TRUMP MANOS PEQUEÑAS
Las redes de la sociedad de la información han multiplicado los clamores del mundo contra Trump. Ningún otro ascenso de un autócrata en un sistema democrático había sido tan visto y reprobado. Sin embargo, además de todo lo que se sabe del personaje, tan conspicuo y escénico, es poco todavía lo que sabemos sobre su eventual proceder, excepto lo que mostró en el ominoso espectáculo de su irrupción en la política norteamericana y su meteórico y bárbaro asalto del poder.
Populismo, narcisismo, incontinencia emocional y verborrea, achaca un crítico al siniestro payaso que defiende a los pobres mientras acumula fortunas y evade impuestos preciándose de ello, busca la adulación de las multitudes, es intolerante ante la crítica, habla de lo que no sabe y no para de hablar (o en su caso, de tuitear). Es misógino y moralizante, pero sobre todo es un capitalista, un arbitrario y feroz empresario desquiciado por esa abstracción. Para cualquier sistema de símbolos políticos, la llegada de una celebridad del reality show a la presidencia norteamericana luce como decadencia romana: llegó el payaso a ser César en la etapa oscura.
Está en curso una globalización de la antiglobalización que rechaza a las clases políticas sectarias, corruptas e ineptas, y su insurrección electoral viene de regiones olvidadas por la transnacionalización económica. Cuenta Sandro Pozzi que el voto a favor de Trump se entiende visitando el llamado Rusty Belt, el cinturón de localidades destruidas por la deslocalización industrial en Michigan, Ohio y Pensilvania. Ahí los ciudadanos se sienten marginados por un sistema que los ignora y ha condenado a la intemperie económica. Quieren realmente poco: protección social, trabajos mejor remunerados, mayor igualdad. Además del sentimiento político esencial de creerse escuchados.
Trump visitó hasta dos veces pequeñas localidades en esos estados que su rival Clinton ni siquiera consideró. En ellos prodigó su mensaje proteccionista, de enemigos designados y visiones de excluyente grandeza. Encabezó una revuelta blanca aderezada con frases como “lo único importante es que se una la gente, porque los otros no cuentan”. Timothy Garton Ash se pregunta quiénes son esos otros. Somos nosotros, todos los demás. Quienes no corresponden al patriotismo recién decretado cuya base es “el pueblo”, aquello que sólo encarna en una fuente de autoridad unipersonal idéntica a la utilizada por los nazis y tantos otros opresores históricos. La ecuación populista y autocrática está servida: el pueblo es Trump.
La Rusia de Putin se parece mucho al fascismo, escribe ese ensayista. Turquía va hacia allá, Hungría ya es una democracia autoritaria y pueden seguir a continuación Francia, Polonia, Holanda, Reino Unido. La lucha contra ese retorno pendular va a ser compleja y quizá generacional, opina. Como otros, incluido quien esto escribe, enuncia lo que todavía serán generalizaciones: se requiere valor, empeño, consistencia, un nuevo lenguaje político y nuevas respuestas ante problemas reales.
El tiempo futuro es “puntillista”, afirma Bauman, hablando del lienzo del tiempo hecho de pequeños puntos, cualquiera de los cuales puede convertirse de un momento a otro en un Big Bang. En nuestro tiempo líquido, a diferencia de los cuadros de esa escuela plástica, es imposible predecir qué momento experimentará dicha transformación. El espacio cognitivo ha sido desmantelado. De ahí que este viejo sabio concluya su Ética Posmoderna citando aquella historia de Edgar Allan Poe de la que tanta utilidad sacara Norbert Elias, donde tres pescadores son atrapados por un remolino. Dos de ellos mueren paralizados por el terror. El tercero observa que los objetos redondos son tragados con menos rapidez por la vorágine y salta a un barril. Puede hacerlo porque piensa con calma, se hace hacia atrás de la situación, deja de pensar para sí la situación que vive y representa en su mente la estructura y la dirección del flujo de los acontecimientos, solamente piensa en la situación. Así descubre, interpreta Elias, una forma de escapar.
Si la historia continúa se recordará que fue una marcha de mujeres multiplicada por el planeta la que comenzó formalmente esta digna resistencia. Un cartel que llevaba una mujer entre el océano de consignas decía: “Trump, el de las manos pequeñas”. Una parte de su fealdad. El Mulo, aquel mutante de la saga cósmica de Asimov que trastorna la historia y está a punto de descarrilarla, también era anormal.
Fernando Solana Olivares
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