Monday, October 29, 2012

EL GRAN PREMIO.

La comedia crápula. A Bryce Echenique le envían el mal dado premio de manera vergonzante y sigilosa hasta su casa, sus 103 defensores hablan de linchamientos morales y Jorge Volpi aduce para explicar su responsabilidad, si me informaron exactamente, que el peruano es un escritor “clásico”. ¡Ah! Un desenlace así era de esperarse. La autocrítica, la aceptación del error y su enmendamiento no son alcances comunes. Retirarle el premio a Bryce, única alternativa digna, hubiera significado una reivindicación de la moral literaria y de la moral a secas, una inteligente amplitud de espíritu, el elegante reconocimiento de algo muy frecuente: nos equivocamos. Es un disparate declarar a un autor clásico antes de que el tiempo y la memoria común pronuncien su veredicto al respecto. Volpi, que no será clásico, declara que Bryce ya lo es. ¿Por eso obviaron sus malas costumbres literarias, sus plagios y por ende su ilegitimidad? Los 103 defensores del jurado y su premiado ---operación control de daños--- tampoco pudieron alegar más que vaguedades conspirativas para defender al culpable Bryce, hurtador de textos ajenos. El efecto de esto al interior de la república de las letras será corroborar lo que bien se sabe, la venalidad de tantos premios y sus extraliterarias causas, la ontológica y mexicana impunidad corrupta. Pero las consecuencias públicas serán mucho más graves, pues la decisión legitima el fraude y lo condona. Lo premia socialmente con fondos públicos. No sólo provoca entonces un envilecimiento del lenguaje y de la probidad estética: causa sobre todo un envilecimiento ético. Aunque ahora que no hay hechos sino interpretaciones, plena modernidad líquida, la anterior es una opinión refutable desde la perspectiva del jurado, del impertérrito ganador, de los intereses editoriales, de la FIL misma y de su autoridad última, Raúl Padilla. En el cuerpo argumentativo que todos ellos han generado para explicar sus razones no aparece el tema esencial: un escritor que plagia textos ajenos dieciséis veces y es sentenciado por autoridades judiciales peruanas (amén de otras 32 apropiaciones hasta hoy documentadas en su cuenta delictiva por la académica chilena María Soledad de la Cerda en Proceso 1877). Es insostenible pretender que eso no cuenta para reconocer una obra literaria. Hay literatura buena, mala y plagiada. ¿Bryce es premiado por la primera, exonerado de la segunda y perdonado ante la tercera? En un alarde de provocación y prepotencia, Jorge Volpi, jurado comprometido en la escandalosa decisión, además de su apelación canónica ha escrito, tanto en su blog como en un artículo de opinión, que el rechazo al premio de Bryce Echenique nace de la envidia: son “alaridos de la inquisición literaria”, afirma, cuya actitud, “disfrazada de cruzada moral, en realidad esconde el virus de la intolerancia y el autoritarismo”. El mundo al revés o la abusiva ocupación insana del lenguaje. ¿Intolerancia ante el fraude? ¿Autoritarismo por apelar a la ley, a la moral estética, a la decencia y el sentido común? ¿Envidia al denunciar la inelegibilidad de un escritor sentenciado por robar a otros la materia prima del acto escritural? ¿Inquisición literaria cuando la crítica y la repulsa no son hacia los méritos escriturales de Bryce, de haberlos, sino a sus deméritos textuales, tan cínicos, tan probados, tan abundantes? Extraños y ominosos tiempos históricos donde no sólo lo sólido sino también aquello intangible que constituye (o constituyó, pues ya no es así) lo real desde una perspectiva colectiva: valores, sentidos, preceptos, se ha desvanecido fatalmente porque ya no obliga ni convence. El hablar no hace cocer el arroz, dice un proverbio chino. Tampoco los reconocimientos sectarios expían las malas reputaciones, así se entreguen contra viento y marea y por la puerta de atrás. El gobierno mundial de corporaciones y mercados surgido callada y orgánicamente, ese “falso amanecer” global, ha traído consigo una contra-ética cuyo máximo “valor” es el éxito, la ideología más falsa en circulación. A ella deben abonarse las razones del empecinado premio, de los jurados que lo han discernido y de la compulsión plagiaria del premiado. El error posmoderno de creer que no puede saberse nada con certeza deriva en creer que no puede cuestionarse nada en cuanto tal. Ni siquiera el microfascismo de los jurados inapelables, atributo que de antemano concede la no equivocación. Fernando Solana Olivares.

Friday, October 19, 2012

A CONTINUACIÓN.

Afirma Etiemble en su libro La escritura que “pese a que los hombres nacen y mueren desde hace, por lo menos, un millón de años, sólo comenzaron a escribir hace unos seis mil”. Jugando un irónico juego acaso indispensable, este grafógrafo hace la crítica de la escritura escribiendo sobre ella misma, y aunque se duele de las culpas que se le adjudican ---dos principales: desalentó a los seres humanos para cultivar su memoria y favoreció desde entonces la difusión de las mentiras oficiales provenientes del poder en todas sus formas: religiosas, políticas, económicas, sociales---, también recuerda sus virtudes esenciales mediante un texto de Paul-Louis Courier fechado en 1820: “Cuando un fenicio (que fue, imagino, algún artesano sin título ni alcurnia) hubo enseñado a los hombres a pintar la palabra y fijar, con algunos trazos, las fugitivas voces, entonces comenzaron las vagas inquietudes de quienes se agotaban trabajando para otro y, al mismo tiempo, la devoción monárquica de quienes querían a toda costa que trabajaran para ellos. Las primeras palabras escritas fueron libertad, ley, derecho, equidad, razón; y, desde entonces, se vio muy claro que tan ingenioso arte tendía directamente a socavar las prebendas y los privilegios. De aquella época parten los temores de los acomodados y los cortesanos”. Etiemble se pregunta si la escritura es un bien o es un mal. Abrumado (“aplastado”) por la masa de textos existentes en las grandes bibliotecas, tranquilizado a medias por aquellos pronósticos que aseguran que la escritura, con sus alfabetos e ideogramas, está agonizando en nuestra era audiovisual, maldiciendo a veces ese arte que multiplica los embustes ideológicos y somete a las personas, de todos modos escribe acerca de la escritura, gozando así con ella y al mismo tiempo penando en medio de su autorreferencialidad. “¿Cómo no inquietarme ---argumenta---, por poco que recuerde un pasaje de Tristes Tropiques (el indio analfabeto pero inteligente que finge saber leer para esclavizar a quienes, hasta entonces, trataba como iguales) al pertenecer a una civilización en la que la escritura se convierte en la lengua de Esopo: la peor y la mejor de las cosas?” Entonces recorre algunos de los supuestos conocidos sobre el origen de la escritura, el cual, lo mismo que el del lenguaje, “no aporta consigo ninguna solución suficiente” (Vendryès): a) que la escritura sólo pudo aparecer entre los pueblos de agricultores y ganaderos para llevar un registro de sus campos, rebaños, ingresos y gastos (De Gébelin); b) que comenzó como un instrumento de gobierno y administración, conforme a un texto chino antiguo que dice: “los hombres santos de antiquísimos tiempos anudaron cuerdecitas (escribieron) con el fin de gobernar” (Wieger); que fue un medio original para comunicarse con los dioses (Gernet); que su invención, como todos los grandes descubrimientos, sólo se produjo una vez sobre el planeta y de ahí se extendió a todas partes (Bottéro). Refiriéndose al indudable prestigio de los caracteres escritos y a la profunda reverencia que provocan ---el “respeto supersticioso por la cosa escrita”---, Etiemble argumenta que no puede (no debe) sorprendernos que los egipcios viesen en su dios Thot al padre de la escritura, que los cretenses atribuyeran a Zeus la suya o los judíos a Yahvé, y que los japoneses hablen de una escritura primordial recibida por gracia metafísica de la divinidad: “Es maravilloso constatar como, muchos miles de años después de la invención de los caracteres, permanece el convencimiento de las virtudes mágicas de no importa qué alfabeto”. La indagación en cuanto si los hombres han sabido leer antes que aprender a escribir es resuelta por Etiemble de modo afirmativo: los primeros signos leídos fueron las huellas, los rastros dejados tanto por los animales como por los pies de los seres humanos, rúbrica fundacional de la especie recordada en las antiguas grafías chinas que contienen la cita de una ofrenda hecha a la huella del pie de los antepasados. Antes de que la escritura surja como aquella “pintura de la voz” descrita por Voltaire, su canto representado, comenzará con imágenes concretas que darán lugar a la expresión de nociones abstractas, imágenes que luego valdrán mil palabras. Y toda degradación pública o individual será anunciada por una degradación proporcional en el lenguaje, sistema inmunológico del espíritu, degradación en la escritura y su condición ineludible, la lectura. Fernando Solana Olivares.

Friday, October 12, 2012

INTEMPESTIVAS LIBRESCAS.

“El universo es un inmenso libro”, escribió Mohyd-din ibn Arabi, según refiere el Diccionario de los símbolos de Chevalier y Gheerbrant. Elevándose un grado, afirman estos autores, el libro es el símbolo del universo. Así se sabe que el “Libro de la vida” del Apocalipsis está en el centro del Paraíso y corresponde al “Árbol de la vida”, cuyas hojas son semejantes a los caracteres del libro y representan tanto la totalidad de los seres como la totalidad de los decretos divinos. “Si el universo es un libro, es porque el libro es la revelación y entonces, por extensión, la manifestación. El Liber Mundi es al mismo tiempo el mensaje divino, el arquetipo del que otros diversos libros revelados no son más que especificaciones, traducciones en lenguaje inteligible”. Se alude al esoterismo islámico que distingue entre un aspecto macrocósmico y otro microcósmico del libro, a partir de los cuales establece una lista de correspondencias. Al primero, el Liber Mundi, una manifestación que se derrama de su principio, la inteligencia cósmica, sigue aquel libro que está en el corazón humano, la inteligencia individual. En ciertas versiones de la búsqueda del Grial el libro también se identifica con la copa. De ahí se propone, conforme a estos simbolistas, que la búsqueda del Grial es la búsqueda de la palabra perdida, de aquella “sabiduría suprema inaccesible al común de los humanos”. Y similarmente, un libro “cerrado” representa la materia virgen que conserva sus secretos. Un libro “abierto” es, en cambio, la materia fecundada, cuyo contenido va siendo aprehendido por quien lo escruta. Igualmente el corazón humano simboliza un libro: abierto ofrece sus sentimientos, cerrado los esconde. El alquimista contemporáneo Fulcanelli, citado por Chevalier y Gheerbrant, establece algo similar: “la obra (alquímica) se expresa simbólicamente por un libro abierto o cerrado según que aquella (la materia prima) haya sido trabajada o solamente extraída de la mina. A veces, cuando el libro figura cerrado ---lo que indica la sustancia mineral bruta--- no es raro verlo sellado con siete sellos; son las señales de las siete operaciones sucesivas que permiten abrirlo, rompiendo cada uno de los sellos de cierre. Así es el gran libro de la naturaleza, que encierra en sus páginas la revelación de las ciencias profanas y la de los misterios sagrados.” Otro autor, Hans Biedermann, consigna en su respectivo diccionario simbólico que el libro es símbolo de la cultura y la religión superiores, un recipiente de la verdad revelada como libro sagrado o de la verdad descubierta como libro sapiencial. Por ello el Juez del mundo, el Pantókrator, se representa con un libro en el cual están consignadas todas las acciones de los hombres, el alfa y el omega de su vida en la Tierra. Algunas iconografías cristianas muestran a María leyendo la Biblia en el pasaje donde Isaías (7,14) anticipa proféticamente su condición: “He aquí que una mujer joven concebirá”. Los santos doctos se caracterizan a menudo con libros en la mano como muestra de un saber recibido desde lo alto, y el vidente Juan llega a ser materializado tragándose el libro de la Revelación como una forma de interiorizar el mensaje divino, acción simbólica de toda lectura esencial donde se “traga” un conocimiento superior. El libro además actúa en hechos visionarios atribuidos a analfabetas como Juana de Arco, quien contrapuso su experiencia directa al saber libresco de los teólogos que la juzgaban: “Mi señor tiene un libro en el que jamás ha podido leer clérigo alguno, por muy perfecto que fuese en sus estudios clericales”. Del mismo modo que la doncella guerrera, Paracelso estimaba la “lectura en el libro de la naturaleza” mucho más que cualquier otro estudio teórico. Y en cuanto a los sueños, analistas como Aeppli atribuyen significados positivos al soñar con libros, cuando “naturaleza e inteligencia aparecen al inconsciente como grandes potencias de la vida. Como receptáculo de la inteligencia aparece con especial frecuencia el libro. Un libro antiquísimo, grande, de impresionante escritura: es el libro de la vida”. Así, me veo leer que leo cuanto he leído que leía pues estaba siendo lector asaz leí apenas hube porque leeré donde leería y habría de leer que lea o no ese leyese acaso hubiera algo que leyere solamente en tanto húbose leído lo que voy leyendo. Me veo leer que leo. Y como Benjamin, sueño con escribir un libro sólo compuesto de citas. Fernando Solana Olivares.

Sunday, October 07, 2012

PLAGIOS PREMIADOS.

O premios plagiarios. Bastaría el concluyente artículo de Ricardo Cayuela Gally, “Un premio para Alfredo”, publicado en el número de octubre de Letras Libres, para conocer la ficha literario-judicial del crapuloso Bryce Echenique en su ya larga carrera delictiva: su crapoliteratura, y la génesis de su deshonesto Premio FIL en Lenguas Romances 2012. “La mierda es mierda, y su orina, orina; / sólo que esta es verdad y esotra enredo”, diría Quevedo, ahora de este Pierre Menard peruano firmante de textos ajenos, de los mismos jurados sus buenos amigos que se lo otorgaron y así van mereciendo tenerlo más adelante, y de la mustia feria libresca que lo provee. “Posibilidad de que se le retire el premio no la hay”, apuntó en denegativa sintaxis estilo sí pero no Dulce María Zúñiga, responsable del negocio. “Nombramos con seriedad a un jurado de siete escritores y críticos, tenemos la responsabilidad de respetarles el fallo y seguir adelante en la entrega del premio.” No tienen responsabilidad con la literatura y su ética, con las decenas de víctimas autorales de Bryce, con la ley misma, sino con el fallo de siete abusivos nombrados “con seriedad” (mecánica apelación filistea), mero efecto corrupto de una causa moral mayor que esa sí no les compete: ¡oh sorpresa! ¿Pero por qué sorpresa si el mundo y sus victorias son de los listos y quien no tranza no avanza, según consagra la más neta epistemología productiva de nuestros días volteados? No sé y para el caso no importa si el multipremios miembro del jurado nombrado con seriedad Jorge Volpi ya abrió la boca al respecto, pero Cayuela Gally consigna en su artículo las fantásticas elaboraciones de otro profesional de los bisnes literario-editoriales, uno más entre los siete serios del comité, Julio Ortega, quien abonando a Bryce Echenique en tales mañas apropiativas, “en agosto de 2007 defendió el plagio como un arte, glosó su genealogía y justificó esta práctica como una valiente desmitificación del autor, como una práctica menor, una picardía intrascendente a la que tienen derecho los grandes autores”. A confesión de parte, relevo de sorpresa y larga vida al cinismo posmoderno donde nada es cierto porque todo está permitido: como hacer del robo gandalla una estética creativa. Y sí, la genealogía de la toma de lo ajeno es dilatada, ha formado parte de la naturaleza del proceso intelectual a lo largo del tiempo. Lo afirma el arte y también la condición causal de cualquier fenómeno compuesto. Pero la inspiración en, la paráfrasis de, la analogía con o la intertextualidad entre resultan ser acciones necesarias en el sistema de influencias en movimiento de la literatura; el robo textual solamente es eso, un robo. Los precarios linderos de ambas cosas tan diferentes están en las comillas, pequeños signos ortográficos de una dignidad hoy estorbosa y en desuso. Hoy, cuando gobierna la competitividad de la mentira obligatoria y cualquiera puede apoderarse de lo ajeno, siempre y cuando esconda con complicidades e influencias suficientes las huellas de su despojo. Moralizar sobre la inmoralidad es una tarea perdida. El efecto público de “condonar el plagio” que causará otorgar este premio, según fundadamente señalan y reclaman diversos intelectuales y académicos, es de escasa consideración para el premiado, para los premiadores y la institución otorgante. O tal vez no, porque acaso de eso se trata, del lavado de un prestigio dudoso a través de una legitimación editorial. Argumentar, como se ha hecho, que la obra narrativa de Bryce Echenique no peca de malversación sino solamente su quehacer ensayístico es un argumento falaz. Quien roba en un género de “su” escritura envilece y degrada los demás. En una carta abierta a la comunidad cultural y a las autoridades del CNCA, Sergio González Rodríguez ha señalado con pertinencia que debe retirársele la distinción a Bryce Echenique porque de otro modo será públicamente premiada “la cultura de la ilegalidad” en el arte y en la literatura. ¿Harán caso quienes señalan que no hay vuelta atrás ante el fallo inapelable del indecoroso comité nombrado con seriedad? Doble contra sencillo a que no. “Esta es la información, éste el proceso / del hombre que ha de ser canonizado, / en quien, si es que vio el mundo algún pecado, / (el jurado) advirtió penitencia con exceso”, ironiza el poeta madrileño. Ahora todo es una mercancía, aun la literatura. Ello no reduce su naturaleza esencial, solamente confirma que la creación auténtica y original escasamente recibe premios: acaba siendo un peligro para el negocio. Fernando Solana Olivares.