Friday, January 01, 2016

ESTANQUILLO

Lección inaugural. Al ingresar al Colegio de Francia hace casi medio siglo, Michel Foucault habló de cómo la producción del discurso estaba controlada por procedimientos de exclusión dirigidos a conjurar sus poderes y peligros. El primero de ellos era lo prohibido: no se tiene derecho a decirlo todo, no se puede hablar de todo y tampoco de cualquier cosa. Las regiones en que la malla estaba “más apretada” eran la sexualidad y la política, y acaso la metafísica, el orden de lo invisible. El segundo procedimiento significaba una separación y un rechazo: la antítesis entre razón y locura. El tercero contenía la oposición entre lo verdadero y lo falso, entendida la verdad como una voluntad sustentada por un soporte institucional y su densa suma de prácticas pedagógicas y mediáticas. Foucault recordó entonces, “a título simbólico únicamente”, el viejo principio griego: que la aritmética puede ser objeto de las sociedades democráticas, pues enseña las relaciones de igualdad, pero que la geometría sólo debe ser enseñada entre las oligarquías, ya que demuestra las proporciones de la desigualdad. La razón de Ulises. El método literario de James Joyce está dicho en uno de los aforismos más citados proveniente del Retrato del artista adolescente: “¡Vivir, errar, caer, triunfar, recrear la vida a partir de la vida!” La continuidad de pensamiento en toda su obra se debe a su condición autobiográfica ---desde las tribulaciones de la infancia, señalan los críticos, hasta la epopeya personal y después la epopeya de la historia del mundo---, y su elección de Ulises como el personaje más completo de la literatura no contradice esa poderosa y constante autoutilización. Éste no podía ser Fausto, explicó Joyce, porque no tiene edad, casa o familia: “No puede ser completo porque nunca está solo. Hamlet, a diferencia de Fausto, es un ser humano, pero es solamente un hijo.” Ulises, en cambio, además de ser hijo es padre, esposo, amante, responsable de otros y compañero de armas. Tal suma de condiciones lo vuelve un hombre completo. Alguien que vivió y experimentó la compañía de los demás, pero sobre todo la soledad personal. Ya enseñaba el sabio que en ello consistía la sabiduría: en saber ser pobre, saber ser viejo, saber ser solo. En saber ser. Schopenhauer iconoclasta. Las fuentes de este filósofo cuya obra quiso entenderse, empleando un símil que él mismo volvió célebre, como “la Tebas de las cien puertas”, pudiéndose acceder a ella a partir de múltiples lugares y perspectivas, resultan igual de variopintas: desde grandes filósofos como Platón y Kant hasta nigromantes como Paracelso; desde sublimes plumas como Schiller y Goethe, Byron o Shakespeare hasta los redactores del Times londinense de mediados del siglo diecinueve; desde los pioneros del hipnotismo hasta Herodoto o el profeta Jeremías; desde Aristóteles hasta los informes de fenómenos paranormales. “Una cita de Séneca ---escribe Roberto Aramayo--- vale tanto como un cuadro de Tischbein, los libros esotéricos pueden rivalizar con un relato de Walter Scott y la sabiduría conservada durante milenios en los libros védicos no desprecia verse actualizada con una página del periódico.” Tal sincretismo para algunos, tal mescolanza para otros, muestra una completa falta de prejuicios en la búsqueda de la verdad. Por ello el filósofo misántropo pudo reunir Oriente y Occidente: multiplicó para sintetizar. ¿Su lema? Uno todavía vigente: “Sólo relaciona”. La neohabla y el doblepensar. En 1984, novela política atrozmente anticipatoria, Georges Orwell narra el papel del lenguaje en el proceso social del control de la realidad. Sus características son, conforme a la lingüística orwelliana estudiada por Hodge y Fowler, aquellas que los estudiosos modernos llaman un código restringido: la complejidad del lenguaje se ve reducida, la abstracción está limitada, la valorización y la crítica resultan prácticamente eliminadas. La neohabla orwelliana, sostén del doblepensar (saber y no saber, ser veraz mientras se dicen mentiras, sostener simultáneamente opiniones contradictorias y creer en ambas, utilizar la lógica contra la lógica, repudiar la moralidad mientras se la reivindica, etcétera), requiere supresiones de artículos, preposiciones, conjunciones, de figuras de modo y tiempo, puntuación, de juicios de valor y también reordenamientos de palabras. Su propósito no es proporcionar un instrumento de expresión sino hacer “imposibles todos los otros modos de pensamiento”. El lenguaje como política neoliberal. Fernando Solana Olivares

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