Saturday, August 30, 2008

ANTÍGONA VIVE AQUÍ

“Aquellos que dicen la verdad expresan sombras”, escribió alguna vez el poeta Paul Celan. Conforme a la grave enfermedad social que aqueja a nuestro país (¿desintegración?, ¿descomposición?, ¿desgobernación?), quienes ahora dicen la verdad mexicana son aquellos que señalan el profundo malestar, la acuciante zozobra y la insondable corrupción imperantes: las sombras que nos rodean, pues. Y nuestros políticos equivalen a esos guías ciegos, descritos por el evangelista, que espantan al mosquito pero se tragan al camello.
El país está muy enfermo, y al igual que en las enfermedades humanas infecciosas, cuatro escenarios posibles deben ser considerados: a) destrucción de los organismos invasores que provocan la enfermedad; b) infección crónica; c) destrucción del enfermo; d) simbiosis, el establecimiento de una nueva relación perdurable y mutuamente benéfica entre el huésped enfermo y el organismo invasor.
El escenario b) desemboca en el c): si el país sigue infectado de la violencia criminal crónica que hasta hoy sufre, la sociedad mexicana que conocemos, y también la que muchos de sus ciudadanos, quizá la mayoría, aspiramos a construir: una sociedad abierta, democrática, justa y habitable, perecerá como tal. Especular acerca de aquello que la sustituya sería propio de una ficción pesadillesca que en mucho, por desgracia, se antoja cada vez menos imaginaria y más próxima a lo real: el segundo Estado de los poderes fácticos convertido en el primero, es decir, la sociedad narca y criminal ejerciendo directamente, y no vicariamente como ahora lo hace, el poder real. Habrá sobrevenido una nueva y atroz dialéctica de la intimidad y de lo público, de lo doméstico y de lo social, y no se afirmará entonces, como en otros tiempos históricos de rupturas estructurales, que “nació una terrible belleza”, sino que ha surgido una espantosa fealdad.
El escenario a), la destrucción de los organismos que provocan la enfermedad, es el que aparentemente han elegido el gobierno calderonista y sus aliados para enfrentar la incontenible marea criminal que abarca todo el territorio de la república, la inseguridad que flagela cualquiera de sus rincones, la violencia que se esparce por aquí y por allá. El fracaso de dicha estrategia es evidente pues quienes la aplican resultan ser también, y acaso antes, aquella infección purulenta que pretenden curar.
Los desmanes del narcotráfico y del crimen organizado son una resultante orgánica de la impunidad corrupta que caracteriza a la clase política mexicana y a buena parte de las élites criollas. Preguntarse cómo es posible que a la firma de un ampuloso show mediático ---ya se sabe que cuando mueren las virtudes sólo quedan en pie los ritos---, bautizado como Acuerdo Nacional por la Seguridad y la Justicia, acudan gobernadores impresentables y dudosísimos (Marín, Ruiz, Herrera, et al.), líderes sindicales impresentables y dudosísimos (Gordillo, Romero Deschamps, et al.), funcionarios acaso todavía presentables pero cuando menos dudosos (Soberanes, Mouriño, Téllez, et al.), encargados de la cuestión a tratar flagrantemente ineficaces (Medina Mora, Campa, García Luna, et al.), políticos oportunistas e inútiles (Ebrard, Martínez, Navarrete, et al.), sería preguntarse por las axiomáticas razones que han llevado al país a estar dónde y cómo está: todos ellos llevan años de ocupar un cargo tras otro, de gozar de impunidad tras otra en sus yerros, en sus ocurrencias, en sus arbitrariedades y, muchos, en sus crasos delitos.
De tal manera que el primer escenario tendría que significar la eliminación de un proceso infeccioso nacional del cual forman parte los mismos políticos y aquellos enormes intereses económicos que representan y tutelan, tanto como los aparatos de control ideológico que promueven la cultura de la violencia y aun postulan como modelo de vida para todo público a la sociedad narca ---así algún canal del sistema Sky propiedad de Televisa anuncia por estos días el inminente estreno de una serie televisiva sobre los carteles de la droga y sus antihéroes, la cual promete acción, entretenimiento y mensajes masivos que de tan obvios ya ni siquiera requieren ser subliminales.
El cuarto escenario, la simbiosis, es socialmente imposible, pues la violencia criminal y su imperio del terror significan la destrucción de las pautas de convivencia y sentido común en cualquier colectividad. ¿No hay salida, entonces? ¿La enfermedad mexicana será mortal? No por fuerza, si otra personificación colectiva aparece, como comienza a suceder, entre nosotros. Antígona ha vuelto a salir a las calles. Ella, que defiende el derecho de un muerto a la sepultura, es quien defiende el derecho de la vida, el hemisferio del ser frente al otro, el del no ser: la corrupción, la impunidad, la mentira política, la violencia criminal. La madre que ayer habló dramáticamente para pedir la libertad de su hija secuestrada desde hace un año es Antígona. Nosotros, quienes estamos hartos de vivir secuestrados por el miedo a ser secuestrados, somos Antígona. Si lo femenino avanza nos salvamos. Acaso en ello consista esa endeble metáfora esotérica sobre el destino nacional: la mujer dormida debe dar a luz.
Las nuevas Antígonas mexicanas se muestran. ¿Cómo serán? Ya lo veremos. A fin de cuentas la catarsis que toda tragedia trae consigo permite lograr una purificación. Antígona vive aquí y será victoriosa, tarde que temprano, a pesar de su dote de dolor: Dios, como diría el poeta, no puede obrar contra Dios.

Fernando Solana Olivares

Friday, August 22, 2008

ESTRATEGIAS DEL OCASO

Los antipsiquiatras afirman que la esquizofrenia es la estrategia de un sujeto que vive ante una situación insoportable. Corazón roto, eso significa la etimología de tal aflicción terrible que confisca la conciencia de quien la padece para aislarlo de sí mismo y de los demás. Nos interesa aquí no el efecto de un corazón roto, la esquizofrenia, que supone una dramática fuga de la realidad, sino su causa: la elaboración de una estrategia ante una situación que es percibida como insoportable.
La gente común y corriente suele considerar las cosas que le ocurren en términos de bendición o maldición, de fatalidad o fortuna. En cambio, la gente superior, los atletas del espíritu, conciben dichos sucesos como desafíos personales ante los que se debe actuar coherentemente, y nada más. Es cierto que una actitud así requiere dejar atrás las pautas del sentimentalismo, los vicios de la autoconmisceración y las adicciones del autoconcepto. En suma, dejar atrás el ego, una hipótesis inútil que sin embargo es considerada como esencial en nuestra cultura (hoy los gimnasios así se llaman: ego). Y dejar atrás también otro tópico poderosísimo: aquello que se conoce como sujeto histórico, es decir, la condición mental inescapable que obliga a casi todos a vivir emocional y espiritualmente en la época que les ha sido cronológicamente dada, como si fuera la única existente, la única habitable, la única real.
Si esto suena a autoayuda, es porque lo es. No en balde prolifera ahora, en este momento crepuscular de desorientación social e incertidumbre globalizada, una literatura muy inferior cuya oferta radica en decirle a los habitantes de la tardomodernidad qué hacer, cómo hacerlo y para qué hacerlo, o sea, en mostrarles un camino de salvación existencial. El que en su abrumadora mayoría estos productos representen una manifestación de la misma enfermedad que pretenden curar, que sean meras formas irracionales, mercadotécnicas y vitalistas del autoengaño, no cancela la antigua y profunda procedencia que tienen: se originan en aquella tendencia del género humano que se llama gnosis (conocimiento), y que sobre todo es una herramienta utilizada por el sujeto para cumplir con una tarea, la auténticamente humana, según dicen múltiples tradiciones y filosofías: cultivarse a sí mismo mediante el empleo del conocimiento y en ánimo de comprender, o meramente atisbar, el enigmático misterio de lo que llamamos realidad.
Estrategias ante una situación insoportable. Estrategias ante la vida, pues la vida puede resultar insoportable. Máxime ahora, cuando tantos signos muestran una descomposición atmosférica creciente, de crisis crónicas que abarcan todos los ámbitos: la propiedad, la alimentación, el medio físico, la economía, la política, la seguridad personal, el presente, el futuro, y hasta el pasado con su horrible fuerza retroactiva donde se incubó lo que hoy acontece: los huevos de la serpiente están delante de todos desde hace tiempo.
Una verdad sociológica establece que las sociedades humanas tienen éxito (perdurabilidad y vigencia) mientras la mayoría de sus miembros así lo creen. En México, la mayoría dentro de la minoría que está despierta parece no creerlo más. Y tal vez en su fuero interno, en sus sueños, en su subjetividad, en sus somatizaciones, tampoco las mayorías nacionales que están dormidas e intoxicadas por los aparatos ideológicos de dominación ya creen en ello. Hasta las oligarquías se comportan con una intranquilidad creciente y en sobresaltado aumento.
Nunca como esta vez he recibido correos electrónicos de lectores y lectoras, sobre todo de lectoras, que comparten lo que se escribió aquí la semana pasada y me cuentan su desencanto y preocupación ante la violenta y desarticulada realidad mexicana, ante la impunidad escandalosa, ante la grotesca política, ante el doble discurso, ante el país real. ¿Cuándo se jodió México? ¿Cuándo comenzó este veloz recorrido hacia el malogro? ¿Cuál fue la fecha púdica y secreta o estrepitosa y pública que marcó el derrotero seguido desde entonces por la sociedad mexicana hasta este punto donde la noticia del día es peor que la anterior?
Sí porque sí. No porque no. Sí pero no. Yo tengo para mí que esta etapa mexicana (designada taróticamente por Jodorowsky como el momento donde México se crucifica a sí mismo para dar paso a otra circunstancia) comenzó con el siniestro y kantiano régimen de Carlos Salinas. ¿Por qué kantiano? Porque el viejo filósofo alemán explicaría que el principio de razón suficiente es el que actúa siempre y en todo: “ningún hecho o enunciado puede ser verdadero o existente sin que haya una razón suficiente para que así sea y no de otro modo”. Simplificando tal principio, puede aceptarse que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. ¿Cuándo se jodió México? Cuando Salinas.
Pero como haya sido, aquí estamos: encerrados en nuestra propia incertidumbre y viendo a los malos enchidos de apasionada intensidad. Necesitamos desarrollar estrategias ante una situación que sin mucho pensamiento negativo puede considerarse como insoportable. Los chinos, nuevos dueños del mundo, profieren una maldición contra el enemigo: “que vivas en tiempos interesantes”. Los nuestros lo son y ese es su desafío. ¿Autoayuda? Sí, cómo no. Uno debe ser una lámpara para sí mismo. Tal fue la enseñanza del Budha antes de morir. Sigue del todo vigente para cabalgar al tigre de la época. La salida es por ahí.

Fernando Solana Olivares

Friday, August 15, 2008

¿YA BASTA?

¿Ya basta de qué? ¿De un sistema político y económico profundamente injusto y brutalmente desigual, donde la violencia y la inseguridad resultan ser una consecuencia directa de sus atroces condiciones estructurales? ¿De la impunidad que corroe los cimientos del país, donde no se castigan los delitos de ningún poderoso, trátese de empresarios dueños de todo, de políticos venales que roban todo, de hijastros de políticos venales que se aprovechan de todo? ¿De elecciones presidenciales como la de 2006, flagrantemente ilegítimas pero sancionadas por tribunales supremos cuya facciosa calificación legal resulta ser un descarado fraude? ¿De líderes sindicales como el cacique petrolero que ostenta sin rubor alguno relojes de miles de dólares ante las lentes de los fotógrafos de prensa? ¿De secretarías del medio ambiente que racionalizan los ecocidios y acreditan su “viabilidad” para justificar los atentados desarrollistas que destruirán los últimos bosques de agua? ¿De líderes políticos como los panistas, opresivamente mediocres e histéricamente apasionados, dispuestos a extender su confesionalidad clasemediera a un país mucho más complejo y diverso de lo que sus guanajuatizadas neuronas pueden hacerles ver? ¿De perredistas irremediables que se canibalizan metódicamente mientras la realidad nacional sigue degradándose sin que exista una izquierda moderna e inteligente que pueda, si no atemperarla, cuando menos interpretarla? ¿De un lópezobradorismo que sólo dice rabiosamente que no pero es incapaz de proponer creativamente dónde, cuándo y cómo sí? ¿De melifluos priistas maquillados que hoy ocupan las vicepresidencias de facto de la nación y mañana volverán al poder para restaurar aquella enfermedad crónica que antes significaron y que hoy, ante el tiempo común tan agobiante y tormentoso, ante tanta fragilidad de la memoria colectiva, comienza a percibirse como un mal menor? ¿De encuestas hechas por encargo que anuncian una supuesta popularidad presidencial del 60%, justo cuando es evidente que la misión de gobernar le ha quedado grande, muy grande, al extraviado hombre que reside en Los Pinos creyendo todavía que un eslogan sobre el vivir mejor será política y mediáticamente suficiente para acometer su delicadísima tarea? ¿De monopolios televisivos asombrosamente banales y vulgares y aburridos que son capaces de convertir en insoportables hasta las olimpiadas chinas? ¿De esos mismos monopolios que recusan la violencia desde sus púlpitos informativos pero que la han convertido en una pedagogía social plagada de asesinatos, violaciones y excesos de todo tipo en sus programas de “entretenimiento”? ¿De gobernadores borrachos y devotos como el de Jalisco que mandan a chingar a su madre a quienes critican el uso discrecional y patrimonialista que hacen del dinero de los impuestos, el cual entregan a arzobispos para erigir santuarios cristeros o a Televisa para grabar telenovelas tóxicas y realizar encuentros juveniles de autopromoción? ¿De jerarcas y altos prelados católicos como el de Guadalajara, quien en su fervorín dominical advierte que los matrimonios son bolas de billar condenadas a golpearse pero a estar juntas siempre mientras habla de la violencia intrafamiliar y contra las mujeres, en las cuales su estado y sus feligreses ocupan uno de los primeros lugares del país? ¿De gobernadores como el siniestro señor de Oaxaca que oportunamente se monta en la indignación popular contra los secuestradores y manda legislar a su borregil congreso local la suma de 105 años de cárcel para penar ese infame delito, cuando él mismo es responsable, según la voz popular, del epidémico aumento de los mismos en su satrapía estatal? ¿De intelectuales vendidos al mejor postor, de académicos al servicio de la derecha neoliberal, de exfuncionarios petroleros ahora empleados de empresas trasnacionales que festejan sin un ápice de crítica las bondades irresistibles de la reforma petrolera gubernamental? ¿De denuncias como la del titular de la Auditoría Superior de la Federación en torno a los 680 mil millones de pesos devueltos por el gobierno de Vicente Fox a grandes empresarios del país debido a los regímenes fiscales únicos que inmoralmente gozan? ¿De una consulta ciudadana sobre el destino del petróleo que sesgó sus preguntas para derivar en un no quizá simbólico pero escasamente operativo? ¿De foros de debates como el realizado en el Senado de la República que a todas luces son un diálogo de sordos si acaso catártico pero nunca instrumental? ¿De policías mal pagados cómplices del crimen organizado? ¿De policías que son en sí mismos el crimen organizado? ¿De supremas cortes de justicia tan desacreditadas? ¿De Fobaproas y rescates carreteros y privatizaciones insaciables y escandalosamente adversas para los intereses de la nación? ¿De las muertas de Juárez, ese espantoso gólgota que sigue ocurriendo? ¿De los periodistas asesinados por cumplir con su deber informativo? ¿Del comercio sexual infantil protegido por autoridades? ¿De los monopolios farmacéuticos que encarecen las medicinas locales como en pocos países ocurre? ¿De los bancos extranjeros que se hinchan de plata aquí más que en cualquier otro lugar? ¿De la estupidez colectivizada, arma fundamental de las clases dominantes, distribuida en procesos educativos directos e indirectos como los medios masivos de comunicación? ¿De la ausencia hasta hoy irreparable de una obra política común, ya sea desde el entorno más próximo, el pequeño formato cotidiano, desde la suerte del vecino que vive al lado de mi casa? De ser así, entonces estoy de acuerdo: ya basta, digo yo.

Fernando Solana Olivares

Sunday, August 10, 2008

EL BOSQUE DE AGUA

Me escribe un amigo para contarme su tristeza por la inminente destrucción de la zona forestal más importante del centro del país: el Gran Bosque de Agua, localizado entre las ciudades de Cuernavaca, México y Toluca, que será mutilado, y a mediano plazo destruido, por la autopista Lerma-Tres Marías, recientemente autorizada por el titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Juan Elvira, a pesar de que en 2005 y 2006 la misma dependencia la hubiera rechazado por el brutal impacto ecocida que tal carretera provocará en una de las regiones con mayor diversidad biológica del mundo, que abastece de agua a 35 millones de habitantes de esa parte de la república, regula el clima y mitiga los efectos del calentamiento global.
Sin importar los argumentos técnicos, ambientales y legales presentados por la comunidad científica, por diversas organizaciones ambientalistas y por las comunidades de la zona para oponerse a tal despropósito carretero ---calificado por algunos articulistas, siempre sirvientes del poder político y de los nihilistas intereses económicos que éste tutela, como indispensable “progreso”---, la mal llamada Secretaría del Medio Ambiente y su irresponsable titular no atendieron ninguna de cuando menos once razones sólidamente sustentadas en dichos argumentos, que exigirían, si las leyes y el interés público en este país no fueran meras abstracciones, la prohibición perentoria de la autoridad competente (es un decir) para la construcción de tan nociva autopista que herirá de muerte al Gran Bosque de Agua, una geografía vital y por ello sagrada, además.
Pero los negocios de las oligarquías locales y la corrupción de los funcionarios gubernamentales mexicanos, su condición idiota de encierro en lo particular, están por encima de cualquier circunstancia, aun de nuestra propia sobrevivencia como sociedad histórica y quizá, tremendismos aparte, como especie viviente sobre el planeta. Cuenta James Lovelock, uno de los científicos e intelectuales ecologistas más importantes de la época, creador de la antes hipótesis y hoy realidad comprobada de Gaia (la cual establece que la Tierra funciona como un sistema único y autorregulado que se forma por componentes físicos, químicos, biológicos y humanos, cuyas interacciones y flujos de información son complejos y de gran variabilidad en sus múltiples escalas temporales y espaciales), que estamos atrapados en un círculo vicioso de repercusión instantánea: lo que afecta a un sitio rápidamente afecta también a otros lugares. Y su metáfora sobre la situación actual es perturbadora, pues afirma que nos acercamos a un punto de inflexión: “nuestro destino es parecido al de los pasajeros de un pequeño yate que navegan tranquilamente junto a las cataratas del Niágara sin saber que los motores están a punto de fallar”.
Que no lo perciban la inútil Semarnat y su venal secretario no importa ya, en sustancia, gran cosa: el régimen panista solamente busca “guanajuatizar” al país, y su flagrante inepcia y su inmensa pobreza conceptual están muy cerca de conseguirlo, así nos falte terminar de conocer, y padecer, el verdadero significado político, ambiental, económico y social de tan ominoso neologismo: el mal siempre es banal, la estupidez también. Nadie da lo que no tiene y los funcionarios públicos otorgan a los capitalistas a quienes sirven aquellos permisos necesarios para acercarnos al suicidio global. Progresemos, pues.
“Pronto tendrá lugar la batalla ---escribe Lovelock en el último, amargo y lúcido de sus libros, La venganza de la tierra, Planeta---, y lo que vendrá será mucho más letal que una Blitzkrieg. Al cambiar el medio ambiente, hemos declarado sin darnos cuenta la guerra a Gaia. Hemos ocupado el medio de otras especies, el equivalente, en el campo internacional, a haber invadido el territorio de otro país. El futuro pinta mal. Incluso si tomamos medidas inmediatas, nos espera, como en cualquier guerra, una época muy difícil que nos llevará al límite de nuestras fuerzas. Somos resistentes, y hará falta mucho más que la anunciada catástrofe climática para eliminar a todas las parejas humanas en edad de reproducción, pero si no está en juego la supervivencia de la especie humana, lo que está en riesgo es la supervivencia de la civilización”.
La tristeza de mi amigo Octavio Ramón González Díaz por la destrucción del Gran Bosque de Agua es tan humanamente honrosa como socialmente irreparable. Entiendo que un joven padre de familia como él, con hijos pequeños, sienta que estamos en un callejón sin salida. No le diré que lo que no nos aniquila nos vuelve más fuertes, sino que debemos armarnos espiritual y somáticamente para la noche racionalista que ya comenzó. Las culturas sólo cambian con las catástrofes, así que debemos educar a los nuestros para que lo sepan, lo acepten y lo procesen: toda puerta que se cierra es otra que después se abrirá. Quienes hoy son niños deberán prepararse para construir un nuevo mundo y una nueva manera humana de habitar en él. Recordarán entonces la tristeza de sus padres y sabrán que ella, un signo de esta época terminal, edad oscura, fue el abono de su legítima alegría, de su creativa capacidad. No habrá entonces ninguna Semarnat esquizofrénica, ningún funcionario idiota, ningún capitalista depredador y voraz. No existirá panismo alguno que “guanajuatice” al país. Los bosques de agua volverán a reinar. Otros serán los términos predominantes en el pensamiento y en el lenguaje: interdependencia, quizá. Que no lo veamos nosotros no supone que no ocurrirá.

Fernando Solana Olivares

Friday, August 01, 2008

HACEDOR DE FLECHAS

Según escribe Ananda K. Coomaraswamy, tanto las Upanishads hindúes como el budismo pali tenían por tema central la búsqueda de la verdad. Pero fue la visión hindú y no la budista la que consideró al arte una forma de yoga (yoga: yugo: unción del cuerpo y de la mente), y a la emoción estética un sentimiento proveniente de la percepción o el atisbo del Ser. La energía del budismo se aplicó al esfuerzo personal monástico, y a pesar de sus orígenes ---“budismo hedonista”, llama el historiador del arte al budismo anterior al siglo II a.C.---, acabó condenando la belleza y los placeres perceptivos como obstáculos para la liberación. La doctrina de los Vedas, en cambio, consideró la vida misma como escenario del punto espiritual de partida y de regreso, el terreno para la acción: el karma yoga que el Bhagavad Gita ofrece como un método humano de encuentro con la totalidad. El arte es uno de ellos.
Establece la tradición hindú que todo ser humano debe resolver cuatro fines en su existencia: kama, el placer físico; artha, la familia; dharma, la ley moral; moksa, la liberación. El renunciante opta por librarse de todos estos fines menos del último, y trata de cumplir el ideal del santo ermitaño: reducir el mundo cotidiano para simplificarlo, acometer una siega de acciones mundanas que lo auxilie en sus tareas de focalización. Pero quienes permanecen en el mundo y conocen la sabiduría de estos cuatro niveles al vivirlos, no desdeñan que el arte sea un sendero que guía por su interior.
Para demostrar la consideración del arte como yoga, aun del arte menor, Coomaraswamy cita a un antiguo autor, Sukracarya: “Es verdad que el fabricante de flechas no percibe más que su trabajo mientras está inmerso en él, pero, no obstante, mantiene la conciencia y el dominio sobre su cuerpo”. La anulación entre el sujeto y el objeto, el olvido de sí del hacedor y su disolvencia controlada en la acción permiten ser un medio para la unidad de la conciencia y el cuerpo, fin último del yoga. La experiencia directa de ello no sólo es accesible para quien goce de fortuna creativa en cualquier escala y en cualquier arte, sino además para quien se conmueve con su contacto, con su sola presencia.
La potencia del arte proviene del mito y el sueño, de misterios de las liturgias sagradas, de gestos trágicos y metafísicos hechos por hordas que alrededor de hogueras primordiales atisbaron fragmentos de otra realidad. No en una revelación dictada sino percibida, no ofrecida sino arrancada, en actos chamánicos exploratorios de otros estados del ser. “He aprendido concentración en el hacedor de flechas”, dice un texto védico. La concentración que desprende de sí al observante. Coomaraswamy recuerda que la estética occidental ha compartido esa convicción: Goethe y la belleza que al percibirla libera al perceptor, Canudo y el abandono de sí como secreto de cualquier arte, Binyon y el vaciamiento del artista para ser llenado por el alma universal. O Schopenhauer y la visión objetiva del autor.
No existían diferencias entre los actos de la devoción y los del arte en la India antigua. Una poderosa visualización era realizada en los dos casos: el devoto elaboraba una imagen mental de la deidad y el artista no iniciaba su tarea sino hasta después de haber visto detalladamente lo que habría de reproducir, abandonando el principio de pensamiento e identificándose con el objeto de la obra. “En cualquier lugar de Oriente donde el pensamiento hindú o budista haya calado lo suficiente ---escribe el autor---, existe la firme convicción de que la mente concentrada y ‘dirigida hacia un punto’ tiene acceso a toda clase de conocimientos, sin necesidad de la intervención directa de los sentidos. Es probable que todos los inventores, artistas o científicos hayan tenido más o menos contacto con esta realidad a través de sus experiencias personales”.
El propósito del artista no era personal sino trascendente, se ajustaba a un canon expresivo y la belleza de la obra no era una búsqueda sino una consecuencia. El interés radicaba en el tema, como ha ocurrido en todos los grandes periodos creativos de la historia. El tema subordinaba la expresión personal del artista, y la condición de autor, tan importante después en la modernidad occidental, no se apreciaba más que en su circunstancia de intermediario entre este mundo y los estados múltiples del ser. Portadores de cordones, cuentas sagradas y anillos de hierba, devotos y conocedores de otras ciencias. Así define un antiguo texto indio los requerimientos para el artista: “debe ser un hombre bueno, ni haragán ni malhumorado, santo, educado, autocontrolado, devoto y caritativo; tal ha de ser su carácter”. La modélica del artista labrada en el yoga y en la emoción divina cumple con la función tradicional del arte entendido como un vehículo para alcanzar un orden trascendente que, bajo cualquier manifestación que tome, es siempre el mismo.
Todo conocimiento verdadero es una identificación con el objeto conocido. No un conocimiento vicario a través del discurso de la razón, esas sombras de la caverna que se toman por reales, sino una identificación integral con la acción. Ya dice el griego que el ser es lo que conoce, pues el conocimiento en sí mismo y la operación mediante la que éste es obtenido no se pueden separar.
De ahí que sea falsa e inútil la belleza que no es resultado sino intención, pues ella sólo se alcanza como consecuencia de una profunda, concentrada y poderosa necesidad. Por eso hay arte que no es tal.


Fernando Solana Olivares