Thursday, December 10, 2015

ELOGIO DEL TIEMPO

Para Sergio González Rodríguez, por su merecido premio Fernando Benítez Cada sociedad posee un tiempo propio, una teoría de la historia y una organización alrededor del dominio de sus efemérides El sentido del tiempo organiza toda cultura y todo trabajo representa un tiempo cristalizado. Tener poder se entiende como disponer del tiempo de los otros, del tiempo presente y futuro, del tiempo del pasado en cuanto a su memoria, al modo en que su transcurrir debe ser narrado. La historia del poder es la historia del tiempo y de sus encrucijadas, de aquellos momentos cuando cambian las formas de contarlo. Jacques Attali menciona algunos signos anunciadores que revelan fracturas culturales: el cuadrante solar, la clepsidra, el reloj astronómico, el de bolsillo, el cronómetro de la cadena de montaje, el reloj checador en los empleos, y ahora el reloj digital insomne de los mercados financieros. El tiempo es sinónimo de intimidación y el primer código conocido del poder es el Calendario, una sucesión de fechas rituales en las que “la violencia es legal o simulada”. Y aunque el funcionalismo señala que las primeras mediciones humanas del tiempo responden a necesidades de sobrevivencia determinadas por el clima, y que los primeros impulsos metafísicos obedecen a la perplejidad ante aquello temporal invisible que dispone la sucesión de los días y las noches, de la abundancia o la miseria, la noción del tiempo ya está dada en el Logos, en la conciencia del lenguaje. Hablar es habitar en el tiempo. El ser humano, dice Nietzsche, es aquel animal que hace promesas y eventualmente las cumple. Tales son acciones que ocurren en el tiempo, el cual en los albores de la civilización era también un término de referencia sobre las actividades humanas mismas. Por eso en Birmania al amanecer se le designaba como ese momento de “bastante luz para ver las venas de la mano”. El tiempo mítico se concibe circularmente porque representa la repetición del momento del origen, única estructura que protege contra lo inesperado. Todo dios verdadero es Dios del Tiempo y todo tiempo fundacional es un Tiempo de los Dioses. Los ciclos han de cumplir el tiempo que les ha sido asignado, agotarse y consumirse: de ahí entonces que el mundo deba envejecer. Lo supo Eliot al escribir que en el fin está el principio. Los chinos imaginaban al tiempo y al espacio como categorías en correspondencia, uno formado por periodos y otro por regiones. Surgía un ritmo y sucedía una danza en su contacto. Un ciclo implica darle la vuelta al tiempo y al espacio. Los ritos y sus lugares son tiempo y espacio cargados de densidad específica. De ahí que cuando mueren las virtudes sólo quedan en pie los ritos. El tiempo es un ritmo, quizá por eso nada más unos cuantos busquen ahora envejecer con dignidad. Kronos, que luego se escribirá Cronos en griego, es el Dios del Tiempo, de la Historia y de la Interrupción. Su raíz significa “deteriorar”. Cronos devora a sus hijos y los hombres mueren porque no son capaces de unir el comienzo con el fin, según establece el mito órfico. El número y el tiempo son aquellas cosas que los hombres tienen en contra. Ese dios devorador es “el tiempo mismo, el tiempo insaciable de años, que consume todos los que transcurre”, como lamentará el poeta latino. Sin embargo Anacronos es estar fuera del tiempo. La obra de arte es contra el tiempo, un campo semántico inagotable que concentra el punto inmóvil donde todo fluir cesa. Es parecido al momento pagano cuando el dios Pan caminaba sobre la tierra y los seres quedaban quietos. Así el cuento no lleva tiempo y toda narración es una acción sobre el tiempo, un dis-curso. Hoy existe un tiempo puntillista, un tiempo líquido que confunde las vivencias (tiempo repetido) con las experiencias (tiempo sumado). El tiempo es el orden mensurable del movimiento, el movimiento intuido y la estructura de las posibilidades. Los seres humanos no pueden conocer el tiempo futuro más que por alegorías o extensiones: mañana será como vivas hoy. De pronto el tiempo se encoge y el porvenir hace surgir ahora ciertos instantes. Es un misterio que algunos llaman doble mirada y otros intuición. Acaso en eso consista dejar atrás al sujeto histórico y salir del tiempo para estar en el espacio. Colocarse fuera del juego de las circunstancias: una iluminación. Fernando Solana Olivares

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