LO QUE YA COMENZÓ / Y I I
Cuando un nuevo paradigma científico surge, la interpretación del mundo cambia. El conocimiento humano avanza por discontinuidades (paradigmas, anomalías, crisis, paradigmas), rupturas con las certezas anteriores y elaboración de nuevas síntesis. Cuando esto ocurre, sobrevienen cambios en todos los campos, todas las partes se transforman. El cambio tardomoderno —que también significa el final de la filosofía capitalista— es la transición entre una visión mecanicista y otra orgánica, entre una conciencia de la discriminación y otra de participación, entre un ego personal aislado en la cárcel de su particularidad y otro que puede ir y venir plásticamente desde ahí hacia afuera, de tal modo que la conciencia deje de ser un presidio subjetivo para convertirse en centro, en habitación de la interioridad.
Tal metamorfosis se da gradualmente y avanza con desigualdad. Aun si el modelo mecanicista —cuatro ejemplos: el contrato social entre individuos egoístas, el constructivismo socialista, el psicoanálisis freudiano y el darwinismo selectivo— está agotado ante tantas anomalías que sus supuestos básicos no pueden comprender, sus inercias todavía dominan los discursos, las interpretaciones y las costumbres de casi todos. Dicho cambio, entonces, apenas va germinando culturalmente (tal vez sería mejor decir: contraculturalmente). Y si tiene tiempo de establecerse socialmente, traerá consigo otra mentalidad, otro momento histórico mucho más prometedor y misterioso que el presente.
Hace siglos Nicolás de Cusa definió al mundo como un “misterio tremendo”. Hoy el biólogo Haldane escribe que “el universo no sólo es más extraño de lo que pensamos, sino que es más extraño de lo que podemos pensar”. La biología abandonó la idea de que los organismos vivos son maquinarias: los entiende y describe como sistemas que se regulan, se organizan, se nutren y se sanan ellos mismos, se propagan, se protegen y creativamente interactúan con otros sistemas. La tradición hindú habla de Shiva Nataraja, creador y destructor de los fenómenos del mundo, como de Nuestro Señor el Bailarín. Todos los sistemas vivos danzan entre sí.
Además de la muy reciente humildad de la ciencia ante los misterios que presentan las cosas (misterio: asunto secreto para la razón), y la aceptación de que esos misterios continuarán siéndolo, el lenguaje conceptual científico posmoderno tiene resonancias místicas o metafísicas, si se quiere. El físico David Bohm habla de orden implicado y de orden explicado para describir la realidad. El orden implicado es el vacío creador, la totalidad intacta del universo de donde surgen los fenómenos, totalidad invisible porque no pueden percibirla nuestros sentidos. De todos modos está ahí. Y el orden explicado se compone de la multiplicidad diversa de cosas y acontecimientos que surgen de aquel vacío creador y se nos presentan como experiencias.
Deben anotarse otros conocimientos de la nueva cosmovisión: un universo gigantesco que se expande a una velocidad fantástica, originado desde el punto más pequeño que quepa imaginar y fuera del cual no hay espacio ni tiempo, pues estas dos categorías se van creando conforme se despliega el universo contenedor. Las afirmaciones escépticas de científicos como Stephen Hawking, que al reconocer tal origen misterioso y extraordinario no encuentran en él una razón para hablar de la existencia de una entidad originadora, son retóricas. Se postula un origen, y al hacerlo está implicado un originador. A menos que se acepte la noción de una metafísica sin deidad, de un ateísmo religioso como el budismo postula.
Siguiendo las consecuencias de estos nuevos conocimientos humanos —una negativa ante el mundo lineal, geométrico y masculino, para afirmar la naturaleza reconocida de un universo multidimensional, morfológico, femenino y orgánico— puede arribarse a otros sitios: la globalización de la compasión, por ejemplo, o la práctica cotidiana de la interdependencia entre el sujeto humano y los fenómenos de lo real.
Todo lo anterior es menos abstracto de lo que parece y puede convertirse en conducta, en voluntad, para luego, con el tiempo y la buena fortuna, derivar en otra política humana, esa que se describe como hiperpolítica, dispuesta para los momentos actuales donde predominan los usuarios terminales de sí mismos, los tristes y desencantados. Parafraseando a Santa Teresa: bienaventurado sea el nuevo pensamiento, que nos libró de nosotros. Aunque la época siga degradándose a una velocidad imparable lo nuevo ya está en ella, visible para cualquiera que se esfuerce por mirarlo, quien logre ocupar su conciencia en ello.
Existe una masa crítica, un número suficiente de personas que conocen, comparten y viven esta nueva perspectiva: el universo es un todo interdependiente dentro del cual están todas las mentes, que no son cosas u objetos, sino procesos (“vivir y conocer son fenómenos inseparables”), la mente humana privilegiadamente incluida. Son ese grupo, convocado por el filósofo, que reconstruyen mundos o los derriban.
El universo significa un proceso que está más allá de lo pensado. Nuevas miradas circulan en una nueva trama conceptual. Sólo se sabe que nada se sabe a cabalidad. Entonces el orden de lo posible resulta potencial. Volviendo al punto: todo es mental. De tal manera que el tiempo está lleno de esperanza fundada. La conciencia humana es un proceso en desarrollo que va a depurarse dramáticamente para cambiar y continuar. Hubo, había, habrá.
Fernando Solana Olivares
Tal metamorfosis se da gradualmente y avanza con desigualdad. Aun si el modelo mecanicista —cuatro ejemplos: el contrato social entre individuos egoístas, el constructivismo socialista, el psicoanálisis freudiano y el darwinismo selectivo— está agotado ante tantas anomalías que sus supuestos básicos no pueden comprender, sus inercias todavía dominan los discursos, las interpretaciones y las costumbres de casi todos. Dicho cambio, entonces, apenas va germinando culturalmente (tal vez sería mejor decir: contraculturalmente). Y si tiene tiempo de establecerse socialmente, traerá consigo otra mentalidad, otro momento histórico mucho más prometedor y misterioso que el presente.
Hace siglos Nicolás de Cusa definió al mundo como un “misterio tremendo”. Hoy el biólogo Haldane escribe que “el universo no sólo es más extraño de lo que pensamos, sino que es más extraño de lo que podemos pensar”. La biología abandonó la idea de que los organismos vivos son maquinarias: los entiende y describe como sistemas que se regulan, se organizan, se nutren y se sanan ellos mismos, se propagan, se protegen y creativamente interactúan con otros sistemas. La tradición hindú habla de Shiva Nataraja, creador y destructor de los fenómenos del mundo, como de Nuestro Señor el Bailarín. Todos los sistemas vivos danzan entre sí.
Además de la muy reciente humildad de la ciencia ante los misterios que presentan las cosas (misterio: asunto secreto para la razón), y la aceptación de que esos misterios continuarán siéndolo, el lenguaje conceptual científico posmoderno tiene resonancias místicas o metafísicas, si se quiere. El físico David Bohm habla de orden implicado y de orden explicado para describir la realidad. El orden implicado es el vacío creador, la totalidad intacta del universo de donde surgen los fenómenos, totalidad invisible porque no pueden percibirla nuestros sentidos. De todos modos está ahí. Y el orden explicado se compone de la multiplicidad diversa de cosas y acontecimientos que surgen de aquel vacío creador y se nos presentan como experiencias.
Deben anotarse otros conocimientos de la nueva cosmovisión: un universo gigantesco que se expande a una velocidad fantástica, originado desde el punto más pequeño que quepa imaginar y fuera del cual no hay espacio ni tiempo, pues estas dos categorías se van creando conforme se despliega el universo contenedor. Las afirmaciones escépticas de científicos como Stephen Hawking, que al reconocer tal origen misterioso y extraordinario no encuentran en él una razón para hablar de la existencia de una entidad originadora, son retóricas. Se postula un origen, y al hacerlo está implicado un originador. A menos que se acepte la noción de una metafísica sin deidad, de un ateísmo religioso como el budismo postula.
Siguiendo las consecuencias de estos nuevos conocimientos humanos —una negativa ante el mundo lineal, geométrico y masculino, para afirmar la naturaleza reconocida de un universo multidimensional, morfológico, femenino y orgánico— puede arribarse a otros sitios: la globalización de la compasión, por ejemplo, o la práctica cotidiana de la interdependencia entre el sujeto humano y los fenómenos de lo real.
Todo lo anterior es menos abstracto de lo que parece y puede convertirse en conducta, en voluntad, para luego, con el tiempo y la buena fortuna, derivar en otra política humana, esa que se describe como hiperpolítica, dispuesta para los momentos actuales donde predominan los usuarios terminales de sí mismos, los tristes y desencantados. Parafraseando a Santa Teresa: bienaventurado sea el nuevo pensamiento, que nos libró de nosotros. Aunque la época siga degradándose a una velocidad imparable lo nuevo ya está en ella, visible para cualquiera que se esfuerce por mirarlo, quien logre ocupar su conciencia en ello.
Existe una masa crítica, un número suficiente de personas que conocen, comparten y viven esta nueva perspectiva: el universo es un todo interdependiente dentro del cual están todas las mentes, que no son cosas u objetos, sino procesos (“vivir y conocer son fenómenos inseparables”), la mente humana privilegiadamente incluida. Son ese grupo, convocado por el filósofo, que reconstruyen mundos o los derriban.
El universo significa un proceso que está más allá de lo pensado. Nuevas miradas circulan en una nueva trama conceptual. Sólo se sabe que nada se sabe a cabalidad. Entonces el orden de lo posible resulta potencial. Volviendo al punto: todo es mental. De tal manera que el tiempo está lleno de esperanza fundada. La conciencia humana es un proceso en desarrollo que va a depurarse dramáticamente para cambiar y continuar. Hubo, había, habrá.
Fernando Solana Olivares
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