasta hace unos días, cuando sorpresivamente regresó a casa. No controla plenamente la memoria y no ha podido explicar qué le pasó, aquellos detalles prometidos. Tampoco recuerda el telegrama. E) A veces, escribe el poeta, la infancia me manda una postal, se muestra de nuevo en un sabor, una sensación, un momento recordado. El tiempo de la memoria comienza a correr hacia atrás mientras se envejece. Puede olvidarse aquello que está inmediato, que recién sucedió, pero lo de antaño surge con frecuencia. Como si la vida diera la vuelta sobre sí misma en esos momentos hacia atrás que la memoria pone en la mente. ¿Por qué estos y no otros? Un misterio. El pasado nunca desaparece, hay quien afirma que ni siquiera es el pasado. Por eso el juego, según Borges, es convertir el ultraje de los años en una música, un rumor y un símbolo. La prosodia le llama a eso envejecer con dignidad. E) Para ponerlo de manera kantiana: el uso privado de mi razón me da ciertas posibilidades. Una de ellas saber que Mozart escuchó en una tienda de Salzburgo una melodía compuesta por él mismo que cantaba un estornino (enigma secundario: ¿dónde la oyó?) cambiando ligeramente la composición al introducir en ella una nota natural. Mozart corrigió la pieza e incorporó una anotación en la partitura: “Así la canta el estornino.” O saber que los grajillos pueden postergar su satisfacción inmediata. O que los cuervos esconden sus tesoros a la vista de quienes desconfían para probar su honestidad. O que retienen mucho tiempo en su pico como muestra de afecto el dedo del cuidador dejad de ver. O que las parvadas milenarias de tordos son aleccionadas por conocimientos invisibles en su asombrosa coreografía. Fernando Solana Olivares

DICE VOLTAIRE

Cerca de las nueve de esa mañana el día era agradable, se sentía una amable brisa y se vivía ya el bullicio habitual de Lisboa. Todo marchaba bien, según las crónicas de aquel 1 de noviembre de 1755. Media hora más tarde, a las nueve y media, la tierra comenzó a moverse violentamente. Los edificios se vinieron al suelo, de cuyas grietas recién abiertas emanaron asfixiantes gases. Las aguas del mar retrocedieron para regresar con gran violencia e inundar las partes bajas de la ciudad. Después del terremoto y el maremoto se declararon incendios en el centro que consumieron inmuebles históricos, recintos públicos y tesoros culturales. Miles de personas quedaron sepultadas y la ciudad desapareció. Otros tantos vagaban como fantasmas rotos por sus calles destruidas. Entonces llegó a su fin el moderado optimismo racional que Voltaire había practicado. En su Poema sobre el desastre de Lisboa lo aceptó: “el mal está sobre la tierra.” Voltaire no consideraba suficiente la respuesta que Leibniz había dado al mal y que por entonces era una idea dominante en la ilustración europea. Este influyente pensador distinguía tres tipos: el mal metafísico, vinculado a la finitud humana; el mal moral, que comete la persona al renunciar a los fines para los que fue creado; y el mal físico, vinculado al dolor y sufrimiento de los seres humanos. Tal retórica no lo convencía, tampoco aceptar la responsabilidad de Dios en el problema, porque ello significaría asignarle atributos morales, cuestión a la que siempre se había negado. Para el teísmo de Voltaire, Dios es el Ser Supremo cuya relación con el mundo se limita a la de ser su creador, pero no una divinidad que interviene en la vida de los hombres como las de las religiones reveladas. Voltaire nunca pudo aceptar que el sufrimiento y la desgracia fueran medios para un fin mayor. “Existe el mal sobre la Tierra, y esto constituía para él un verdadero escándalo”, escribió uno de sus biógrafos. Seguramente, escritores posteriores como Tolstoi y Dickens leyeron su Ensayo sobre las costumbres ---Voltaire, asimismo, había leído a Shakespeare. En ese texto, el filósofo afirma que ha tratado de encontrar algunos “tiempos felices” en medio del “montón de crímenes, locuras y desdichas” que componen la historia, siempre en riesgo por el fanatismo religioso y la estupidez humana. El mundo de Voltaire está asolado por las fuerzas de la opresión: el fanatismo violento, la tiranía, la superstición irracional, pero a pesar de ello cree que los hombres pueden hacer algunos progresos, “arrojar algunas luces en medio de la oscuridad”, sin dejar de habitar una vida donde inevitablemente se mezclan placeres y desdichas, bienes y males. Su filosofía es optimista porque cree que la tierra es cultivable, y que también de alguna manera lo son los seres humanos. En Cándido, o el optimismo los cuatro protagonistas del cuento acaban cultivando un jardín, metáfora de la vida diaria, de la condición de la conciencia y de las tareas de la cultura. Siempre se puede hacer algo, no es cierto que “Todo está bien”, según el axioma de Alexander Pope que Voltaire critica, pero a la vez surge un espacio de la acción positiva y posible. Un pequeño formato alentador que alcanza condición común en un cosmopolitismo tolerante y pacífico. Lo común a los hombres es la naturaleza humana. Y de ella Voltaire extrae normas que considera universales, más allá de todo particularismo político o religioso. Una ética que debe defenderse donde se encuentre e instalarse donde no esté, laica, racional y humana. Hoy ese mundo ha saltado por los aires, si alguna vez pudo instalarse. Pero lo perenne de Voltaire sigue estando activo, o nuestro desconsuelo histórico lo quiere creer así. Los prejuicios, diría Voltaire, son opiniones que aún no han sido examinadas por la razón. Esa fue su tarea analítica y sigue siéndolo. Hoy resurgen las violencias extremas del regreso a las fronteras puras, desde el horror Trump hasta los nacionalismos radicales y los credos sectarios homicidas. Ante ello, Voltaire propone la sociedad civilizada, resultado de un perfeccionamiento del espíritu colectivo, de la noción y práctica de la comunidad. El mundo ya no es volteriano. Sus ideas profundas sí lo son. Sus esperanzas fundadas. Así es ahora la fuerza cultural: vigente aunque inadvertida, perfumes que en toda materia hallan igual lo poroso. Fernando Solana Olivares

EL LOGOS DESTRUIDO / y II

Afirmar que Trump es sobre todo un candidato anti sistema, como en esta veloz posmodernidad han proliferado, tal vez sea una reducción, pues es cierto, sí, pero a medias. Producto de una o varias causas, de una en varias, acomodadas como se quiera en el enigmático rompecabezas que comenzará de aquí a cien días más, en noviembre (lo enigmático, por cierto, contiene el término oscuridad). Si quiere extenderse el arco analítico, quizá deba pensarse que la separación entre la razón y el cuerpo, en el yo pienso, luego existo cartesiano, comenzó hace más de dos mil años con el pensamiento griego. El cuerpo se convirtió en la cárcel del alma, no en su templo, por desgracia. Entendemos el término Logos como razón superior, unificada, donde está el lenguaje, la mente y la conciencia. Algunos han creído que sucede como un advenimiento, otros se decantan por la hipótesis cultural como causa de que exista. Decir en el principio era el Verbo es decir que era el Logos. Sus defectos han sido muchos: el Logos perdió su letra mayúscula y fue degradándose como pura razón, pues era masculino, patrístico, jerárquico, excluyente, autoritario, egoico y vertical. Era cazador, no era recolector. El logos perturbado por una distancia insalvable entre el sujeto y el objeto. Por una cultura de la manipulación y no de la comprensión participante. La crisis como decadencia profunda de la conciencia masculina racionalista que determinó el pensamiento de los últimos milenios. Cada vez es más claro que eso terminó. Falta imaginar, ver, vivir el reemplazo y hacerlo una nueva cultura global. Arnold Toynbee escribió que en la fase de declive de una civilización es cuando suena con mayor estruendo el tambor de la autocomplacencia. Sin embargo, la autocomplacencia de Trump es para consigo mismo, no para un país que describe en decadencia, y promete a sus audiencias que ese don carismático suyo puede impregnarse a la nación para reconducirla a su grandeza. Un autócrata mesiánico y mediáticamente histérico surgido de la nada (o del todo, para quienes admiren a las plutocracias depredadoras), violentador de los códigos tácitos y expresos de la política, la representación y las buenas maneras, cumpliéndose un guión que la historia del siglo sobradamente conoce entre sangrientos y destructivos dictadores. Aparecen de la nada y se apoderan de todo. Quizá, en una delirante y agresiva presidencia trumpiana, las instituciones estadounidenses lograrían frenarlo. Su narrativa misma, sin embargo, puede significar más que la destrucción de los mínimos e inestables equilibrios de una época turbulenta, tocando no solamente el tambor de la autocomplacencia sino los de la guerra. Quienes han hablado de ella ---Francisco, Enrique Krause--- tienen razón. Vivimos (o viviremos, afirma Krause) una guerra. Byung-Chul Han cita (En el enjambre) un “sorprendente” artículo de Chris Anderson en la revista Wired: “El final de la teoría”. En él afirma que un conjunto de datos cuya magnitud es imposible de representar harían por completo superfluos los modelos de teoría de la conducta humana, de la lingüística hasta la sociología, la ontología, la psicología. No interesa ya saber por qué los seres humanos hacen lo que hacen: lo hacen y eso puede medirse con exactitud. La correlación suplanta la causalidad, ahora no importa el por qué ante el es así, escribe Byung-Chul. Esta tendencia también se instala en la política. El número de mentiras flagrantes, estadísticas falsas, medias verdades y simplificaciones de Trump en sus discursos, su es así, llama la atención por su evidencia empírica y sus cifras y resultados, justo los contrarios a los que toda racionalidad esperara. El Mundo Trump radicalizó un voluntarismo: las evidencias no existen, pues la nube está hecha de percepciones, sentimientos, reducciones lógicas. La mecánica del chivo expiatorio, una semiótica del odio, del regreso a las imaginarias fronteras puras ---el muro fronterizo es parte de esta infeliz aislación--- se abre paso para arrebatar el trono imperial. Y la otra candidata algo tiene de patético: encarna al establishment. Los paradigmas conceptuales de la época han colapsado. En un ejercicio de proporción Berman habla de la persona para estos días: ciudadanos informados del mundo, con salud física y refinamiento intelectual y artístico, seres generosos y caritativos: lo que no se da se pierde. Si esto se convierte en política el mundo cambiará. Si no, ganará Trump. Fernando Solana Olivares

EL LOGOS DESTRUIDO / I

Lo único que la historia humana enseña es que los seres humanos nada aprenden de ella: la compulsión a repetir, a abstraerse de la realidad y a negar las evidencias empíricas es una poderosa fuerza que determina a los individuos y a las sociedades. Vueltas en círculos que van estrechándose, tropiezos cada vez más graves con la misma piedra, modelos de pensamiento que llevan a crisis cuya solución se busca empleando los mismos modelos de pensamiento que las causaron: la historia moderna occidental es un registro de catástrofes producidas por el capitalismo depredador, y a la vez una suma de avances materiales y tecnológicos que embrujan a todos –particularmente a quienes nunca accederán a ellos- con la promesa de que, tarde que temprano, serán un bien común, corregirán injusticias y aliviarán desigualdades. Los síntomas de esa decadencia terminal han sido señalados una y otra vez desde siglos atrás por las antenas de la especie, los auténticos artistas y los verdaderos pensadores. Las advertencias, sin embargo, siempre fueron ignoradas y aun perseguidas: la profética Casandra no le gusta a nadie, quizá tampoco a ella misma. Ahora reina entre nosotros Némesis, aquella diosa griega cuyo motivo es la retribución, el castigo ineludible de la presunción humana. También Ghede, el señor de los muertos de la mitología vudú que anima a los cadáveres usándolos como zombis, hoy tan de moda. O tal vez Donald Trump, esa amenazante aberración inexplicable para las perspectivas creyentes en un progreso humano sensato y constante –los residuos culturales del racionalismo del siglo XVIII: ya Leibniz decía que este mundo es el mejor de los posibles-, pero aberración natural y lógica en nuestra época de densa oscuridad, que entonces, desdicha máxima, deja de ser aberración para convertirse en naturalidad: el mundo al revés, el mundo invertido. El físico teórico Stephen Hawking ha dicho que puede comprender la enigmática naturaleza del universo, así sea parcialmente, pero que no logra entender la razón por la cuál un personaje tan impensable e inesperado como Donlad Trump ha sido designado candidato a la presidencia de Estados Unidos. Morris Berman (Edad oscura americana. La fase final del imperio, Sexto Piso, México, 2007) encontraría cuatro causas probables para ello: a) el triunfo de la fe irracional sobre la razón; b) la crisis de la educación y el pensamiento crítico; c) la legislación de la tortura, y d) la creciente pérdida de importancia cultural y económica de Estados Unidos en el mundo actual. Este panorama- una Edad oscura irreversible en la que ha entrado el imperio estadunidense- tiene similitudes con las condiciones que hubo después de la caída de Roma. No solo la atmósfera actual de coliseo, convertida en una carpa mediática de la sociedad del espectáculo y el entretenimiento, sino también algo similar a lo ocurrido en el siglo IV: una gradual y creciente sumisión de la razón ante la fe y la contingencia permanente en que se vive la vida. La crisis de la educación y la caída del pensamiento crítico prueba, según Berman, que Estado Unidos es un país que en términos intelectuales permanece en la oscuridad “ de manera manifiesta”. El pensamiento complejo ha sido sustituido por un fast think y una ignorancia sistémica que arrojan datos escalofriantes. Así como en el Medioevo la mayoría obtenía todo su conocimiento sobre el mundo de una sola fuente, la Iglesia, hoy la mayoría de la población estadunidense lo obtiene de la televisión y de las redes cibernéticas. La excepción representada por Obama, un político intelectualmente elaborado y sólido –característica que para muchos ha significado no un valor de su presidencia sino sobre todo un defecto-, no garantiza que el mundo simplista y medieval, concebido como una batalla entre el Bien (nosotros) y el Mal (ellos), incapaz de la menor flexibilidad analítica y curiosidad mental, adverso a la ambigüedad propia de lo real, orgullosamente ignorante de la historia y condicionado por los medios masivos de comunicación, esté ahora de regreso. Del Mundo Bush –un “niño-emperador” que dice cumplir con una misión donde la fe aplasta la evidencia empírica, y un espejo donde el público mayoritario y anónimo se reconoce- al Mundo Trump parece haber nada más un paso: la elección de un siniestro dirigente. El huevo de la serpiente o la historia finiquitada. Fernando Solana Olivares

NOTICIAS DE SHAKESPEARE

Unos pocos años después de su matrimonio, Shakespeare dejó a su familia en Stratford y se fue a Londres a hacer su carrera dramática. La leyenda cuenta que llegó a la ciudad siendo muy pobre y sin amigos. Se apostó afuera del teatro y mediante una propina guardó cabalgaduras de los caballeros asistentes. Durante un lustro no hay rastros de su estancia en Londres. “Sin duda, invierte este tiempo en estudiar los secretos de su arte”, opina el biógrafo. Hacer, hacer, repetir. Obtiene, no se sabe cómo, una recomendación para James Burbage, propietario y director de El Teatro, quien le admite en su compañía como traspunte. Inicia su carrera de éxito refundiendo composiciones ajenas. “Debuta, escribe, da su primera obra, triunfa. ¡Es Shakespeare!” Hasta alcanzar la primera posición que ocupará ---compañero del conde de Essex, amigo del conde de Southampton, dueño de un escudo de armas, autor favorito de la reina Isabel---, Shakespeare ha pasado por el aprendizaje y la escasez, compañeros necesarios de las buenas letras. O inevitables. Primero en El Teatro y luego como socio de El Globo, un edificio octogonal al modo en que solían ser los teatros de entonces. El de Shakespeare, construido con lujo, era público y a cielo descubierto, menos el escenario y las galerías. Carecía de asientos. A su alrededor contaba con tres galerías, las dos más bajas divididas en palcos, la superior corrida. El escenario estaba de frente y era completamente abierto, sin arco proscénico o telón. A espaldas del escenario estaba la Tiring House, dos pisos en los que se vestían los actores. La representación se anunciaba en carteles escritos a mano y pegados a los muros. Comenzaba a las tres de la tarde. Sobre el tejado del escenario se izaba una bandera. Si faltaba la luz del sol se prendían candilones. En los entreactos tocaba la orquesta y para hacer tiempo los asistentes platicaban, leían, jugaban a las cartas y bebían cerveza. La obra se escenificaba con ellos a su alrededor y sobre las tablas, respirando al lado de los personajes y viviendo el drama junto a ellos, confrontados a sí mismos, los varones en el corral de abajo, las mujeres en la cazuela de arriba. Como todos los dramaturgos de entonces, Shakespeare podía montar escenas simultáneas y coherentes, arquitectónicamente posibles. Doble cremallera, velocidad letárgica, complemento, emulsión. Algunas escenas atroces se sugerían, en alusiones e imágenes que debían ser imaginadas ---y así se harían propias. La fragorosa respiración de El Globo ---obra, dramaturgo, actores, público, época histórica--- era un hecho escénico a máxima capacidad. El conjunto de la obra shakesperiana va de 1591 a 1611, durante dos décadas, de los veintisiete a los cuarenta y siete años, obra “a la que no afea ninguna arruga”. La primera, Trabajos de amor perdidos, está ya marcada por la garra de león, como dice la crítica: intensidad de vida, magnificencia de imaginación. Y la última, La tempestad, leída por algunos como un testamento, como un adiós al arte y a la vida: “Romperé mi varita de mando”, anuncia Próspero, su denso personaje. La trasposición también, como han visto muchos, de un actor-director-administrador acosado y exhausto de trabajar, que organiza y ensaya a los actores, vigila la función y sus horarios, sueña con la jubilación pero todavía está obligado a salir a escena para implorar el aplauso del público. No se conocen las causas que indujeron a Shakespeare a retirarse a su villa natal de Stratford y abandonar Londres. Desde entonces se especuló sobre una enfermedad por el cansancio debido al enorme esfuerzo de imaginación desplegado durante veinte años. Lo más directo que se sabe sobre su muerte son las palabras de John Ward, vicario de Stratford: “Shakespeare, Frayton y Ben Jonson se reunieron en alegre convite; pero Shakespeare parece que bebió demasiado, pues murió de una fiebre contraída allí.” El documento arguye contra toda enfermedad y cansancio, sólo habla de una muerte banal. Seguía en contacto con sus compañeros actores, adquirió una casa en Londres y aportó su parte para la reedificación de El Globo. Tal vez Shakespeare, tuteador de la muerte, pudo decirle: “Llegue rogada, pues mi bien previne; hálleme agradecido, no asustado.” Murió diez días después de Cervantes y fue enterrado un 25 de abril de 1616 en el lado norte del presbiterio de la iglesia de la Santísima Trinidad de Stratford. Ambos murieron después de haber abrazado al universo. Fernando Solana Olivares