Friday, January 27, 2017

TRUMP MANOS PEQUEÑAS

Las redes de la sociedad de la información han multiplicado los clamores del mundo contra Trump. Ningún otro ascenso de un autócrata en un sistema democrático había sido tan visto y reprobado. Sin embargo, además de todo lo que se sabe del personaje, tan conspicuo y escénico, es poco todavía lo que sabemos sobre su eventual proceder, excepto lo que mostró en el ominoso espectáculo de su irrupción en la política norteamericana y su meteórico y bárbaro asalto del poder. Populismo, narcisismo, incontinencia emocional y verborrea, achaca un crítico al siniestro payaso que defiende a los pobres mientras acumula fortunas y evade impuestos preciándose de ello, busca la adulación de las multitudes, es intolerante ante la crítica, habla de lo que no sabe y no para de hablar (o en su caso, de tuitear). Es misógino y moralizante, pero sobre todo es un capitalista, un arbitrario y feroz empresario desquiciado por esa abstracción. Para cualquier sistema de símbolos políticos, la llegada de una celebridad del reality show a la presidencia norteamericana luce como decadencia romana: llegó el payaso a ser César en la etapa oscura. Está en curso una globalización de la antiglobalización que rechaza a las clases políticas sectarias, corruptas e ineptas, y su insurrección electoral viene de regiones olvidadas por la transnacionalización económica. Cuenta Sandro Pozzi que el voto a favor de Trump se entiende visitando el llamado Rusty Belt, el cinturón de localidades destruidas por la deslocalización industrial en Michigan, Ohio y Pensilvania. Ahí los ciudadanos se sienten marginados por un sistema que los ignora y ha condenado a la intemperie económica. Quieren realmente poco: protección social, trabajos mejor remunerados, mayor igualdad. Además del sentimiento político esencial de creerse escuchados. Trump visitó hasta dos veces pequeñas localidades en esos estados que su rival Clinton ni siquiera consideró. En ellos prodigó su mensaje proteccionista, de enemigos designados y visiones de excluyente grandeza. Encabezó una revuelta blanca aderezada con frases como “lo único importante es que se una la gente, porque los otros no cuentan”. Timothy Garton Ash se pregunta quiénes son esos otros. Somos nosotros, todos los demás. Quienes no corresponden al patriotismo recién decretado cuya base es “el pueblo”, aquello que sólo encarna en una fuente de autoridad unipersonal idéntica a la utilizada por los nazis y tantos otros opresores históricos. La ecuación populista y autocrática está servida: el pueblo es Trump. La Rusia de Putin se parece mucho al fascismo, escribe ese ensayista. Turquía va hacia allá, Hungría ya es una democracia autoritaria y pueden seguir a continuación Francia, Polonia, Holanda, Reino Unido. La lucha contra ese retorno pendular va a ser compleja y quizá generacional, opina. Como otros, incluido quien esto escribe, enuncia lo que todavía serán generalizaciones: se requiere valor, empeño, consistencia, un nuevo lenguaje político y nuevas respuestas ante problemas reales. El tiempo futuro es “puntillista”, afirma Bauman, hablando del lienzo del tiempo hecho de pequeños puntos, cualquiera de los cuales puede convertirse de un momento a otro en un Big Bang. En nuestro tiempo líquido, a diferencia de los cuadros de esa escuela plástica, es imposible predecir qué momento experimentará dicha transformación. El espacio cognitivo ha sido desmantelado. De ahí que este viejo sabio concluya su Ética Posmoderna citando aquella historia de Edgar Allan Poe de la que tanta utilidad sacara Norbert Elias, donde tres pescadores son atrapados por un remolino. Dos de ellos mueren paralizados por el terror. El tercero observa que los objetos redondos son tragados con menos rapidez por la vorágine y salta a un barril. Puede hacerlo porque piensa con calma, se hace hacia atrás de la situación, deja de pensar para sí la situación que vive y representa en su mente la estructura y la dirección del flujo de los acontecimientos, solamente piensa en la situación. Así descubre, interpreta Elias, una forma de escapar. Si la historia continúa se recordará que fue una marcha de mujeres multiplicada por el planeta la que comenzó formalmente esta digna resistencia. Un cartel que llevaba una mujer entre el océano de consignas decía: “Trump, el de las manos pequeñas”. Una parte de su fealdad. El Mulo, aquel mutante de la saga cósmica de Asimov que trastorna la historia y está a punto de descarrilarla, también era anormal. Fernando Solana Olivares

Friday, January 20, 2017

LA ÉTICA SEGÚN BAUMAN

A pesar de su ácida visión sobre la sociedad actual, a la cual famosamente llamó sociedad líquida por la incertidumbre estructural y despiadada que la caracteriza, Zygmunt Bauman se marchó hace unos días creyendo que habría una fundada esperanza, si no en otro futuro radicalmente opuesto, cuando menos en uno mejor y posible para el mundo. También se fue convencido de que bien podría no ser así. La conciencia conduce a la amargura y remontar el sentimiento que provoca en los que se atreven a ser conscientes es una tarea de sabios, tal vez de santos o de locos sagrados. Si la soberbia literaria de Montherlant anunció que nadie se salva de la necesidad de vivir entre imbéciles, y así se va convirtiendo en uno de ellos, la conciencia reflexiva de Bauman profundizó mediante ensayos centrales en el dantesco y complejo abismo social, político y económico establecido hoy por todo el planeta. Las últimas fotos del pensador y académico polaco muestran su rostro surcado de arrugas, la expresión serena y una mirada irónica penetrante ---aunque teñida de cierta distancia sapiencial, como si viera más allá de lo que miraba--- coronada por unas pequeñas y alborotadas cejas blancas. Un rostro de atención concentrada, crítica y no sentimental que acaso irónicamente acepta la posibilidad de haber ingresado a una época histórica terminal que por más que dure su crepúsculo ya terminó. La sugerente metáfora de la sociedad líquida, aquella de las desoladoras contradicciones que refirió Bauman, cuando la gente anhela vínculos duraderos, pero está temerosa de establecerlos y así se vuelven efímeros y frágiles; que ha hecho de la indiferencia hacia los otros una obligación vital de todos; que ha disuelto paradigmas sociales y evaporado todo tipo de certezas, tanto filosóficas como existenciales o religiosas; que provoca migraciones forzadas semejantes a éxodos bíblicos; cuando sucede la desaparición de los Estados nación y una globalización financiera neoliberal subordina al planeta, esa metáfora líquida que describe la elusiva e impredecible condición del momento actual puede interpretarse paradójicamente como una posibilidad. En su hermoso libro Ética posmoderna (Siglo XXI editores, 2005), Bauman recorre las estaciones donde ahora no está, salvo como acciones rigurosamente individuales, el “espacio moral” que considera sustantivo y esencial para reconstruir la vida colectiva. “Si la creación del estado benefactor ---escribe--- fue un intento por movilizar los intereses económicos en servicio de la responsabilidad moral, su desmantelamiento despliega el interés económico como un medio para liberar el cálculo político de restricciones morales”. Bauman afirma que el desmantelamiento del estado benefactor destruye la responsabilidad moral política y social, no solamente por sus depredadores efectos sobre los pobres y desafortunados sino además por sus consecuencias para los yoes morales de las personas en general, físicamente tan cerca y espiritualmente tan remotas. Los otros, los que Berman llama “el ser para los Otros” y considera piedra angular de la moralidad, se convierten en cuentas y cálculos, pérdidas y ganancias, en valor monetario. De ahí, entre otras cosas, el deterioro irremediable de lo público, de los servicios colectivos como la salud y la educación, la vivienda o el trabajo. Ésta es una de las caras de la posmodernidad: “la disolución de lo obligatorio en lo opcional”. La segunda es “la sectaria furia de la afirmación neotribal”: la violencia como instrumento de construcción de un orden inestable y como pedagogía mediática colectiva, la desencantada búsqueda personal de verdades parroquiales, caseras, ante el vacío del ágora, el relativismo inmoral del todo se vale. “El sueño moderno de la modernidad que legisla felicidad ha dado frutos amargos”, escribe Bauman, crítico de internet (“adormece las mentes”) y del activismo de sofá que produce, de la proliferación de sus mensajes de odio y su entronización de la banalidad. “Todo es más fácil en la vida virtual”, ironizará. Su esperanza radica en que la conciencia moral haya sido anestesiada, no amputada. Aún es capaz de sacudirse, señala, de cumplir la hazaña de despertar del sueño dogmático. Esa responsabilidad es la más inalienable de las posesiones humanas y el mayor de sus derechos. “Existe antes de cualquier reafirmación o prueba, y después de cualquier excusa o absolución”. La moral va más allá de la razón. Fernando Solana Olivares

Friday, January 13, 2017

UN ALMA SIMPLE

El ser es lo que conoce, afirma la sentencia clásica. Y ella sólo conoció el servicio a los demás. Desde esa experiencia, que pareciera ser tan reducida, lo supo todo: la alegría, la perseverancia, el método, la generosa bondad. Y el mal, desde luego, principio opuesto y complementario de cualquier manifestación. Pero no hizo mayor caso de él. Siendo un alma simple, los otros no la atribulaban con sus irritantes personales: era invulnerable gracias a ese disfraz de simpleza que algo ---el ser, un dios, el destino--- adoptó en ella. La fuerza tranquila, sosegada, de estar a los lados de las cosas, en los intersticios de la cuestión. Su mente no era de especialista sino de principiante, por eso saludaba a la gente con la risueña cordialidad de la primera vez. Tenía sus desafectos criminosos: señoras guandajas, hombres facetos, pero a muy pocos los confiaba. Cuando lo hacía, una explosión superior de risa concluía el pecadillo venial. Un maestro albañil, artesano que nunca supo latín y no mereció el apelativo de arquitecto, le profetizó que cuando llegara al cielo el portero de la corte celestial la rechazaría por haber sido tan tontamente buena. Ella reía al oírlo, siempre reía. Había puesto en práctica, con femenina tersura, lo que muchos años antes teorizó un jesuita que buscaba fósiles en el desierto del Gobi: de ahora en adelante, dijo, debo renunciar a mí mismo y dedicarme a servir a los demás. Lo simple cumple una función compleja. Ella, ama de llaves de una familia que había heredado una casona en la plaza de un pueblito alteño, se convirtió en el centro de tres generaciones familiares y administró un imaginario emocional ajeno, que tomó como propio con su invariable estar ahí. Una alegoría del trabajo de servidumbre vuelto un yoga de lo cotidiano (el más difícil, dijo una santa que lo practicó) y de una pedagogía de la acción repetida una y otra vez con monótono poder. Limpiar su casa, por ejemplo, como hacía ella, cuidar de sus exuberantes plantas, cocinar para quien ocupara de comer. La muerte, costumbre que suele tener la gente, a Socorrito, como se le llamaba, le llegó. En su estoicismo crónico no confesó enfermedad o dolor alguno hasta que un día pidió ser llevada de urgencia al hospital. Un cáncer incurable le fue detectado. Los médicos la abrieron y la volvieron a cerrar. Ella platicó alguna vez cómo querría morir. Después de haber limpiado su casa, centro de sus recuerdos y amada máquina de residir, habiéndose bañado y después acostado a dormir. El guion no resultó tan lineal como su narrativa deseaba, pero resultó una especie de armónica danza femenina para hacerla ingresar suave, dulce, indoloramente en lo posible, a la muerte. Para ayudarla a morir con los ojos abiertos. Se activó la función de los espejos. Hubo momentos donde dos de las cuidadoras, vinculadas a ella desde la infancia, bañaron con muda precisión su cuerpo enfermo celebrando un sacramento ritual de purificación y tránsito. Abluciones para bien morir. Un hombre bien agradecido le llevó un ramo de rosas blancas y ese encuentro pareció quedar grabado entre sus recuerdos finales. La numerosa familia se mostró sensible y algunos vinieron a cuidarla. Entre ellos llegó una perspectiva de morir, supuestamente cristiana pero francamente sádica, que exaltaba el dolor del moribundo como supuesta expiación bendita por el dolor infligido en el pasado a su deidad crucificada. La muerte despierta pasiones y cuando el centro de algo se pierde surge, con agudeza, la poética del conflicto. Toda la bondad de ella se hizo presente, tanto como la gente del pueblo que el día entero la iba a ver y preguntaba cómo seguía. Así que la inquisidora, una cincuentona ministra y dipsómana de la moral ajena, quedó derrotada. La danza mortuoria de esta mujer continuó entre sus cuatro hadas, las conductoras al paso final. El deceso ocurrió después del mediodía. Socorrito tomó de las manos a dos de sus ángeles de la muerte, cerró la boca y en un esfuerzo supremo se obligó a exhalar el alma por la coronilla del cráneo, una salida que las tradiciones orientales auguran como bienaventurada, superior. Se dice que la verdad es una y los senderos que llevan a ella son incontables. Frente al mal de estas horas se oponen los pequeños bienes que la gente buena ensaya, regala, cede. Lo que no se da, se pierde, enseñan los textos hindúes. ¿Cuánto recibe quien lo da todo? Aún si es nada, hacerlo habrá valido la pena. Fernando Solana Olivares

Friday, January 06, 2017

DIÁLOGO SIN ORILLAS

La noche está por terminar y el grisáceo amanecer frío todavía no comienza. Quedan dos viejos sentados a una mesa del salón desierto en medio de la resaca de la fiesta. Son alteños, enjutos y desconfiados, cristeros sólo por necios, sabios rurales a fuerza de paciencia, decepciones y frentazos. Don Uno: Que me habla mi hija y me dice que la carretera está cerrada. ¿Cómo ve? Don Dos: Se entiende, ¿qué no? La gente está muy encabronada. Don Uno: Es colapsante. Parece que ya hicieron agua. A menos que sea intencional. Pero entonces resultará suicida. Don Dos: Súmele la mezcla: ineptos, cleptócratas y apátridas. Combinación letal. Don Uno: ¿Y qué pronostica? Don Dos: Que no hay pronóstico posible. Sólo lo que últimamente ando diciendo: se va a poner peor. Don Uno: O sea que ya se jodió. Don Dos: La situación luce irreparable. ¿No le parece? Don Uno: Sí, no creo que puedan arreglar su violenta ingobernabilidad tan esmerada, tan repetida. Don Dos: Entre ineptitud y corrupciones. ¿Así cómo van a poder? Don Uno: ¿Y luego entonces? ¿Hacia dónde cree usted que vayan las cosas? Don Dos: Hacia donde vaya todo: crisis, colapso, transformación planetaria, pero con particularidades nacionales. Como somos aquí. Don Uno: ¿Y cómo vio la cena? Don Dos: Con evidentes signos de vejez. Veo guapas a todas las mujeres, me enojo de todo, todo me parece caro. Y luego esta sensación de muchas gracias, pero fíjense que el sistema mundo se acabó. Don Uno: Eso está bien. Lo parejero es sabiduría, lo otro es carácter recio y lo último ahorratividad. Y de lo último, ¿qué puedo decirle? Don Dos: No crea, luego ese talante se me impone en las fiestas familiares. Don Uno: Fíjese que se murió un señor que anduvo diciendo que odiaba a todos pero que era amable con todos. Don Dos: Yo no. Me puse de antipático. De criminoso, pues. Y ya ve que hay muchos que no aguantan vara. Don Uno: Acuérdese que con la vara que uno mida será medido. Don Dos: Pues a nuestros impresentables políticos los juzgaremos por el caos de sus resultados. Por el chingo de perjuicios causados. Con una durísima vara. Don Uno: El radio anduvo perifoneando su doble-pensamiento. Que todo era en interés del país. ¿Y notó la simultaneidad: Tultepec-Quince años de Rubí-Gasolinazo? Don Dos: Administran las tragedias y utilizan el escándalo. Nos tratan como débiles mentales. Don Uno: Tengo un amigo que me contó que ya tienen a Duarte. Lo van a presentar cuando necesiten ofrecerle al público una pieza para su entretenimiento y distracción. Don Dos: ¿Y entonces qué? ¿Los corremos a todos? Don Uno: Eso deberíamos hacer. Don Dos: Está cabrón, mi amigo. Hay lo que hay. Y lo que hay es lo peor posible. Por eso se dedican a eso. Don Uno: Entonces va a llegar al poder un payaso siniestro, como el de los gringos. O un triunvirato militar. O de plano un narco gobierno. O un independiente que sea marioneta de los poderosos. Don Dos: O sucederá un milagro guadalupano y López Obrador será triunfador. Tendría entonces dos opciones: cambiar las cosas o gobernar casi igual. Don Uno: La primera ha sido crónicamente imposible, la segunda es más común que ocurra. Además, está el personaje mismo y sus desaciertos. Don Dos: El factor principal será Trump, y el gobierno mexicano que quedará a sus apreciables órdenes. Don Uno: Pero el mercado capitalista es un monstruo mecánico. Su proteccionismo económico puede ser su perdición. Don Dos: Sabe, como diría el profeta. Esto va color de muerto y uno debe ocuparse en vivir. Don Uno: Póngale el sobre: sobrevivir. Lo dijo un jefe apache cuando los blancos le ofrecieron comprar la tierra. Y ahora, en medio del desastre, ¿qué pues? Don Dos: No se haga desdichado antes de tiempo. Pero no deje de vigilar. Como dice el evangelista: no sabemos ni el día ni la hora. Tampoco cómo será. Don Uno: Ayer visité a una mujer muy enferma y le susurré al oído que debía entrar a la muerte con los ojos abiertos. Don Dos: Aunque fuera mantenerlos abiertos en vida. No sé quién dijo que eso era lo más difícil: mirar con atención lo que tenemos delante de los ojos. Don Uno: ¿Sabe que me tranquiliza? Pensar en aquel dicho tan antiguo: también esto pasará. El asunto es mientras tanto pasa. Feliz año, pues. Don Dos: Para usted también. Me gusta terminar. Fernando Solana Olivares