Friday, April 24, 2009

EL FUEGO Y LA ESCRITURA

Hace cuando menos tres décadas, la novela Obsesivos días circulares se convirtió en una especie de divisa para mi generación. Yo la denostaba públicamente, pero en secreto acudía a su prosa lo necesario para leerla con voracidad. Tenía que hacerlo así para conseguir los favores de una hermosa jovencita, que estaba hechizada por el libro y era alumna de su autor, además de su especialista, su celebrante, su fervorosa iniciada.
Para convencerla de aquello en lo que yo no creía, un día le regalé un volumen carísimo, el Ulises de Joyce. Mis tácticas seductivas bordaron entonces el ridículo. Los ojos negros de la joven brillaron con desprecio cuando escuchó mi explicación: “Éste es el maestro de tu maestro”, le dije, “y está parado hasta arriba de la escalera”. El error de método ya era irreparable. Yo había querido enamorarla a través de una batalla crítica, y en lugar de decirle tu cuerpo, tu boca, tu sonrisa, tus guedejas, disputaba con ella el lugar literario de Gustavo Sainz.
Su respuesta fue lapidaria, repitió de memoria y lentamente un párrafo salido de la página veintiocho de su libro tutelar, se quedó con mi inoportuno regalo sin dar las gracias y me expulsó para siempre de su vida con un portazo: “Misántropo ---dijo con fruición antes de azotar la puerta---, hosco, jorobado, pudrible, inicuo exhibicionista, inmodesto, siempre desabrido o descortés o gris o tímido, según lo torpe de la metáfora, a veces erotómano, a veces atormentador de sí mismo, y por si fuera poco, mexicano”.
Nunca volvió a hablarme. Días después la vi del brazo de otro, un entusiasta del culto a Sainz que había pintado con grandes letras negras en el muro colindante de la preparatoria las tres palabras oraculares de los conjurados y los términos de mi derrota amorosa: obsesivos días circulares. Pasaron los años y aquella chica y yo entramos al sendero irreversible del destino de cada quien. La intemperie carcomió morosamente la consigna escrita en el muro, deformó sus letras rotundas hasta que un buen día la evaporó. Otras obsesiones circulares ocuparon mis días, pero el recuerdo devocional de la novela de Sainz y de un amor perdido formó desde entonces parte de mi educación sentimental, como si un libro y una linda jovencita inalcanzable hubieran sido las fechas púdicas y secretas de mi biografía profunda y por eso real.
Toda literatura es un acto de fe porque reitera la existencia del mundo. Toda literatura es una transgresión porque sustituye al mundo para crear otro, autónomo y autosuficiente, que sólo depende de quien dispuso las condiciones de esa creación. Por ello, la literatura es una construcción sutil y contradictoria: se debe al mundo y está contra él. Milan Kundera, al teorizar sobre la novela, afirma que hay cuatro determinaciones para su escritura: la llamada del juego, donde la obra escapa del imperativo de la verosimilitud, del decorado realista, del rigor de la cronología; la llamada del sueño, donde la vigilia se funde con lo onírico y da lugar a una alquimia narrativa de la imaginación; la llamada del pensamiento, donde la obra opera como una síntesis intelectual suprema y utiliza todos los medios, racionales e irracionales, para describir y contar; y la llamada del tiempo, mediante la cual pueden franquearse los límites temporales de la existencia y hacer un presente compuesto del pasado, del mismo presente y del futuro.
Así, el juego, el sueño, el pensamiento y el tiempo concurren para fabricar un tejido complejo y continuo donde se exhiben los enigmas del ser en aquello que tiene verdadera importancia: la representación de los seres humanos, el papel de la memoria en la cognición y la esfera de la metáfora en las nuevas posibilidades del lenguaje, y al mismo tiempo, cuando los dioses lo conceden, se cumple ese imperativo postulado por Hermann Broch, quien definió a la novela como una impaciencia del conocimiento y al conocimiento como la moral de la novela: “descubrir lo que sólo una novela puede descubrir es la única razón de ser de una novela”.
Y sin embargo, todo esto resulta paradójico cuando se piensa que todo novelista auténtico desea ser anulado en tanto que sujeto viviente y no dejar huella alguna detrás de sí excepto sus libros impresos: Flaubert aseguraba que el novelista es aquel que quiere desaparecer detrás de su obra. De ahí que las cualidades que hacen a un escritor sean negativas, es decir, aquellas por las que una persona es capaz de permanecer en la incertidumbre, el misterio y la duda, sin aspirar, impaciente, a descifrar las razones, los hechos que componen la realidad, sino solamente a contarlos. Hacer de la vida una sucesión de palabras como si las palabras crearan vida, una vida clara, situada, ejemplar y comprensible. No se escribe entonces para expresarse sino para construir al ser, para solventar los profundos sentidos ---no todos, nunca todos--- de esta oscura desbandada que acaba siendo nuestro existir.
Stendhal afirmó que la literatura es el arte de la reserva, de la restricción, y que en su magisterio cada sed crea su agua, su necesidad y su posibilidad. Por eso la intemperie al fin borró la pinta “Obsesivos días circulares” inscrita tiempo atrás en un muro lateral de la Preparatoria Seis. Ya no era necesaria, porque para muchos de nosotros esas tres palabras y su múltiple significado quedaron tatuadas en nuestra memoria, en nuestra piel.
Tal es el fuego de la escritura: lo que ya no está ante la vista reposa en el corazón.

Fernando Solana Olivares

Saturday, April 18, 2009

COLGANDO A PHIL KELLY

Un día estaba editando un suplemento, entonces ya seguía la técnica que sigo practicando pues es la única que conozco: dejar que los textos y las ilustraciones lleguen a la redacción. Para eso hay que tener contacto con el sistema de las letras y creer en la utilidad de los cadáveres exquisitos, objetos de funcionamiento simbólico: esto con esto, que no se había juntado antes, ofrece una nueva lectura, propone una nueva significación.
Desde mi escritorio de editor se desparramaban textos, ilustraciones, folletos, catálogos y libros. Pero un material sobresalía: el catálogo pictórico de un tal Phil Kelly, que capturó mi atención y mi voluntad. Usé las imágenes de sus cuadros para ilustrar uno de los mejores números de aquella buena publicación.
Todo había sido simple, familiar, inmediato. Dicha pintura urbana, cromática, gestual, resuelta en gruesos trazos, de protuberancias de óleo ---color y movimiento congelados--- en tercera dimensión, me había resultado una extraña, pero tan cercana como si la hubiera estado esperando, revelación. O una epifanía, según diría Joyce, paisano dublinés de Phil experto en ellas.
Desde entonces amé su pintura, cuyos poderosos cuadros hoy me rodean, y hace días monté una tercera exposición de ellos. Pero mucho antes de esto lo conocí. Sin saberlo, al poco tiempo de haberme topado con su obra (profunda extrañeza, gran belleza: obra canónica), una amiga común nos reunió en Tepoztlán. Desde entonces Phil Kelly y su genio pictórico, su excéntrica imagen, su profunda humanidad, su otra mirada, su arte mismo, puesto todo eso en un personaje único, redobló el encantamiento que provoca en mí.
Cuando Phil Kelly llegó a Oaxaca, santuario de la no reconocida pero existente escuela local de pintura, representó cucarachas y no chapulines, algo similar a lo que años atrás había hecho Lowry en el mismo sitio, otro antepasado de él; por puro atrevimiento exacto su exposición ahí se llamó “La forma de las cosas que vendrán”. Esta de ahora, presentada en el museo Agustín Rivera de Lagos de Moreno y auspiciada por el INAH, se llama “La fuerza iluminada”.
Colgarla en las dos blancas salas rectangulares y no muy largas del museo volvió a ser eso: una fuerza estética iluminante, una zona de poder que puede bañar a aquellos que la contemplen, al modo de una epifanía kellyana concentradora de estímulos imaginativos y visuales pero también olfativos, porque el óleo y las tintas del pintor son recientes ---pinta diariamente desde hace décadas---, y además táctiles: un campo de fuerza del dios operante que estas obras de arte concentran.
Apremiando un poco los términos, de pronto caigo en la cuenta que lo anterior, a mi entender rigurosamente cierto, está refiriéndose a un espacio de renovación para quien se introduzca en él, así dure un breve lapso su visita. Y tal necesidad, la renovación, antes era proveniente de la contra-cultura. Parecería, en cambio, que cuando estas líneas se escriben los polos de la tierra ya se movieron de lugar y la renovación de la gente, la respuesta al nihilista vacío que nos rodea ahora puede darse aquí, en éste último territorio vinculante con lo que el arte verdadero, una conmoción, permite atisbar y sentir al espectador silencioso y concentrado: el vaciamiento de sí, la mirada objetiva, la psicología de la mutabilidad, como en estas dos salas que exhiben 34 piezas de un artista cumplidor: sus obras sí son metáforas que muestran lo otro de lo mismo, metáforas que sin movernos de aquí nos llevan más allá.
Dado que lo recién escrito es bien abstracto, hágase la prueba. El universo multidimensional resulta como la natación: solamente con su práctica empírica puede saberse de qué se trata. Y por cierto, muchos cuadros de Phil representan playas y aguas, porque su temática urbana es mucho menos importante para él que la propia posesión pictórica. Phil Kelly pintará hasta su último día: es pintor-pintor-pintor. Los dones no pueden ser rechazados cuando se tienen, pues la vida termina por quintaesenciarse en la fidelidad al acto creativo, en su repetición, mientras el dios Apolo quiera y la canción del oficio dure.
Cioran escribió que su única aspiración era salir de la lírica y pasar a la prosa. También es mía, y pido disculpas si no lo consigo. Pienso de Phil como quería Balthus de sí mismo: sólo digan que soy pintor. Todo lo demás está en los cuadros: la historia de su vida. Por ello estas piezas plásticas son objeto de tanto espíritu, de tanta fuerza iluminada. Así el tiempo también es bueno, habitable, pues pareciera que este artista pinta con los dedos, como dijo Joyce que dijo Bloom: Phil Kelly.
Líneas atrás aparece el término familiaridad, empleado como un rasgón anticipado de la realidad, pues uno sabe que debe existir al lado, arriba o enfrente un paso ligeramente dislocado que permite obtener otras percepciones. Sin querer vulgarizar una verdad definitiva: “Tú eres eso”, certeza que aparece cuando se obtiene la expansión de la conciencia, la iluminación, aquí hay lascas incandescentes de ello, como si quedarán residuos suficientes para sentir, breve y ligeramente, eso mismo. Se trata, al modo de una experiencia transformante, de perderse en algún cuadro de Phil Kelly, aquel que nos elija como un espejo magnético. Todo acto de magia comienza por la imaginación.
La idea no es nueva, la oportunidad sí. La fuerza que ilumina los muros además ilumina al espectador. Colgando la obra de Phil Kelly y sentándose silenciosamente a contemplarla. Pasan cosas.


Fernando Solana Olivares

Saturday, April 11, 2009

EL BILLETE DE 500

Cuando era joven, aquella frase me parecía apolillada. Para mi entusiasmo militante y mi arrogancia imberbe, la nostalgia estaba equivocada porque el futuro siempre sería mejor, no había duda. La sentencia me sonaba reaccionaria, emitida desde la derecha del canon: que nada cambie, que todo siga igual, propia de ancianos abuelos: “Todo tiempo pasado fue mejor”.
Hoy estoy diariamente convencido, en cambio, de que eso es rigurosamente cierto. Alguna vez leí a Flaubert y volví a saber (lo supe gracias a él, pero también lo supe por mí mismo) que lo peor del presente ---aquel que yo utopizaba como mejor--- anunciábase ya en el futuro mismo que contenía, es decir ahora, el tiempo histórico que nos ha sido dado para vivir. Ciertos escritores escriben inmensos ensayos, poderosos ritmos de prosa para documentar la antisintética época. Antes, Robert Musil escribió El hombre sin atributos; hoy Sergio González escribe El hombre sin cabeza.
Antes, Marguerite Yourcenar escribió El denario del sueño, una moneda que iba concentrando las vidas de sus poseedores a lo largo del tiempo, pasando de mano en mano cual un objeto de la mejor memoria humana; hoy a Lola le dieron en el banco un billete falso de 500 pesos, cubierto con una cinta transparente que lo hacía de evidente plástico, una burda imitación cuya delictiva historia sólo consiste en quién fue el último que engañó a otro con ella. Lola reclamó pero la cajera no le hizo ningún caso. Se entiende: son los bancos quienes circulan moneda falsa y bastante burda, porque tratándose de una sucursal bancaria en plena zona alteña, medio montaraz y silvestre, le resulta más sencillo mandar esos billetes a los intercambios financieros del lugar, poco diestros para detectar el engaño. Lógico ahora, cuando todo tiempo pasado fue mejor: ¿quién, si no un banco, sería el encargado de introducir billetes de feria como si fueran de cuño legal? El mundo se ajustó al revés. Cuenta la leyenda que un arquitecto propuso a los revolucionarios franceses construir en París un monumento llamado Boca de Plutón para dejar salir el infierno a la tierra. Inferus privador, le llamaban los escolásticos, y ya salió.
El billete, cosa falsa sin ningún espíritu, resulta un contra-talismán. Saca lo peor de sus poseedores: el engaño. En cambio, la moneda de El denario concentraba un universal que al intercambiarse favorecía el sentido, el equilibrio y la proporción. Exactamente lo contrario de la materialización contemporánea, del reino solidificado de la cantidad y del infierno de la avidez. Lola regresó al banco a reclamar. La cajera lo negó todo y el gerente le espetó que acaso ella había introducido después el billete y que hasta podrían proceder en su contra por falsificadora. Corre, Lola, corre, y tuvo que irse del peligroso banco al revés: si yo te robé, tú eres el presunto culpable.
Comprendí sus razones cuando me las dijo y desde luego le creí. La hipócrita duda razonable del mecánico y mamón gerente sobre quién introdujo ese billete de plástico al flujo monetario, si la cajera o Lola, la descarté por mera intuición. El ser es lo que conoce y yo conozco a Lola. Nunca haría una cosa así, pues aunque la época proclame la condición selvática del todos contra todos, sigue habiendo, y hasta el final de lo humano habrá, gente honesta y buena. Y con Lola la cuestión no es física, ni sus caderas torneadas son collares, como diría el Cantar, ni es obra artesana de orfebre, ni su ombligo, redondo, rebosa vino aromado. Sólo es una gente buena.
Luego pensé en otra historia, más que potencial, del todo posible: la del billete ojete. El jefe, en este caso yo, le digo a Lola que me da mucha pena pero que ese billete lo paga ella. La ética práctica no podría acusarme de nada indebido. Dinero es dinero, sorry. Antes al contrario, se diría que soy un hombre justo que cuida sus legítimos intereses. La quiero bien, pero se chinga, Lola.
O le doy la vuelta al billete y yo mismo lo deslizo entre quienes sé que ni cuenta se darán: los humildes albañiles que trabajan conmigo. Una táctica ojete pero convenientemente mustia, casi pilática, y así no agravio directamente a nadie porque no hay enemigo pequeño. El billete pasaría por no más de tres manos antes de que alguien perdiera con él: se lo doy al maestro para que raye al peón para que éste compre unas galletas y unos refrescos en la minúscula tienda de la viejita que terminará pagándolo cuando su proveedor de comida chatarra lo rechace. Lamento mucho, señora viejita, que pierda en este juego la magra ganancia de todo un mes, así son las heladas aguas del cálculo egoísta: es el casino pirámide que llamamos capitalismo, ¿sabe usted?
Nada es para siempre y hasta la tranza cansa. La nostalgia que despiertan estos días gandallas habrá terminado en el futuro, cuando el tiempo humano sea mejor. Diversas catástrofes, aquellos pasos repentinos de la felicidad a la infelicidad que cambian estructuralmente las culturas, habrán ocurrido sin falta, y para entonces tontos dilemas existenciales como el de ahora ya no subsistirán: dado que no puedo reclamarle a quien me lo hizo, debo encontrar quién me lo pagará.
Nadie le hace nada a nadie, y tal sentencia será entonces exotérica y esotéricamente cierta: nadie lo hará. Pero hete aquí que mientras tanto adviene esa edad de oro, el insidioso contra-talismán no se resigna a no producir su hechizo: son quinientos varos, carajo. Aunque hoy que es Viernes Santo, ¿a quién le sirven y para qué?

Fernando Solana Olivares

MUERTE ALEBRESTADA

“Cuando existimos, la muerte no existe, y cuando está la muerte, nosotros no existimos”, solía decir el filósofo griego Epicuro. Lo mismo afirmaría muchos siglos después, ya en plena modernidad, el vienés Ludwig Wittgenstein: “La muerte no es un evento de la vida: no se vive la muerte”. Jean Paul Sartre, otro pensador contemporáneo, postularía un poco más adelante que “la muerte es un puro hecho, como el nacimiento; viene hacia nosotros desde el exterior y nos transforma en exterioridad”.
A pesar de su elusividad, de su aparente sinsentido y aun de su tenebrosidad, la muerte inevitable y su misteriosa geografía han sido un tema básico para lo que podría llamarse la última estación filosófíca occidental ---reveladora confirmación, según el historiador de las religiones Mircea Eliade, de que el hombre actual anhela una comprensión existencial de la muerte, así ésta quede carente de cualquier contenido devocional---. Martin Heidegger, su exponente máximo, define al sujeto como el “ser hacia la muerte”, pues para él esa circunstancia es “la más propia, exclusiva y esencial potencialidad” que lo determina. Y al concluir que la muerte “esconde dentro de sí la presencia del ser”, puede interpretarse que el filósofo de la Selva Negra sugiere que el encuentro integral de ese ser sólo ocurre en el acto mismo de morir. Bienvenida la muerte, entonces, porque en ella se realiza el sentido del sujeto y se aclara al fin el sentido del existir.
Pero es dudoso que esta paradoja (vivir para morir para encontrar la razón de haber vivido) sea el aliento profundo de un culto emergente mexicano, el de la Iglesia de la Santa Muerte, que asegura tener cinco millones de fieles y sufrir una persecución cuya autoría intelectual achaca a la Iglesia católica, la cual, conforme declaraciones hechas a la agencia Efe (30/III/09) por David Romo, arzobispo primado de dicho culto, solamente cuenta con apenas el 40 % de adherentes entre la población del país.
Si casi todas las revueltas modernas y contemporáneas obedecen a una contracultura cuyos aspectos espirituales reiteran el rechazo tanto de la tradición cristiana como del racionalismo propio de la era industrial y su fariseica mentalidad burguesa, ha sido la esperanza de una renovación personal o colectiva ---“una restauración mística de la dignidad y los poderes originales del hombre” (M. Eliade)--- el objetivo principal y confeso de las múltiples sectas, grupos ocultistas y prácticas neopaganas y orientalistas que en todos los niveles sociales han surgido incesantemente desde el siglo XVIII hasta nuestros días por el mundo occidental.
Cabría preguntarse si esta voluntad renovadora de dignificación humana, propia de lo que se denomina difusamente como un extendido neognosticismo contemporáneo, también está presente en un culto cuya significante iconografía adoratoria consiste en la representación de la Parca, la Moira destinada a cortar el hilo de la existencia, y si su devoción no entraña inquietantes similitudes con aquel grito destructivo de Millán Astray, el fascista español que expulsó al rector Unamuno bajo la consigna de “¡Viva la muerte, muera la inteligencia!”, y que hoy podría modificarse por un “¡Muera la vida!” sin más.
Es cierto que desde una perspectiva simbólica y tradicional, conforme escribe Alexandre Volguine, “La Muerte ---o el Guadañador--- expresa la evolución importante, el duelo, la transformación de los seres y las cosas, el cambio, la fatalidad ineluctable”, pero a la vez significa la desilusión, la separación, el estoicismo, el desaliento y el pesimismo. No es casual, entonces, que el culto de la Santa Muerte sea la “religión” (entre comillas, pues este término significa religarse con el sentido sacramental de lo existente) preferida de los narcotraficantes y los criminales, es decir, de quienes practican un feroz desprecio por la vida, de los nihilistas asesinos y sanguinarios que infligen dolor y sufrimiento indiscriminados, que cercenan las cabezas de sus adversarios, que secuestran gente y extorsionan a cualquiera, que destruyen el tejido social; la “religión” preferida del mal y de sus sicarios en esta hora oscura donde pretenden instaurar el reinado del terror.
La reciente destrucción de 30 altares a la Santa Muerte en Nuevo Laredo ha provocado que el ministro de ese culto llame a una “guerra santa” contra el gobierno y la Iglesia católica, y que amague con la posibilidad de un “levantamiento” en defensa de su inclinación. Tal levantamiento, una insurrección narca y del crimen organizado, está ocurriendo ya desde hace meses. Sólo faltaba llamarle “guerra santa” a un proceso generalizado de criminal descomposición, ahora con el pretexto persecutorio de una innecesaria e inoportuna, tonta y mediática acción gubernamental.
Parece haber tenido plena razón Alejandro Jodorowsky cuando hace años, utilizando para ello el Tarot, pronosticó este durísimo presente nuestro: México, anticipó el sicomago, es un país que se crucificará a sí mismo para dar paso... ¿a qué? No quedó claro entonces hacia dónde iríamos, mucho menos se percibe con claridad este primer viernes de abril, el mes más cruel, como lo llama el poema: ¿un Estado fallido, un gobierno fallido, una sociedad fallida, una realidad insoportable y fallida?
La muerte es puerta de la vida (mors janua vitae), aseguraba el viejo dicho latino. Pero en México la muerte anda alebrestada y su puerta comienza a abrirse de par en par.

Fernando Solana Olivares

INTRASCENDENCIAS / y II

Pequeñas cuestiones que lucen como si fueran ordinarias o grandes circunstancias que se toman por mera normalidad. Son las preguntas paranoicas a enunciarse cual un carrusel: ¿la realidad es real o responde a una construcción deliberada y hecha a propósito para parecer tal?, ¿esto que vemos es solamente lo que vemos o significa algo más?, ¿las cosas suceden por ellas mismas o se les hace suceder?, ¿estamos vivos o acaso estamos muertos creyendo estar vivos?, ¿el sistema mundo capitalista sobreviene espontáneamente o existe un diseño oculto y secreto que lo hace acontecer?
No hablamos de asuntos filosóficos tan abtrusos como del velo de Maya hindú que nubla las percepciones cognitivas de la conciencia, o de la caverna platónica en la que yacemos encerrados y donde se toman por sustanciales las sombras proyectadas en la pared, tampoco de la cosa en sí kantiana que está más allá del mecanismo sensitivo puesto en acción y que no percibe la cosa misma sino el mero mecanismo perceptor. Hablamos de algo menos abstracto, negativamente llamado como “causalidad diabólica” o “visión policiaca de la historia”, y que es descrito así por el cartesiano racionalismo de Karl Popper: “La teoría de la conspiración es una perspectiva según la cual todo lo que se produce en la sociedad ---incluidas las cosas que por regla general disgustan a la gente, como la guerra, el paro, la miseria, la penuria--- es resultado directo de los designios de ciertos individuos o grupos poderosos. (...) Según la teoría de la conspiración, todo lo que ocurre lo ha sido por deseo de aquellos que se benefician con ello”.
Quizá Anton Szandor LaVey recusaría ese énfasis en “todo lo que ocurre”, pero sin duda sostendría que muchos de los fenómenos tardomodernos sí provienen de ciertas voluntades secretas y desconocidas que conspiran para generar, y luego administrar como mentalidad establecida, ese control social cuyo objetivo principal, según afirma, es la “desmoralización generalizada”. Además del ocio público como escenario de intervención, de agentes víricos y bacterianos y de la saturación ultrasónica, tres factores ya mencionados, Szandor LaVey menciona otras supuestas plagas de la manipulación intencional:
4) Saturación o bombardeo subsónico, conocido como “Ruido negro”, utilizado para unir a la gente en momentos como vacaciones, fines de semana o acontecimientos especiales, el cual provoca, además del agotamiento propio de las reuniones masivas, ansiedad, comportamiento hiperactivo, agitación y tensión crecientes. 5) Radiación de microondas enviada por transmisores satelitales o terrestres cuyos síntomas son enfermedades respiratorias, problemas circulatorios, disfunciones del riñón y de la menbrana mucosa, sed excesiva, retrasos mentales, pérdida de memoria. 6) Descomposición de alimentos y bebidas a partir de la producción en masa de las mismos, y de la recepción, por parte de restaurantes, cadenas de comida rápida y supermercados, de suministros precombinados y preenvasados: territorio propicio para la integración de aditivos químicos desconocidos. “Aprovisionarse ---escribe el detector de tantos peligros--- en estos establecimientos puede inducir y mantener la debilidad y promover la incapacidad mental y la insensibilidad”. 7) Pantallas de humo psicológicas que utilizan el encubrimiento y la desorientación para distraer a la gente de asuntos tales como los enunciados líneas atrás: la amenaza de un ataque nuclear, los escándalos mediáticos y políticos, la histeria inducida de las campañas electorales, la preocupación ante guerras prefabricadas, las revueltas artificiales, el temor a la contaminación de las reservas de agua por grupos desconocidos (“lo que provoca el aumento de ventas de las bebidas cargadas de productos químicos”), el miedo al Enemigo Declarado cualquiera que éste sea: las influencias satánicas, los ovnis, los neonazis, los terroristas islámicos, etcétera. Todos ellos temas sobre los que se discute públicamente y se alzan protestas, por ende, tópicos altamente eficaces como distracción dirigida. 8) El fin de semana alargado, un patrón laboral que con el pretexto del derecho moderno al tiempo recreativo y al “descanso” permite ver intensivamente la televisión y acudir a los centros de consumo, esos aparatos de indoctrinamiento indispensables para mantener a punto la mentalidad gregaria y la ilusión común. 9) La guerra urbana producto de esa inexplicable permisividad, de ese doble discurso gubernamental contemporáneo sobre las drogas duras, y la existencia tolerada, así se afirme lo contrario, de una poderosísima red clandestina de ventas y distribución de las mismas. Las drogas duras llevan al deterioro mental y las refriegas de los grupos criminales que las controlan reducen y atemorizan a la población: formas jamás reconocidas por el pensamiento políticamente correcto acerca de un inverosímil y secreto régimen de dominación general.
Szandor LaVey postula que hacerse consciente de todo lo anterior puede minimizar la desmoralización innecesaria en aquellos que desean conservar su instinto de supervivencia y preservar su propia individualidad. ¿Será verdad o será mentira lo que dice? Que cada quien concluya lo que quiera o lo que pueda concluir: a) sí, la realidad actual es auténtica y espontánea; b) no, la realidad actual es una conspiración.
Me fascinan los paranoicos, pues yo mismo lo soy bien mucho, como dicen por aquí. Y cuando me pregunto si estoy vivo o estoy muerto, muchas veces no lo sé.

Fernando Solana Olivares